CAPITULO VEINTE

REQUISITOS DE LA AUTORIDAD DELEGADA

Lectura bíblica: Ef. 5:22, 25, 38, 33; 6:1, 4, 9; Sal. 82:1-2; 1 Ti. 4:12; 3:4-6; Tit. 2:15; 1:6-8; 1 P. 1:21

Dios ha establecido autoridades en muchos lugares. En la familia están el esposo, los padres y los amos. Por encima de nosotros están los gobernantes y los oficiales. En la iglesia están los ancianos y los obreros. Cada autoridad delegada tiene sus propios requisitos. Examinemos los diferentes requisitos de cada una de estas autoridades.

LOS DIVERSOS REQUISITOS
DE LAS AUTORIDADES DELEGADAS

 

El esposo

 

La Biblia enseña que la esposa debe someterse al esposo y que éste debe ser la autoridad. Sin embargo, existen requisitos que los esposos deben cumplir. Efesios 5 menciona tres veces que el esposo debe amar a su esposa y que debe amarla como a sí mismo. Quienes tienen autoridad deben cumplir los requisitos que Dios les exige. A un esposo como autoridad delegada se le exige que ame a su esposa. Como modelo del amor del esposo por la esposa tenemos el amor de Cristo por la iglesia. Así como Cristo amó a la iglesia, los esposos deben amar a sus esposas. El amor que un esposo le tiene a su esposa debe corresponder al amor de Cristo a la iglesia. Para que un esposo mantenga la autoridad y represente a Dios, debe amar a su esposa.

 

Los padres

 

Los hijos deben obedecer a sus padres. Como autoridades delegadas, los padres también deben cumplir algunos requisitos. La Biblia dice que los padres no deben provocar a ira a sus hijos. Aunque los padres tienen autoridad sobre sus hijos, deben aprender a controlarse. No pueden decir que por haber engendrado a los hijos y por criarlos, pueden tratarlos como les plazca. Aunque Dios nos creó, El no nos trata como El quiere, sino que nos da completa libertad. Por este motivo, los padres no deben provocar a ira a sus hijos. Algunas personas no se atreven a hacer ciertas cosas delante de sus amigos, sus compañeros de clase, sus subordinados o sus parientes, pero las hacen con toda libertad delante de sus hijos. Esto no está bien. Lo más importante que los padres deben aprender hacer es ejercer dominio propio. Deben permitir que el Espíritu Santo los controle. Los padres deben confrontar a sus hijos hasta cierto punto, ya que tienen autoridad sobre ellos sólo con el fin educarlos. Deben amonestarlos y nutrirlos con la enseñanza del Señor. No debe hacerlo con una actitud de dominio ni de castigo. El corazón de un padre debe inclinarse a educarlos y no a castigarlos.

 

Los amos

 

Los siervos deben obedecer a sus amos, pero a éstos se les exige algunos requisitos. El amo no debe intimidar a sus siervos ni atemorizarlos ni enojarse con ellos. Dios no permitirá que una autoridad se conduzca sin restricción alguna. El amo debe temer a Dios. Tanto el siervo como el amo tienen el mismo Amo en los cielos. El amo debe recordar que él mismo está bajo autoridad. A pesar de que otros estén sujetos a él, él también está bajo autoridad, la autoridad de Dios. Por eso no puede ser descuidado. Cuanto más una persona conozca la autoridad, menos intimidará y atemorizará a otros. Como autoridades debemos aprender a ser mansos y tiernos, y a mantener una actitud de perfeccionar a otros, ya que dicha actitud es necesaria. Si una autoridad delegada sólo sabe atemorizar y juzgar, tal persona será juzgada por Dios tarde o temprano. Por lo tanto, un amo debe aprender a andar con temor y temblor delante de Dios.

