Los que Dios Considera Autoridades Delegadas
El obedecer a las autoridades delegadas y el ser autoridades
delegadas
Todos los creyentes debemos reconocer y estar
bajo autoridad. El centurión le habló al Señor Jesús, diciendo: "Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados" (Mateo
8.9). Era un hombre que en verdad conocía la autoridad.
Dios junta a sus hijos por medio de su autoridad. Si alguno de sus hijos es
independiente y confiado en sí mismo, y no está sujeto a la autoridad delegada de Dios, el tal no podrá jamás realizar la obra de Dios en la tierra. Es necesario que todos y cada uno de los
hijos de Dios busquen alguna autoridad a la cual obedezcan para que estén bien coordinados con otros.
No debemos escoger a quién vamos a obedecer, sino antes debemos aprender a
someternos a todas las autoridades gobernantes.
No hay
nadie que sea apto para ser autoridad delegada de Dios a menos que primero sepa estar bajo autoridad. Nadie sabe ejercer la autoridad hasta que ha tratado con su propia rebelión. Los
hijos de Dios no son un montón de hilado o una multitud mixta. Si no hay testimonio de autoridad, no hay iglesia ni obra. Esto presenta un serio problema, y es imprescindible que aprendamos a
someternos unos a otros y a las autoridades delegadas.
Tres requisitos para ser autoridad
delegada
Además de un conocimiento personal de la autoridad y una vida vivida bajo
autoridad, la autoridad delegada de Dios necesita llenar los tres requisitos principales siguientes:
1. Debe saber que toda autoridad viene de Dios.
Toda persona llamada a ser autoridad debe
recordar que "no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas" (Romanos
13.1). Ella misma no es la autoridad. Tan sólo lo que viene de Dios constituye autoridad y ordena la
obediencia del hombre. Una autoridad delegada tiene que representar a la autoridad de Dios; nunca debe presumir que también tiene autoridad.
Nosotros mismos no tenemos ni la más mínima autoridad en el hogar, en el mundo
ni en la iglesia. Todo lo que podemos hacer es ejercer la autoridad de Dios; no podemos crear autoridad por nosotros mismos. El policía y el juez ejercen autoridad y hacen cumplir la ley;
pero ellos mismos no escriben la ley. De igual modo, los que están puestos en autoridad en la iglesia representan simplemente la autoridad de Dios. Su autoridad se debe a que están en una
capacidad representativa, no a que en sí mismos tengan algún mérito más excelente que los demás.
El que uno esté en autoridad no depende de que tenga las mejores ideas y
pensamientos; más bien depende de que conozca la voluntad de Dios. La medida del conocimiento que uno tenga de la voluntad de Dios será la medida de su autoridad delegada.
Los que están en autoridad son responsables de instruir en el conocimiento de
la voluntad de Dios a los demás. Sin embargo, en todos y cada uno de los tratos con ellos es imperativo que la autoridad delegada sepa, sin lugar a dudas, cuál es la voluntad del Señor en ese
caso particular. Entonces puede actuar con autoridad como representante y ministro de Dios. Fuera de tal conocimiento, no tiene ninguna autoridad de exigir obediencia.
Nadie puede ser autoridad delegada de Dios a menos que haya aprendido a
obedecer a la autoridad de Dios y entender su voluntad. Por ejemplo, si un hombre representa a cierta compañía en la negociación de un contrato comercial, antes de firmar el contrato debe
consultar primero con su gerente general; él no puede firmar independientemente el contrato. De igual modo, el que actúa como autoridad delegada de Dios tiene que conocer primero la voluntad
y el camino de Dios antes de poder poner en vigor la autoridad. No puede dar a los hermanos una orden que Dios no ha dado. Si les dijera a los demás lo que tienen que hacer y, no obstante, se
negara a permitir que Dios confirmara esto, se estaría representando a sí mismo y no a Dios. Por eso se le requiere que primero conozca la voluntad de Dios y después actúe en nombre de Dios.
Entonces, su acción recibirá la aprobación divina. Únicamente el dictamen reconocido por Dios tiene autoridad; todo lo que procede del hombre es totalmente carente de autoridad, porque sólo
puede representar al hombre mismo.
