CAPITULO QUINCE

LA BASE DE LA AUTORIDAD DELEGADA:
LA RESURRECCION

Lectura bíblica: Nm. 17

El propósito de Números 17 es mostrarnos cómo juzga Dios la rebelión de Israel. En el capítulo dieciséis de Números surgió una rebelión como nunca antes, pero en el capítulo diecisiete se relata la forma en que se le puso fin; también nos muestra cómo apartarnos de la rebelión y de la muerte. ¿Qué hizo Dios? El vindicó a cada uno de los que El había escogido como Su autoridad delegada. También mostró a los israelitas la base sobre la cual El escoge a Sus autoridades delegadas y la razón por la cual lo hace. Tal base es indispensable en cada una de las autoridades delegadas por Dios, y la ausencia de la misma incapacita a alguien como autoridad delegada.

LA BASE DE LA AUTORIDAD DE DIOS
ES LA RESURRECCION

Dios les ordenó a los doce líderes que tomaran sus varas, una por cada tribu de Israel, y las pusieran delante del arca del tabernáculo de reunión. Luego añadió: “Y florecerá la vara del varón que yo escoja” (v. 5). Una vara es un pedazo de madera; es una rama a la que se le arrancaron las hojas y se le cortó la raíz. Estuvo viva, pero ahora está muerta. Antes recibía la savia del árbol y florecía y llevaba fruto, pero ahora está muerta. Las doce varas carecían de hojas y de raíz, y estaban secas y muertas. La vara que floreciera sería la que Dios había escogido. Vemos con esto que la resurrección es la base de la elección que Dios hace, y también la base de la autoridad.

El capítulo dieciséis habla de la rebelión del hombre contra la autoridad delegada por Dios y de la manera en que el hombre se opone a dicha autoridad. El capítulo diecisiete muestra que Dios respalda Su autoridad delegada. La base sobre la cual Dios vindica Su autoridad es la resurrección. Por medio de ésta Dios detuvo la murmuración del hombre. Es obvio que el hombre no tiene derecho a cuestionar a Dios, pero Dios fue condescendiente y le dijo cuál era la razón y la base de Su autoridad delegada. La base de dicha autoridad es la resurrección. Esto silenció a los israelitas.

Tanto Aarón como los israelitas eran descendientes de Adán y eran carnales. Debido a su naturaleza y a su carácter natural tanto el uno como los otros eran hijos de ira; por lo cual no había diferencia entre ellos. Las doce varas eran iguales; ninguna de ellas tenía hojas ni raíz; todas estaban muertas y secas. Esto nos muestra que la base del servicio no puede ser nuestra vida natural; lo que nos da la autoridad es la vida de resurrección que recibimos de Dios. La autoridad no está relacionada con el hombre sino con la resurrección que se manifiesta por medio de éste. Aarón no era diferente a las demás personas, excepto que Dios lo había escogido y le había dado la vida de resurrección. Vemos, por consiguiente, que la base de la autoridad es la resurrección.

EL FLORECIMIENTO DE LA VARA
ES UNA EXPERIENCIA QUE NOS HACE HUMILDES

Las doce varas estuvieron toda la noche frente al arca. Dios permitió que la vara de Aarón floreciera, echara botones y diera almendras maduras. Era una vara muerta, pero Dios infundió en ella el poder de la vida. Moisés sacó todas las varas que habían sido puestas delante del arca y las trajo a los israelitas. ¿Qué significaba el hecho de que la vara de Aarón reverdeciera? En primer lugar, hace que su dueño se humille; segundo, silencia a los dueños de las demás varas. Si tomamos una vara seca y muerta como la de Aarón, la cual sabemos que jamás ha de florecer y para nuestra sorpresa encontramos que ha reverdecido, florecido y echado fruto en una sola noche, ¿cuál sería nuestra reacción? Confesaríamos a Dios con lágrimas, que El hizo esto y que aquello está muy por encima de nosotros. Esta será Su gloria y no la nuestra. Espontáneamente nos humillaremos delante de Dios. Esto es lo que Pablo quiso decir cuando dijo: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Co. 4:7). Sólo los necios se enorgullecen. Una persona que ha recibido gracia de parte de Dios caerá postrado delante de El, diciendo: “Dios hizo esto; no tengo nada de qué gloriarme pues todo depende de la misericordia de Dios y no del deseo ni del afán del hombre. No hay nada que no hayamos recibido. Todo lo que tenemos lo debemos a la elección de Dios”.

