CAPITULO DIECINUEVE

LA AUTORIDAD DELEGADA
DEBE SANTIFICARSE

Lectura bíblica: Jn. 17:19

Dijimos que la autoridad espiritual depende del nivel espiritual, que ninguna autoridad es delegada por el hombre, y que tampoco es delegada por Dios solo. Tengamos presente que la autoridad se basa, por un lado, en el nivel espiritual y, por otro, en la humildad. Vamos a añadir algo acerca de la necesidad de que una autoridad delegada se separe de los demás. Aunque el Señor fue enviado por Dios y tuvo una comunión ininterrumpida con el Padre, dijo: “Por ellos Yo me santifico a Mí mismo” (Jn. 17:19). Una autoridad delegada debe santificarse a sí misma por causa de los demás.

EL SEÑOR SE SANTIFICO

¿Qué significa que el Señor se santificara? Significa que se abstuvo de muchas cosas que le eran permitidas, por el bien de Sus discípulos. El pudo haber hecho y dicho muchas cosas, adoptado muchas actitudes, usado muchas clases de vestiduras y comido diferentes clases de alimentos. Sin embargo, por el bien de Sus discípulos, se abstuvo de todo ello. El Señor Jesús es el Hijo de Dios y no conoció el pecado. Cuando estuvo en la tierra, tuvo mucha más libertad que la que nosotros tenemos y pudo haber hecho muchas más cosas que nosotros. Hay muchas cosas que no podemos hacer porque somos la persona equivocada. Hay muchas palabras que no podemos proferir porque somos impuros, pero El no tenía tal problema ya que es santo. Nosotros somos impacientes; por lo tanto, necesitamos aprender a esperar. Pero El era paciente; por lo tanto, El no necesitaba aprender a esperar. Hay muchas restricciones que no se aplicaban a El, porque El no tenía pecado. De no ser por las personas impuras que rodeaban al Señor Jesús, El como hombre pudo haber tenido mucha más libertad. Aun cuando llegó a enojarse, Su ira era santa y libre de pecado. Con todo y eso, El dijo que se santificaba por causa de Sus discípulos, debido a lo cual estuvo dispuesto a aceptar muchas restricciones.

El Señor era santo no sólo delante de Dios sino ante Sí mismo. En Su carácter, no tenía pecado. Pero mientras El se movía entre los discípulos, necesitaba santificarse. Para poder ser santos, debemos abstenernos de muchas cosas, pero el Señor es santo por naturaleza. Por eso El podía hacer muchas cosas más que nosotros. Estaría mal que alguien dijese que es bueno, pero es perfectamente correcto que el Señor lo diga. El puede decir muchas cosas que nosotros no podemos, porque no hay vestigio de pecado en El. El tiene más libertad que nosotros. Aun así, se sujetó voluntariamente y se restringió. El no sólo es santo, sino que además desciende a nuestra santidad, la cual requiere que nos separemos de los demás y nos refrenemos de hacer muchas cosas.

Además de su propia santidad, el Señor tomó nuestra santidad sobre Si. Por eso se santificó. El Señor voluntariamente aceptó restringirse para nuestro beneficio. El hombre habla y juzga según su propio nivel pecaminoso. Si el Señor hubiera actuado y hablado de acuerdo a su propio nivel de santidad, el hombre lo hubiera criticado de acuerdo a sus propios pensamientos pecaminosos. Por eso, se sometió voluntariamente a tantas restricciones. Nosotros nos abstenemos de muchas cosas debido a nuestros pecados, pero el Señor lo hizo debido a Su santidad. Nosotros no hacemos ciertas cosas porque no debemos hacerlas, pero aunque El podía hacerlas, no las hizo. Se abstuvo de hacer muchas cosas que podía, a fin de mantener la autoridad de Dios. El se mantuvo apartado del mundo. Esta fue la razón por la cual el Señor se santificó a sí mismo.

LA SOLEDAD DE LA AUTORIDAD

A fin de ser autoridad, necesitamos ser diferentes a los hermanos y hermanas, ya que necesitamos abstenernos de muchas cosas que de otra manera haríamos o diríamos. Debemos estar separados en nuestras palabras y nuestras reacciones. Es posible que tengamos cierta actitud cuando estamos solos, pero cuando estamos con otros, debemos evitar esa actitud. Podemos tener comunión con los hermanos y hermanas sólo hasta cierta medida. No podemos ser descuidados ni frívolos. Necesitamos renunciar a nuestra libertad y afrontar la soledad, la cual es una señal de quienes son autoridad. Los que son descuidados entre los hermanos y hermanas no pueden ser autoridad. No se trata de orgullo; solamente nos referimos a que para representar la autoridad de Dios, debemos tener ciertas limitaciones en nuestra comunión con los hermanos y hermanas. No podemos ser descuidados ni superficiales. Los gorriones vuelan en manadas, pero las águilas vuelan solas. Si únicamente podemos volar bajo para no sufrir la soledad de volar en las alturas, no somos aptos para ser autoridad. Para llegar a ser autoridad, debemos restringirnos y estar apartados. No podemos hacer lo que otros hacen con tanta libertad, ni decir lo que los demás profieren tan gratuitamente. Debemos someternos al Espíritu del Señor, el cual nos enseñará todas las cosas. Esto nos hará solitarios y nos quitará toda reacción. No nos atreveremos a bromear con los hermanos y hermanas. Este es el precio que la autoridad debe pagar. Debemos santificarnos como lo hizo el Señor Jesús, a fin de ser autoridad.

