CAPITULO CATORCE

EL CARACTER DE LA AUTORIDAD DELEGADA: LA GRACIA

Lectura bíblica: Nm. 16

LA MANERA EN LA CUAL MOISES
HACE FRENTE A LA REBELION

No hubo una rebelión tan grande como la relatada en Números 16. Coré, de la tribu de Leví, tomó la iniciativa y convocó a Datán y a Abiram, ambos de la tribu de Rubén. Además, 250 de los líderes de la congregación se les unieron. Toda esta compañía se reunió y profirió serias acusaciones contra Moisés y contra Aarón. Fue una gran rebelión. La murmuración descrita en Números 12 se limitó a Aarón y María y fue hecha a escondidas. Pero la rebelión del capítulo dieciséis fue corporativa y fue dirigida directamente contra Moisés y contra Aarón. Los rebeldes dijeron: “¡Basta ya de vosotros! ... ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (v. 3). Las acusaciones fueron muy serias y severas. Pero debemos prestar atención a lo siguiente: (1) la condición de Moisés, es decir, su actitud, y (2) la manera en que hizo frente a esta situación, es decir, la manera en que respondió.

La primera reacción:
se postró sobre su rostro

El versículo 4 dice que la primera reacción de Moisés fue postrarse en tierra. Esta es una actitud propia de un siervo de Dios, pues mientras los rebeldes estaban de pie hablando, Moisés estaba postrado sobre su rostro. He aquí un hombre que se ha encontrado con la autoridad, pues era verdaderamente manso y no guardaba ningún rencor. Tampoco se vindicaba ni discutía. Lo primero que hizo fue postrarse sobre su rostro. En los versículos del 5 al 7 parece como si estuviera diciendo: “Jehová dará a conocer quién es Suyo, quién es santo, y El lo escogerá y lo acercará a Sí mismo. No hay necesidad de discutir, ya que en la mañana todo se sabrá. No me atrevo a decir nada por mí mismo pues El demostrará claramente quién es Suyo. Si El nos escoge, estará bien, pero dejemos que sea El quién lo haga. No es decisión nuestra. Mañana nos presentaremos todos delante del Señor y seremos probados por los incensarios. Dejemos que el Señor decida quién es la persona que El escogió; nosotros no tenemos que pelear por esto. Dios mostrará quién es Suyo, sólo vayamos a El y abrámonos a Su palabra”. Moisés dijo algo así con mansedumbre mientras estaba postrado sobre su rostro. Sin embargo, sus últimas palabras fueron palabras solemnes: “¡Esto os baste, hijos de Leví!” (v. 7). Este fue un suspiro de dolor expresado por un anciano que conocía a Dios. Los israelitas habían estado vagando en el desierto por un largo tiempo, pero todavía no habían llegado a Canaán. Moisés esperaba que ellos pudieran entrar en Canaán y deseaba poderlos restaurar.

Exhortación y restauración

Los versículos del 8 al 11 contienen la exhortación que Moisés dio a Coré, con la cual trataba de restaurarlo. Moisés tuvo que hacer frente a las acusaciones de ellos, mientras esperaban la respuesta de Dios el próximo día. El estaba consciente de la seriedad del asunto y, al mismo tiempo, estaba preocupado por ellos. Pero no era suficiente preocuparse; así que, sintió la necesidad de exhortarlos. Parecía como si le dijese a Coré: “No es poca cosa que vosotros, los hijos de Leví, hayáis sido escogidos por Dios para servir en Su tabernáculo. Deberíais estar contentos con esto. ¿Por qué deseáis también ser sacerdotes? Al hacer esto, no os estáis oponiendo a mí sino a Jehová”. Moisés era generoso y sabía lo que estaba haciendo; pues conocía la gravedad del asunto, y por eso estaba preocupado por los hijos de Leví, y por eso mismo los exhortó. Su exhortación no fue hecha con arrogancia, sino con humildad. A pesar de que ellos lo atacaban y estaban equivocados, él podía exhortarlos. Esta es una característica de una persona verdaderamente mansa. Si abandonamos a los demás en sus errores, ello indica que estamos endurecidos y que no tenemos intención de restaurarlos. Si nos rehusamos a exhortarlos, nos falta humildad y, por el contrario, somos orgullosos. Cuando Moisés los reprendió, se dirigió a ellos con franqueza para hacer frente a la situación. Inclusive les dio una noche para que pensaran, con la esperanza de que se arrepintieran.

