CAPITULO DIECISEIS

EL ABUSO DE LA AUTORIDAD DELEGADA,
Y EL JUICIO GUBERNAMENTAL DE DIOS

Lectura bíblica: Nm. 20:2-3, 7-13, 22-28; Dt. 32:48-52

LA AUTORIDAD DELEGADA
DEBE SANTIFICAR AL SEÑOR

Después de que los israelitas vagaron por el desierto más de treinta años, vemos que en Números 20 olvidaron la lección que habían aprendido a cerca de la rebelión. Cuando llegaron al desierto de Zin, no hallaron agua y murmuraron contra Moisés y Aarón (vs. 2-3). Estos habían aprendido ya muchas lecciones delante del Señor, pero en esta ocasión Moisés no se condujo debidamente como autoridad delegada de Dios. Examinemos cómo juzga Dios a una persona que es Su autoridad delegada cuando ésta comete un error. Dios no estaba enojado esta vez ante la murmuración del pueblo, pero le dijo a Moisés que tomara la vara, la cual es símbolo de la autoridad de Dios, y hablara a la roca para que de ésta saliera agua. Esto nos muestra que Moisés y Aarón eran la autoridad delegada por Dios. Dios no dijo que El quería castigar al pueblo. Moisés y Aarón no eran jóvenes; con todo y eso, fracasaron en su posición como autoridad delegada. El versículo 10 nos muestra que Moisés se enojó cuando dijo: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” El apelativo rebeldes es una expresión bastante severa tanto en español como en hebreo. Es una expresión cortante en el idioma original. Moisés usó palabras muy severas, ya que estaba bastante enojado. Posiblemente pensó: “Este pueblo rebelde ha causado problemas por décadas y todavía sigue en las mismas”. El olvidó la orden de Dios y golpeó la roca dos veces. Aunque Moisés estaba equivocado, de todos modos el agua brotó (v. 11).

Este acto hizo que Dios inmediatamente reprendiera a Su siervo. El dijo: “No creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel” (v. 12a). Esto significa que Moisés y Aarón no habían santificado a Dios, es decir, no habían separado a Dios de ellos mismos. Las palabras de Moisés estaban erradas y también cometió el error de golpear la roca. Su espíritu estaba equivocado, por lo cual representó a Dios de manera errónea. Debemos tocar el espíritu de lo que Dios le dijo. Parece como si Dios le hubiera dicho: “Yo vi que Mi pueblo tenía sed, y le di de beber. ¿Por qué les reprendes?” Les dijo a Moisés y a Aarón que no lo habían santificando. Esto significa que ellos no lo habían puesto aparte como aquel que es Santo. Parece como si les dijera: “Vosotros me incluisteis en vuestros errores”. Las palabras expresan la actitud que uno tenga, y lo que dijo Moisés no santificó a Dios. Su actitud y sus sentimientos fueron diferentes a los de Dios. Dios no reprendió al pueblo, pero Moisés sí lo hizo. Esto hizo que los israelitas tuvieran una percepción equivocada de Dios, pues pensaron que Dios era terrible y que estaba pronto a condenar y, por ende, no tenía misericordia.

