SEXTA SECCION — ANDAR SEGUN EL ESPIRITU

 

 

SEXTA SECCION — ANDAR SEGUN EL ESPIRITU

 

 

SEXTA SECCION — ANDAR SEGUN EL ESPIRITU
CAPITULO UNO
LOS PELIGROS DE LA SENDA ESPIRITUAL
ANDAR CONFORME AL ESPIRITU
En la vida cristiana no hay nada más crucial que andar continuamente conforme al espíritu, ya que esto mantiene al creyente en la debida condición espiritual, lo libra del poder de la carne, lo hace apto para cumplir la voluntad de Dios y lo libra de los ataques de Satanás. Una vez que conocemos la función del espíritu, es muy importante que de inmediato empecemos a andar según el espíritu. Esto es algo que debemos hacer minuto a minuto, y que por ningún motivo debemos descuidar. Debemos tener cuidado con el peligro de recibir las enseñanzas del Espíritu Santo sin obedecer lo que El nos indica. Esta es la experiencia de muchos y es la razón de su fracaso. Recibir las enseñanzas solas no es suficiente; hemos de obedecerlas. Nunca debemos estar satisfechos con el conocimiento espiritual; debemos anhelar conducirnos de acuerdo con el espíritu. A menudo escuchamos acerca de “el camino de la cruz” pero, ¿qué es realmente este camino? No es otra cosa que andar conforme al espíritu, ya que para hacerlo, nuestra voluntad, nuestro amor y nuestros pensamientos deben ser clavados en la cruz y deben morir. Para obedecer la intuición y la revelación del espíritu se requiere que diariamente experimentemos la cruz.
Quizá los creyentes espirituales hayan experimentado algo de las funciones del espíritu, como lo mencionamos anteriormente, pero sus experiencias no perduran; son esporádicas debido a que aún no entienden claramente todas las funciones y las leyes de su espíritu y, por ende, no andan permanentemente conforme al espíritu. Al escuchar esta verdad, aunque sus experiencias pueden atestiguar que es cierta, lamentablemente sus experiencias no perduran. Si su intuición tuviera el debido crecimiento, andarían constantemente según el espíritu y no serían afectados por el mundo exterior. (Nota: todo lo que está fuera del espíritu constituye el mundo exterior.) Muchos creyentes, debido a que no conocen la ley del espíritu, piensan que la vida según el espíritu es fluctuante y sin reglas, y difícil de practicar. Muchos se han propuesto cumplir la voluntad de Dios y obedecer la dirección que el Espíritu Santo revela a su espíritu, pero no se atreven a avanzar porque no tienen confianza en la intuición; aún no han aprendido a captar el sentir de la intuición ni disciernen sus movimientos; no saben si deben actuar o detenerse; tampoco saben cuál es la condición normal del espíritu y, como resultado, éste no puede dirigirlos constantemente.
Por no mantener el espíritu en la debida condición, lo privan de su poder para operar. Algunas veces la intuición les revela algo, pero no saben por qué les dijo aquello en ese preciso momento. Tampoco entienden por qué no reciben revelación si ellos diligentemente la han buscado. Desconocen por completo el motivo de su fracaso.
La verdad es que reciben revelación por medio de su espíritu porque algunas veces sin darse cuenta andan conforme a la ley del espíritu; pero otras veces no obtienen ninguna revelación porque su búsqueda no concuerda con la ley del espíritu. Si pudieran andar constantemente según la ley del espíritu, siempre serían guiados por éste, pero la desconocen. Si deseamos tener revelaciones en el espíritu, conocer la voluntad de Dios y hacer lo que le agrada, no podemos darnos el lujo de dejar al margen sus leyes. Los sentimientos del espíritu tienen mucho significado; para poder cumplir sus requerimientos y andar continuamente de acuerdo con él, debemos aprender a conocerlos. Es indispensable entender la ley del espíritu para andar conforme al espíritu.
Muchos creyentes piensan que la obra esporádica del Espíritu Santo en su espíritu es la experiencia más sublime de su vida; así que, por ser algo tan especial que sólo puede suceder unas pocas veces durante su vida, no esperan que ésa sea su experiencia diaria. Si obedecieran al espíritu de acuerdo con la ley del mismo, su vida estaría en otra esfera. Sin embargo, consideran las experiencias espirituales como extraordinarias e imposibles de mantener, sin darse cuenta de que las experiencias espirituales deben ser sus experiencias diarias y comunes. Lo extraño debería ser no tener estas experiencias y vivir en tinieblas.
A veces recibimos cierto pensamiento; si sabemos discernirlo, podremos determinar si proviene de nuestro espíritu o del alma. Algunos pensamientos arden en el espíritu, pero algunos son simplemente ansiedades en el alma. Los creyentes deben aprender a diferenciarlos. Después de sopesarlos, el creyente puede discernir fácilmente lo que es espiritual y lo que es anímico. El creyente debe saber siempre cuál parte de su ser está actuando. Cuando piensa, siente o labora, debe reconocer el origen de su pensamiento, de su sentir y del poder que emplea. De esta manera, dependiendo de si la fuente es el espíritu o el alma, puede obedecer el sentir o abstenerse de obrar, según sea el caso.
Sabemos que con nuestra alma estamos conscientes de nosotros mismos; por eso examinarse a uno mismo y centrarse en uno mismo es algo del alma y es peligroso. ¿Por qué? Porque esto hace que el creyente constantemente se detenga en él mismo y desarrolle la vida del yo. La exaltación de uno mismo proviene, por lo general, de centrarse en uno; no obstante existe un tipo de examen personal que provee el conocimiento que es indispensable para recorrer la senda espiritual y que nos hace aptos para que verdaderamente sepamos cuál es nuestra condición y cómo nos estamos conduciendo. El peligro de estar consciente de uno mismo incluye los pensamientos de vanagloria o de desánimo que se derivan de estancarse en los éxitos o en los fracasos. El examen personal que es provechoso es aquel cuyas consideraciones sólo tienen como fin determinar el origen de los pensamientos, los sentimientos y las preferencias. Dios desea que no vivamos conscientes de nosotros mismos, pero eso no significa que debemos ser personas que no se dan cuenta de lo que son. Tenemos que dejar de centrarnos excesivamente en nosotros mismos, pero al mismo tiempo debemos conocer, por el Espíritu Santo, lo que sucede en nuestro ser; por eso debemos observar cuidadosamente las actividades del yo.
Muchos creyentes, aunque son regenerados, no parecen darse cuenta de que poseen espíritu. No es que no lo tengan, sino que no lo perciben. Tal vez tengan el sentir del espíritu, pero no saben de dónde proviene. Todo creyente genuino, nacido de nuevo, sabe que la verdadera vida que debe experimentar es la vida de su espíritu. Si está dispuesto a aprender, sabrá cual es verdaderamente el sentir de su espíritu. Una cosa es cierta: el alma puede ser afectada por el mundo exterior, pero no el espíritu. Por ejemplo, al ver una escena hermosa, disfrutar de la serenidad de la naturaleza, escuchar música melodiosa o al tocar las cosas que nos rodean, el alma es conmovida, lo cual suscita en ella algún sentimiento. Pero eso no sucede con el espíritu. Si el espíritu del creyente está lleno del poder del Espíritu Santo, es independiente del alma. A diferencia del alma, la cual depende de las influencias externas en sus actividades, el espíritu actúa por iniciativa propia; a eso se debe que puede operar en cualquier circunstancia. De ahí que, el creyente espiritual continúa trabajando sin importar si su alma tiene deseo de hacerlo ni si su cuerpo no tiene fuerza, porque él vive continuamente de acuerdo con la actividad de su espíritu.
Desde el punto de vista práctico, el sentir del alma y el de la intuición del espíritu son bastante diferentes. Sin embargo, ocasionalmente el sentir del alma es muy parecido al de la intuición del espíritu. Algunas veces son casi idénticos, y es difícil distinguirlos. Aunque no es muy común, sucede. Es tanta su similitud que su diferencia no es mayor que el espesor de un cabello. Si el creyente actúa precipitadamente, es difícil que pueda escapar del engaño, pero si espera pacientemente y discierne el origen de su sentir, el Espíritu Santo, a Su tiempo, le revelará la verdad. Si deseamos andar de acuerdo con el espíritu, no debemos actuar apresuradamente.
Los creyentes anímicos, en su mayoría, tienen ciertas inclinaciones. Por lo general, tienden o a ser regidos por sus emociones o por sus pensamientos. Cuando desean ser espirituales y andar según el espíritu, con frecuencia caen en la trampa de actuar en la dirección opuesta a la que suelen. Es decir, el creyente emotivo pensará que su razonamiento frío es la dirección de su espíritu. Al comprender lo anímica que era su vida de emociones, confunde ser racional con ser espiritual. El creyente analítico creerá que sus emociones son la guía del espíritu; puesto que sabe que la clase de vida fría e intelectual es anímica, pensará que hacer lo contrario, es decir, ser emotivo, equivale a ser espiritual. No se dan cuenta de que sólo intercambiaron la posición de los sentimientos y la razón, pero siguen siendo tan anímicos como antes. Debemos recordar la función del espíritu. Es decir, andar conforme al espíritu equivale a andar conforme a la intuición, porque el conocimiento espiritual, la comunión y la conciencia se experimentan por medio de la intuición. El Espíritu Santo emplea la intuición para guiar al creyente, el cual no tiene que imaginarse qué es lo espiritual; basta con obedecer a la intuición. Si desea obedecer al Espíritu Santo, debe conocer Su voluntad en la intuición.
Algunos buscan desesperadamente los dones del Espíritu Santo. Muchas veces su búsqueda espiritual es su búsqueda de felicidad; el yo está detrás de ella. Sienten que el Espíritu Santo desciende sobre ellos, sus cuerpos son poseídos por un poder externo o por una ola de calor desde la cabeza hasta los pies, y se imaginan que recibieron el bautismo del Espíritu Santo. Sin duda, el Espíritu Santo puede permitir que alguien lo perciba con sus emociones, pero es muy peligroso buscarlo en las emociones, ya que esto no sólo estimula la vida del alma, sino que se presta a los engaños de Satanás. A los ojos de Dios, lo que
tiene valor no es que sintamos Su presencia ni que lo amemos con nuestras emociones, sino que obedezcamos al Espíritu Santo en nuestra intuición y que vivamos según lo que El nos revela en nuestro espíritu. A menudo vemos que alguien que ha sido “bautizado por el Espíritu Santo” sigue viviendo en conformidad con la vida natural y no con el espíritu; no posee agudeza en su intuición para discernir el mundo espiritual. Eso nos muestra que sólo tiene valor la comunión con el Señor en la intuición, y no en las emociones.
Después de leer acerca de las funciones del espíritu que menciona la Biblia, nos damos cuenta de que el espíritu puede ser tan apasionado como la emoción y tan frío como la razón. Sólo los creyentes maduros pueden conocer la diferencia entre lo que es del espíritu y lo que es del alma. Si el creyente no procura conocer a Dios mediante la intuición ni trata de andar de acuerdo con ella, y simplemente especula en su mente o, peor aún, trata de ser motivado por el Espíritu Santo, eso significa que todavía anda según la carne y sume su vida espiritual en una condición de muerte.
Al observar la conducta de Pablo, vemos la importancia de andar conforme a la intuición del espíritu. El dijo: “Pero cuando agradó a Dios ... revelar a Su Hijo en mí, para que yo le anunciase como evangelio entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco” (Gá. 1:15-17). La revelación procede del espíritu. Cuando el apóstol Juan fue inspirado a escribir el libro de Apocalipsis, recibió la revelación en el espíritu (Ap. 1:10). Las Escrituras testifican al unísono que la revelación ocurre en el espíritu del creyente.
El apóstol dijo que después de recibir la revelación en su espíritu, conoció al Señor Jesús y supo que Dios lo enviaba a los gentiles. El obedeció la dirección del espíritu, y no lo consultó con carne y sangre; no necesitó opiniones ni ideas ni argumentos de hombres, ni fue a Jerusalén para ver a los que tenían “más experiencia” para escuchar su punto de vista; simplemente obedeció el dictado de su espíritu. Una vez que recibió las revelaciones de Dios en su intuición y supo cuál era Su voluntad, no procuró encontrar otra evidencia. Consideró que la revelación en su espíritu era suficiente para guiarlo, pese a que salir a predicar al Señor Jesús no tenía precedente en aquellos días. De acuerdo con el alma de los hombres, cuanto más analicemos algo y cuanto más opiniones oigamos al respecto, especialmente de quienes tienen más experiencia en la predicación del evangelio, mejor. No obstante, Pablo sólo obedeció al espíritu y no se preocupó por lo que pensaran los demás, ni siquiera se interesó en la opinión de los apóstoles más espirituales.
Del mismo modo, nosotros debemos seguir la guía directa del Señor en nuestro espíritu en vez de las palabras de las personas espirituales. ¿Significa esto que las palabras de los hermanos espirituales son inútiles? No, de hecho, son de gran provecho para nosotros; sus recomendaciones y enseñanzas proporcionan mucha ayuda, pero en toda circunstancia debemos ver si sus palabras provienen de Dios, y aun si provienen de El, necesitamos las instrucciones personales de parte del Señor. Cuando no estamos seguros si nuestro sentir es una revelación del espíritu, las enseñanzas de los que han tenido experiencias profundas en el Señor son muy útiles. Pero si tenemos la certeza de que la revelación proviene de Dios, como sucedió con Pablo, no necesitamos confirmar con los apóstoles, aun si estuvieran presentes ahora.
Si leemos el contexto, veremos que el apóstol juzgaba importante haber recibido el evangelio mediante una revelación sin que le hubiese sido enseñado por los otros apóstoles. Este es un punto crucial. El evangelio que predicamos no debe provenir de lo que escuchamos decir a cierto hombre, ni de lo que leímos en un libro, ni de algún ejercicio mental. Si nuestro evangelio no nos fue dado por Dios, no tiene valor espiritual. Los creyentes jóvenes de hoy hacen énfasis en aprender de un maestro, y los más avanzados espiritualmente hablan de la necesidad de impartir las verdades a la siguiente generación. No saben que todo eso carece de valor espiritual. Lo que creemos, lo que predicamos y lo que tenemos no es nada si no lo recibimos por revelación. El creyente puede aceptar pensamientos maravillosos de la mente de otra persona; sin embargo, su espíritu permanece pobre y vacío. Por supuesto que no esperamos recibir un evangelio nuevo, ni menospreciamos las palabras de otros siervos de Dios, ya que la Biblia declara que no debemos menospreciar las profecías. Sin embargo, debemos tener presente que la revelación es absolutamente indispensable.
Sin revelación, todo lo que se diga será en vano. Debemos recibir la revelación de la verdad de Dios en nuestro espíritu, pues así nuestra predicación tendrá resultados con valor espiritual. De no ser así, lo que comuniquemos será inútil. Para el obrero de Cristo la revelación en el espíritu debe ocupar la posición más elevada. Este es el primer requisito de todo obrero. Sólo de esta manera podemos llevar a cabo una obra espiritual y obedecer al espíritu. ¡Hoy día muchos obreros confían en su intelecto y en su mente! Aun los creyentes que tienen la fe más pura reciben a veces las verdades con su mente, pero todo ello no es más que obras muertas. Debemos preguntarnos si nuestra predicación proviene de la revelación de Dios o de los hombres.
LOS ATAQUES DE SATANAS
Ya que es tan crucial nuestro espíritu, el órgano con el cual se establece la comunión entre el Espíritu Santo y nosotros, no es de extrañar que Satanás aborrezca que los creyentes conozcan las funciones del espíritu y que anden de acuerdo con él. Su meta es que los creyentes vivan en su alma y que “apaguen el Espíritu”. Hace que sus cuerpos se llenen de sentimientos extraños y que sus mentes estén llenas de pensamientos errantes. De este modo, confunde los sentidos espirituales de los creyentes para que no puedan distinguir lo que verdaderamente es del espíritu y lo que es del alma. El sabe que para que el creyente sea victorioso, es algo esencial determinar los sentidos del espíritu. (¡Qué pena que muchos creyentes no saben esto!) Así que, Satanás hace lo posible por atacar el espíritu del creyente.