Cuando Moisés confrontó a los rebeldes, les habló por separado. Primero habló con Coré, el levita, y después con Datán y Abirám. En el versículo 12 manda a llamar a Datán y a Abirám, pero éstos se rehusan a acudir, indicando así que ellos querían dividirse. Aquí vemos que aun cuando la autoridad delegada es rechazada, ésta siempre procura evitar que los opositores se dividan. Más bien trata de recobrar a los perdidos. Datán y Abiram dijeron: “¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel?” (v. 13). Esta frase es una tergiversación, ya que es totalmente lo contrario a la verdad. Habían olvidado que en Egipto hacían ladrillos y que allí no había miel ni leche; ni siquiera tenían paja para hacer ladrillos. Esto es como conducir a una persona al Señor, y que luego ella nos acuse de haberla llevado al infierno, o como el caso de los diez espías que vieron personalmente las riquezas de Canaán y no quisieron entrar sino que murmuraron contra Moisés. Por lo tanto, nada se puede hacer en este caso, salvo ejecutar juicio sobre la rebelión de Datán y Abiram, que había ido tan lejos. Moisés hizo lo posible por restaurarlos, pero ellos declararon dos veces que no irían. Entonces Moisés perdió toda esperanza, se enojó y se presentó a Jehová para resolver el asunto. (v. 15). Le dijo a Coré “Tú y todo tu séquito, poneos mañana delante de Jehová; tú, y ellos, y Aarón; y tomad cada uno su incensario y poned incienso en ellos, y acercaos delante de Jehová, cada uno con su incensario, doscientos cincuenta incensarios; tú también, y Aarón, cada uno con su incensario” (vs. 16-17). El séquito de Coré se presentó delante del tabernáculo de reunión murmurando contra Moisés y Aarón nuevamente. En ese momento la gloria de Jehová apareció ante toda la congregación.

Dios se presentó para traer juicio. Coré era el cabecilla de la rebelión, y la congregación lo seguía, por lo cual Dios estaba preparado para destruir no sólo al caudillo de la rebelión, sino también a toda la congregación (v. 21). Pero Moisés se postró delante del Señor nuevamente. La primera vez que Moisés se postró sobre su rostro fue delante de sus hermanos, y la segunda vez fue delante del Señor. El oró por toda la congregación e intercedió a su favor, por lo cual Dios respondió a sus oraciones y ordenó a la congregación que se apartara de aquellos impíos (vs. 22-24). Moisés se levantó y fue a donde se encontraban Datán y Abirám (ellos eran de la tribu de Rubén y vivían en un lugar separado). Debido a que ellos no fueron a Moisés, éste fue a ellos y ordenó que la congregación se apartara de ellos; entonces Dios ejecutó Su juicio sobre Coré, Datán y Abiram (vs. 25-33).

 

No posee un espíritu de juicio

Cuando Dios estaba a punto de ejecutar el juicio, Moisés dijo: “En esto conoceréis que Jehová me ha enviado para que hiciese todas estas cosas, y que no las hice de mi propia voluntad” (v. 28). Moisés era una persona mansa; así explicó por qué debía hacer aquello, pues Dios le había ordenando que lo hiciera. Según su propio sentir, él no juzgaría a los que se rebelaran contra él, pero lo hizo porque Dios se lo mandó. El demostró de nuevo que era un siervo de Dios, pues no les dijo que lo habían ofendido a él, sino que habían ofendido a Jehová. Tenemos que aprender a percibir el espíritu de las personas como él. No tenía ningún deseo de juzgar, pues él era un siervo de Dios y sólo deseaba obedecerle. Moisés no tenía ningún sentimiento personal; el único sentir que él tenía era que la congregación había ofendido a Dios al ofender a Su enviado. Después, les dijo que Dios lo había enviado y que habría evidencias que confirmarían esto. Debemos comprender que Moisés no estaba equivocado. Si lo hubiera estado, el éxodo de los israelitas habría sido un fracaso. Dios lo había enviado a sacarlos de Egipto, así como envió a Cristo para impartir vida al hombre. El tenía que establecer a Moisés como Su autoridad. El resultado del juicio fue la destrucción total de tres familias y la muerte de los 250 líderes que fueron consumidos por el fuego. Dios ejecutó un juicio terrible con el fin de establecer Su autoridad delegada. El camino de los rebeldes va hacia el Hades; la rebelión y la muerte siempre van juntas. La autoridad es establecida por Dios, y cuando el hombre ofende la autoridad de Dios, menosprecia a Dios mismo. Así que, Moisés actuó como una autoridad delegada y nunca habló por su propia cuenta ni hubo espíritu de juicio en él.