Aquí vemos que la base de la autoridad no depende del hombre ni tiene que ver con él. Cuando Aarón sirvió al Señor nuevamente con su autoridad, él pudo decirle al Señor: “Mi vara estaba tan muerta como las otras; sin embargo, yo puedo servir, pero ellos no; yo tengo autoridad espiritual y ellos no. Mi vara estaba tan seca como las demás. Ninguna de nuestras varas se puede tomar en cuenta. Lo único que cuenta es la misericordia de Dios. Fue Dios quien me escogió”. De aquel día en adelante, él no sirvió valiéndose de su vara, sino de la vara que reverdeció.

 

LA SEÑAL DEL MINISTERIO: LA RESURRECCION

La vara significa la posición humana, mientras que el florecimiento denota la vida de resurrección. En cuanto a posición, los doce líderes de las doce tribus estaban en el liderazgo. Aarón era el representante de la tribu de Leví, la cual no era diferente a las demás, Aarón no podía servir a Dios basado en su posición, porque su posición era igual a la de los demás. De hecho, ésa fue la razón por la cual las otras tribus se opusieron a su liderazgo. ¿Pero qué hizo Dios? El ordenó que se pusieran doce varas delante del arca en el tabernáculo de reunión, toda una noche. La vara de aquel a quien Dios escogiera, reverdecería, lo cual se refiere a la resurrección. La resurrección es la única señal que Dios reconoce. El sólo reconoce como siervos Suyos a aquellos que han pasado por la muerte y la resurrección. Por lo tanto, la señal del ministerio es la resurrección. El hombre no puede basar su servicio a Dios en su propia posición, sino en la elección de Dios. Después de que Dios permitió que la vara de Aarón reverdeciera, floreciera y llevara fruto, las tribus lo vieron y no tuvieron nada que decir.

La autoridad no es algo por lo cual uno puede pelear, ya que es establecida por Dios. No tiene nada que ver con nuestra posición como líderes. La autoridad que uno tenga depende de si ha pasado por la muerte y la resurrección. No hay nada en nosotros mismos que nos establezca como autoridad espiritual. Todo depende de la gracia, la elección y la resurrección. Para uno caer en el orgullo tiene que degradarse y sumirse en profundas tinieblas y ceguera. Si depende de nosotros mismos, ninguna vara florecerá, ni aun si tuviera años para hacerlo. Lo difícil hoy es encontrar una persona que se postre y reconozca que es igual a los demás.

Cuando Aarón vio que su vara había reverdecido, debió ser el primero en sorprenderse, y debió postrarse con lágrimas en adoración al Señor. Esta tal vez fue su oración: “¿Por qué floreció mi vara? ¿No es mi vara igual a las demás? ¿Por qué me has otorgado tal gloria y poder? Mi vara jamás habría florecido sola”. Lo que es de la carne siempre será carne. Aarón era igual al resto del pueblo de Dios. Después de esta experiencia, otros podrían engañarse pero Aarón no. El comprendió que toda autoridad espiritual proviene de Dios. Hoy debemos darnos cuenta de que no hay motivo alguno de jactancia. Tenemos misericordia porque a Dios le plugo darnos Su misericordia. No somos competentes en nosotros mismos para emprender este ministerio, sino que nuestra competencia viene de Dios (2 Co. 3:5). Es extraño que un hombre afirme que vive delante del Señor y no sea humilde. ¡Qué osadía y necedad tan extrema habría tenido el pollino si hubiera pensado que, al entrar Jesús en Jerusalén sobre él, las alabanzas eran dirigidas hacia él! Vendrá el día cuando veremos cuán vergonzoso es esto. Aun si anhelamos esta gloria, debemos tener presente que nuestra gloria está en el futuro y no en el presente.