Satanás no sólo utiliza los sentimientos y pensamientos para que los creyentes vivan por el alma y no anden por el espíritu, sino que además trae muchos otros engaños. Si puede lograr que el creyente viva en su hombre exterior por medio de sus sentimientos o sus pensamientos, avanza un paso más y se disfraza, haciéndole creer que es el espíritu dentro de él. Esto lo logra obteniendo una posición dentro del creyente y fabricando sensaciones, las cuales, si no son rechazadas por el creyente, ganan terreno dentro de él y en poco tiempo vencen la función del espíritu o entorpecen su sentir. Si el creyente ignora las tácticas del enemigo, éste anulará la función de su espíritu, y el creyente acatará sus sentimientos fraudulentos creyendo que está siguiendo al espíritu. Cuando el sentir del
espíritu cesa, y Satanás sigue adelante con su engaño, el creyente cree que Dios lo guía por medio de su mente renovada; debido al error de no usar su espíritu, la obra de Satanás permanece encubierta. Una vez que el espíritu deja de funcionar, ya no puede colaborar con el Espíritu Santo, y nuestra relación con Dios se interrumpe. Cuando el creyente obedece a los sentimientos y a los pensamientos provenientes de un espíritu engañador, anda según la carne y al alma, y ya no experimenta una vida espiritual genuina.
Si el creyente sigue ignorando todo esto, Satanás lo atacará con más intensidad. Tal vez haga que el creyente deje de sentir la presencia de Dios, pero le dirá que no la necesita, ya que vive por fe; o tal vez haga que se angustie sin razón, diciéndole que está sufriendo con Cristo en el espíritu. Satanás engaña al creyente valiéndose de un espíritu falso para que haga su voluntad. Estas experiencias son comunes entre los creyentes espirituales que no velan constantemente.
El creyente espiritual debe poseer conocimiento espiritual para que su conducta y sus obras se rijan por su razonamiento espiritual. No debe actuar de acuerdo con impulsos, ni ansiedad ni ideas que se le ocurren, y tampoco debe apresurarse; todo lo que haga debe hacerlo después de tener la certeza de que aquello proviene de Dios, basándose en lo que observen sus ojos espirituales y en lo que perciba su intuición. No se debe hacer nada que provenga de un impulso, de un sentimiento ni de un capricho. Toda decisión debe ser analizada cuidadosa y tranquilamente antes de ser llevada a cabo.
Al vivir según el espíritu es crucial escudriñar y comprobar. En la vida espiritual, el creyente no debe pasar sus días en ignorancia. Todo lo que le sucede, ya sean pensamientos o sentimientos (alegres o tristes), deben ser escudriñados exhaustivamente a fin de determinar su origen: Dios, Satanás o el yo. Al creyente le agrada, por naturaleza, tomar la vida de la forma más fácil posible. Todo lo que enfrenta durante el día es tratado de una manera ligera; muchas veces acepta lo que sugiere el enemigo sin investigarlo, pero la Biblia nos manda que “sometamos todo a prueba” (1 Ts. 5:21). El poder y las características de un creyente espiritual vienen de “interpretar lo espiritual con palabras espirituales” (1 Co. 2:13). En el idioma original interpretar significa “comparar”, “probar”, “confrontar” y “juzgar”. Todos los creyentes espirituales tienen este poder a su alcance. El Espíritu Santo se lo da para que no permitan que lo que les suceda pase de largo sin ser probado. De lo contrario, es muy fácil caer en el engaño del espíritu maligno.
LA ACUSACION DE SATANAS
Satanás tiene otra manera de atacar al creyente que sigue diligentemente la voz de la intuición que oye en el espíritu. Acusar al creyente como si fuera su conciencia. El creyente, tratando de mantener una conciencia sin manchas, acepta estas acusaciones y trata de eliminar las cosas que ella censura. El enemigo aprovecha este deseo para acusarlo, haciéndole creer que la reprensión proviene de su conciencia y hace que pierda la paz y se preocupe, tratando de resolver esos problemas, a tal grado que se desanime y no siga adelante.
Los creyentes espirituales deben saber que Satanás no sólo nos acusa delante de Dios, sino también en nuestro interior. Estas acusaciones perturban al creyente haciéndole pensar que cayó y que merece ser castigado. Satanás sabe que los creyentes deben ser osados a fin de progresar en su sendero espiritual, así que finge ser la conciencia para acusarlos y les hace creer que pecaron a fin de que pierdan su comunión con Dios. La dificultad de los creyentes yace en que no saben diferenciar entre la acusación del maligno y la voz de la conciencia. En muchas ocasiones, temen confundir la reprensión de la conciencia con la acusación del maligno, pues podrían desobedecer a Dios. Pero si descuidan la voz interior, ésta se intensificará hasta volverse intolerable; así que los creyentes espirituales no sólo deben estar dispuestos a obedecer la reprensión de la conciencia, sino que además deben discernir las acusaciones del maligno.
Algunas veces, las acusaciones del maligno se relacionan con algún pecado que cometimos, pero otras, el creyente no ha pecado, y aun así, el maligno le hace sentir pecaminoso. Si el creyente cometió un pecado, puede confesarlo inmediatamente delante de Dios y pedir que la preciosa sangre de Cristo lo limpie (1 Jn. 1:9). Si la acusación continúa, ésa debe ser la voz del maligno.
El creyente puede saber si verdaderamente cayó y si es su conciencia la que lo reprende o si está siendo acusado por el maligno, preguntándose si aborrece sinceramente su pecado. Antes de que decida si es la conciencia o el maligno es muy importante que se haga esta pregunta: “Si verdaderamente estoy equivocado en esto, ¿estoy dispuesto a ponerle fin y a confesar mi pecado?” Si en realidad desea hacer la voluntad de Dios y aborrece pecar, entonces antes de ceder ante la acusación puede estar tranquilo ya que no ha desobedecido deliberadamente a Dios. Habiendo decidido seguir la voluntad de Dios, debe examinar si verdaderamente ha cometido ese pecado o no. Debe saber con certeza si ha pecado o no, porque el maligno nos acusa de muchas cosas absurdas. Si hizo algo, debe examinar, basándose en la Biblia y en lo que le dice la intuición, si de hecho cometió un pecado. Sólo entonces debe confesar su pecado a Dios. De no ser así, aunque no haya pecado, Satanás hará que sufra como si lo hubiera hecho.
El maligno proporciona toda clase de sentimientos al hombre. Hace que se sienta gozoso o triste, que sienta que todo está bien o que cometió el peor de los errores. Si el creyente se siente bien, eso no significa que ése sea el caso. Muchas veces, cuando le parece que todo está bien, está totalmente equivocado. Por otra parte, cuando siente que está mal, tal vez no sea así, y quizá se sienta mal por algo que en realidad no es un error. Independientemente de cómo se sienta, debe tener la certeza de lo que es verdad y lo que no es, a fin de que pueda determinar si pecó o no. El creyente debe adoptar una actitud neutral frente a las acusaciones. Antes de actuar debe determinar el origen de la acusación, y si sabe con certeza si es un reproche del Espíritu Santo o la acusación del maligno, debe esperar pacientemente y sin ansiedad hasta tener una evidencia. Si ello proviene del Espíritu Santo y el creyente está dispuesto sinceramente a asumir la responsabilidad de ese acto, la lentitud para responder no se debe a su rebelión, sino a su incertidumbre. El creyente debe rechazar la confesión de pecados provocada por poderes externos, ya que el enemigo a menudo utiliza esta estrategia.
En resumen, la condenación que proviene del Espíritu Santo nos santifica; pero cuando Satanás nos acusa, su fin es que nos acusemos a nosotros mismos. Su intención es hacernos sufrir, y además, si el creyente espiritual desde el principio acepta sus acusaciones, también le puede crear un falso sentimiento de paz para que no se arrepienta de pecados que haya cometido. Este es el peor de los daños. Cuando se trata de la reprensión de la conciencia, todo queda arreglado después de la confesión y de la aplicación de la sangre preciosa del Señor, pero la acusación del enemigo no cesa después de haber confesado el asunto que provocó la acusación. La censura de la conciencia nos guía a la sangre preciosa de Cristo, pero la acusación del maligno nos lleva al desánimo y a la desesperación. Lo que Satanás pretende con sus acusaciones es hacernos pecar al pensar que como no podemos ser perfectos, y que, por consiguiente, debemos permitir que las cosas sigan su curso.
Algunas veces la acusación de Satanás se suma a la reprensión de la conciencia. El pecado está presente, y no sólo la conciencia lo condena, sino que el maligno también nos acusa. Así que, después de que el creyente obedece la voluntad del Espíritu Santo, la voz acusadora no cesa. Es crucial que el creyente tome la determinación de separarse completamente del pecado, sin dar oportunidad a que el maligno lo acuse. Debemos aprender a discernir entre la reprensión del Espíritu Santo y la acusación del maligno, sabiendo cuándo nos hallamos frente a la acusación del maligno y cuándo se trata de la voz de la conciencia juntamente con la acusación del maligno. No importa cuál sea el pecado, si es realmente un pecado, después de rechazarlo y ser limpiados por la sangre preciosa de Cristo, la reprensión del Espíritu Santo cesa.
OTROS PELIGROS
Al andar de acuerdo con el espíritu, los creyentes espirituales deben darse cuenta de que además de los engaños de Satanás y sus ataques, existen otros peligros. Muchas veces nuestra alma por cuenta propia (sin la ayuda de los engaños del maligno) fabrica sentimientos que nos inducen a actuar. El creyente debe recordar que el cuerpo y el alma, así como el espíritu tienen sus propios sentimientos; o sea que no todos los sentimientos provienen del espíritu. Por lo tanto, es extremadamente importante no caer en el error de pensar que los sentimientos del alma o del cuerpo pertenecen a la intuición del espíritu. En la experiencia diaria, el creyente debe saber lo que procede de la intuición y lo que no. Es fácil que el creyente, al saber lo importante que es obedecer la intuición, caiga en el error al olvidarse de que las otras partes de su ser también tienen sentimientos. No es tan difícil llevar una vida espiritual genuina como muchos piensan; de hecho, es sencillo. Sin embargo, tampoco es tan fácil como algunos creen, ya que tiene sus complejidades.
Existen dos problemas: en primer lugar, confundimos algunos sentimientos con la intuición del espíritu; y segundo, interpretamos equívocamente el significado de la intuición. En nuestra vida diaria a menudo nos encontramos con estas dificultades. Las enseñanzas de la Biblia son cruciales(no me refiero a los versículos obtenidos al azar). Para determinar si nuestro sentir y nuestras intenciones provienen del Espíritu Santo, necesitamos ver si concuerdan con la Biblia. Es imposible que el Espíritu Santo inspire a los profetas a escribir las Escrituras de una manera, y que actúe en nosotros de otra. Es imposible que lo que el
Espíritu Santo les prohibió a otros nos lo permita a nosotros. La intuición, la cual está en nuestro espíritu, debe confirmarse con lo que enseña la Biblia. Es un error no tener en cuenta lo que ésta dice para seguir la intuición exclusivamente. La revelación del Espíritu Santo experimentada en nuestro espíritu coincide perfectamente con lo que el Espíritu Santo revela en la Biblia.
A nuestra carne le agrada ejercer su poder en todas partes; así que debemos vigilar su presencia aun cuando estemos obedeciendo las enseñanzas de la Biblia. Como sabemos que ésta revela la intención del Espíritu Santo, pensamos que si la obedecemos al pie de la letra, sin duda estaremos de acuerdo con el deseo del Espíritu Santo, pero ¡ese no es el caso! Muchas veces el creyente puede usar su habilidad mental para estudiar doctrinas bíblicas y, habiéndolas entendido, decide conducirse de acuerdo con ellas. En esa situación, corre el peligro de comprender algo y de llevarlo a cabo valiéndose del poder de la carne. Aunque lo que comprendió y lo que llevó a cabo estaban en completa armonía con la Biblia, no confió en el Espíritu Santo, sino que actuó en la esfera de la carne. Lo que captamos en nuestro espíritu con respecto a la intención del Espíritu Santo lo debemos comprobar por la Biblia, pero además lo que entendemos en las Escrituras lo debe obedecer por medio de nuestro espíritu. Debemos darnos cuenta de que hasta en la obediencia a la Biblia, la carne quiere tener la prioridad. El espíritu no sólo tiene la intuición sino también el poder. Si las doctrinas que entendemos en nuestra mente no se llevan a cabo mediante el poder del espíritu, no tienen valor alguno.
Veamos otro aspecto que requiere nuestra atención. Hay un gran peligro en vivir demasiado por nuestro espíritu o en andar exageradamente en nuestro espíritu. Aunque la Biblia da mucha importancia al espíritu del creyente, podemos caer en el peligro de irnos a los extremos. El espíritu del creyente es importante porque en él mora el Espíritu Santo. Vivimos y andamos de acuerdo con el espíritu porque en él mora el Espíritu Santo, quien nos hace conocer Su voluntad a través de él. La guía y la restricción que recibimos son la guía y la restricción del Espíritu Santo. Debido a que el Espíritu Santo se mueve por medio de nuestro espíritu, cuando prestamos demasiada atención a ello, también prestamos una atención excesiva a nuestro espíritu, el órgano que El usa. Pero existe el peligro de que, habiendo entendido la obra y la función del espíritu humano, confiemos sólo en él y nos olvidemos que es sólo un servidor del Espíritu Santo. Al que buscamos de una manera directa para que nos guíe a toda verdad es al Espíritu Santo, no a nuestro espíritu. Debemos darnos cuenta que el espíritu humano separado del Espíritu Santo es tan inútil como las demás partes de nuestro ser. Nunca debemos invertir la posición del espíritu humano con la del Espíritu Santo. Hablamos en detalle del espíritu humano porque los creyentes desconocen considerablemente sus funciones, pero esto no significa que la posición del Espíritu Santo en el hombre sea inferior que la del espíritu humano. Para saber cómo obedecer y exaltar al Espíritu Santo, necesitamos entender el espíritu humano.
Esto se relaciona estrechamente con ser guiados por el Espíritu Santo. Desde el principio, el Espíritu Santo nos fue impartido por causa del Cuerpo de Cristo. El Espíritu Santo mora en el creyente debido a que mora en el Cuerpo de Cristo, y cada creyente es un miembro del Cuerpo. La obra del Espíritu Santo tiene un carácter corporativo (1 Co. 12:12). El guía a los individuos porque guía a todo el Cuerpo. Las acciones de un miembro afectan a todo el Cuerpo; así que la dirección que el Espíritu Santo da al individuo en su espíritu también se
relaciona con otros miembros. La guía espiritual es la guía del Cuerpo. Así que aunque individualmente seamos guiados en nuestro espíritu, debemos buscar el asentimiento, la confirmación y la solidaridad del espíritu de otros “dos o tres” miembros. En la obra espiritual esto nunca debe descuidarse. Muchos de nuestros errores, pleitos, odios, divisiones, agravios y dolores se deben a que los creyentes (con buenas intenciones) sólo actúan de acuerdo con su propio espíritu. Todo creyente que sigue su espíritu puede comprobar, por su relación con el Cuerpo espiritual, si es guiado por el Espíritu Santo. Nuestra obra, nuestras acciones, nuestra fe y la enseñanza que recibimos deben ser regidos por nuestra relación con los demás miembros.
En su último viaje a Jerusalén, el apóstol Pablo cayó en este error. Dios permitió que Su apóstol por excelencia errara, con el fin de enseñarnos. En el error de Pablo, Dios tuvo misericordia para cubrirlo. Sólo mediante ese error pudo testificar en Roma y tuvo tiempo para escribir varias epístolas. El sentir de Pablo era que “ligado en espíritu” iba a Jerusalén (Hch. 20:22), pero la Biblia dice que los discípulos de Tiro, movidos por el Espíritu Santo, le dijeron que no fuera allí (Hch. 21:4). Aunque sabemos que Dios tuvo misericordia para cubrir a este apóstol en su equivocación, debemos ver el principio de Dios al guiarnos; es decir, Dios guía al creyente individualmente, pero lo guía dentro de la realidad de un Cuerpo. El creyente espiritual debe saber cuándo ir solo, sin importar el consejo de los demás, y cuándo escuchar a sus hermanos.