Por esta razón debemos aprender a elevarnos y a profundizar en las cosas
espirituales. Necesitamos tener más conocimientos de la voluntad y del camino de Dios. Debemos ver lo que otros no han visto y lograr lo que otros no han logrado.
2. Debe negarse a sí
mismo.
El que ha de representar a Dios tiene que aprender, en lo positivo, a conocer
lo que es la autoridad de Dios; y en lo negativo, a negarse a sí mismo. Ni Dios ni los hermanos van a tener en gran estima sus pensamientos. Es probable que usted mismo sea la única persona
en todo el mundo que considere que su opinión es la mejor. Son de temer las personas que tienen muchas opiniones, ideas y pensamientos subjetivos. Quieren ser consejeros en todo. Se
aprovechan de todas las oportunidades para imponer sus ideas en otros. Dios nunca podrá utilizar a una persona tan llena de opiniones, ideas y pensamientos para representar su autoridad. Por
ejemplo, ¿quién emplearía jamás a un derrochador para que le lleve sus cuentas? El hacerlo sería provocarse intensos sufrimientos. Tampoco emplearía Dios a un hombre de muchas opiniones para
que fuera su autoridad delegada, ya que también sufriría perjuicios.
Salvo que seamos completamente quebrantados por el Señor, no somos aptos para
ser autoridades delegadas de Dios. El nos llama a representar su autoridad, no a sustituirla. Dios es soberano en su personalidad y posición. Su voluntad es la suya. Jamás consulta al hombre
ni permite que nadie sea su consejero. En consecuencia, uno que representa a la autoridad no debe ser una persona subjetiva.
Esto no significa pretender que antes que una persona pueda se usada por Dios
tiene que ser reducida al estado de no tener opiniones, ni pensamientos, ni juicio. De ningún modo. Simplemente significa que el hombre debe ser verdaderamente quebrantado; su inteligencia,
sus opiniones y sus pensamientos: todos deben ser quebrantados. Los que por naturaleza son locuaces, testarudos y presumidos necesitan un tratamiento radical, un cambio básico. Esto es algo
que no puede ser ni doctrina ni imitación, deben ser heridas en la carne. Sólo después de ser azotados por Dios comenzamos a vivir en temor y temblor delante de él. Ya no nos atrevemos a
abrir la boca descuidadamente. Si nuestra experiencia no es más que doctrina o imitación, con el transcurso del tiempo se secarán las hojas de higuera (Génesis 3.7) y reaparecerá nuestro
estado original. Es inútil que nos dominemos por nuestra propia voluntad. En nuestro mucho hablar pronto nos olvidamos de nosotros mismos y exponemos nuestro verdadero yo. ¡Cuánto necesitamos
morir ante la luz de Dios! Como Balaam en Números 22.25, necesitamos ser empujados contra la pared y tener nuestro pie apretado. Entonces sentiremos dolor al movernos y no nos atreveremos a
hablar ociosamente. No es necesario aconsejarle que camine despacio a uno que se ha apretado un pie. Sólo con experiencias tan dolorosas como ésta seremos librados de nosotros mismos.
Como autoridades delegadas no debemos expresar nuestras propias opiniones ni
desear intervenir en los asuntos de los demás. Algunos parecen considerarse a sí mismos como ministros de la corte suprema. Pretenden saber todo lo de la iglesia y del mundo. Tienen lista una
opinión de todos y de todo dispensando libremente sus enseñanzas como si fueran el evangelio. Una persona subjetiva nunca ha aprendido la disciplina ni jamás se ha tratado seriamente con
ella. Lo sabe todo y puede hacer de todo. Sus opiniones y métodos son tan innumerables como los muchos artículos de una tienda de abarrotes. Tal persona es básicamente incompetente para ser
autoridad, porque el requisito básico para ser autoridad delegada de Dios es no abrigar ningún pensamiento ni opinión en la mente.
3. Debe mantenerse en comunión constante
con el Señor.
Los que son autoridades delegadas de Dios tienen que mantenerse en estrecha
comunión con él. No sólo debe haber comunicación sino también comunión.
La comunión es, por lo tanto, otro requisito principal del que está en
autoridad. Cuanto más cerca estamos del Señor, con tanta más claridad vemos nuestras propias faltas. Habiéndonos enfrentado a Dios, no nos atrevemos de allí en adelante a hablar con tanta
firmeza. No tenemos confianza en la carne; comenzamos a tener miedo de errar.