Los gobernantes

Debemos someternos a la autoridad de los gobernantes y oficiales. En el Nuevo Testamento no se da una enseñanza específica con respecto a la manera en que debe conducirse un gobernante. Dios entregó el mundo a los incrédulos, no a los creyentes. Tampoco hallamos algún indicio de que los creyentes deban ser gobernantes en el mundo. En el Antiguo Testamento hubo casos en los que algunos hombres de Dios fueron gobernantes civiles (Sal. 82). A quienes están en una posición de autoridad y poder, Dios les exige justicia, integridad, equidad y compasión por los pobres. Este es el principio que deben aplicar los que ejercen autoridad en oficios públicos. Si uno está por encima de otros, no debe tratar de defender su posición, sino que debe hacer lo posible por defender la justicia.

 

Los ancianos de la iglesia

 

 

Los ancianos son la autoridad en la iglesia local. Todos los hermanos deben someterse a ellos. Tito 1 habla de los requisitos básicos de un anciano: dominio propio y sumisión. Una persona inicua no puede hacer cumplir la ley, y una persona rebelde no puede inculcar en otros la sumisión. Un anciano debe ejercer un estricto dominio propio. Muchas personas se caracterizan por la falta de disciplina. Por lo tanto, para escoger a los ancianos, debemos seleccionar específicamente a los que ejercen dominio propio. Dios establece a los ancianos para que administren la iglesia. En dicha función, deben ser sumisos y tener dominio propio. Deben esforzarse por ser un modelo para los demás en todos los aspectos. Dios nunca escoge como anciano a una persona que siempre quiere ser el primero (como Diótrefes, 3 Jn. 9). Los ancianos son la mayor autoridad en la iglesia local. Es por eso deben tener dominio propio.

En 1 Timoteo 3:4-5 se menciona otro requisito básico de un anciano: debe gobernar bien su casa, lo cual no se refiere a gobernar a los padres ni a la esposa, sino principalmente a los hijos. Un anciano debe enseñarles a sus hijos a andar sobriamente y a ser obedientes en todo. Uno debe ser primero un buen padre antes de ser un anciano. Uno tiene que ser primero la autoridad en la casa antes de ser un anciano en la iglesia.

Un anciano no debe ser arrogante. Si uno se enorgullece cuando se le delega cierta autoridad, no es apto para ser anciano. Un anciano de una iglesia local debe sentirse como si no tuviera ninguna autoridad. Si está siempre consciente de su autoridad, no es apto para ser un anciano ni para administrar los asuntos de la iglesia. Sólo los necios y los ignorantes son orgullosos, ya que no pueden soportar la tentación de tomar para sí la gloria de Dios ni se les puede encomendar la comisión de Dios. Una vez que se les entrega algo, caen en la trampa. Es por eso que a un recién convertido no se le puede nombrar de anciano (1 Ti. 3:6). La palabra griega que aquí se traduce “un recién convertido” se usa para aludir a un novato en algún oficio, como por ejemplo, entre los carpinteros un novato es el que escasamente sabe usar el martillo, en contraste con los maestros, quienes llevan décadas en el oficio. Si a un novato se le nombra anciano, el orgullo lo cegará y caerá en la condenación del diablo.

 

Los que sirven en la obra del Señor

 

En Tito 2:15 se enumeran los requisitos de las personas a quienes se les delega autoridad en la obra. Tito no era un anciano de la iglesia, sino un obrero del Señor, que desempeñaba la función de apóstol. Pablo encargó a Tito que exhortara a ciertos hombres. El no sólo debía hablar en público sino también a exhortar a algunas personas una por una. Debía convencer a los hombres con toda autoridad. Al mismo tiempo, no debería permitir que lo menospreciaran en sus palabras ni en sus hechos. A fin de que otros no nos desprecien, debemos santificarnos. Si somos iguales a los demás en muchos aspectos, y si somos desordenados, descuidados y desenfrenados en nuestra vida diaria, otros nos menospreciarán. No debemos ser relajados en ningún aspecto, pues sólo así se nos respetará y se nos honrará como autoridad y como representantes de Dios. Esto fue lo que Pablo le dijo a Timoteo (1 Ti. 4:12). Aunque un obrero no debe buscar la gloria ni el honor de los hombres, tampoco debe ser menospreciado hasta el punto de perder su porte santo.