En síntesis, hay muchos tropiezos a lo largo de la senda espiritual. Debemos saber que un pequeño descuido puede derrotarnos y que no podemos tomar atajos. Un poco de conocimiento no nos garantiza nada; por el contrario, todo debe ser experimentado personalmente. Los que nos han precedido sólo pueden advertirnos de los riesgos que tenemos por delante para que no caigamos. No existen métodos que nos puedan ayudar a evitar ciertas experiencias de nuestro sendero espiritual. Sin embargo, los que son fieles al seguir al Señor tendrán menos fracasos innecesarios.
CAPITULO DOS
LAS LEYES DEL ESPIRITU
El creyente debe aprender a conocer el sentir del espíritu porque ésta es la primera condición para andar según el espíritu. Si no sabe cuál es el sentir del espíritu ni cuáles los sentimientos del alma, no podrá andar conforme al espíritu. Cuando tenemos hambre sabemos que debemos comer. Cuando tenemos frío, sabemos que debemos cubrirnos. Nuestros sentidos expresan nuestras necesidades y exigencias. El hombre debe interpretar los sentidos en su cuerpo para saber cómo satisfacerlos con las correspondientes provisiones materiales. De la misma manera, el creyente debe aprender a conocer los sentidos en su espíritu, lo que ellos significan, qué requieren, y de qué manera satisfacerlos. Cuando el creyente conoce los sentidos de su espíritu, puede andar de acuerdo al espíritu.
Hay unas pocas cosas en cuanto a las leyes del espíritu que debemos conocer. Debido a que no entendemos las leyes del espíritu ni la importancia de sus sentidos, muchas veces cuando el espíritu expresa su deseo, lo pasamos por alto. Debido a que no identificamos las muchas cosas que provienen de nuestro espíritu, éste pierde su posición en nuestra vida diaria como personas espirituales. Cuando descubrimos que en el espíritu se hallan la intuición, la comunión y la conciencia, debemos aprender a reconocer sus actividades y a andar según este espíritu. Cuando somos llenos del Espíritu Santo, nuestro espíritu llega a ser más activo, pero si no le hacemos caso, sufriremos una gran pérdida. Es muy importante tener el hábito de examinar los movimientos del espíritu. Debemos conocer las actividades de nuestro espíritu más que las de nuestra mente.
UN PESO EN EL ESPIRITU
El espíritu debe mantenerse libre. Constantemente debe sentirse ligero, como si flotara, pues sólo en esa condición crece la vida, y la obra no encuentra obstáculos. Por eso, el creyente debe saber qué es tener una carga en el espíritu. Muchas veces siente que su espíritu está oprimido y que no es libre; parece que lo agobia una carga de mil kilos, pero al indagar la razón, no la encuentra. En muchas ocasiones este peso en el espíritu aparece repentinamente sin que el creyente lo note; esto es usado por el enemigo para oprimir a los creyentes espirituales; ya que les quita el gozo y la libertad, de tal modo que no pueden cooperar con el Espíritu Santo y perdiendo su eficacia espiritual. Si el creyente no entiende el origen de este peso ni el significado de la opresión que siente en su espíritu, no sabrá cómo ponerle fin para que su espíritu recobre su condición normal.
Los creyentes tal vez se pregunten la razón por la cual surgen tales sentimientos, y piensan que tal vez sea algo natural o accidental, y sin prestar atención permiten que su espíritu siga oprimido. Muchas veces los creyentes pasan por alto ese peso y continúan su labor, sólo para darse cuenta de que ésta empeora. No se dan cuenta de que el enemigo juega con ellos. Muchas veces, Dios quiere usar a estos creyentes, pero ellos no pueden llevar a cabo la obra debido al peso que llevan en su espíritu. Bajo tal opresión, los sentidos espirituales se
entorpecen; es por eso que Satanás y sus espíritus malignos concentran sus esfuerzos en poner cierto peso en el espíritu de los creyentes y en quitarles la libertad del espíritu. Desafortunadamente, muchos creyentes no se dan cuenta de que el peso proviene de Satanás, y aun si lo saben, no lo rechazan y lo dejan ahí.
Si los creyentes cargan con este peso, seguramente caerán. Si al despertar se encuentran con este peso y no se deshacen de él al instante, pasarán todo el día derrotados. La base de la victoria es un espíritu libre. Para poder luchar contra el enemigo y expresar la vida de Dios, es necesario un espíritu libre de ataduras. Si hay alguna presión en el espíritu, el creyente perderá la capacidad de discernir y la guía que proviene de Dios. Cuando el espíritu es oprimido, la mente es afectada, y cuando la mente deja de funcionar como debe, todo se detiene y cae en el error.
Por lo tanto, cuando sintamos presión o algún peso en nuestro espíritu, es muy importante que inmediatamente resolvamos el asunto. No permitamos que esa condición continúe; de lo contrario, saldremos perjudicados, y el peso será cada vez mayor. Si no nos deshacemos de esa carga, nos acostumbraremos a ella y, con el tiempo, no moveremos ni un dedo para que desaparezca; sin que nos demos cuenta, ese peso llega a ser parte de nuestra vida. Las cosas espirituales llegarán a ser una carga para nosotros y nos será difícil avanzar en la senda espiritual. Si la primera vez no nos deshacemos de ese peso, regresará más fácilmente la segunda vez. La manera de quitárnoslo de encima es detener lo que estamos haciendo para atender a las exigencias de los sentidos espirituales. Inmediatamente debemos rechazar la opresión con la voluntad y por medio del ejercicio del espíritu. Algunas veces debemos hablar (audiblemente) para oponernos a tal peso. En ocasiones tenemos que resistirlo en oración valiéndonos de la fuerza espiritual. Si hacemos esto, los espíritus malignos no podrán agobiar nuestro espíritu con el peso de las cargas.
Sin embargo, es necesario dar otro paso para hallar la causa de este peso. Si no vamos a la raíz, el peso permanecerá. Así que, mientras resistimos la obra del enemigo, debemos rechazar la causa de su acción. Al hacer esto, recuperaremos el terreno que le habíamos cedido. Si tenemos discernimiento, veremos que caímos debido a que en algunas ocasiones y en algunos asuntos no cooperamos con Dios. Cuando eso sucede, el enemigo gana terreno para oprimirnos poniéndonos cierto peso. Es necesario recuperar el terreno perdido. Debemos rechazar el pecado, que le dio al enemigo la oportunidad de obrar, pues así el enemigo huirá.
EL BLOQUEO DEL ESPIRITU
El espíritu necesita el alma y el cuerpo para expresarse, así como el ama de una casa necesita al mayordomo y a los sirvientes para que lleven a cabo sus órdenes, o como la electricidad, que necesita un filamento para expresar su luz. Si el alma y el cuerpo son atacados por los espíritus y pierden su condición normal, el espíritu queda bloqueado y no puede expresarse. Como el enemigo conoce la importancia del espíritu, con frecuencia obra en el alma y cuerpo del creyente, haciendo que pierdan su función, para que así el espíritu no tenga un órgano con el cual expresarse ni una posición victoriosa.
Durante un período así, la mente que es atacada por Satanás cae en un estado de confusión; la parte emotiva queda embargada por la soledad y la tristeza, la voluntad se siente agotada y débil, incapaz de dirigir a la persona, y el cuerpo tal vez se sienta cansado y perezoso. Si el alma y el cuerpo del creyente son atacados, y no hay una resistencia inmediata de parte de ellos, el espíritu quedará cercado; y no podrá pelear vigorosamente contra el enemigo para mantener la victoria.
Cuando el espíritu del creyente es bloqueado, el creyente pierde su vigor; se siente angustiado, tímido, procura esconderse y no quiere hacer nada en público; prefiere retirarse del campo de batalla, ya que no quiere arriesgarse. Piensa que recibió instrucciones para tomar esa posición, pero en realidad, ha sido sitiado. No tiene fuerza para leer la Biblia. Cuando ora, se le acaban las palabras. Cuando observa su obra y su experiencia espiritual, le parece que no tienen significado, y aún en ocasiones hasta le parecen absurdas. Cuando predica, no siente que haya resultados y piensa que sólo lo hace motivado por sus emociones. Si esta condición persiste, recibirá más ataques, y cada vez se sentirá mas oprimido. Esto continuará indefinidamente, a menos que Dios intervenga valiéndose de la oración de otros o de la de el propio creyente. Si éste no tiene el debido conocimiento, se confundirá y no tratará de indagar el motivo de lo que le sucede; por el contrario, permitirá que la situación continúe. Siendo exactos, toda experiencia y todo sentimiento espiritual tiene una razón de ser; debemos averiguarlo diligentemente y no permitir que ningún peso permanezca sobre nosotros.
Todo eso nos acontece cuando el espíritu está sitiado. El alma y el cuerpo son imposibilitados, y el espíritu no tiene forma de expresarse. Satanás confina el espíritu en una celda oscura para que el alma no pueda ser guiada por él; pero cuando este bloqueo desaparece, el creyente encuentra la salida a su situación y recobra su libertad.
Es muy importante que en tales situaciones el creyente use su voluntad para hablar audiblemente. Debe reprender al enemigo en voz alta proclamando la victoria de la cruz y la derrota del enemigo. Debe oponerse con todo su corazón a la obra que el enemigo trata de hacer en su alma y en su cuerpo. La voluntad debe respaldar las palabras para rechazar enérgicamente el bloqueo de Satanás. La oración es otra opción. Muy frecuentemente la oración es el instrumento para eliminar los bloqueos de Satanás, pero en esos casos, el creyente debe orar audiblemente. La mejor oración contra todo ataque del enemigo es invocar el nombre victorioso del Señor Jesús; el creyente debe ejercitar su espíritu encausando su poder para abrir una brecha por la cual salir.
EL ENVENENAMIENTO DEL ESPIRITU
El espíritu del creyente puede ser envenenado por espíritus malignos. Este veneno es un dardo encendido que el enemigo dirige directamente al espíritu. El enemigo lanza aflicción, tristeza, sufrimiento, penas y dolor al espíritu del creyente, a fin de producir un espíritu atribulado (1 S. 1:15). “Mas ¿quién soportará al ánimo [el espíritu] angustiado?” (Pr. 18:14). El enemigo sabe que esto afecta profundamente a la persona. En ocasiones el creyente se siente apesadumbrado y cree que eso es normal, por lo cual no intenta descubrir la causa ni se opone a ello, sino que acepta todo lo que le sucede sin objeción. Recordemos que esto es muy peligroso. Nunca debemos aceptar ningún pensamiento a la ligera ni
permitir que ningún sentimiento nos invada. Si deseamos andar según el espíritu, tenemos que velar en todas las cosas; escudriñando nuestros pensamientos y sentimientos hasta que sepamos de dónde provienen.
Algunas veces Satanás hace que nuestro espíritu se endurezca, hasta volverlo obstinado, estrecho, egoísta, indolente y desobediente. Un espíritu en esa condición no puede cooperar con el Espíritu Santo ni llevar a cabo la voluntad de Dios, pues con un espíritu así, dejamos de amar a los hombres y perdemos toda nuestra gentileza, afabilidad y consideración por las debilidades de otros. Cuando esto sucede, el Espíritu Santo no puede usarnos, ya que perdimos la amplitud de corazón del Señor y quedamos limitados en nosotros mismos.
Algunas veces el enemigo pone en los creyentes un espíritu que no perdona. Este es el veneno más frecuente. Es muy probable que la mayoría de los creyentes espirituales que caen, lo hagan por esta causa. Este veneno, al igual que el deseo de venganza y el perfeccionismo, es el veneno más mortífero para la vida espiritual. En algunas ocasiones, aun después de que el creyente ha sufrido esta clase de envenenamiento, él no percibe lo que ha sucedido ni se da cuenta de que el veneno provino de Satanás; piensa que es él el que odia a los demás y que no puede evitarlo.
Otras veces Satanás hace que los creyentes se cierren, que se impongan límites que los separan de los demás. Si ellos no están conscientes de que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, sólo se preocuparán por su propio círculo, lo cual es un indicio de que su espíritu ha perdido fuerza y se ha cerrado. El creyente espiritual considera suyos los asuntos de Dios, y la iglesia en su totalidad es el objeto de su amor. Si el espíritu está abierto, el río de la vida fluye en todas direcciones; pero si se cierra, obstaculiza la obra de Dios y minimiza su propia función. Si nuestro espíritu no es lo suficientemente amplio para incluir a todos los hijos de Dios, ha sido envenenado.
Satanás también incita al espíritu del creyente a enorgullecerse. El creyente se vuelve jactancioso y engreído. Satanás le hace pensar que no necesita nada, que él es importante y valioso para la obra de Dios. Un espíritu envenenado así, también provoca el fracaso del creyente, pues “antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Pr. 16:18).
Los espíritus malignos inyectan este veneno junto con otros en el espíritu de los creyentes. Si los creyentes no se oponen a ello en ese momento, regresarán a las prácticas de la carne. Si los creyentes saben vivir en el espíritu, al principio éstos son sólo venenos que proceden de Satanás y no pasan de ahí, pero si no se oponen a ellos y sin darse cuenta los aceptan, los venenos se convertirán en pecados de la carne.
Si el espíritu es envenenado, y el veneno no se erradica inmediatamente, pasa a ser un pecado en el espíritu que es el pecado más serio de todos. “Viendo esto los discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma? Mas El, volviéndose, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois” (Lc. 9:54-55). Es muy importante saber la clase de espíritu que tenemos. Muchas veces nuestro espíritu es instigado por Satanás, y no lo sabemos, pero una vez que el espíritu sucumbe, todo lo demás cae.
Cuando examinamos la experiencia de esos dos discípulos, podemos ver que el espíritu equivocado puede detectarse fácilmente en las palabras. Sin embargo, las palabras no revelan tanto como el tono de la voz. Muchas veces las palabras pueden ser correctas, pero el tono no; si queremos vencer, tenemos que prestar atención al tono de voz que empleamos. Si los espíritus malignos tocan nuestro espíritu, nuestro tono pierde la gentileza. El tono áspero, rudo o cortante no procede del Espíritu Santo, sino que es evidencia de que el que habla fue envenenado por Satanás.
¿Cómo hablamos normalmente? Cuando conversamos con otros, ¿lo hacemos sin ningún matiz de condenación? Quizá lo que decimos sea cierto, pero el espíritu de crítica, de condenación, de ira o de celos está escondido detrás de la verdad que enunciamos. Pero si un espíritu de condenación se esconde detrás de nuestras palabras, pecamos. El pecado no sólo es un acto, sino también una condición. Es importantísimo detectar el espíritu que está detrás de todas nuestras acciones. Muchas veces podemos estar laborando para Dios o para el hombre, y al mismo tiempo estar pecando, ya que en nuestra labor se esconde un espíritu insincero, de mala gana o de queja.
Debemos mantener nuestro espíritu en una condición agradable y tierna. Nuestro espíritu debe ser limpio y puro. ¿Es pecado para nosotros tener un espíritu equivocado? ¿Cuándo ataca el enemigo nuestro espíritu? ¿Cuándo está envenenado el espíritu? Si sabemos que cometimos pecados, ¿procedemos humildemente a eliminarlos? Cuando nos damos cuenta de que el tono de nuestra voz no es el correcto, inmediatamente debemos detenernos. Debemos decir: “Mejor diré las mismas palabras pero con un espíritu limpio; resistiré al enemigo”. Si no estamos dispuestos a decirles a nuestros hermanos que estamos equivocados, nuestro espíritu retendrá su pecado. Los creyentes deben aprender a guardar su espíritu de toda provocación del enemigo y mantener un espíritu tierno y apacible.
El creyente debe tener el escudo de la fe con el cual puede apagar todos los dardos de fuego del enemigo. Eso significa que debe emplear su fe de una manera viva para oponerse a los ataques del enemigo y para confiar en la protección de Dios. La fe es un escudo, no pinzas para extraer los dardos que dieron en el blanco. La fe apaga los dardos de fuego, no los extrae.
Si el creyente es herido por los dardos del enemigo, inmediatamente debe erradicar la causa del dardo, y oponerse a todo ello. Debe rechazar inmediatamente todo lo que provenga del enemigo y orar para ser limpiado.
