CAPITULO DIECIOCHO

LA VIDA Y LA ACTITUD
DE LA AUTORIDAD DELEGADA

Lectura bíblica: Mr. 10:35-45

BEBE DE LA COPA DEL SEÑOR
Y PARTICIPA DE SU BAUTISMO

Cuando el Señor estuvo en la tierra, rara vez enseñó cómo ser una autoridad. Esto se debe a que Su meta en la tierra no era establecer autoridades. Marcos 10:35-45 contiene la enseñanza más clara con respecto a la manera de ser una autoridad. Todo el que quiera ser una autoridad debe leer este pasaje, ya que es la enseñanza directa del Señor. Aquella conversación fue iniciada por Jacobo y Juan, quienes querían sentarse a la derecha y a la izquierda del Señor en Su gloria. Sabían que tal petición era directa y para no ir directamente al grano, comenzaron diciendo: “Queremos que hagas por nosotros lo que te pidamos” (v. 35). Ellos antepusieron esta petición para comprometer al Señor a que lo hiciera. Pero el Señor no les contestó inmediatamente, sino que les preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros?” (v. 36). Como no sabía lo que querían, no podía prometerles nada. Entonces añadieron: “Concédenos que en Tu gloria nos sentemos el uno a Tu derecha, y el otro a Tu izquierda” (v. 37). Esto implica dos cosas. En primer lugar, querían estar cerca del Señor y, en segundo lugar, querían autoridad en la gloria. Estaba bien que desearan estar cerca del Señor, pero eso no era lo único que querían; ellos también deseaban autoridad en la gloria. Querían estar sobre los otros discípulos. El Señor les contestó que no sabían lo que pedían (v. 38a).

Ellos pensaron que sentarse a la derecha y a la izquierda era algo que Dios podía concederles. Pero el Señor les dijo que eso no era sencillo. Querían estar cerca del Señor y tener autoridad. El Señor no dijo que su petición era incorrecta ni que estaba mal desear estar a Su derecha o a Su izquierda. Les dijo que para sentarse a Su derecha o a Su izquierda, ellos debían beber de la copa que El bebía y ser bautizados con el bautismo por el cual El tenía que pasar. Jacobo y Juan pensaron que podían adquirir ese lugar con sólo pedirlo, pero el Señor les dijo que no era asunto de pedir sino de beber la copa y participar de Su bautismo. No es asunto de oración ni de esforzarse por sentarse al lado del Señor. Si una persona no bebe de la copa del Señor ni es bautizada con Su bautismo, su petición es vana. Si uno no bebe de la copa del Señor ni es bautizado con el mismo bautismo que El experimenta, no podrá estar cerca del Señor ni tener ninguna autoridad. El Señor no puede otorgarnos una posición ni una autoridad gratuitamente. Sólo aquellos que beben de Su copa y son bautizados con Su bautismo, reciben tal posición y tal autoridad. El fundamento consiste en beber y ser bautizado. Si el cimiento está equivocado, no puede haber una estructura correcta. Supongamos que un niño sube al monte a coger algunas flores, y luego las siembra sobre la tierra. Aunque él piense que plantó un jardín, las flores no crecen por carecer de raíz. Jacobo y Juan estaban equivocados de raíz. A fin de estar cerca del Señor y de tener autoridad en la gloria, ellos debían beber de Su copa y ser bautizados con Su bautismo. Si estos discípulos no bebían esa copa ni eran bautizados con ese bautismo, no podrían estar cerca del Señor ni recibir ninguna autoridad ni posición. Esto es algo que ellos no sabían. Es algo que tiene que ver con el presente y no sólo con el futuro.