En todo el Nuevo Testamento, Pablo sólo dirigió dos de sus epístolas a colaboradores jóvenes, que fueron 1 Timoteo y Tito. En estos dos libros Pablo expresa reiteradas veces que un obrero no debe se menospreciado, sino que debe ser un modelo en todo. Por lo tanto, debemos evitar todo lo que provoque menosprecio. Existe un precio que debemos pagar para ser autoridad. Debemos apartarnos y estar dispuestos a vivir solos. El modelo debe ser diferente a los demás; así que debe santificarse. Si uno es igual a los demás, no podrá ser un modelo. No debemos exaltarnos a nosotros mismos, pero tampoco debemos hacer que otros nos menosprecien. Debemos santificarnos siempre y no debemos bromear ni hablar livianamente. Debemos aprender en el Señor a separarnos. Un obrero no debe ser arrogante, pero tampoco debe dar lugar a que otros lo menosprecien. Si un obrero se halla en una condición muy común, no será apto para la obra y habrá perdido su utilidad y su autoridad.

Un obrero debe también mantener su posición y la autoridad que Dios le delegó. La autoridad se manifiesta cuando hay separación y se ve una diferencia. Lo más importante de la autoridad delegada, es que representa a Dios. Ser una autoridad va a la par con ser un modelo. Este es un asunto muy serio. Una autoridad delegada es una persona que “representa” la autoridad, no una que “impone” la autoridad.

 

DIOS JUZGA LOS ERRORES DE LA AUTORIDAD DELEGADA

 

En Números 30:13 vemos que Dios respalda la autoridad que delega. Dice que un esposo puede ratificar el voto de su esposa o anularlo. Por un lado, Dios le dice a la esposa que se someta al esposo y, por otro, El respalda la autoridad del esposo. Si el esposo anula tanto el voto como el juramento de la esposa, ella debe someterse; al quebrantarlos, no se le cuenta a ella como pecado, pero el esposo tendrá que llevar sobre sí la iniquidad de ella. Supongamos que una persona a quien Dios ha delegado autoridad propone algo equivocado, y quienes están sujetos a ella se someten. Aunque ellos estén haciendo algo equivocado, no les será contado por pecado, pero la persona que tomó aquella decisión llevará la iniquidad. Por lo tanto, no debemos proponer ni sugerir nada a la ligera, porque tendremos que sufrir las consecuencias. Es extremadamente peligroso ser un consejero de la iglesia y hacer propuestas precipitadas. En toda la Biblia el cuadro más claro con respecto a la sujeción a la autoridad delegada, se presenta en Números 30, donde podemos ver que Dios le dice al hombre que se someta a la autoridad incondicionalmente. En ese mismo capítulo se muestra claramente la responsabilidad tan seria que tiene la autoridad delante de Dios. Cuantas más propuestas haga una autoridad delegada, más problemas tendrá y más juicio estará invitando sobre sí.

Debemos aprender a no tener la presunción de tratar de controlar las vidas de los demás. No debemos forzar a nadie a aceptar nuestras ideas. Si no tenemos plena certeza, no debemos echarnos encima la carga de otros. Sólo un hombre quebrantado y dócil, estará libre de iniquidad delante de Dios. Un hombre severo y obstinado llevará sobre sí mucha iniquidad. La vida del Cuerpo es la base que guía la iglesia. Debemos llevar dicha vida y tener comunión con el Señor y con los hermanos. No debemos ser individualistas en nuestras decisiones ni tener confianza en nosotros mismos. Cuanto más presentemos nuestras sugerencias a la iglesia para tener comunión con los miembros al respecto, más seguros estaremos. No debemos llamarnos el Cuerpo de Cristo, mientras estemos ocupados en actividades de la carne, ya que si lo hacemos, no recibiremos otra cosa que el juicio que merece nuestra propia iniquidad. Debemos esperar delante del Señor, entender Su voluntad y estar abiertos a los demás. No debemos hablar antes de haber oído del Señor ni proclamar nada antes de que lo hayamos visto nosotros, pues si caemos en eso, llevaremos la iniquidad sobre nosotros mismos. La persona a quien Dios ha delegado Su autoridad debe ser mansa y humilde. Esto la salvará de meterse en problemas. De lo contrario, Dios tendrá que reprenderla porque llevará sobre sí la iniquidad de otros, lo cual es bastante serio.