LA DEPRESION DEL ESPIRITU
Los creyentes se deprimen en su espíritu principalmente cuando se miran a sí mismos o también cuando su vida anímica todavía está activa y no ha sido reemplazada por el espíritu; en consecuencia, piensan que todo lo que experimentan procede de ellos; también pueden deprimirse por invasión del poder de las tinieblas o por egocentrismo en la oración y en la adoración. Cuando el espíritu de los creyentes se vuelve hacia dentro, en lugar de hacia fuera, el poder de Dios se detiene. Si no resuelven inmediatamente esta introspección, serán gobernados por el alma.
Algunas veces el espíritu se complace en el alma. Esto sucede cuando los creyentes son engañados por los espíritus malignos, ya que les dan sensaciones físicas y toda clase de experiencias extrañas y placenteras. Si los creyentes no velan, pensarán que todo aquello procede de Dios, e inconscientemente empiezan a vivir en el mundo de las sensaciones, y llevan el espíritu a la esfera del alma.
Algunas veces los creyentes son engañados, y sus espíritus se deprimen porque no entienden la posición que Cristo tiene. El Espíritu Santo habita en ellos con el propósito de revelarles al Cristo que está sentado en el trono. Los libros de Hechos, Efesios y Hebreos, describen claramente la posición que Cristo tiene hoy en los cielos. El espíritu del creyente está unido al Cristo celestial, pero por ignorancia, busca a Cristo dentro de sí. Intenta unirse al Cristo que está dentro de él, y de esa manera su espíritu no puede ascender por encima de los cielos, así que se deprimen y caen en la esfera del alma.
Todas estas actividades mantienen al creyente en una vida centrada en los sentimientos, en vez de una vida en el espíritu. Los creyentes deben saber que antes de ser espirituales, no vivían en el espíritu en la práctica, y el enemigo no tenía que maquinar tantas falsedades, pero una vez que ellos experimentan el poder del Espíritu Santo infundido en su espíritu, se les abre un mundo nuevo y desconocido. Ahí precisamente yace el peligro. La obra de Satanás consiste en impedir que los creyentes vivan en el espíritu, ya que eso lo perjudica a él. Su táctica es seducir y engañar a los creyentes mediante las sensaciones del alma y del cuerpo, haciéndolos pensar que son experiencias espirituales para que se complazcan con ellas.
Muchos creyentes han llevado una vida espiritual, pero debido a que no conocen las leyes del espíritu, caen. Satanás les da todo tipo de sensaciones físicas y experiencias sobrenaturales. Si los creyentes dependen de lo sobrenatural o externo o de las experiencias espirituales que detectan con sus sentidos, su vida espiritual será estorbada. Cuando esto sucede, ellos viven en el alma o en el cuerpo, e impiden que su espíritu coopere con Dios. En tales circunstancias, el alma y el cuerpo recobran la posición anterior y autoridad que solían tener, y el espíritu queda sin expresión.
Cuando el espíritu está deprimido, sus sentidos son suprimidos. Esta es la razón por la cual muchos creyentes espirituales no sienten su espíritu. Cuando el alma y el cuerpo ocupan una posición prominente y cuando la persona vive por los sentidos, el alma y el cuerpo tienen un sentimiento profundo de depresión, sufrimiento y conflicto. Cuando eso sucede, los sentidos del hombre suplantan la obra del espíritu, y los sentidos del espíritu son sepultados bajo las fuertes sensaciones del alma y del cuerpo. Como resultado, la obra y la vida espiritual cesan totalmente. Si esto continúa por un largo período, la persona caerá muy bajo y hasta puede llegar a ser poseída por espíritus malignos.
Por consiguiente, debemos rechazar todo lo que amortece los sentidos del espíritu. Debemos rechazar la risa incontrolable, el dolor profundo y también los sentimientos intensos del cuerpo. El cuerpo debe permanecer en completa calma. Tener experiencias sobrenaturales, o ser demasiado sensibles a lo natural es una terrible equivocación. Todo eso hace que la mente esté supeditada al cuerpo, y no al espíritu. No debemos permitir que nada nos impida reconocer el más tenue sentir de nuestro espíritu.
Una vez que el espíritu se deprime, el alma lo abruma y lo controla; por eso, el creyente debe aprender a mantener su espíritu fluyendo constantemente y no encerrarse en sí mismo. Si el espíritu no fluye ni ataca a Satanás, Satanás lo atacará a él y lo hundirá en la depresión. Sólo cuando el espíritu del creyente brota, el Espíritu Santo extiende Su propia vida a otros. Pero si los creyentes se encierran en sí mismos y oprimen su espíritu, el flujo del Espíritu Santo inmediatamente cesa. La corriente del Espíritu Santo se extiende mediante el espíritu del creyente, pero si éste se encierra en sí mismo y suprime su espíritu, la vida del Espíritu Santo no podrá brotar.
Los creyentes tienen que hallar la razón de cualquier depresión que aparezca en su espíritu, y también deben saber cómo restaurar su espíritu a su condición normal. Una vez que el creyente detecta una fuga de vida en su espíritu, debe saber que su espíritu está enfermo y debe buscar la manera de sanarlo.
LA COMISION QUE RECIBE EL ESPIRITU
Hay una diferencia entre la comisión que siente el espíritu y el peso que lo agobia. Este proviene de Satanás, y su propósito es infligir sufrimiento al creyente. Satanás utiliza tal peso para oprimirlo a fin de que no lleve fruto ni reciba beneficio alguno. Pero la comisión que el espíritu detecta proviene de Dios, y su propósito es dar a conocer Su voluntad para obtener la cooperación del creyente e instarlo a laborar, interceder y predicar el mensaje divino. Esta comisión está llena de propósito, es razonable y trae mucho provecho. Los creyentes deben diferenciar entre la comisión urgente y el peso que sienten en el espíritu.
Satanás no da ninguna comisión a los creyentes, sólo trata de cercar su espíritu oprimiéndolo con algún peso, el cual ata el espíritu de los creyentes, y su mente deja de operar como debería. Una persona que recibe una comisión, simplemente la recibe; pero una persona que es oprimida por una carga, todo su ser queda atado. Si el poder de las tinieblas cubre al creyente, éste pierde su libertad. Pero eso no sucede con la comisión que proviene de Dios, no importa cuán urgente sea, ya que nunca será tan pesada que la persona no pueda orar. La libertad para orar nunca se pierde debido a la comisión recibida, pero el peso impuesto por el enemigo despoja al creyente de su libertad para orar. De hecho, el peso no desaparece a menos que el creyente luche y resista a Satanás por medio de la oración. La carga de Dios desaparece en el momento en que oramos, pero el caso no es el mismo con el peso que proviene del enemigo. Además, el peso que oprime al espíritu se infiltra en secreto, mientras que la comisión que se recibe en el espíritu es el resultado de la acción del Espíritu Santo en nuestro espíritu. Cuando se pone un peso en el espíritu, éste trae sufrimiento y suprime la vida del creyente, mientras que la comisión que se recibe en el espíritu trae gozo, ya que coopera con Dios (cfr. Mt. 11:30). (Por supuesto, la carne no se alegra con la comisión que recibe el espíritu. Además, nos trae dolor si no la llevamos a cabo.)
La verdadera obra empieza con una comisión que recibe el espíritu. (Cuando no la recibimos, se hace necesario utilizar la mente.) Cuando Dios desea que hagamos o digamos algo, o que oremos por algo, El pone una comisión en nuestro espíritu. Si conocemos las leyes del espíritu no llevaremos a cabo la obra de una manera imprudente haciendo que la comisión sea cada vez más gravosa. (Es posible que si permitimos que esta situación
permanezca por más tiempo, perderemos la comisión.) Debemos dejar todo a un lado para entender el significado de esta comisión. Después de que lo hayamos entendido, debemos andar en conformidad con él; y cuando todo se lleve a cabo, la comisión desaparecerá.
En condiciones normales, el espíritu del creyente debe estar libre de opresión a fin de que Dios pueda encomendarle una comisión. Sólo un espíritu libre puede sentir el mover del Espíritu Santo. Un espíritu abrumado por algún peso sobre sí pierde la agudeza de su intuición y su capacidad de ser un buen recipiente. Muchas veces el creyente recibe una comisión de Dios, pero no puede cumplir lo que ella exige; como resultado, su espíritu sufre por muchos días y no puede recibir una nueva carga de parte de Dios. Es necesario hallar el significado de la comisión que recibimos del Espíritu Santo por medio de la oración y del ejercicio de la mente.
Muchas veces la comisión que detecta el espíritu es que oremos (Col. 4:12). En realidad, no podemos orar más de lo que se nos indica. No tiene caso seguir orando después de cumplir la comisión, ya que aquello proviene de nosotros mismos. El encargo de orar, que proviene del espíritu, sólo puede ser descargado por medio de la oración. En realidad, ocurre lo mismo con todas las cargas. Si Dios encomienda a nuestro espíritu cierta comisión, sólo podemos descargarla cumpliendo lo que Dios desea, ya sea mediante la oración o la proclamación de Su palabra. Sólo cuando somos instados en nuestro espíritu a orar, podemos orar en el Espíritu Santo, y sólo entonces oramos con gemidos indecibles, y nada puede quitarnos este encargo, salvo la oración. Cuando las cosas que pedimos se cumplen, la urgencia de la comisión desaparece de nosotros.
Muchas veces los creyentes acumulan demasiadas comisiones que los insta a orar. Cuando comienzan a cumplir estas comisiones, les parece que la oración es una tarea muy ardua, pero cuando perseveran en la oración, su espíritu dice “Amén”. Debemos hacer todo lo posible por orar por todas las comisiones que hemos recibido en nuestro espíritu, hasta que desaparezcan por completo. Cuanto más vida se derrama por medio de la oración, más nos alegramos. Algunas veces somos tentados a dejar de orar antes de cumplir la comisión en su totalidad. Casi todos los creyentes piensan que tan pronto la comisión es descargada en cierta medida, las oraciones son contestadas. De hecho, ése es el momento cuando comienza la verdadera labor espiritual; si en ese momento comenzamos a hacer otras cosas, la obra espiritual sufrirá una gran pérdida.
Los creyentes no deben equivocarse pensando que todas las obras espirituales son motivo de regocijo, ni pensar que por recibir una comisión han perdido su experiencia espiritual. Es lamentable que los creyentes no reconozcan que la comisión que se les pone en el espíritu es el origen de una verdadera obra espiritual. Sólo quienes sufren de esta manera por Dios y por los hombres, no viven verdaderamente para sí mismos. Todos los que van en pos del gozo y temen asumir alguna responsabilidad en la iglesia viven para sí mismos y están centrados en su alma. Cuando sentimos un encargo de parte de Dios, no debemos pensar que caímos o que cometimos algún error. A Satanás le encanta que pensemos así, porque así escapa de nuestros ataques. No nos confundamos; si escuchamos a Satanás y pensamos que estamos mal, caeremos en sus acusaciones y tormentos.
La verdadera obra espiritual es incisiva con respecto a Satanás y es tan laboriosa como un parto con respecto a los creyentes; de hecho, ¡no hay gozo en ella! Es necesario que el creyente muera profundamente al yo. Por esta razón, el creyente anímico no puede participar en ninguna labor espiritual. Sentirse contento todo el día no es una prueba de espiritualidad. El creyente espiritual avanza con Dios sin preocuparse por sus propios sentimientos. En ocasiones, cuando los creyentes sienten una comisión en su espíritu para pelear contra el enemigo, prefieren estar solos y apartarse de toda comunicación con el mundo para poder concentrarse en su lucha contra el enemigo; al terminar la batalla es difícil encontrar algún rastro de felicidad en su rostro. Los creyentes espirituales deben aceptar las comisiones que les dé el Señor.
Los creyentes deben conocer las leyes del espíritu y la manera de cooperar con Dios. De lo contrario, desatenderán la comisión y sufrirán pérdida por no colaborar con Dios. Cada vez que sientan una comisión en el espíritu, deben descubrir de qué se trata por medio de la oración. Si es un llamado a pelear, deben pelear; si es a predicar el evangelio, deben predicarlo; si es un llamado a la oración, deben orar. Deben procurar colaborar con Dios. Las comisiones deben ser cumplidas para que puedan venir otras.
EL DEBILITAMIENTO DEL ESPIRITU
El debilitamiento del espíritu significa que la vida y el poder de Dios pueden menguar en el espíritu de los creyentes del mismo modo que sube y baja la marea. Cuando los creyentes son anímicos, creen que sentir la presencia de Dios es la experiencia suprema y lo que más felices los hace. Piensan que sentirse secos e inquietos es lo peor que les puede pasar en su vida espiritual; pero eso es sólo lo que ellos sienten y no refleja la verdadera condición de su vida espiritual.
Hay lapsos en los que la vida espiritual va disminuyendo, pero eso es diferente a cualquier sentimiento anímico. Después de que el creyente es lleno del Espíritu Santo, continuará avanzando por un tiempo, pero luego, cuanto más avance, más retrocesos experimentará, aunque esto no sucede de repente. Esa es la diferencia entre la debilidad anímica y un retroceso. Lo primero sucede repentinamente, y lo segundo, gradualmente. Cuando está bajando la experiencia espiritual, la persona siente que la vida y el poder que recibió en su espíritu, sufre una caída paulatina. Pierde el gozo, la paz y el poder del espíritu que una vez experimentó, y con los días se va debilitando, hasta que siente que perdió el gusto por tener comunión con Dios, no le encuentra significado a leer la Biblia, y ningún mensaje ni ningún pasaje bíblico conmueven su corazón. Inclusive, si algo lo conmueve, no es tan intenso como antes. La oración se seca, pierde su sabor y su significado y parece no tener nada por lo cual orar. No halla deleite en dar testimonio del Señor y no tiene el fluir de antes. La vida no tiene la fuerza de antes ni es tan excitante ni tan elevada ni tan gozosa como antes. Parece que todo se ha desplomado.
La vida espiritual se vuelve como la marea que sube y baja. Pero, ¿puede nuestro espíritu menguar y aumentar cuando lo que contiene es la vida y el poder de Dios? La vida de Dios no se debilita, sino que fluye eternamente. No es como la marea que sube y baja, sino es como un río cuya corriente de agua viva fluye eternamente (Jn. 7:38). La vida de Dios que está en nosotros no es como la marea que después de cierto tiempo debe bajar. Dios es la
fuente de vida dentro de nosotros; por consiguiente, El nunca cambia ni se muda. La vida que tenemos en nuestro espíritu debe fluir incesantemente; debe rebosar y extenderse.
Si el creyente siente que su vida se debilita, debe saber que en realidad la vida no se debilita; simplemente deja de fluir. Debe saber que este debilitamiento es totalmente innecesario. No debemos ser engañados por Satanás pensando que si uno vive en la carne, ya no puede volver a ser lleno del flujo constante de la vida de Dios. La vida de Dios es un río de agua viva que corre en nosotros. Si no hay ningún obstáculo, fluye siempre; los creyentes experimentan el flujo continuo de la vida. Todo debilitamiento es innecesario y anormal.
Lo importante no es tratar de determinar el debilitamiento de la vida espiritual, sino hacer algo que la vuelva a su normalidad. La necesidad actual no es llenar el río, sino despejar su cauce. El río de vida permanece en los creyentes, pero está bloqueado. La entrada aún permanece abierta, pero la salida ha sido obstruida y por detenerse la corriente, el agua de vida no puede salir. Pero cuando la salida se despeja, el agua de vida fluye incesantemente. Por lo tanto, el creyente no necesita más vida sino que ella fluya más.
Una vez que el creyente percibe que su vida espiritual empieza a declinar, debe indagar el motivo de la obstrucción. Satanás le hará sentir que su vida espiritual merma, y otros tal vez le hagan sentir que ha perdido su poder espiritual. Uno mismo tal vez piense que cometió un pecado terrible. Tal vez así sea, pero no necesariamente. La verdadera razón es que muchos creyentes no saben cooperar con Dios ni cumplir lo que Dios exige para que el fluir corra sin detenerse. Esto obedece en gran parte a la ignorancia. Por lo tanto, el creyente inmediatamente debe orar, meditar, investigar y escudriñar. Debe esperar en Dios y pedir que el Espíritu le revele la razón por ese descenso. Usted debe estar lleno de vida, e indagar si no ha cumplido alguna de las condiciones para que la vida espiritual continúe fluyendo, para ver si eso hizo que la vida menguara.