Intercesión y propiciación

Cuando los israelitas vieron que la tierra abrió su boca, tuvieron temor de caer también (v. 34). Ellos tenían temor del juicio, pero no de Dios. Todavía no reconocían a Moisés, y sus corazones no se habían arrepentido. Por lo tanto, su temor no les ayudó en nada. Pensaron en las palabras de Moisés toda la noche; aún así, se rebelaron de nuevo. Toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón diciendo: “Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová” (v. 41). De hecho, si uno no ha experimentado la gracia de Dios, no puede esperar cambio alguno. Esta fue la razón por la cual Dios quiso destruir inmediatamente a toda la congregación. En ese pasaje vemos la reacción de una autoridad delegada frente a la oposición. Moisés pudo haberse enojado mucho por la acusación de toda la congregación, pues esto no había sido obra suya sino de Dios. No obstante, los israelitas lo culparon a él. Ellos no se rebelaron contra Dios, sino que atacaron a la autoridad delegada y le juzgaron duramente. Los versículos del 42 al 45 nos dicen que la reacción de Dios fue más rápida que la de Moisés y Aarón. Entonces, la gloria de Dios apareció de repente, y una nube cubrió el tabernáculo de reunión. Dios iba a juzgar a toda la congregación, y les dijo a Moisés y a Aarón que se apartaran de en medio de la congregación. Esta orden parecía decir a Moisés y a Aarón: “La oración que hicisteis ayer fue una equivocación, pero de todos modos, la contesté. Pero hoy voy a destruir a toda la congregación; ¿que me podéis decir ahora?” Dios nunca se equivoca; además está lleno de misericordia, por lo cual había contestado la oración del día anterior. Sin embargo, en esta ocasión El no toleraría más la rebelión.

Por lo tanto, Moisés y Aarón se postraron sobre sus rostros la tercera vez. El discernimiento espiritual de Moisés era claro y sabía que esta vez la oración no resolvería el problema pues el pecado del día anterior todavía seguía, de algún modo, escondido. Ahora se había manifestado abiertamente. El le dijo a Aarón que tomara el incensario, fuera a la congregación e intercediera por ellos (vs. 45-47). Moisés era apto para ser una autoridad delegada de Dios. El conocía el final trágico que los israelitas iban a tener y sabía que la pérdida de ellos era la pérdida de Dios; así que le rogó a Dios que, por Su gracia, perdonara al pueblo. Su corazón estaba lleno de compasión y misericordia. Este es el corazón de uno que conoce a Dios. Moisés no era un sacerdote y, por ende, no podía ofrecer ningún sacrificio, pero sabía que la situación era crítica y no tenía tiempo de rogar a Dios. Así que ordenó a Aarón que ofreciera un sacrificio e hiciera propiciación por el pueblo inmediatamente. Vemos aquí la intercesión y la propiciación. En ese momento la mortandad había comenzado; por eso, Aarón corrió y se puso en medio de la congregación, entre los muertos y los vivos; entonces la mortandad cesó. Aquel día murieron catorce mil setecientas personas (vs. 48-49). Si Moisés y Aarón no hubiesen reaccionado tan rápidamente, el número de muertos habría sido mayor.

Aquí podemos ver la clase de persona que era Moisés y cómo actuaba en calidad de autoridad delegada. El tenía la intención de hacer propiciación; su corazón era tan misericordioso como el del Señor. El corazón de Moisés intercedía y perdonaba. El no se gozaba en la ejecución del juicio. La clase de persona que puede servir a Dios como autoridad delegada debe representar a Dios y, al mismo tiempo, preocuparse llevando los hijos de Dios sobre sus hombros. La autoridad que Dios delega debe cuidar a Su pueblo. El debe llevar sobre sus hombros no sólo a los obedientes sino también a los desobedientes. Si Moisés sólo se preocupara por sí mismo y se ofendiera por la manera como lo trataran y si se quejara constantemente de no poder soportar esto o aquello, no sería competente como autoridad delegada. Cuando Dios busca alguien en quien depositar Su autoridad, no sólo tiene en cuenta la sumisión individual de la persona, sino también su reacción cuando otros se oponen a ella como autoridad delegada. La reacción de una persona a la rebelión y a la oposición de otros, saca a la luz la clase de persona que es. Muchos sólo se preocupan por sí mismos y se turban mucho por las críticas, las censuras, los malos entendidos y la oposición. Su mente gira en torno a ellos mismos. Se consideran muy importantes. Tales personas no pueden ser una autoridad delegada por Dios.