LA COPA DEL SEÑOR

¿Cuál es la copa del Señor? Su copa tiene un solo significado. Cuando el Señor estuvo en el huerto de Getsemaní, El tenía una copa delante de Sí, que era la copa de la justicia de Dios y de la cual debía beber. Sin embargo, El oró a su Padre diciendo: “Padre Mío, si es posible, pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú” (Mt. 26:39). Aquí vemos claramente que la copa y la voluntad de Dios eran dos cosas diferentes. En ese momento la copa era la copa, y la voluntad de Dios era la voluntad de Dios; todavía no era una sola cosa. La copa podía cambiarse, pero no la voluntad de Dios. El Señor preguntaba si la copa podía pasar, pero no estaba tratando de eludir la voluntad de Dios. La copa podía pasar, pero El cumpliría la voluntad de Dios. La copa no era indispensable, pues no era permanente sino temporal. Si la copa no era la voluntad de Dios, El estaba dispuesto a dejarla a un lado, pero si la copa era la voluntad de Dios, la bebería. La actitud del Señor era clara; si la voluntad de Dios era que bebiera la copa, El la bebería; de lo contrario, no. Tales palabras deben llevarnos a adorarlo. El nunca invertiría el orden de estas palabras. Habría sido un error invertir el orden. En otras palabras, lo que el Señor quería saber en el huerto era si la copa era la voluntad de Dios. Antes de que la copa y la voluntad de Dios fueran una sola cosa, estaba bien que el Señor orara de esa manera. De hecho, el oró de esta manera tres veces (v. 44). Pero cuando supo que la copa y la voluntad de Dios eran una sola cosa, El le dijo a Pedro: “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Jn. 18:11). En el huerto El podía pedir que la copa le fuera quitada, porque la copa y la voluntad de Dios no eran todavía una misma cosa. Fuera del huerto, la copa y la voluntad de Dios eran lo mismo. En este momento la copa era la voluntad del Padre; por eso le dijo eso a Pedro.

Aquí vemos una profunda lección espiritual. El Señor no estaba apresurado ni siquiera para tomar la cruz. Lo único que El deseaba hacer era la voluntad de Dios. El no insistiría en ir a la cruz, a pesar de que era tan crucial, pues no reemplazaría la voluntad de Dios. Aunque la crucifixión del Señor era lo más importante, El estaba bajo la voluntad de Dios. Aunque el Señor vino a fin para ser la propiciación por los pecados de muchos, y aunque vino expresamente para ser crucificado, la cruz no podía sobrepasar la voluntad de Dios. El no fue a la cruz simplemente porque la cruz era buena y necesaria para la salvación del hombre. El no vino para ser crucificado, sino para hacer la voluntad de Dios. El fue a la cruz sólo después de tener la certeza de que la voluntad de Dios era ir a la cruz. El fue a la cruz por la sencilla razón de que era la voluntad de Dios. El no fue crucificado porque tenía que ir a la cruz; pues la voluntad de Dios era más importante que la cruz. Por lo tanto, beber la copa no era solamente cuestión de ir a la cruz, sino de hacer la voluntad de Dios. El fue a la cruz porque el Padre así lo quería.

Podemos ver que la copa no es indispensable, pero la voluntad de Dios sí. El Señor no pidió ser eximido de hacer la voluntad de Dios. Su relación con la cruz no era directa sino indirecta, pero Su relación con la voluntad de Dios era directa. Por eso, El oró en el huerto de Getsemaní que Dios le librase de beber la copa. El sólo quería circunscribirse a la voluntad de Dios. El no escogió la cruz, sino la voluntad de Dios. Por lo tanto, la copa del Señor muestra Su sujeción a la voluntad suprema de Dios. El Señor se postró para escoger la voluntad de Dios, y Su único deseo era cumplir esa voluntad. Por lo tanto, les preguntó a Jacobo y a Juan “¿Podéis beber la copa que Yo bebo?” (Mr. 10:38). Les estaba preguntando si ellos podían postrarse y escoger la voluntad de Dios de la misma manera que El se postró delante de Dios para escoger Su voluntad.