No sólo debe reconocer que ha retrocedido (éste es un paso muy importante), sino que debe buscar con diligencia la razón del retroceso. Aunque las proposiciones de Satanás, así como las de los demás y las suyas propias no sean confiables, merecen ser examinadas porque algunas veces pueden ser la causa. Una vez que llegue a la raíz, inmediatamente debe eliminarla. No se imagine que la vida espiritual fluye espontáneamente. Si usted no erradica lo que obstruyó el fluir de vida, la corriente no se reanudará.
Tan pronto detectemos un retroceso espiritual, debemos descubrir la razón mediante la oración y la meditación. Debemos comprender los requisitos de la ley para que la vida de Dios fluya y repudiar todas las obras del enemigo. Si hacemos esto, la vida fluirá de nuevo y seremos fortalecidos y animados de nuevo, el espíritu será más poderoso que antes, y nos fortalecerá para que derribemos las fortalezas del enemigo.
LA FALTA DE RESPONSABILIDAD DEL ESPIRITU
El espíritu humano es como la luz eléctrica. Cuando tiene contacto al Espíritu Santo, brilla; pero cuando pierde ese contacto, inmediatamente se oscurece. El espíritu del hombre es la lámpara del Señor (Pr. 20:27). La meta de Dios es llenar de luz el espíritu humano, pero
algunas veces éste cae en tinieblas debido a que perdió su contacto con el Espíritu Santo. Si queremos saber si el espíritu del creyente se ha apartado del Espíritu Santo, sólo nos basta con ver si todavía tiene luz.
Dijimos que el Espíritu de Dios mora en el espíritu del hombre, y que éste coopera con el Espíritu Santo; pero cuando el espíritu pierde su condición normal, se aparta del Espíritu Santo y pierde su luz. Es muy importante que el creyente mantenga su espíritu sano para poder cooperar con el Espíritu Santo. Si es perturbado por circunstancias externas, inmediatamente pierde su utilidad, pues ya no puede cooperar con el Espíritu Santo y cae en tinieblas.
Las situaciones que mencionamos anteriormente son la causa de que el espíritu descuide la responsabilidad que tiene de cooperar con el Espíritu Santo, y una vez que esto sucede es imposible vencer la situación. Si al levantarse por la mañana, el creyente no siente su espíritu, el enemigo le hace pensar que como trabajó tanto la noche anterior, su cuerpo está cansado. Si el creyente no está alerta, permitirá que su espíritu no asuma su responsabilidad, pues sentirá que no tiene fuerzas para enfrentar las tentaciones del día ni para cumplir su labor diaria. El creyente debe ver inmediatamente que su cuerpo no debe afectar su espíritu y que éste debe estar lleno de vida y de fortaleza para controlar su cuerpo. Después de entender esto, debe confesar que su espíritu ha sido irresponsable en cuanto a su función y que está bajo el ataque del enemigo. En tales ocasiones, debe tratar de volverlo a su condición normal; de no ser así, fracasará cuando se relacionen con otros. Si en la mañana nuestro espíritu no lleva a cabo su función, no debemos permitir que esto continúe el resto del día, ya que es así como somos derrotados.
Después de que los creyentes se dan cuenta de que su espíritu no ha cumplido su función, inmediatamente deben rechazar todas las obras de Satanás, así como las causas que le dan pie para obrar. Si se trata de un ataque del enemigo, el espíritu será liberado una vez que ellos repudien el ataque, pero si hay alguna otra razón para ese ataque, será un indicio de que cedieron un terreno que el enemigo usa para atacarlo, y deben investigar las causas a fin de erradicar el problema. Esto por lo general se relaciona con el pasado de los creyentes. Deben examinar la forma en que el enemigo atacó su espíritu, y tener en cuenta las circunstancias, la familia, los parientes, los hijos y el trabajo; deben orar por todas estas cosas una por una y por cualquier otra que crean pertinente. Si al orar sienten que su espíritu es liberado, eso significa que identificaron la causa del ataque. Entonces deben proceder a eliminarla delante de Dios. Después de orar, serán librados, y su espíritu recobrará su función. Algunas veces la irresponsabilidad del espíritu se debe a que los creyentes permiten que su espíritu actúe solo y no lo controlan ni lo dirigen. “Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas” (1 Co. 14:32). Aquellos que “andan en pos de su propio espíritu” son “profetas insensatos” (Ez. 13:3). Es muy importante tener esto presente. Si los creyentes no usan su voluntad para controlar su espíritu, impidiendo que su espíritu se vaya a extremos, o si no mantienen una cooperación entre su espíritu y el Espíritu Santo, su espíritu no llevará a cabo su función. Los creyentes deben saber que el espíritu humano puede perder el control. En Proverbios dice que hay “espíritus altivos” (16:18). Si el creyente no ejerce control sobre su espíritu haciendo que se sujete al Espíritu Santo, su espíritu podría actuar independientemente. El creyente debe estar alerta siempre y
no permitir que su espíritu se desvíe del camino de Dios ni que pierda la quietud de su comunión con Dios; de lo contrario, no podrá cooperar con El.
Algunas veces, la negligencia del espíritu se debe a que se endurece. Dios necesita un espíritu tierno para expresar Su voluntad. Si el espíritu es altivo e inflexible, la obra del Espíritu Santo no puede ser llevada a cabo. Sólo un espíritu que cede puede hacer la voluntad del Espíritu Santo. El creyente debe tener un espíritu así (Ex. 35:21), dispuesto a responder de inmediato a la voluntad del Espíritu Santo. El espíritu del creyente debe ser muy sensible para percibir la tierna voz del Espíritu Santo y responder inmediatamente. Si el espíritu ofrece la más leve resistencia, el creyente no podrá hacer la voluntad de Dios ni escuchar la voz del Espíritu Santo en su espíritu. De ahí que los creyentes necesitan un espíritu dócil y obedecer siempre al tierno sentir que éste indique. A esto se refiere el apóstol cuando dice: “No apaguéis el Espíritu”. (1 Ts. 5:19). Los creyentes deben atender a la actividad, el sentir y el mover del espíritu. Al hacerlo, su espíritu será cada vez más sensible, y Dios les dará a conocer Su voluntad.
Si los creyentes desean andar según el espíritu, deben discernir cuando su espíritu sea negligente y no esté cooperando con el Espíritu Santo; además, deben determinar el motivo de esa negligencia. Deben velar para que su espíritu se mantenga en simplicidad y en quietud, a fin de tener comunión con Dios y oponerse a todas las distracciones del enemigo y de la vida del yo, lo cual impide una comunión apacible con Dios.
LA CONDICION DEL ESPIRITU
En resumen, el creyente debe conocer las leyes del espíritu a fin de conducirse en conformidad con él. Si no está alerta ni coopera con Dios, caerá. Lo más importante de la ley del espíritu es examinar su condición. La idea central de la que hemos venido hablando es que necesitamos examinar la condición del espíritu.
El creyente debe conocer la condición de su propio espíritu y su condición normal, a fin de saber cuándo la pierde. El espíritu debe gobernar tanto el alma como el cuerpo del hombre; debe tomar la iniciativa, y debe ser la parte más poderosa de él. El creyente debe determinar si ésta es la condición de su espíritu o si perdió la normalidad debido a ataques del enemigo o a las circunstancias. Por lo general, el espíritu puede encontrarse en cuatro condiciones:
(1) El espíritu está oprimido y sufre un retroceso.
(2) El espíritu está en perfecta calma, es firme y mantiene su posición.
(3) El espíritu ha sido perturbado y forzado a una actividad excesiva.
(4) El espíritu se ha contaminado y ha perdido su normalidad (2 Co. 7:1) y, en consecuencia, va cediéndole terreno al pecado.
El creyente debe, por lo menos, conocer estas cuatro condiciones de su espíritu, y saber cómo afrontarlas. Muchas veces debido a su propio descuido o a los ataques del enemigo,
el espíritu del creyente es dejado al margen y se deprime. Pierde su posición celestial, victoriosa y llena de luz y se vuelve frío, débil e inútil. Puede deprimirse debido a la tristeza o a centenares de razones, y perder el gozo y la posición que está por encima de las circunstancias. Cuando el espíritu está oprimido, se hunde por debajo de su nivel de normalidad.
Algunas veces cuando el espíritu pierde su posición normal y es estimulado más allá de ésta. El creyente puede entusiasmarse en su alma a tal grado que su espíritu es perturbado y pierde la quietud. Algunas veces el creyente obedece a su vigor natural hasta el punto en que su espíritu llega a ser un “espíritu desmesurado”. La risa incontrolable y otras razones pueden hacer que el espíritu se desenfrene y se exalte. Las luchas prolongadas en contra del enemigo también pueden producir una actividad excesiva del espíritu. Satanás puede hacer que durante la lucha o después, el espíritu del creyente se esfuerce tanto que ya no pueda detenerse ni mantener la compostura. Satanás puede dar a los creyentes cierta clase de gozo, o muchas otras sensaciones raras que hacen que su espíritu actúe más allá del control de su mente o de su voluntad. Cuando esto sucede, los creyentes pierden la capacidad de controlarse y fracasan.
Algunas veces, el espíritu no está en una condición ni muy elevada ni muy baja, pero está contaminado. Esta contaminación se manifiesta en una actitud obstinada y desobediente, o como orgullo y envidia, o también como una mezcla de actividades anímicas en el espíritu, tales como el amor, los sentimientos y los pensamientos naturales. Cuando el espíritu se contamina, tiene que ser purificado (2 Co. 7:1; 1 Jn. 1:9).
Si el creyente desea andar conforme al espíritu, debe conocer la condición de su propio espíritu, ¿está en una condición pacífica y apropiada, o se encuentra demasiado elevado o demasiado bajo, o se ha contaminado? El creyente debe saber cómo elevar su espíritu oprimido a fin de que se halle al nivel que el Espíritu Santo necesita. Debe saber cómo usar su voluntad para detener la actividad excesiva de su espíritu para volverlo a su condición normal, y debe saber purificar su espíritu contaminado para que coopere de nuevo con Dios.
CAPITULO TRES
EL PRINCIPIO DE QUE LA MENTE AYUDE AL ESPIRITU
Si el creyente desea andar según el espíritu, debe conocer las leyes que se aplican a éste. Sólo quienes conocen las leyes del espíritu entienden los diferentes sentidos del espíritu y lo que significan, y saben conducirse conforme a los dictados del mismo. Lo que el espíritu exige se expresa por medio de sus sentidos; así que, si no les hacemos caso, no sabremos lo que exige. Por lo tanto, conocer las leyes del espíritu y andar en conformidad con ellas es crucial para nuestra vida espiritual.
Además de entender las leyes del espíritu, los creyentes que andan según el espíritu tienen que saber algo más; deben conocer el principio según el cual la mente ayuda al espíritu, lo cual no es menos importante que las leyes del espíritu. Al andar conforme al espíritu, debemos aplicar este principio constantemente. Si entendemos las leyes del espíritu y no entendemos este principio, fracasaremos.
Las leyes del espíritu nos explican los diferentes sentidos del espíritu, su significado y la manera en que podemos cumplir sus exigencias, así que al detectar el sentir del espíritu, podemos andar en conformidad con el mismo. Si su condición es normal, podemos andar conforme a él, y si no lo es, podemos corregirla cambiando nuestra manera de vivir. Pero no siempre tenemos el sentir del espíritu, ya que el espíritu no siempre habla; hay ocasiones en las que permanece en silencio. A muchos creyentes, el espíritu a menudo no les habla por varios días, y da la impresión de estar inactivo y adormecido. Si esto se prolonga por algunos días, ¿debemos quedarnos quietos y esperar a que se mueva? ¿Acaso debemos esperar pasivos sin orar, ni leer la Palabra, ni laborar en la obra? Nuestro sentido común responde que no. No debemos perder tiempo. Sin embargo, si hacemos algo, ¿no significa que estamos haciéndolo en la carne y fuera del espíritu?
Por casos como éste debemos aplicar el principio de la ayuda que la mente proporciona al espíritu. ¿Cómo ayuda la mente al espíritu? Cuando el espíritu está adormecido, debemos usar nuestra mente para que actúe en lugar del espíritu, y antes de que pase mucho tiempo, el espíritu se le unirá. La mente y el espíritu tienen una estrecha relación, y se ayudan uno al otro. Muchas veces el espíritu siente algo que la mente entiende y hace que la persona actúe. Sin embargo, algunas veces en que el espíritu no se mueve, es necesario que el creyente lo active mediante el ejercicio de su mente. Cuando el espíritu no se mueve, la mente debe activarlo, y después de que el reacciona, los creyentes pueden andar conforme a él. A esto nos referimos cuando hablamos del principio de que la mente ayuda al espíritu. Este principio de la vida espiritual consiste en que al comienzo debemos usar el sentir del espíritu para percibir el conocimiento que Dios nos da; después debemos guardar y aplicar
este conocimiento con nuestra mente. Por ejemplo, si, según lo que Dios nos dio a conocer previamente, vemos una gran necesidad, debemos orar y pedirle a Dios que supla tal necesidad; pero tal vez nuestro espíritu no tenga el sentir de orar. ¿Qué debemos hacer? Debemos usar nuestra mente para orar; no tenemos que esperar a que el espíritu desee hacerlo. Puesto que todas las necesidades son un llamado a la oración, si nos despreocupamos por el silencio del espíritu y empezamos a orar, no pasará mucho tiempo sin que se levante nuestro espíritu en nosotros para unirse a la oración.
Cuando nuestro espíritu está oprimido por Satanás, o cuando nos enredamos en nuestra vida natural, algunas veces no hallamos nuestro espíritu. Esto se debe a que se ha hundido tan bajo que no tenemos ninguna sensación de su existencia. Podemos sentir nuestra alma y nuestro cuerpo, pero parece que el lugar donde debía estar nuestro espíritu está vacío. ¿Qué debemos hacer? Si esperamos el sentir del espíritu para orar, probablemente no oraremos, y el espíritu tampoco será liberado. Debemos orar en conformidad con la verdad que conocemos y recordamos en nuestra mente, resistiendo a los principados de las tinieblas. Aunque no sintamos nuestro espíritu, debemos orar basándonos en el conocimiento que tenemos en nuestra mente. Esta actividad de la mente estimulará nuestro espíritu.
La oración hecha con el entendimiento (1 Co. 14:15) despertará nuestro espíritu. Aunque al principio parezca que estamos profiriendo palabras vacías y sin significado, si ejercitamos nuestra mente, persistiendo en la oración, al poco tiempo nuestro espíritu ascenderá a su posición normal. El espíritu y la mente cooperarán para llevar a cabo la obra. Ya que hemos aprendido algunas verdades acerca de la batalla espiritual y acerca de la manera de orar, aunque no sintamos nuestro espíritu, podemos usar nuestra mente para que el espíritu se le una tan pronto sea despertado. Cuando el espíritu se une a la oración, sentimos que ésta se llena de significado y que hallamos libertad. Esta colaboración armoniosa del espíritu y la mente es el estado normal de la vida espiritual.
LA GUERRA ESPIRITUAL
En la guerra espiritual, el creyente no siempre ataca al enemigo porque olvida el principio de la cooperación que existe entre el espíritu y la mente, y porque espera recibir una comisión específica de parte de Dios. Piensa que como no tiene el “sentir” de combatir contra el enemigo, debe esperar hasta tenerlo para iniciar el ataque con la oración. Olvida que si ora con su mente, en poco tiempo el espíritu responderá. Sabemos cuán perverso es el maligno y cuánto daño hace tanto a los hijos de Dios como al mundo en general. También sabemos que debemos oponernos a él en oración a fin de enviarlo cuanto antes al abismo. Si sabemos esto, no debemos esperar “un sentir” en el espíritu a fin de orar. Debemos empezar a orar aunque no tengamos ningún sentimiento al respecto. Podemos usar nuestra mente para iniciar la oración, usando palabras en contra del maligno; entonces nuestro espíritu reaccionará y respaldará con poder las palabras de maldición que hemos proferido en contra del enemigo. En la mañana, por ejemplo, el Espíritu Santo tal vez nos unja poderosamente en el espíritu para atacar al maligno, pero para el mediodía ya perdimos la unción, ¿qué debemos hacer? Debemos utilizar nuestra mente para actuar de la
misma manera que actuó nuestro espíritu por la mañana. Este es un principio espiritual. Los logros del espíritu deben ser preservados y usados por la mente.