Todos los hermanos y hermanas jóvenes deben aprender a ser humildes. Recordemos que no podemos seguir adelante. No pensemos que por haber aprendido algunas lecciones espirituales, somos diferentes a los demás. Todo depende de la gracia de Dios y todo proviene de Dios. No podemos hacer nada por nuestra cuenta. Aarón sabía que Dios hizo que su vara reverdeciera; pues tal obra sólo pudo efectuarla un poder sobrenatural. Debido a esto Dios habló a los israelitas y también habló a Aarón. De ahí en adelante, Aarón supo que su servicio se cimentaba en que la vara había reverdecido y no en él mismo. Si queremos servir a Dios hoy, debemos darnos cuenta de que nuestro servicio está basado en la resurrección, la cual se basa en Dios, y no en nosotros.

¿QUE ES LA RESURRECCION?

Respondemos que la resurrección es todo aquello que no proviene de nuestro ser natural ni de nosotros mismos ni se basa en nuestra capacidad. La resurrección se refiere a lo que está más allá de nuestro alcance, lo que no podemos hacer nosotros. A cualquier vara se le pueden tallar algunas flores o pintar de colores, pero nadie puede hacerla florecer. Nunca hemos escuchado que una vara pueda reverdecer y florecer, después de haber sido usada por décadas. Esta es la obra de Dios. Ninguna mujer puede dar a luz después que se ha cerrado su matriz, pero Sara tuvo un hijo después de cerrarse su matriz (Ro. 4:19). Esta fue la obra de Dios. Por lo tanto, Sara tipifica la resurrección. ¿Qué es la resurrección? La resurrección manifiesta que nadie puede hacer nada por su propio esfuerzo sino por medio de Dios. No tiene importancia alguna si uno es más inteligente o más elocuente que otros. Si uno tiene alguna espiritualidad, esta espiritualidad no proviene de uno, sino de la obra de Dios. Supongamos que Aarón hubiera sido lo suficientemente necio como para decirles a los demás: “Mi vara es diferente a las de ustedes, es más fina, más dura y más derecha; por eso reverdeció”. ¡Cuán insensato habría sido! Si pensamos que somos diferentes a los demás, eso sería una terrible necedad. Incluso si hay algo diferente en uno, es el resultado de la obra de Dios. La resurrección indica que todo proviene de Dios.

El nombre Isaac significa “risa”. ¿Por qué llamo Abraham a su hijo “risa”? Lo hizo por dos razones. Primero, Dios le prometió a Abraham que Sara daría a luz un hijo. Cuando ella escuchó esto se rió, lo cual era apenas natural. Cuando se miró a sí misma, no pudo hacer otra cosa que reírse. El tiempo de concebir había pasado, y su matriz estaba cerrada. ¿Cómo podría ella dar a luz? Pensó que era imposible. Por eso se rió cuando Dios le dijo a Abraham que ella tendría un hijo. En segundo lugar, un año después, cuando Sara dio a luz a un hijo ella se reía de alegría. Por eso Dios le puso por nombre Isaac (Gn. 18:10-15; 21:1-3, 6-7), que significa “risa”. La primera vez que ella se rió, lo hizo pensando en lo imposible que le parecía la promesa. La segunda vez, se rió porque descubrió que había sido posible. Si uno nunca ha experimentado la primera risa, no podrá experimentar la segunda. Si nunca se ha percatado de su propia incapacidad, no podrá experimentar el poder de Dios. Sara se conocía a sí misma muy bien y estaba consciente de que no podía concebir, pero tan pronto vio la obra de Dios, pudo reírse. Así que la resurrección significa que Dios nos da algo que no tenemos en nosotros mismos. La Biblia testifica una y otra vez que el hombre no puede hacer nada por su cuenta. Pero muchas personas piensan que pueden. En lo relativo al servicio, si algunos se ríen de sí mismos reconociendo que no pueden llevar a cabo la tarea que les es propuesta, se reirán nuevamente diciendo: “Yo no lo hice, pero he visto con mis ojos que el Señor lo hizo por mí”. Si hay alguna manifestación de la autoridad en nosotros, debemos decirle al Señor: “Señor Tú hiciste esto; no fui yo”. La resurrección indica que uno no puede hacerlo y que Dios lo hace todo.