Esto es semejante al caso de Abraham cuando ofreció a Isaac, lo cual ya mencionamos. Al final, Abraham recibió nuevamente a Isaac. Muchas personas han ofrecido su Isaac, pero se les presenta un problema cuando su Isaac les es devuelto, pues parece que quedan mal ante los demás. Algunos se adhieren directamente a su consagración; otros se deciden a sufrir, y otros a servir en la obra. Pero debemos disponernos para una sola cosa: hacer la voluntad de Dios. Beber la copa del Señor significa que no debemos comprometernos con ninguna otra cosa que no sea hacer la voluntad de Dios. Si la copa no es la voluntad de Dios, no debemos tomarla. A pesar de que todos sabían que el Señor iba a la cruz, El oró en Su hora final para saber si la cruz era la voluntad de Dios. Todo depende de la voluntad de Dios y no de nosotros. Muchas personas trabajan para la obra misma. Una vez que se ocupan de la obra, no pueden ocuparse de nada más. Se estancan en su obra y son absorbidos por ella; a tal grado que no tienen tiempo de examinar la voluntad de Dios. Ellos insisten en llevar su obra hasta el final. Esto no es laborar por la voluntad de Dios, sino por el beneficio de la obra misma. El Señor sólo estaba interesado en la voluntad de Dios, por lo cual podía hasta renunciar a la cruz. Cuando El entendió que la voluntad de Dios era que fuera a la cruz, El la tomó sin preocuparse por el dolor que ello implicaba. Beber la copa significa que nos negamos a nuestra propia voluntad para tomar la de Dios. El Señor les preguntó a los discípulos si ellos podían aceptar la voluntad de Dios de la misma manera que El estaba dispuesto a aceptarla. Esta es la copa del Señor. Si queremos estar cerca del Señor o recibir gloria, tenemos que obedecer la voluntad de Dios.

La obediencia a la voluntad de Dios es muy importante. Si uno afirma gratuitamente que obedece la voluntad de Dios, probablemente no ha visto la enorme importancia de la voluntad de Dios. Obedecer la voluntad de Dios significa estar relacionado con ella directamente. Todo lo demás puede cambiar; aun la cruz, la cual es la copa de la ira de Dios. Pero Su voluntad jamás cambia. Cuando leemos la oración que el Señor ofreció en Getsemaní, debemos detectar el espíritu de dicha oración. El huerto de Getsemaní habla de la cumbre de la sumisión del Señor en la tierra. El no puso la copa por encima de la voluntad de Dios. Este es un principio muy profundo. El objeto de Su sumisión era la voluntad de Dios, no la copa. Desde el primer día hasta el último tuvo una lealtad firme a la voluntad de Dios. El Señor obedeció la voluntad de Dios hasta el final. Esto era más importante para El que todo lo demás. Yo creo que hay una revelación muy profunda en la experiencia terrenal descrita en Getsemaní. Debemos conocer a Cristo por medio de esta profunda revelación. Hasta algunas horas antes de ir a la cruz, El todavía no estaba comprometido con la obra de ir a la cruz, pues sólo estaba comprometido con obedecer la voluntad de Dios. Por lo tanto, el llamado más alto no es ni la obra ni el sufrimiento ni la cruz, sino la voluntad de Dios. Por esto el Señor les dijo a Jacobo y a Juan: “¿Podéis beber la copa que Yo bebo?” Parece que el Señor estuviera diciendo: “Si un hombre quiere estar cerca de Mí, y tener una posición en la gloria por encima de los demás hijos de Dios, debe ser como Yo que obedezco la voluntad de Dios y la tomo como Mi única meta. Sólo estas personas pueden estar junto a Mí y se pueden sentar a Mi derecha o a Mi izquierda”. Estar cerca del Señor y sentarnos a Su derecha o a Su izquierda depende de si podemos beber Su copa, es decir, de si nos rendimos en absoluta obediencia a Su voluntad.