Por ser miembro del Cuerpo, la persona que tiene autoridad no debe llamar la atención, sino que debe ser igual a los demás hermanos y hermanas, para así mantener la comunión del Cuerpo de Cristo. Pero al representar a Dios, la autoridad debe aceptar la restricción que Dios le dicte y santificarse. Debe ser un modelo para los santos, pero al desempeñarse como miembro, debe coordinar y servir junto con los demás sin apartarse como si fuera una clase especial.

 

 

LA AUTORIDAD DEBE RESTRINGIR
SUS REACCIONES

Levítico 10:1-7 relata el juicio que Dios trajo sobre Nadab y Abiú, quienes fueron juzgados por no permanecer bajo la autoridad de su padre Aarón. Este tenía dos hijos que servían como sacerdotes en el santuario, los cuales fueron ungidos el mismo día que él. Ellos no debían servir independientemente, sino que debían ayudarle en el servicio de Dios. Ellos no podían hacer nada por su propia cuenta. Pero un día Nadab y Abiú ofrecieron fuego extraño, sin la autorización de su padre. Esto les acarreó el juicio de Dios, y murieron al ser consumidos por fuego. Moisés dijo: “Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré” (v. 3). Dios quería hacer notar que quienes estaban cerca de El no podían ser descuidados. Este castigo fue más severo y estricto que el que infligió al resto del pueblo.

Nadab y Abiú murieron el mismo día. ¿Qué debía hacer Aarón? Ante Dios, él era el sumo sacerdote y la cabeza de su casa; desempeñaba un papel doble. ¿Puede un hombre ocuparse tanto en el servicio a Dios que descuide a sus hijos? Según la tradición judía, cuando un hombre moría, sus familiares debían descubrirse la cabeza y rasgar las vestiduras. Pero Moisés solamente ordenó que los cadáveres fueran sacados del campamento. A Aarón y a su familia no se les permitió descubrirse la cabeza ni rasgar las vestiduras.

La pena y el dolor son sentimientos humanos normales. Pero en este caso, el siervo del Señor no podía expresar su pena, pues si lo hacía, moriría. Este asunto es muy serio. El juicio que un siervo de Dios puede sufrir es diferente al de un israelita común. Un siervo de Dios no puede hacer lo que un israelita común puede hacer. Es entendible y perfectamente lícito que un padre haga duelo por su hijo o que una persona se lamente por su hermano. Pero quienes fueron ungidos por Dios deben santificarse, o sea, mantenerse apartados. Este asunto no se relaciona con el pecado, sino con la santificación. No podemos afirmar que podemos hacer muchas cosas simplemente porque son lícitas y no son pecaminosas. Lo que cuenta no es si las acciones son pecaminosas, sino si nos apartamos o santificamos. Posiblemente esté bien que otros las hagan, pero el siervo de Dios no puede hacerlas ya que él debe santificarse.

Lo opuesto a ser santo es ser común. Santificarnos significa que no podemos hacer lo que todo el mundo hace. El Señor no podía hacer lo mismo que los discípulos. Por lo tanto, podemos decir que quien tiene autoridad no puede hacer lo que les es lícito a sus hermanos. El sumo sacerdote no puede expresar sus emociones, a menos que deje de ser sumo sacerdote. Si es descuidado en este asunto, morirá. Los israelitas murieron por causa del pecado, mientras que los sacerdotes murieron debido que no se separaron. Entre los hijos de Israel, los homicidas debían morir, pero Aarón habría sufrido ese mismo castigo con sólo hacer duelo por sus hijos. ¡Qué gran diferencia! Para ser autoridad es necesario pagar un alto precio.

Aarón ni siquiera pudo salir del tabernáculo. El tuvo que dejar que otros sepultaran a sus dos hijos muertos. Los israelitas no tenían que vivir en el tabernáculo siempre, pero ni Aarón ni sus hijos podían salir de allí. Ellos debían cumplir cuidadosamente lo que Dios les había encomendado. La unción santa nos santificó y nos separó de todas las actividades. Así que, debemos honrar la unción que Dios nos dio. Debemos presentarnos ante El y pedirle que nos separe de los demás. El mundo y algunos hermanos y hermanas pueden expresar afecto a sus parientes, pero la autoridad delegada se aparta para llevar en alto la gloria de Dios. Una persona que tenga la autoridad delegada no puede buscar la comodidad ni aferrarse a sus propios sentimientos. Tampoco se puede rebelar ni ser descuidada. Más bien, debe exaltar a Dios y darle gloria.