Es necesario que la autoridad represente debidamente a Dios. Ya sea en ira o en compasión, debemos representar a Dios siempre. Si estamos equivocados, debemos confesar que lo estamos; jamás debemos involucrar a Dios en nuestros errores. Si lo hacemos, recibiremos juicio. Debemos tener cuidado, pues es peligroso implicar a Dios en nuestros errores. Moisés había sido una autoridad delegada por varias décadas, pero involucró a Dios en su error. El representó mal a Dios. Por eso, Dios tuvo que juzgarlo. Cuando una autoridad delegada comete un error y no lo confiesa, Dios interviene y se vindica. El no podía dejar de juzgar a Moisés y a Aarón; por lo cual trajo Su juicio sobre ellos, para dejar en claro que habían actuado independientemente de El, y que El no había tenido parte en tal acción. La rebelión de Israel pudo haber sido una rebelión de actitud solamente, y su espíritu pudo haber estado libre de rebeldía. Por eso Dios no juzgó al pueblo. Moisés no debió haberlos juzgado precipitadamente si Dios no los había juzgado. No debió proclamar aquellas palabras desenfrenadas basándose en su parecer. Moisés reprendió a los israelitas. Esta fue su actitud y su ira, lo cual pudo conducir a los israelitas a creer que ésta era la actitud y la ira de Dios. La ira del hombre no puede cumplir la justicia de Dios. Por eso a Dios le corresponde vindicarse. El tuvo que separarse de Moisés y de Aarón para dejar en claro que Moisés actuó por su cuenta en esa ocasión. Las palabras que Moisés expresó aquel día fueron sus propias palabras, y no las de Dios. Jamás debemos implicar a Dios en nuestros errores o fracasos personales. Tampoco podemos dar a otros la impresión de que nuestra actitud es la actitud que Dios expresa por medio de Su autoridad delegada. Si hacemos tal cosa, Dios tendrá que vindicarse. La autoridad delegada actúa de parte de Dios. Si nosotros nos enojamos, solamente podemos decir que nosotros estamos enojados, no Dios. Debemos establecer la diferencia. Mi mayor temor es que el hombre se atreva a asociar sus propios actos con la obra de Dios y piense que no es necesario identificar sus acciones como propias y no de Dios.

Estamos prontos a equivocarnos y cuando lo hacemos, debemos reconocerlo. Por un lado, esto nos salva de representar mal a Dios y de caer en una trampa; y por otro, nos guarda de caer en tinieblas. Si tomamos la iniciativa de reconocer nuestros errores, Dios no tendrá que vindicarse; de lo contrario, seremos juzgados por Su mano gubernamental.

 

LA SERIEDAD DE SER UNA AUTORIDAD DELEGADA

El resultado de este incidente fue la manifestación del juicio de Dios. Dios dijo que Moisés y Aarón no entrarían en la tierra de Canaán debido a su error (v. 12b). Cuando el hombre habla y actúa apresuradamente y no santifica a Dios, éste tendrá que vindicarse. Cuando eso sucede, el hombre no puede pedirle a Dios que lo perdone nuevamente. He aquí otro aspecto que debemos resaltar: cada vez que ejerzamos la autoridad de Dios y cuidemos de Sus asuntos, debemos hacerlo con temor y temblor; debemos velar y no ser arrogantes por todos los años que tenemos. Cuando Moisés se enojó y arrojó al suelo las tablas de piedra escritas por Dios, Dios no lo juzgó, porque Moisés estaba lleno del celo de Dios y fue correcto lo que hizo. El tenía celo por Dios, quien no lo reprendió. Pero después de seguir a Dios por tantos años, él representó mal a Dios al desobedecerlo, pues golpeó dos veces la roca y habló a la ligera. De este modo, involucró a Dios en sus errores e hizo que pensaran que sus palabras eran las palabras de Dios y que su juicio era el de Dios. Este fue un grave error. A fin de servir a Dios, debemos santificarlo y no asociarlo descuidadamente con nosotros. De lo contrario, cuando Dios se vindique, sufriremos severamente Su juicio. Moisés perdió su derecho de entrar a la tierra de Canaán debido a este único error.

EL JUICIO GUBERNAMENTAL DE DIOS

Los israelitas no pudieron entrar en Canaán debido a que se rebelaron muchas veces. Moisés y Aarón se equivocaron una sola vez, y eso fue suficiente para impedirles entrar. Ser una autoridad delegada es un asunto muy serio. El juicio de Dios sobre la autoridad delegada es muy serio. En Números 18 Dios le dijo a Aarón que él y sus hijos llevarían el pecado del santuario (v. 1). Cuanto más representa una persona la autoridad de Dios, más lo examina Dios y no le permite seguir adelante. En Lucas 12 el Señor también dijo: “A todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará, y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (v. 48).