 

LA RESURRECCION ES
EL PRINCIPIO ETERNO DEL SERVICIO

El principio de todo servicio yace en la vara que reverdeció. Dios devolvió las once varas a los líderes, pero guardó la vara de Aarón dentro del arca como un memorial eterno. Esto significa que la resurrección es un principio eterno en nuestro servicio a Dios. El siervo del Señor debe haber muerto y resucitado. Dios da testimonio a Su pueblo reiteradas veces de que la autoridad para servirlo se basa en la resurrección, y no en el hombre. Todos los servicios ofrecidos al Señor deben pasar por la muerte y la resurrección a fin de que sean aceptables delante de Dios. La resurrección significa que todo es de Dios y no de nosotros; significa que todo es hecho por El y no por nosotros. Los que tienen un alto concepto de sí mismos, no conocen el significado de la resurrección. Nadie debe equivocarse al pensar que puede hacerlo todo por sí mismo. Si un hombre continúa pensando que tiene capacidad, que puede hacer algo y que es útil, no sabe lo que es la resurrección. Tal vez sepa de la doctrina, la razón o el resultado de la resurrección, pero no conoce la resurrección. Todos los que conocen la resurrección perdieron toda esperanza en sí mismos, y saben que no pueden hacer nada. Mientras permanezca la fuerza natural, no habrá lugar para que el poder de la resurrección se manifieste. Mientras Sara podía tener un hijo, Isaac no vino. Todo lo que podamos hacer nosotros pertenece a la esfera natural, mas lo que es imposible para nosotros, pertenece a la esfera de la resurrección.

El poder de Dios no se manifiesta en la creación ni por medio de ella sino en la resurrección y por medio de la misma. Cuando el poder de Dios se manifiesta en la creación, no necesita ser precedido por la muerte. Lo creado no necesita nada que lo preceda, pero todo lo que provenga de la resurrección, necesita algo que lo preceda. Si un hombre puede sobrevivir por lo que poseía, no ha experimentado la resurrección. Si la capacidad de un hombre radica en lo que tenía anteriormente o si es lo que era antes, no tiene la resurrección. Debemos reconocer que no podemos hacer nada ni ser nada ni tener nada. Somos como un perro muerto. Si reconocemos esto, y hallamos que hay todavía algo vivo en nosotros, eso es la resurrección. La creación no necesita haber pasado por la muerte, pero la resurrección requiere que caigamos postrados delante de Dios y confesemos: “No puedo hacer nada; no soy nada y no tengo nada. Esto es lo que soy. Si puedo dar algo a otros es porque Tú me lo diste primero. Si puedo hacer algo, es porque Tú lo haces por medio de mí”. Una vez que nos postramos delante del Señor, todo lo que tenemos vendrá a ser la obra de Dios en nosotros. En lo sucesivo, no estaremos equivocados, ya que reconoceremos que todo lo que está muerto es nuestro y que todo lo vivo pertenece a Dios. Debemos distinguir claramente entre el Señor y nosotros; todo lo que tenga que ver con la muerte pertenece a nosotros, y todo lo que se relacione con la vida pertenece al Señor. El Señor nunca se confunde, pero nosotros sí nos confundimos a menudo. Uno debe llegar al final de sí mismo para convencerse de su total inutilidad. Después de que Sara dio a luz a Isaac, no fue tan necia como para pensar que ese hijo era producto de su fuerza. El pollino no debía equivocarse al pensar que la proclamación de hosanna estaba dirigida hacia él. Dios tiene que llevarnos al punto donde no confundamos lo que procede de El con lo que sale de nosotros.