El siervo de Dios tiene la unción santa sobre sí, por lo cual debe sacrificar sus emociones y abandonar sus sentimientos aunque sean perfectamente normales. Este es el único camino que nos conduce a ser una autoridad delegada. Todo aquel que mantiene la autoridad de Dios, también debe rechazar sus propios sentimientos y estar dispuesto a renunciar a sus afectos más profundos, sus sentimientos filiales, sus amistades y aun a su amor. Si se enreda en estas cosas, no podrá servir al Señor. Los requisitos de Dios son bastante estrictos. Si uno no renuncia a sus propios afectos, no podrá servir al Señor. Los siervos de Dios se distinguen de los demás, no así las personas comunes. Los siervos de Dios deben santificarse por el bien del pueblo.

 

LA AUTORIDAD DEBE SANTIFICARSE
EN SU VIDA Y EN SUS DELEITES

¿Por qué ofrecieron fuego extraño Nadab y Abiú? Según Levítico 10:9, Dios le dijo a Aarón: “Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra cuando entréis en el tabernáculo de reunión”. Muchos estudiosos de la Biblia afirman que los hijos de Aarón ofrecieron fuego extraño después de haberse embriagado. Según el versículo 5, es posible que ellos estuvieran desnudos en el santuario. Por eso, otros entraron y los sacaron a ellos y sus túnicas. Es muy fácil que una persona embriagada se desnude. Los israelitas podían tomar vino y bebidas embriagantes, pero un sacerdote no podía hacer lo mismo. Esto se relaciona con los deleites. No podemos disfrutar lo que otros disfrutan ni podemos regocijarnos en lo que otros se regocijan (el vino denota gozo). El siervo de Dios debe restringirse y diferenciar lo santo de lo común, y lo limpio de lo inmundo. Está bien que tengamos comunión en el Cuerpo de Cristo con los hermanos y las hermanas, pero no podemos llevar una vida liviana dado que tenemos un servicio especial. No podemos comprometernos con nada que elimine nuestras restricciones.

Levítico 21 enumera requisitos específicos que los sacerdotes debían cumplir para santificarse:

(1) No podían contaminarse con la muerte, excepto en el caso de parientes cercanos. Debían santificarse (vs. 1-4). Este es un requisito general.

(2) Un sacerdote debía santificarse en su forma de vestir y en su cuerpo (vs. 5-6). No podían raparse la cabeza ni recortarse la barba (lo cual hacían los egipcios cuando adoraban al dios sol). Tampoco podían hacerse cortadas en su carne (una costumbre africana).

(3) Un sacerdote debía santificarse en el matrimonio (vs. 7-9).

(4) El sumo sacerdote estaba limitado por un requisito adicional más estricto: no podía tocar cuerpo muerto, ni siquiera el de su padre o el de su madre (vs. 10-15). Por consiguiente, cuanto más alta sea la posición de un siervo de Dios, mayor es la exigencia de parte de Dios. Dios presta atención a la separación de Sus siervos de todo lo común. Cuando más se acerca una persona a Dios, más estrictos son los requisitos que Dios le exige. El grado de nuestra cercanía a Dios determina el grado de los requisitos que El nos impone. Cuanto más autoridad Dios le confía a alguien, más le exige. Dios da mucha importancia a la santificación de los que lo sirven.

LA BASE DE LA AUTORIDAD ES SU SEPARACION

La autoridad se cimienta en la separación. Sin ésta no hay autoridad. Si uno anhela la compañía de otros, no puede ser una autoridad. Si nuestra conversación con los demás no tiene restricciones, no se nos puede delegar autoridad. Cuanto más alta sea una autoridad, mayor será su separación. Dios es la autoridad suprema, por lo cual El ejerce la mayor separación. Todos nosotros debemos separarnos de los demás en todo lo que no sea santo. El Señor Jesús pudo haber actuado como quisiera, pero prefirió santificarse por el bien de Sus discípulos. El se separó y se mantuvo en la soledad. Debemos buscar gustosamente una separación profunda, una separación de las cosas que no sean santas. Esto no significa que debamos separarnos de los hijos de Dios aseverando que somos más santos. Cuanto más nos santifiquemos y nos restrinjamos, y cuanto más estemos bajo Su autoridad, más posibilidad tendremos de ser autoridad. No se podrá mantener la obediencia en la iglesia si quienes tienen autoridad no se comportan debidamente. Si no se establece claramente el asunto de la autoridad, habrá confusión en la iglesia.

Quienes tienen autoridad no deben usurpar la autoridad. Una persona a quien Dios le delega Su autoridad es un siervo Suyo y debe pagar el precio de renunciar a sus sentimientos. El siervo que recibe autoridad debe ascender a las alturas y no temer de la soledad, para así ser una persona santificada. Debe estar dispuesto a pagar el precio para restablecer la autoridad de Dios. Este es el camino por el cual el Señor conduce a la iglesia en la actualidad.