 

EL CARACTER DE LA AUTORIDAD DELEGADA:
IMPARTE GRACIA

Cuando uno es apartado para la obra de Dios, debe aprender como Moisés. El fue fiel en toda la casa de Dios, no para sí mismo. Si él hubiera permitido que Dios sufriera pérdida, su carne habría disfrutado tranquilidad y comodidad; pero en ese caso, no habría sido fiel. Puede ser que nos rechacen y menosprecien, pero debemos llevar los asuntos de los hijos de Dios sobre nuestros hombros y no permitir que la casa de Dios sufra pérdida. Esto nos presenta un cuadro hermoso de la fidelidad de Moisés en toda la casa de Dios. Mientras Aarón ofrecía sacrificios por los hijos de Israel, Moisés estaba postrado orando a Dios. El no sabía lo que iba a hacer Dios; así que le pidió a Aarón que ofreciera sacrificios e hiciera propiciación por el pueblo de Israel. Aunque el pueblo se rebeló contra Moisés, él llevó los pecados de ellos sobre sus hombros. El se encargó de su caso y aunque ellos se le oponían y lo rechazaban, él intercedía por ellos. Moisés era la parte ofendida; sin embargo, él era quien rogaba a Dios que los perdonara. Pese a que murmuraban en su contra, él intercedía por ellos delante de Dios. Vemos, entonces, la clase de persona que puede ser una autoridad delegada. La autoridad delegada no debe actuar según sus propios sentimientos ni se debe preocupar por sí misma ni ser egocéntrica.

Si queremos ser una autoridad delegada por Dios, debemos aprender a llevar a todos los hijos de Dios sobre nuestros hombros. Que el Señor nos haga misericordiosos y capaces de tolerar a todos los hijos de Dios y de llevarlos sobre nuestros hombros. Si nos preocupamos solamente por nuestros propios sentimientos, no podremos llevar las cargas de los hijos de Dios. Debemos confesar nuestros pecados. Somos muy cerrados y severos, y no somos como Moisés. Dios tiene mucha gracia, pero no quiere impartirla directamente; por eso desea que Sus siervos busquen Su gracia internamente mientras llevan a cabo la justicia de Dios externamente. La obra de Dios es justa externamente, y al mismo tiempo Su corazón está lleno de gracia; por consiguiente, El desea que todos Sus siervos, es decir, Su autoridad delegada, tengan el mismo corazón que El tiene y también estén llenos de gracia. El desea que nosotros llevemos Su gracia a otros; por lo tanto, debemos pedir más gracia internamente. Esto complace a Dios. ¿Por qué hay tantas personas cerradas y egocéntricas? Muchas personas no pueden soportar ninguna ofensa, pero si Dios puede recibir ofensas, nosotros también debemos recibirlas.

Si llevamos sobre nuestros hombros la carga de la iglesia y de los hijos de Dios y aprendemos a postrarnos delante del Señor, El podrá obtener Su autoridad delegada sobre la tierra hoy. Cuanto más impartamos la gracia, más aptos seremos para ser la autoridad delegada por Dios, pues dicha acción es una característica de la autoridad delegada. Los que tratan a los demás conforme a la justicia no son aptos para ser una autoridad delegada. Debemos invertir todo nuestro tiempo orando por esto si queremos aprender bien la lección. Debemos aprender a bendecir a los que murmuran de nosotros, a interceder por los que nos rechazan y a rogar que Dios perdone a quienes nos ultrajan. Las autoridades delegadas por Dios suministran gracia. Los que solamente procuran ser justos, necesitan la misericordia de Dios. Debemos permitir que sólo Dios ejecute Su justicia en todos los aspectos, y nosotros debemos impartir la gracia a todos los hombres. Este es el carácter de la persona a quien Dios delega Su autoridad.