EL ARREBATAMIENTO
Lo dicho anteriormente también se aplica a nuestra fe con respecto al arrebatamiento. Al principio en nuestro espíritu tenemos el anhelo de ser arrebatados, pero pasado un tiempo sentimos que nuestro espíritu está vacío, no sentimos la inminencia de la venida del Señor ni de la realidad del arrebatamiento. Cuando eso sucede, debemos aplicar el principio de que nuestra mente coopera con nuestro espíritu. Si no tenemos el sentir en nuestro espíritu, debemos orar con nuestra mente. Si simplemente esperamos que nuestro espíritu tenga de nuevo el sentimiento de anhelar el arrebatamiento, tal sentimiento no vendrá. Así que, debemos usar nuestra mente y orar según lo que ya sabemos en nuestra mente; esto llenará nuestro espíritu.
LA PREDICACION
También debemos tener presente este principio al difundir la verdad de Dios. Sabemos que las verdades que hemos aprendido están almacenadas en nuestra mente. Si sólo utilizamos la mente al impartirlas a los oyentes, no habrá ningún resultado espiritual. Es innegable que al principio conocimos tales verdades en nuestro espíritu, pero ahora parece que el espíritu ha desaparecido y sólo nos queda la memoria. ¿Qué debemos hacer para que nuestro espíritu se llene de esas verdades a fin de esparcirlas a otros desde nuestro espíritu? No podemos hacer otra cosa que ejercitar nuestra mente. Debemos meditar sobre esas verdades y acudir de nuevo a Dios en oración, y utilizarlas como el contenido y centro de nuestra oración. En poco tiempo nuestro espíritu será lleno como al principio. Anteriormente recibimos las verdades en nuestro espíritu y fueron preservadas en nuestra mente, pero al orar de acuerdo con nuestra mente, vuelven a ocupar nuestro espíritu. De esta manera podemos una vez más proclamar lo que antes habíamos conocido en nuestro espíritu.
LA INTERCESION
Sabemos que la intercesión es crucial. Frecuentemente tenemos tiempo para interceder por algo, pero no tenemos la inspiración en el espíritu y no sabemos por qué orar. Esto no significa que no necesitemos interceder y que podamos utilizar el tiempo en otras cosas; en tales casos, debemos usar nuestra mente para interceder, esperando que nuestro espíritu sea estimulado y coopere con ella. Debemos ejercitar nuestra mente para tener presentes las necesidades de nuestros amigos, familiares o compañeros de trabajo. Si se nos ocurre un pensamiento acerca de una necesidad, debemos orar por ella, pero si el espíritu permanece frío, entendemos que él no quiere que oremos por esa necesidad en ese momento. Es posible que la iglesia de nuestra localidad necesite algo o que las iglesias estén pasando por alguna prueba o que la obra del Señor en ciertas áreas esté siendo obstruida o que los hijos de Dios necesiten conocer cierta verdad. Cuando tenemos un pensamiento así, debemos interceder al respecto, pero si después de orar un tiempo con nuestra mente nuestro espíritu no responde, debemos reconocer que el Señor tampoco desea que oremos por esa situación. Supongamos que mientras oramos por algo el Espíritu Santo nos unge, y nuestro espíritu responde. Eso significa que toca lo que el Señor desea y que hemos orado por ello.
Debemos usar el principio de que la mente ayude al espíritu a ubicarse. Algunas veces al poco tiempo de utilizar nuestra mente, el espíritu responde; sin embargo, no siempre es así y tenemos que esperar un buen tiempo antes de que el espíritu se una a la mente. Esto se debe a que en nuestra limitación mental no sabemos lo que el Espíritu Santo desea. Dios quiere ampliar el alcance de nuestras oraciones; desea que oremos por nuestra nación para que todas las obras ocultas de Satanás caigan. O quizá quiere que oremos por todos los pecadores del mundo o por toda la iglesia. Si nuestra mente sólo ve lo que tiene en frente, necesita tiempo para empezar a orar por todo eso a fin de que el Espíritu Santo sea uno con ella. Después de que percibimos que el espíritu está cooperando, debemos llevar a cabo en oración todas las comisiones que el espíritu haya recibido. Debemos orar por los diferentes asuntos de una manera exhaustiva hasta que nuestro espíritu cumpla completamente una comisión específica, y después podemos continuar intercediendo por las demás.
Este es uno de los principios de nuestra vida espiritual. Siempre que Dios nos da nuevas oraciones, las recibimos en nuestro espíritu, pero después de cierto tiempo no podemos esperar que Dios llene de nuevo nuestro espíritu con las mismas oraciones. Necesitamos seguir orando con nuestra mente, independientemente de lo que sintamos, hasta que finalmente nuestro espíritu sea instado a orar.
CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS
Ya sabemos que Dios no siempre nos guía de una manera directa, ya que a veces lo hace indirectamente. Cuando nos guía directamente, Su Espíritu actúa en nuestro espíritu y nos da a conocer Su voluntad; lo único que debemos hacer es prestar atención a lo que deposita en nuestro espíritu. Sin embargo, en el transcurso de nuestra vida, Dios no siempre nos dice directamente todo lo que debemos hacer. ¿Cómo debemos responder a las necesidades que surgen? Por ejemplo, tal vez seamos invitados a ir a cierto lugar a servir en la obra, o tal vez nos suceda algo inesperado. Estas cosas no se inician directamente en nuestro espíritu, sino que nos llega por conducto de otros; nuestra mente ve la importancia de resolver estas situaciones, pero nuestro espíritu no responde. ¿Qué debemos hacer para actuar bajo la dirección de Dios en tal situación? Cuando algo nos sucede, debemos pedirle a Dios que nos guíe en nuestro espíritu; a esto le llamamos “una guía indirecta”. Es entonces cuando la mente debe ayudar al espíritu. Cuando no hay respuesta de parte del espíritu, el creyente debe usar su mente. Si el espíritu responde, no es necesario que la mente le ayude, pero si el espíritu permanece callado, la mente tiene que ocupar su posición.
En estas circunstancias, el creyente debe utilizar su mente para meditar y presentar sus dudas y dificultades a Dios. Aunque todo esto se hace en su mente, después de un tiempo, el espíritu se unirá a su oración o a su meditación. Cuando el creyente siente que su espíritu, que antes estaba inactivo, comienza a responder, en poco tiempo el Espíritu Santo lo podrá guiar. Esta es la manera en que podemos usar nuestra mente para que ayude a nuestro espíritu. No pensemos que no debemos hacer nada a menos de que el espíritu tome la iniciativa; nuestro espíritu debe ser “atraído” por nuestra mente y ser “despertado” a fin de que determine si el asunto es la voluntad de Dios o no.
EL PRINCIPIO DE LAS ACTIVIDADES DEL ESPIRITU
En nuestra vida espiritual hay muchas cosas que debemos hacer, por lo cual no debemos descuidar la función de la mente. Ser lleno del espíritu no es como las olas de mar, que van y vienen. Para ser llenos en el espíritu debemos cumplir ciertos requisitos. Esto implica que la mente debe iniciar lo que el espíritu está dispuesto a hacer pero que no ha iniciado. Si nos sentamos a esperar el sentir del espíritu, éste nunca vendrá, aunque tampoco debemos hacer demasiado énfasis en la obra de la mente. Debemos saber que sólo lo que se hace en el espíritu tiene valor espiritual y que, por ende, no debemos andar según la mente. Entonces, ¿por qué usamos la mente? La usamos como medio para motivar a nuestro espíritu a hacer lo que debe, no como el agente que lleva a cabo las cosas. El espíritu debe ser el que opere, por eso es tan crucial; Sin embargo, empleamos la mente sólo para motivar al espíritu a fin de que funcione. Si al usar la mente para atraer al espíritu, no obtenemos respuesta, o si después de cierto tiempo no experimentamos la unción, entonces la mente debe detenerse y volverse en otra dirección. En la batalla espiritual sucede lo mismo. Si por un largo período sentimos un vacío en nosotros y no hallamos el espíritu, debemos detenernos, mas no por la impaciencia de la carne. Aunque algunas veces nos sentimos cansados, sabemos que debemos continuar, mientras que en otras ocasiones nos damos cuenta de que debemos detenernos. No hay una regla fija al respecto.
La ayuda que la mente da al espíritu es como la activación de una bomba mecánica con la que sacamos agua de un pozo. Algunas necesitan que primero les eche una taza de agua a fin de llenar el vacío y hacer que la bomba succione el agua. La relación de nuestra mente con el espíritu es igual a la de la taza de agua con la bomba. Si no usamos la taza de agua para hacer arrancar la bomba, el agua que hay en el pozo no puede ser succionada. Igualmente, si no utilizamos nuestra mente al comienzo, el espíritu no será activado. Si no usamos la mente para iniciar la oración, seremos como la bomba sin la taza de agua inicial, que después de funcionar un rato, da la impresión de que el pozo no tiene agua.
Sin duda, las obras del espíritu son diferentes en cada caso. Algunas veces es tan fuerte como un león, y otras es tan indeciso como un niño. Cuando nuestro espíritu es débil y no puede ayudarse a sí mismo, la mente debe actuar como si fuera su niñera. La mente no lo puede reemplazar, pero sí le puede ayudar a ser avivado. Cuando el espíritu ha perdido su posición de autoridad, el creyente debe usar el poder de la mente para orar a fin de vivificar su espíritu. Si el espíritu se ha retraído a causa de la opresión, el creyente debe usar su mente para examinar la situación y orar intensamente hasta que el espíritu sea avivado y liberado. Una mente espiritual puede mantener al espíritu en quietud, restringir su actividad y vivificarlo si ha caído en una depresión excesiva.
En palabras sencillas, podemos decir que la única manera en que nuestro espíritu puede ser lleno nuevamente es mediante la ayuda de nuestra mente (aunque siempre en la esfera espiritual). En principio, todo lo que hayamos hecho en el espíritu, ahora debe ser hecho con nuestra mente, y cuando el Espíritu Santo nos unja, ésa será la confirmación de que estamos operando en el espíritu. Tal vez al comienzo de alguna actividad no tengamos ningún sentir en el espíritu, pero si lo obtenemos, eso indica que el espíritu aprueba lo que estamos haciendo y que él estaba demasiado débil para hacerlo por su propia cuenta. Ahora, con la ayuda de la mente, puede expresar lo que antes no podía. Lo que necesitemos en el espíritu lo podemos obtener simplemente al recordarlo en nuestra mente y orar. De esta manera volvemos a ser llenos en el espíritu.
Observemos otro aspecto de la ayuda que la mente proporciona al espíritu. La guerra espiritual implica un conflicto de espíritu contra espíritu. Cuando nuestro espíritu lucha contra el maligno, la fuerza y el poder de todo nuestro ser se unen al espíritu. La parte más importante de nuestro ser, en este caso, es nuestra mente. La fuerza del espíritu y la de la mente se deben aunar para el ataque; si el espíritu es oprimido y pierde su fuerza para resistir al maligno, la mente debe continuar peleando en su lugar. Cuando la mente pelea mediante la oración, resistiendo y oponiéndose al maligno, el espíritu recibe la provisión necesaria para levantarse una vez más y entrar en la batalla.
LA CONDICION DE LA MENTE
Debido a que la mente puede ayudar al espíritu, aunque su posición es muy inferior que la de éste, el creyente debe mantenerla en una condición normal para que pueda escudriñar los pensamientos del espíritu y auxiliarlo en cualquier debilidad. Las actividades del espíritu son gobernadas por sus respectivas leyes. De la misma manera, las actividades de la mente son gobernadas por ciertas leyes. Cuando la mente tiene la libertad para obrar, la carga es ligera, pero si se fuerza demasiado (como cuando estiramos un material elástico), no puede actuar con la misma libertad. El enemigo sabe que para que nosotros andemos según el espíritu necesitamos que la mente ayude a nuestro espíritu, y por eso, siempre nos presiona haciendo que forcemos nuestra mente a fin de que no pueda funcionar normalmente y no pueda ayudar a nuestro espíritu en su debilidad.
Además de todo esto, nuestra mente no es simplemente un órgano que ayuda al espíritu; por medio de ella también somos iluminados. El Espíritu Santo da luz a la mente a través de nuestro espíritu. Si la mente se ejercita demasiado, no hay la posibilidad de que reciba la luz proveniente del Espíritu Santo. El maligno sabe que si nuestra mente está en tinieblas, todo nuestro ser también estará en la oscuridad; así que hace lo posible para que pensemos demasiado y no podamos llevar a cabo la obra en quietud. Mientras el creyente anda según el espíritu, no debe permitir que su mente se desvíe. La concentración en un tema, la ansiedad, la tristeza o el examen meticuloso de cuál sea la voluntad de Dios, hace que la mente no pueda llevar la carga. Necesitamos una mente quieta y en paz para poder andar en conformidad con el espíritu.
Como sabemos que nuestra mente ocupa una posición tan importante, cuando estemos laborando con otros hermanos, es muy importante no interrumpir sus pensamientos. Interrumpir la sucesión de pensamientos puede herir la mente. Cuando el Espíritu Santo guía al creyente a examinar algo mediante el espíritu, una interrupción de parte de otros es algo terrible. Si el pensamiento es interrumpido, la mente tendrá que hacer más esfuerzo y, en consecuencia, le será más difícil cooperar con el espíritu. No sólo necesitamos que nuestra mente esté despejada, sino que también debemos cuidar la mente de nuestros hermanos. Antes de hablar con un hermano, debemos determinar la secuencia de sus pensamientos para no alterarla, de lo contrario, nuestro hermano sufrirá.
CAPITULO CUATRO
LA CONDICION NORMAL DEL ESPIRITU
Un espíritu errado siempre conduce a una conducta equivocada. Si el creyente desea andar según el espíritu, debe mantenerse continuamente en una condición óptima. El espíritu, al igual que la mente, puede volverse incontrolable e insolente, o retraerse. Si el espíritu no es guardado en el Espíritu Santo, caerá, y una vez que esto sucede, la conducta del creyente se vuelve un caos. Cuando el espíritu del creyente es fuerte y poderoso, puede controlar al alma y al cuerpo en toda circunstancia, impidiéndoles caer en una conducta disoluta; si no es así, el alma y el cuerpo lo oprimirán, y el creyente caerá.
Dios da mucha importancia a nuestro espíritu, ya que es ahí donde mora la nueva vida y donde opera el Espíritu Santo. También ahí tenemos comunión con Dios, conocemos Su voluntad y recibimos la revelación del Espíritu Santo. En el espíritu somos adiestrados y maduramos; en él resistimos los ataques del enemigo y obtenemos autoridad para vencer al diablo y sus huestes, y en él recibimos poder para llevar a cabo la obra de Dios. También en el espíritu se halla la vida de resurrección mediante la cual llegaremos a tener un cuerpo resucitado. La condición de nuestro espíritu determina la condición de nuestra vida espiritual. ¡Cuán importante es mantener nuestro espíritu en una condición óptima! Al Señor no le interesa nuestro hombre exterior, o sea, el alma; lo que le interesa es nuestro hombre interior, el espíritu. Si éste no se halla en la debida condición, aun cuando nuestra vida anímica sea muy floreciente, toda nuestra vida será un desastre.
La Biblia habla bastante acerca de la condición normal del espíritu del creyente. Muchos creyentes maduros ya conocen por experiencia las exhortaciones de la Biblia y saben que para mantener la victoria y cooperar con Dios, necesitan mantener su espíritu de acuerdo con las condiciones que enseña la Biblia. Ya vimos que el espíritu es controlado por la voluntad renovada del creyente, lo cual es muy importante porque por medio de ella, el creyente puede elevar su espíritu a una condición normal. Debido a que ya hablamos de la importancia de que nuestro espíritu esté en la debida condición, no tenemos necesidad de repetirlo.
UN ESPIRITU CONTRITO
“Jehová ... salva a los contritos de espíritu” (Sal. 34:18). “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Is. 57:15).