Números 20 dice que Aarón moriría en el monte de Hor como castigo. Vemos a Moisés, a Aarón y a su hijo Eleazar subir al monte de Hor juntos (vs. 25-27). ¡Qué hermoso cuadro es éste! Los tres fueron sumisos y estuvieron dispuestos a aceptar el juicio de Dios. Verdaderamente conocían a Dios. Así que, ni siquiera oraron. Aarón sabía que su día había llegado, y Moisés también sabía lo que le iba a suceder a él. Ellos fueron como Abraham cuando subió con Isaac al monte. Abraham sabía lo que esperaba a Isaac. Dios le dijo a Moisés que subiera con Aarón y Eleazar al monte, debido al incidente de las aguas de la rencilla. Moisés iba adelante, y ya en el monte, supo el camino que Aarón seguiría y el rumbo que él mismo tomaría.

Tan pronto como Aarón fue despojado de sus vestiduras, murió (v. 28). Cuando un hombre se quita sus vestiduras, no muere, pero el caso de Aarón indica que su vida era sustentada por su servicio. Es decir, cuando un siervo del Señor termina su servicio, su vida se detiene. Existen muchas personas que no son siervos genuinos. Cuando ellos terminan su presunto servicio, su vida continúa. Aquí vemos que Aarón era un siervo genuino del Señor.

Deuteronomio 32 muestra que el juicio de Dios no se deja de ejecutar a pesar del transcurso del tiempo. Dios juzgó a Moisés de la misma manera que a Aarón. El le dijo a Moisés que subiera al monte Nebo y que allí moriría. (vs. 48.52). Durante aquellos días Moisés fue fiel. Deuteronomio 32 y 33 muestra que antes de morir, él cantó y bendijo a los hijos de Israel. El no le pidió a Dios que lo librara de ese juicio, sino que humildemente se sometió a Su mano. A pesar de ser una autoridad delegada por Dios, de ser obediente a El toda la vida, no se le permitió entrar en Canaán debido a su único fracaso al representar a Dios. ¡Cuán grande fue esta pérdida! Moisés fue llevado al monte Nebo, a la cumbre de dicho monte, la cual se le conocía como Pisga. Allí Dios le dijo a Moisés: “Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá” (34:4). La promesa de Dios tardó quinientos años, desde los días de Abraham; pero Moisés pudo verla solamente y no pudo heredarla debido a que representó mal la autoridad de Dios en Meriba. ¡Qué pérdida tan grande sufrió!

Tengo una pesada carga que quisiera compartir con ustedes. Nada es tan serio ni tan delicado como representar mal la autoridad. Tengo temor de que nuestros jóvenes representen equivocadamente la autoridad de Dios. Tal vez nos equivoquemos una sola vez, pero ese error puede acarrear el juicio de Dios. Cada vez que ejercemos la autoridad de Dios, debemos orar para estar unidos a Dios. En el momento en que cometamos un error, debemos dejar en claro que lo hicimos separados de Dios. De lo contrario, traeremos el juicio de Dios sobre nosotros. Cuando tomemos una decisión debemos preguntar si la decisión concuerda con la voluntad de Dios. Podemos decir que actuamos en Su nombre sólo si estamos seguros de que ésa es la voluntad de Dios. Moisés reprendió a los israelitas y golpeó la roca en Meriba. El no podía decir que estaba actuando en el nombre del Señor. Debió haber dicho: “Estoy haciendo esto por cuenta propia”. De lo contrario, el recibiría juicio. Espero que no seamos insensatos y vivamos delante del Señor en temor y temblor. No actuemos precipitadamente cuando digamos que actuamos en nombre del Señor. No debemos excedernos al juzgar ni tomemos decisiones ligeramente. Controlemos nuestro espíritu y nuestra lengua. Especialmente no digamos nada cuando estemos enojados. Cuando uno actúa representando la autoridad de Dios, puede hacerlo como debe o puede involucrar a Dios en sus errores. Este es un asunto muy serio. Cuanto más conozcamos a Dios, más cuidadosos seremos. Si caemos en la mano gubernamental de Dios, es posible que seamos perdonados, pero es posible que no. Por ningún motivo podemos ofender el gobierno de Dios. Esto es algo que debemos comprender bien. Sólo después de haber visto la manera apropiada de representar la autoridad, podremos ser una autoridad delegada.