"Respondió entonces Jesús, y les dijo: De
cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente . . . No puedo yo
hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 5.19,30). Así también nosotros debemos
aprender a escuchar, a conocer y a entender. Y esto sólo puede ocurrir mediante la íntima comunión con el Señor. Solamente los que viven en la presencia de Dios y aprenden de él, son
competentes para hablar ante los hermanos. Sólo ellos saben qué hacer cuando hay dificultades entre los hermanos o surgen problemas en la iglesia.
La autoridad es esencialmente representativa, no inherente. Esto significa que
debemos vivir en la presencia de Dios, aprendiendo y siendo heridos para no proyectarnos en ella. Jamás debiéramos equivocarnos y considerarnos autoridad. Sólo Dios tiene autoridad; nadie más
la posee. Cuando la autoridad pasa de Dios hacia mí, puede entonces pasar de mí hacia otros. Lo que me hace diferente de otros es Dios y no yo mismo.
Por eso debemos aprender a temer a Dios y abstenernos de hacer las cosas
descuidadamente. Debemos reconocer que no somos diferentes de otros hermanos. Ya que así lo ha dispuesto Dios para que hoy aprenda a ser su autoridad delegada, debo vivir en la presencia de
Dios, comunicarme de continuo con él y procurar conocer su propósito. A menos que haya visto algo allí en la presencia de Dios, no tendré nada que decirles aquí a los hombres.
¿Por qué usamos la palabra "comunión"? Porque debemos vivir continuamente en la
presencia del Señor, no sólo de vez en cuando. Cada vez que nos apartamos de Dios, cambia la índole de nuestra autoridad.
Estos son los tres requisitos principales de una autoridad delegada. Puesto que
la autoridad es de Dios, no tenemos nada de ella en nosotros; no somos más que representantes. Puesto que la autoridad no es nuestra, no debemos ser subjetivos en nuestra actitud. Y puesto
que la autoridad viene de Dios, debemos vivir en comunión con él. Si se interrumpe la comunión, cesa también la autoridad.
Jamás trate de establecer su propia
autoridad
La autoridad ha sido establecida por Dios; por
lo tanto, ninguna autoridad delegada necesita tratar de asegurar su autoridad. No insista en que otros le escuchen. Si yerran, déjelos errar; si no se someten, déjelos ser insubordinados; si
insisten en seguir su propio camino, deje que lo sigan. Una autoridad delegada no debe disputar con los hombres. ¿Por qué debo exigir que me escuchen si no soy ninguna autoridad establecida
de Dios? Por otra parte, si he sido establecido por Dios, ¿tengo que temer que los hombres no se sometan? Todo aquel que
rehusa oírme, desobedece a Dios. No es necesario que yo obligue a la gente a escuchar. Dios es mí apoyo; ¿por qué, pues, debo temer? Jamás debiéramos decir ni siquiera una palabra a favor de
nuestra autoridad; antes, démosle a la gente su libertad. Cuanto más nos da Dios, tanto más libertad le concedemos a la
gente. Los que tienen sed del Señor vendrán a nosotros. Es muy denigrante hablar a favor de nuestra propia autoridad o tratar de establecer nosotros mismos la autoridad.
Cualquier intento por constituirse uno mismo en autoridad debe ser totalmente erradicado de entre nosotros. Que establezca Dios su autoridad, y nadie trate de establecer la suya propia. Si
Dios realmente lo designa como autoridad, usted tiene dos alternativas ante sí: o desobedece y retrocede espiritualmente, u obedece y recibe gracia.
Cuando sea sometida a prueba la autoridad delegada que se le ha confiado, no
haga nada. No tenga prisa, luche o hable en favor de sí mismo. Los que se rebelan no se rebelan contra usted, sino contra Dios. Pecan contra la autoridad de Dios, no contra la suya. La
Persona a quien así deshonran, critican y se oponen no es usted. Si su autoridad es realmente de Dios, los que se opongan encontrarán interceptada su trayectoria espiritual; no habrá más
revelación para ellos.
¡El gobierno de Dios es un asunto muy serio!
¡¡¡SIN SUMISION NO HAY UNCION!!!
*HUMILDAD *SUMISION *OBEDIENCIA