Es muy común entender equivocadamente que necesitamos un espíritu contrito sólo el día que nos arrepentimos y creímos en el Señor, o cuando caemos y pecamos. Pero Dios quiere que nuestro espíritu sea siempre un espíritu contrito. Aunque no pequemos diariamente, debido a que nuestra carne aún está presente y en cualquier momento puede ser estimulada,
Dios quiere que tengamos un espíritu contrito constantemente, pues eso evitará que dejemos de velar. Nunca debemos pecar, pero por ser pecaminosos, siempre debemos tener un espíritu humillado, ya que en él se puede sentir la presencia de Dios.
Dios no desea que ocasionalmente nos arrepintamos y pensemos que eso basta; El desea que vivamos en un arrepentimiento continuo, llenos de contrición en nuestra vida, para que tan pronto como surja alguna discordia entre el Espíritu Santo y nuestra vida o nuestra conducta, podamos inmediatamente percibirlo y lamentarlo. Sólo con un espíritu así podemos reconocer que estamos equivocados cuando los demás nos dicen que lo estamos. El arrepentimiento con contrición es muy necesario debido a que el creyente, aunque es un solo espíritu con el Señor, todavía se equivoca. El espíritu también puede equivocarse (Is. 29:24); y aun si no se equivoca, la mente puede confundirse y no saber cómo efectuar la intención del espíritu. Un espíritu contrito hace que el creyente admita todo lo que otros ven en él que no concuerda con Dios. Dios salva a aquellos que tienen un espíritu contrito, ya que El revela Su plan a quienes tienen un espíritu contrito. Quien encubre y disimula sus errores indiscutiblemente le falta un espíritu contrito. Dios no puede salvarlo completamente. Necesitamos un espíritu que pueda recibir la reprensión tanto del Espíritu Santo como del hombre, un espíritu dispuesto a admitir que no estamos al nivel que deberíamos. Sólo así veremos la salvación en nuestro vivir diario.
UN ESPIRITU QUEBRANTADO
“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado” (Sal. 51:17).
“Quebrantado” en el texto original significa “que se estremece o que tiembla”. Algunos creyentes, después de pecar no se turban en su espíritu, y actúan como si nada hubiera sucedido. Un espíritu sano, después de haber pecado, invariablemente se quebranta (como le sucedió a David). De hecho, a un hombre con un espíritu quebrantado Dios lo puede fácilmente recobrar.
UN ESPIRITU QUE TIEMBLE
“Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde [o contrito] de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2).
“Contrito” en el texto original significa “ultrajado”. Dios se complace cuando el espíritu del creyente es cuidadoso, como si siempre estuviera siendo reprendido y agraviado, temiendo a Dios y a Su palabra. El espíritu del creyente debe llegar a la etapa en la cual teme a Dios siempre. El corazón presuntuoso y obstinado debe ser quebrantado para que la palabra de Dios pueda ser su guía en todo. El creyente debe poseer esta reverencia santa, sin confiar en sí mismo; como su espíritu ha sido apaleado, no se atreve a levantar la cabeza y siempre obedece las órdenes que Dios da. Un espíritu endurecido siempre es un obstáculo para obedecer la voluntad de Dios. Sólo después de que la cruz lleva a cabo una obra completa en el creyente, éste puede conocer perfectamente lo poco confiables que son sus ideas, sus sentimientos y sus deseos, al grado de no atreverse a jactarse de ellos; llega a ser extremadamente cauteloso en todo, pues sabe que sin la intervención y el poder de Dios, fracasará. Nunca debemos independizarnos de Dios. Si nuestro espíritu deja de temer y
temblar, caerá en el orgullo y la independencia. Descansamos en Dios sólo cuando nos damos cuenta de que estamos en una situación irremediable. Un espíritu temeroso nos salva de fracasos y hace que verdaderamente conozcamos a Dios.
UN ESPIRITU HUMILDE
“Mejor es humillar el espíritu con los humildes” (Pr. 16:19).
“Pero al humilde de espíritu sustenta la honra” (Pr. 29:23).
“Yo habito ... con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes” (Is. 57:15).
Ser humilde no es menospreciarse a uno mismo, sino no poner los ojos en uno mismo. La arrogancia en el espíritu de un creyente lo conduce al fracaso. Debemos ser humildes no sólo para con Dios sino también para con los hombres. El espíritu humilde se ve cuando nos asociamos con los humildes. Sólo un espíritu humilde puede apreciar a todos los hombres que Dios creó. La presencia y gloria de Dios se manifiestan en el hombre que posee un espíritu humilde.
El espíritu humilde está dispuesto a ser enseñado, exhortado y a recibir una explicación. Muchos creyentes son arrogantes en su espíritu; así que, pueden enseñar a otros, pero a ellos no se les pueden enseñar. Muchos creyentes son tan obstinados en su espíritu que nada los puede hacer cambiar, no es fácil enseñarles nada, aunque se den cuenta de que están equivocados no cambian de opinión, les cuesta mucho en su espíritu escuchar una explicación acerca de algún malentendido. Sólo un espíritu humilde puede recibir algo de otros. Dios necesita que tengamos un espíritu humilde para manifestar Sus virtudes, ¿cómo podría un espíritu lleno de orgullo escuchar la voz del Espíritu Santo y colaborar con El? En nuestro espíritu no debe haber rastro de orgullo; siempre debe ser tierno, suave y flexible; un poco de dureza en el espíritu no es compatible con el del Señor, ni puede tener comunión con El. Nuestro espíritu debe ser humilde y siempre esperar en el Señor; debe ser dócil a fin de andar juntamente con El.
POBRES EN ESPIRITU
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt. 5:3).
Ser pobre en espíritu es comprender que uno no posee nada. Es un peligro que el creyente tenga demasiadas cosas en su espíritu, ya que sólo los que comprenden que son pobres en espíritu pueden ser humildes. La experiencia, el crecimiento y el progreso del creyente a menudo llegan a ser tesoros que acumula en su espíritu y hacen que pierda su pobreza. Meditar en nuestros propios logros y prestar atención a nuestras experiencias es un peligro muy sutil del cual el creyente no está consciente. ¿Qué es ser pobre? Ser pobre es no poseer nada. Si un creyente tiene una experiencia profunda con el Señor y constantemente la recuerda, es como si tuviera un cargamento en su espíritu, lo cual se le convierte en un lazo. Sólo un espíritu vacío puede hacer que el creyente se pierda en Dios. Un espíritu rico hará
que el creyente se vuelva egocéntrico. La salvación completa libra al creyente del yo y lo vuelve a Dios; pero si el creyente retiene algo para sí, su espíritu se inhibe y no puede brotar para ser uno con Dios.
UN ESPIRITU MANSO
“Espíritu de mansedumbre” (Gá. 6:1).
Esta es una condición muy necesaria en el espíritu. La mansedumbre es lo opuesto a la rigidez y la obstinación. Dios necesita que tengamos un espíritu manso. Un espíritu inflexible no puede ser guiado por Dios, mientras que un espíritu manso puede abandonar su propia voluntad y obedecer a Dios de inmediato. Quien posee un espíritu manso puede detenerse inmediatamente y sin previo aviso, aun en medio de la obra más próspera, si Dios así se lo ordena, como sucedió a Felipe, a quien se le ordenó ir al desierto mientras predicaba en Samaria. Un espíritu humilde cambia de dirección fácilmente bajo la mano de Dios y según Su voluntad; jamás resiste a Dios para hacer su propia voluntad. Dios necesita un espíritu sumiso para poder llevar a cabo Su voluntad.
Para los hombres, un espíritu manso no es menos importante. Un espíritu manso es como un cordero y está lleno de la realidad de la cruz. “Quien cuando le injuriaban, no respondía con injuria; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba todo al que juzga justamente” (1 P. 2:23); éste es un espíritu manso. Un espíritu manso está dispuesto a ser calumniado, aun cuando la ley lo proteja y puede vindicarse; no es capaz de usar las armas carnales para vengarse; aunque sufra dolor y daño no es capaz de herir a otros. Todo aquel que posee tal espíritu se conduce rectamente, pero no que los demás lo hagan. Está lleno de amor, gracia y bondad, y puede conmover a los que le rodean.
UN ESPIRITU FERVIENTE
“En el celo no perezosos, fervientes en espíritu, sirviendo al Señor” (Ro. 12:11).
La carne se puede entusiasmar por un momento debido al estímulo de las emociones pero eso no dura mucho tiempo. Aun cuando la carne tiene mucho celo por cumplir su deber y su celo sea apoyado por las emociones, a veces se torna muy perezosa, ya que sólo tiene celo por las cosas con las que está de acuerdo. No puede servir al Señor en las cosas que le disgustan ni cuando sus emociones no son estimuladas. La carne es incapaz de laborar con el Señor lentamente y paso a paso sin detenerse en todo tipo de circunstancia; ser “ferviente en espíritu” debe ser permanente; sólo así podremos servir siempre al Señor. Debemos evitar el entusiasmo de la carne y permitir que el Espíritu Santo inunde nuestro espíritu para que lo mantenga siempre ferviente; así, cuando nuestras emociones se enfríen, nuestro espíritu no será afectado y podrá llevar a cabo la obra del Señor.
En este versículo lo dicho por el apóstol es un mandamiento. Nuestra voluntad renovada puede escoger esto. Debemos ejercitar nuestra voluntad para decidir ser fervientes. Debemos decir: “Mi espíritu desea ser ferviente y no está dispuesto a ser frío”. Cuando nuestra parte emotiva está completamente desinteresada, debemos dejar que nuestro
espíritu ferviente lo controle todo, sin permitir que la tibieza de nuestros sentimientos nos venza. Servir siempre al Señor con sinceridad es la evidencia de un espíritu ferviente.
UN ESPIRITU PRUDENTE
“De espíritu prudente es el hombre entendido” (Pr. 17:27).
Nuestro espíritu necesita ser ferviente, pero también necesita ser prudente o calmado. El fervor está relacionado con no ser “perezoso en el celo ... sirviendo al Señor”; mientas que la prudencia está relacionada con el entendimiento.
Si nuestro espíritu no es prudente, a menudo nuestras acciones perderán el control. El propósito del enemigo es hacer que los santos se desvíen y pierdan su contacto con el Espíritu Santo. Vemos que cuando el espíritu de un santo no es prudente, cambia de conducta según sus principios para vivir según sus emociones. Al principio el espíritu y la mente estaban íntimamente unidos; así que tan pronto como el espíritu pierde la calma, la mente inmediatamente es estimulada; y cuando ésta se apasiona, el creyente pierde el control de sus acciones y cae en la anormalidad. Debido a eso, es mejor mantener un espíritu prudente. A fin de mantenernos en el camino del Señor, constantemente tenemos que hacer a un lado el fervor emocional, los deseos ardientes y la confusión de la mente; en lugar de eso, debemos detenernos a examinar las situaciones con un espíritu prudente. Si actuamos cuando nuestro espíritu está alterado, es probable que lo que hagamos no sea la voluntad de Dios.
Dado que conocemos al yo, a Dios y a Satanás, y debido a la percepción que tenemos de las cosas, nuestro espíritu debe permanecer calmado, cosa que los creyentes anímicos no pueden lograr. El Espíritu Santo debe llenar el espíritu de los creyentes. El alma debe ser llevada a la muerte a fin de que el espíritu pueda tener una tranquilidad inefable. A pesar de cualquier cambio en el alma, el cuerpo o las circunstancias, la tranquilidad del espíritu no se alterará. Es como el mar, que a pesar de que las olas se enfurezcan en la superficie, su fondo siempre permanece calmado. Antes de que el creyente experimente la separación del alma y el espíritu, cuando algo inesperado le sucede, todo su ser cae en confusión y caos y no sabe que hacer. Esto se debe a la falta de conocimiento espiritual y a la falta de separación entre el alma y el espíritu. A fin de mantener una separación entre el alma y el espíritu, el creyente debe mantener la calma en su espíritu; de esta manera sus experiencias serán inconmovibles. No importa cuánto caos lo rodee, no perderá la calma ni la paz en su interior. Aunque se desplome una montaña frente a él, no pierde la calma. Esto no se logra mediante la meditación, sino por la confianza que los creyentes tienen en la revelación que el Espíritu Santo les da acerca de la verdadera naturaleza de todas las cosas, y restringiendo su alma. Esto impide que el alma controle al espíritu.
El asunto que estamos discutiendo se relaciona con el control de la voluntad. Nuestro espíritu debe estar sujeto a nuestra voluntad, la cual a su vez, desea fervor, pero también calma y prudencia. No debemos permitir que nuestra condición espiritual vaya más allá del control de nuestra voluntad. Debe ser ferviente en la obra del Señor, pero también debe mantener una actitud prudente y calmada al llevar a cabo la obra del Señor.
UN ESPIRITU GOZOSO
“Y mi espíritu ha exultado en Dios mi Salvador” (Lc. 1:47)
El espíritu del creyente debe tener una actitud de quebrantamiento consigo mismo (Sal. 51:17), pero de regocijo para con Dios. El creyente no se regocija debido a que sucede algo digno de alegría ni por sus su éxito personal ni por su trabajo ni por las bendiciones recibidas ni por circunstancias favorables, sino que se goza porque Dios es el centro de su ser; en realidad, aparte de Dios, no hay nada que pueda causarle gozo al creyente.
Si el espíritu del creyente es oprimido por la preocupación, la tristeza o el dolor, inmediatamente cae en la negligencia; se deprime, pierde su posición normal y ya no puede seguir la guía del Espíritu Santo. Cuando oprimimos nuestro espíritu con cargas pesadas, éste inmediatamente pierde su agilidad, su libertad y su brillo; cae de su posición ascendida, y si el período de sufrimiento se prolonga, el daño aumenta en proporciones incalculables. En tales ocasiones, nada puede ayudarlo, excepto regocijarse en Dios. Regocijarse en el hecho de que Dios es Dios; regocijarse porque Dios lo logró todo para ser nuestro Salvador. En la boca y el corazón del creyente nunca debe faltar la palabra de alabanza “¡Aleluya!”
UN ESPIRITU VALIENTE
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura” (2 Ti. 1:7).
La cobardía no es humildad, ya que ser humilde es olvidarse totalmente de uno mismo, tanto de su debilidad como de sus fuerzas; mientras que ser cobarde es recordar las debilidades propias y el yo. Ni la timidez ni el retraimiento agradan a Dios. Por un lado Dios desea que temblemos debido a que no somos nada, pero por otro, desea que seamos osados para avanzar confiando en Su poder; que demos testimonio de El con atrevimiento, que suframos dolor y oprobio, que podamos perderlo todo, pero descansando en el Señor y confiando en Su amor, en Su sabiduría, en Su poder, en Su fidelidad y en Sus promesas. Esto es lo que el Señor desea de nosotros. Si nos miramos a nosotros mismos, retrocedemos y no podemos dar testimonio del Señor, y nuestro espíritu abandona su condición óptima. Debemos mantener un espíritu sin temor.
Debemos tener un espíritu de poder, de amor y de dominio propio. Nuestro espíritu debe ser fuerte y poderoso, pero no hasta el punto de perder la ternura. También necesita ser sosegado y disciplinado, para no ser fácilmente provocado. Necesita ser fuerte para resistir al enemigo, mas para relacionarse con las personas, necesita ser tierno; y para conducirnos como debemos necesitamos que nuestro espíritu sea sobrio.
UN ESPIRITU SOSEGADO
“Sino el del hombre interior escondido en el corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu manso y sosegado, que es de gran valor delante de Dios” (1 P. 3:4).
Aunque esta palabra se habló a las hermanas, los hermanos también necesitan tal enseñanza.
“Y que procuréis tener tranquilidad” (1 Ts. 4:11), éste es el deber de todo creyente, pero hoy día se habla demasiado, y algunas veces las palabras implícitas sobrepasan en numero a las que se expresan. Los pensamientos confusos y la mucha palabrería son suficientes para que el espíritu escape del control de nuestra voluntad, y un espíritu fuera de control hace que el hombre se conduzca según la carne. Si el creyente no puede controlar su espíritu, es muy difícil que no peque, pues un espíritu erróneo conduce al pecado.
Para poder guardar silencio, necesitamos un espíritu apacible, ya que lo que está en nuestro espíritu es lo que expresamos verbalmente. Debemos cuidar que nuestro espíritu sea sosegado, para mantener la calma aun cuando nuestras circunstancias sean confusas. Para andar en conformidad con el espíritu, es indispensable tener un espíritu apacible; de no ser así, pecaremos. Si nuestro espíritu es apacible podremos escuchar la voz del Espíritu Santo en nuestro espíritu y cumplir la voluntad de Dios y entender lo que no podemos entender cuando estamos confusos. Un espíritu apacible adorna al creyente, y es lo que debe expresar exteriormente.