 

LA AUTORIDAD DELEGADA
NO PUEDE DARSE EL LUJO DE COMETER ERRORES

Un servicio iniciado por el yo no puede ser aceptado por Dios. De hecho, nadie puede servir a Dios por su propio esfuerzo. Uno debe servir estando en resurrección para que su servicio sea acepto a Dios. El Señor no quiere que nos equivoquemos pensando que la autoridad procede de alguien aparte de Dios. No somos la autoridad, sino sólo representantes de la misma. No hay lugar para la carne. Debemos decirle a los demás que todos los errores vienen de nosotros y que todo lo correcto proviene de Dios. Cada vez que hablemos o enfrentemos algo, debemos recordar que no podemos confiar en nosotros mismos y debemos conocer la voluntad de Dios. No podemos actuar por nuestra cuenta y tomar decisiones ligeramente. La autoridad no descansa en nosotros, pues sólo somos autoridades delegadas. Si actuamos conforme a nuestra propia voluntad, crearemos grandes problemas. La iglesia no puede estar sin autoridad y tampoco puede tolerar el abuso de autoridad. Dios tiene la meta específica de establecer Su autoridad.

En la iglesia la sumisión es incondicional, y el temor y temblor por parte de la autoridad delegada debe también serlo. Sin sumisión la iglesia no existe. Al mismo tiempo, la autoridad delegada no debe tomar decisiones ni hablar ni dictar los pasos de otros descuidadamente. Está mal juzgar a los hermanos o interpretar la Biblia livianamente. Nuestra sumisión y nuestra representación de la autoridad deben ser incondicionales. Existen dos problemas en la iglesia hoy: Uno es la falta de sumisión perfecta, y el otro es la mala representación de la autoridad. Debemos aprender a no hablar descuidadamente ni hacer sugerencias gratuitamente. Debemos abrir nuestro espíritu al Señor continuamente para contemplar Su luz. Si no lo hacemos, implicaremos a Dios en nuestros errores. Podemos incluso decir que actuamos en nombre del Señor o para El. En realidad, ninguna de nuestras acciones son del Señor. Debemos aprender a someternos y, al mismo tiempo, a representar a Dios. Por lo tanto, debemos conocer el significado de la cruz y la resurrección. El avance de la iglesia depende de la medida en que hayamos aprendido esta lección.

LA AUTORIDAD SE BASA EN EL MINISTERIO,
Y ESTE SE BASA EN LA RESURRECCION

La autoridad del hombre se fundamenta en su ministerio, el cual, a su vez, se basa en la resurrección. Sin resurrección no hay ministerio, y sin ministerio no hay autoridad. Sin resurrección Aarón no podía servir, pues tanto su servicio como su autoridad delante de los hombres estaban cimentados en la resurrección, la cual nos capacita para servir a Dios y nos establece como autoridad ante los hombres. Dios no puede escoger como autoridad Suya a un hombre que no tenga un ministerio.

La autoridad no es un asunto de posición. Sin servicio espiritual no puede haber autoridad delegada. Sólo cuando tenemos un servicio espiritual ante el Señor, podemos tener autoridad ante los hombres, ya que después que tenemos un ministerio espiritual Dios puede escogernos para que seamos Su autoridad entre Sus hijos. Por lo tanto, la autoridad está basada en el ministerio que uno tenga delante de Dios, y el ministerio se fundamenta en la resurrección. De este modo, no hay confusión con respecto a la autoridad, porque tampoco hay confusión con respecto al ministerio. El ministerio es dado por Dios. Por lo tanto, la autoridad también es dada por Dios. Si uno no tiene un ministerio, tampoco puede tener autoridad. Toda autoridad se basa en el servicio. Si no hay servicio, no hay autoridad. Aarón tenía autoridad debido a que tenía un servicio delante del Señor. Su incensario hizo propiciación, y la plaga se detuvo, pero los incensarios de los 250 líderes fueron maldecidos. La rebelión descrita en Números 16 fue una rebelión no sólo contra la autoridad, sino contra el ministerio. Aarón tenía un ministerio espiritual porque estaba en resurrección. El podía ser la autoridad, porque él tenía un ministerio.