Todo aquel que está en una posición de autoridad debe tener esto presente y no debe equivocarse jamás al respecto. No debe haber ningún mal entendido acerca de la autoridad, pues ésta procede de Dios y no de nosotros; somos solamente guardianes de ella. Sólo quienes han visto esto, son aptos para recibir la autoridad delegada. Hermanos y hermanas, cuando nos preparamos para la obra, no debemos ser necios pensando que tenemos alguna autoridad innata. Tan pronto como violemos el principio de la resurrección, perdemos la autoridad; y cuando tratemos de exhibir la autoridad, la perderemos. Una vara seca sólo puede exhibir muerte; pero cuando uno está en resurrección, tiene autoridad, ya que ésta descansa en la resurrección y no en la vida natural. Todo lo nuestro es natural. Por lo tanto, la autoridad no reposa sobre nosotros, sino sobre el Señor.

EL TESORO Y LOS VASOS DE BARRO

Lo que Pablo presenta en 2 de Corintios 4:7 concuerda con esta enseñanza. He pensado muchas veces que Pablo describe un hermoso cuadro en este capitulo. El se compara con un vaso de barro, y compara con un tesoro el poder de la resurrección que está en él. Es como el ungüento precioso contenido en el frasco de alabastro. El sabía perfectamente que él era como un vaso de barro y que el tesoro que tenía dentro era la excelencia del poder. Hay una gran diferencia entre estas dos cosas. Pablo dijo que el poder de la resurrección es un tesoro y que es sobremanera grande. Estas son palabras francas de un hombre sincero, el cual lo describe muy bien con la expresión “la excelencia del poder”. Luego añade que él estaba atribulado, mas no angustiado debido a la eficacia del tesoro. En sí mismo no tenía salida, pero con el tesoro sí. El era perseguido, pero por el tesoro no estaba abandonado. Estaba derribado, pero por el tesoro no estaba destruido. El era oprimido en todo aspecto, mas por el tesoro no estaba angustiado. Por un lado, actuaba la muerte y, por otro, la vida. Aunque la muerte nos asedia constantemente, la vida es producida en nosotros. A medida que la muerte opera, se manifiesta la vida. En 2 Corintios 4 y 5 se revela el centro del ministerio de Pablo. Lo único que allí encontramos es el principio de la muerte y la resurrección. Todo lo que hay en nosotros es muerte, y todo lo que está en el Señor es resurrección.

DONDE HAY RESURRECCION HAY AUTORIDAD

Toda la autoridad que se vea en nosotros proviene de Dios, no de nosotros. No debemos equivocarnos; necesitamos ver claramente que toda autoridad viene del Señor. Estamos aquí en la tierra con el único fin de mantener Su autoridad, no para ejercer la nuestra, ya que la autoridad no nos pertenece. Cada vez que confiamos en el Señor, se despliega la autoridad. Pero cuando expresamos la vida natural, somos iguales a cualquier otra persona y carecemos por completo de autoridad. Sólo lo que procede de la resurrección puede ejercer la autoridad, ya que ésta se basa en aquella, y no en el hombre. Ninguna vara común puede ser puesta delante de Dios; sólo una vara que esté en resurrección puede ser puesta delante de El. Además, la resurrección se encuentra en la vara que haya reverdecido. No nos referimos a una resurrección superficial sino a una resurrección completa. No se trata solamente de una expresión de la vida de resurrección que luego se desvanece, sino una vida que ha reverdecido, florecido y dado frutos. Esta es la vida de resurrección madura. Sólo quienes son maduros en la vida de resurrección, pueden actuar en calidad de autoridad delegada por Dios. Cuanto más se exprese en nosotros la vida de resurrección, más autoridad tendremos.