UN ESPIRITU NUEVO
“En la novedad del espíritu” (Ro. 7:6).
Este es un paso muy importante en nuestra vida y nuestra obra espirituales. Un espíritu envejecido no puede tocar a las personas. Cuando mucho, puede transmitirles ideas, pero no tiene poder para hacer que las personas piensen seriamente. Un espíritu viejo sólo puede generar pensamientos marchitos, y no puede generar una vida dinámica. Todo lo que un espíritu envejecido genera, ya sean palabras, enseñanzas, actitudes, pensamientos o cierta conducta, es viejo y obsoleto. Muchas doctrinas sólo llegan a la mente del creyente debido a que no tienen sus raíces en el espíritu; la enseñanza no tiene espíritu que toque el espíritu de los oyentes. Quizá el creyente haya experimentado algo, pero ha llegado a ser algo que pertenece al pasado; no es más que una reminiscencia, y, en consecuencia, se ha trasladado de su espíritu a su mente. O tal vez tenga ideas nuevas en su mente, pero debido a que no están apoyadas en la vida, quienes las escuchan no logran tocar un espíritu fresco y nuevo.
Muchas veces nos encontramos con ciertos creyentes que habitualmente obtienen algo nuevo del Señor. Cuando nos encontramos con ellos, sentimos que acaban de salir de la presencia del Señor, y nos introducen en El. Parece que continuamente obtienen nuevas fuerzas como las águilas. Son como jóvenes. En vez de impartir maná seco, rancio y agusanado a la mente del pueblo, comparten pan y pescado recién preparados en el fuego de su espíritu. Esto es novedad; todo lo demás es viejo y obsoleto. No importa cuán profundos y maravillosos parezcan ser los pensamientos, no llegan a las personas como lo hace un espíritu nuevo y fresco.
Es necesario mantener el espíritu fresco y nuevo. Si nuestro espíritu no ha estado en la presencia del Señor, ni ha sido bendecido por El, es inútil que tratemos de llegar a otros. No importa cuál haya sido nuestra vida, nuestro pensamiento o nuestra experiencia, si sólo
pertenece al pasado y si sólo es un recuerdo, sin duda alguna es viejo. Todo en nosotros debe ser nuevo. Imitar a otros o tratar de reproducir nuestras experiencias pasadas no tiene ningún valor. Cuán importantes son las palabras “Yo vivo por causa del Padre” (Jn. 6:57). Sólo cuando constantemente obtenemos la vida del Padre para que sea nuestra vida, nuestro espíritu puede ser nuevo y fresco siempre. Un espíritu que no es nuevo y fresco no puede llevar fruto en la obra ni puede andar según el Espíritu en vida, y tampoco puede vencer al enemigo. Un espíritu decrépito no puede ver a los hombres debido a que no ha podido ver a Dios. Si deseamos que el espíritu permanezca fresco siempre, debemos disfrutar continuamente a Dios.
UN ESPIRITU QUE SEA SANTO
“Para ser santa así en cuerpo como en espíritu” (1 Co. 7:34).
“Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu” (2 Co. 7:1).
Si deseamos andar según el espíritu, debemos mantener nuestro espíritu en santidad. Un espíritu que no sea santo conduce las personas al error. Algunas de las cosas que pueden contaminar el espíritu son: los pensamientos inicuos al criticar a las personas o al hacer conjeturas acerca de las cosas, la memoria de los pecados de otros, la falta de amor, la palabrería, las criticas, la justificación personal, el rechazo a ser exhortados, la envidia de los hermanos y el orgullo. Un espíritu que no sea santo no puede tener novedad ni frescura.
En nuestro anhelo por una vida espiritual, no podemos descuidarnos en cuanto al pecado ni por un momento. El pecado nos hace más daño que cualquier otra cosa. Aunque sepamos cómo ser librados de los pecados y cómo andar en conformidad con el espíritu, necesitamos cuidar de no caer de nuevo, sin darnos cuenta, en nuestra condición pecaminosa. Cuando pecamos, nos es imposible andar en el espíritu. Siempre debemos velar y tener presente que estamos muertos para que el pecado no nos pueda vencer ni penetrar en nuestro espíritu para envenenarlo. Sin santidad, nadie verá al Señor.
UN ESPIRITU FUERTE
“Se fortalecía en espíritu” (Lc. 1:80).
Nuestro espíritu debe crecer y fortalecerse gradualmente; esto es indispensable en nuestra vida espiritual. Muchas veces sentimos que nuestro espíritu no es lo bastante fuerte para controlar nuestra alma y nuestro cuerpo, especialmente cuando nuestra alma es estimulada o cuando nuestro cuerpo está débil. Algunas veces, al ver que otros están atribulados por un gran peso en su espíritu, queremos ayudarles, pero sentimos lo impotente que es nuestro espíritu y somos incapaces de libertarlos. En otras ocasiones, al combatir contra el enemigo, vemos que no somos lo suficientemente fuertes, en nuestro ser espiritual, y no podemos pelear. Muchas veces sentimos que nuestra fuerza espiritual no basta para poder vencer en
todas las situaciones, hay muchas áreas de nuestra vida y de nuestra obra que están fuera de nuestro control. ¡Cuánto anhelamos tener un espíritu fuerte!
Si el espíritu es fuerte, aumenta el poder de la intuición y el discernimiento, así como la capacidad para rechazar todo lo que no pertenezca al espíritu. Algunos creyentes procuran andar según el espíritu, pero no pueden debido a que el poder en su espíritu no es suficiente para ejercer el control de todas las cosas; por el contrario, está sujeto a ser controlado. No podemos esperar que el Espíritu Santo lo haga todo por nosotros; nuestro espíritu regenerado necesita colaborar con El. Debemos aprender a usar nuestro espíritu, y usarlo lo mejor posible. Si el creyente usa su espíritu, éste gradualmente se fortalecerá y tendrá el poder que necesita para eliminar todo lo que estorbe al Espíritu Santo, sea esto una voluntad obstinada, una mente confusa o emociones sin control.
La Biblia nos dice que el espíritu puede ser herido (Pr. 18:14) y un espíritu lesionado es muy débil. Si nuestro espíritu es fuerte, podemos permanecer firmes e inconmovibles ante el estímulo del alma. Podemos considerar el espíritu de Moisés un espíritu fuerte; sin embargo no lo conservó así, y los israelitas lograron provocarlo en su espíritu hasta que finalmente pecó (Sal. 106:33). Si nuestro espíritu es fuerte, podremos vencer, en el Señor, cualquier situación, sin importar si se trata de un sufrimiento en el cuerpo o de una aflicción en el alma.
Sólo el Espíritu Santo nos puede dar la fuerza que necesita nuestro hombre interior. Nuestro espíritu recibe su fuerza del Espíritu Santo; con todo y eso, necesita sea adiestrado. Después de que el creyente aprende a andar conforme a su espíritu, cuando lleva a cabo la obra del Señor, aprende a usar el poder de su espíritu en vez de su poder natural. El sabrá conducirse por su vida espiritual y no confiará en su vida anímica. Al combatir contra el enemigo para resistirlo atacarlo y oponerse a él, así como a sus huestes, aprenderá a usar la fuerza de su espíritu y no la de su alma. Como es de esperarse, estas experiencias son progresivas. A medida que el creyente anda conforme al espíritu, recibe más poder del Espíritu Santo y se fortalece. El creyente debe mantener su espíritu en una condición fuerte, y no debe permitir que pierda su poder y que no pueda satisfacer las necesidades que se presenten.
UN ESPIRITU DE UNIDAD
“Firmes en un mismo espíritu” (Fil. 1:27).
Ya vimos que la vida del hombre espiritual se lleva a cabo en unidad con otros creyentes. La unidad del espíritu es muy importante. Si Dios, debido a que el Espíritu Santo mora en el espíritu del creyente, se ha unido a él, el espíritu del creyente también será uno con el espíritu de los demás creyentes. El hombre espiritual no sólo es uno con Cristo en Dios, sino también con todo aquel que es parte de la morada de Dios. Cuando el creyente permite que su vida anímica actúe, no puede andar conforme al espíritu; si su mente y su parte emotiva controlan su espíritu, éste no podrá ser uno con los demás creyentes. Sólo cuando la mente y la parte emotiva se someten al control del espíritu, puede el creyente hacer caso omiso de la discordia en su mente y en su parte afectiva, y puede ser uno, en espíritu, con el resto de los hijos de Dios. El espíritu del creyente siempre debe ser uno con todos los creyentes; es decir, no sólo ser con el grupo pequeño que comparte su misma opinión, sino
con el Cuerpo de Cristo en su totalidad. En nuestro espíritu no debe haber ni aspereza, ni amargura, ni estrechez; sino que debe estar totalmente abierto y libre para relacionarse con los demás sin barreras.
UN ESPIRITU LLENO DE GRACIA
“La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu” (Ga. 6:18).
La gracia del Señor Jesucristo es preciosa y nos ayuda, en nuestro espíritu, en todas nuestras necesidades. Esta es una bendición que recibe el creyente, y también es lo máximo que el creyente puede recibir en su espíritu. Nuestro espíritu siempre debe disfrutar la gracia del Señor.
UN ESPIRITU QUE ANHELA EL ARREBATAMIENTO
Además de las condiciones que mencionamos, nuestro espíritu también debe mantenerse fuera de este mundo, siempre ascendido, siempre en los cielos. Debe ser un espíritu que anhele ser arrebatado. El espíritu que anhela el arrebatamiento es más profundo que el espíritu que está en ascensión. Aquel cuyo espíritu anhela el arrebatamiento no sólo vive como si estuviera en los cielos; sino que también el Espíritu Santo los guía a creer y a esperar la segunda venida del Señor y a anhelar ser arrebatado. Cuando el espíritu del creyente y el de Cristo son uno solo, él llega a ser, en la experiencia, un ciudadano celestial que vive en el mundo como peregrino. El Espíritu Santo le llamará a avanzar paso a paso hasta tener un espíritu que anhele ser arrebatado. Anteriormente su clamor era: “Hacia adelante”, ahora es: “Hacia arriba”. Todo su ser asciende hacia los cielos. El espíritu que anhela ser arrebatado hace apto al creyente para que “guste ... los poderes del siglo venidero” (He. 6:5).
No todos los que creen en la segunda venida de Cristo tienen un espíritu que anhela el arrebatamiento. Creer en la segunda venida del Señor, predicar acerca de ella, o aun orar por ella, no significa mucho. Podemos hacer todo esto y no tener un espíritu que anhele el arrebatamiento. No todos los creyentes maduros tienen tal espíritu; éste es un don conferido por la gracia de Dios. Algunas veces es dado de acuerdo con Su voluntad; otras, como respuesta a una súplica de fe. Cuando se posee tal espíritu, el creyente mantiene una actitud de ser arrebatado, y no sólo cree en la venida del Señor, sino también en su propio arrebatamiento. Esto no es creer en una doctrina, sino conocer un hecho. Así como Simeón, que por la revelación del Espíritu Santo, supo que no vería la muerte sin ver al Cristo de Dios, así también el creyente debe tener la certeza en su espíritu, de que será arrebatado antes de morir para ir con el Señor. Esta es la fe de Enoc. Por supuesto que no cerramos creyendo obstinadamente en una superstición, pero sí vivimos en el tiempo del arrebatamiento, no podemos evitar creer firmemente que seremos incluidos en él. Esta fe nos hace aptos para tener un mejor entendimiento de la obra de Dios en esta era y para recibir más poder celestial que nos ayude en nuestra obra.
Si el creyente recibe un espíritu que anhela ser arrebatado, en otras palabras, si su espíritu está en un estado de constante arrebatamiento, será más celestial. Su senda hacia los cielos no será igual que en el pasado, cuando creía que debía pasar por la muerte.
Cuando el creyente lleva a cabo una obra espiritual, a menudo tiene muchas expectativas y planes. Está lleno del Espíritu Santo, de sabiduría y de poder. Cree que Dios lo usará grandemente, y espera que su labor lleve mucho fruto rápidamente. Sin embargo, en esa situación de prosperidad, la mano de Dios lo detiene, y le pide que detenga la obra y que se prepare para emprender otro camino. Esta orden es inesperada. “¿Por qué, Señor? ¿Acaso no me diste la fortaleza para llevar a cabo la obra? ¿Qué he de hacer con todo este conocimiento maravilloso que poseo si no es ayudar a otros? ¿Por qué todo se ha terminado y se ha enfriado?” Cuando el creyente recibe estas instrucciones, sabe que el propósito de Dios es llamarle a tomar otro camino. Antes sólo sabía caminar hacia adelante; ahora sabe que puede ascender. Esto no significa que ya no participa en la obra, sino que la obra puede terminar en cualquier momento.
Otras veces, Dios utiliza las circunstancias, ya sea la persecución, la oposición, el despojo u otra adversidad, a fin de que los creyentes sepan que El desea que posean un espíritu fijo en el arrebatamiento, y no en el progreso de la obra. Hoy día el Señor quiere cambiar el andar de Sus hijos. Muchos hijos de Dios ignoran que hay algo mejor que el progreso de la obra, y eso es ascender.
Este espíritu centrado en el arrebatamiento no carece de fruto. Antes de que el creyente tuviera tal espíritu, sus experiencias cambiaban frecuentemente; pero después de tener el testimonio de ser arrebatado en su espíritu y una fe firme al respecto, y si su conducta, su vida y su obra concuerdan con tal espíritu, entonces éste hará que el creyente se prepare para la venida del Señor. Tal preparación no se relaciona solamente con enmiendas externas de la conducta, sino que es una preparación total en el espíritu, el alma y el cuerpo, a fin de ir al encuentro del Señor.
Por ello, el creyente debe orar pidiendo que el Espíritu Santo le muestre la manera de recibir y retener un espíritu fijo en el arrebatamiento. Los creyentes deben orar, esperar, creer y estar dispuestos a eliminar todo obstáculo, a fin de obtener tal espíritu. Nuestra vida y obra siempre debe ser confrontada con dicho espíritu, para que sepamos en qué hemos fallado. Si perdemos este espíritu, debemos saber cuándo y cómo lo perdimos y cómo recobrarlo. Debemos orar a fin de conocer qué asuntos del mundo afectan nuestro espíritu; de esta manera podremos vencerlos y recuperar nuestro espíritu. Una vez que recibimos tal espíritu, es muy fácil perderlo, debido a que no conocemos la clase de oración y obra que debemos tener en esta etapa de nuestra vida a fin de preservar nuestra posición celestial y tener una visión más clara.
Ya que estamos de pie frente a la puerta del cielo y ya que existe la posibilidad de ser arrebatados en cualquier momento, debemos preferir las vestiduras blancas y las obras celestiales, pues tal vez seamos llamados a ascender en el siguiente segundo de nuestra vida. Esta esperanza nos separa totalmente de las cosas terrenales y nos une a las de arriba.
Aunque Dios desea que esperemos la ascensión con un corazón sincero, eso no significa que sólo nos preocuparemos por ser arrebatados. No debemos hacer a un lado las necesidades de los demás ni olvidarnos de la obra final que habrá de llevarse sobre la tierra, o sea, lo que Dios nos ordenó llevar a cabo. Lo que Dios no quiere es que permitamos que la obra que El nos encomendó nos impida ser arrebatados. En nuestra vida y en nuestra
obra, siempre debemos ver que la atracción de los cielos es mucho más fuerte que la de la tierra. Debemos aprender a vivir no sólo por la obra del Señor, sino también por el arrebatamiento. Que nuestro espíritu se eleve diariamente con la esperanza de la venida del Señor. Que las cosas mundanas pierdan su poder en nosotros a tal grado que no sólo nos disgusten, sino que también nos cause desagrado vivir en el mundo. Que nuestro espíritu ascienda diariamente hasta los cielos y anhele estar pronto con el Señor. Que nuestra mente esté fija en las cosas de arriba para que hasta la mejor obra efectuada en este mundo no nos distraiga. Desde ahora en adelante, oremos en espíritu y con el entendimiento diciendo: “Ven Señor Jesús”.