Nuestra autoridad jamás debe ir más allá de nuestro ministerio. No debemos jactarnos de ninguna autoridad que no sea parte de nuestro ministerio. Debemos ser fieles en nuestro ministerio ante Dios y en nuestro servicio ante los hombres. No debemos emprender planes demasiado grandes para nosotros (Sal. 131:1). Debemos ser fieles en nuestra porción delante del Señor. Muchas personas cometen el error de pensar que cualquiera puede ejercer autoridad y no comprenden que la autoridad procedente de un ministerio nunca va más allá del servicio que desempeña entre los hijos de Dios. La medida de la autoridad delante de los hombres debe corresponder a la medida de su ministerio delante de Dios. El servicio que uno ofrece delante de Dios determina la autoridad que tiene ante los hombres. Si la autoridad va más allá del ministerio, viene a ser una posición y carece de respaldo espiritual.

La autoridad procede del ministerio y, cuando se ejerce, trae la presencia de Dios. El ministerio crece en resurrección y se basa en Dios. Si un ministro representa mal la autoridad, su ministerio se detendrá, tal como se detuvieron el ministerio de Moisés y de Aarón. Debemos mantener la autoridad del Señor y no hablar livianamente. De lo contrario, sufriremos el juicio de Dios.

LA VINDICACION DE DIOS

Cuando la autoridad delegada comete un error, Dios intervendrá y la juzgará. Su juicio es Su vindicación, la cual es un principio importante en Su administración. Dios desea delegarnos Su nombre; El nos permite usar Su nombre, como una persona que da su sello a alguien y le permite usarlo en su nombre. Siendo éste el caso, cuando representamos mal a Dios, El se ve obligado a vindicarse, pues tiene que demostrar que el error fue nuestro y no Suyo.

Moisés y Aarón sufrieron un juicio muy serio como resultado de su error. Al final, ambos murieron. La gran pérdida fue que no pudieron entrar en Canaán. Ninguno de los dos debatió con Dios; pues sabían que la vindicación de El era más importante que la entrada de ellos a Canaán. Ellos estuvieron dispuestos a permitir que Dios se vindicara y a no entrar en Canaán. En Deuteronomio 32, Moisés muestra específicamente que ellos habían cometido el error, y no Dios. Debemos mantener la verdad absoluta; no debemos tratar de tomar la senda más fácil. Ningún siervo de Dios que sea fiel debe tomar el camino fácil. La vindicación de Dios es más importante que nuestro nombre, nuestras preferencias o nuestros años de oración y nuestras esperanzas. Moisés y Aarón fueron mansos y se sometieron a la mano de Dios. Ellos pudieron haber argumentado con Dios, pero prefirieron no hacerlo. No oraron por sí mismos ni aun al final. Habían orado muchas veces por los hijos de Israel, pero no oraron por sí mismos. Este silencio es precioso. Ellos supieron permitir que Dios se vindicara y estuvieron dispuestos a llevar la vergüenza sobre ellos mismos. Cuando Moisés asentó el relato en su libro, dejó en claro que él había cometido el error. El no discutió frente al juicio ni hizo propuestas livianamente ni trató de ejercer control. El fue humilde y lleno de gracia, y temió a Dios. El es en verdad un modelo para nosotros los que servimos al Señor.

Que el Señor nos dé Su gracia para que seamos sensibles. Que le dé Su gracia a la iglesia en estos tiempos finales. Debemos orar así: “Señor, manifiesta Tu autoridad en la iglesia y permite que cada hermano y hermana conozca la autoridad. Manifiesta Tu autoridad en la iglesia local y permite que Tu autoridad delegada se manifieste por medio del hombre”. Espero que los que toman la responsabilidad en la iglesia no cometan ningún error con respecto a la autoridad, y que tampoco haya ningún error por parte de los que reciben las órdenes de la autoridad. Espero que cada uno de nosotros reconozca su condición, para que el Señor pueda seguir adelante.