CUARTA SECCION — EL HOMBRE ESPIRITUAL

CAPITULO UNO EL ESPIRITU SANTO Y EL ESPIRITU DEL CREYENTE

 

Los creyentes de hoy carecen del conocimiento acerca de la existencia del espíritu humano y sus funciones. Muchos de ellos no saben que además de su mente, su parte emotiva y su voluntad, tienen espíritu. Incluso después de escuchar que tienen espíritu, piensan que su mente, su parte emotiva o voluntad son dicho espíritu, o se confunden por desconocer dónde se encuentra éste. Esta ignorancia es un asunto muy serio. Los creyentes no saben cooperar con Dios ni tener dominio propio ni pelear en contra de Satanás, debido a que todas estas cosas requieren la acción del espíritu. Lo más importante que un creyente debe saber es que tiene un espíritu, además del intelecto, el conocimiento y la imaginación, los cuales se hallan en la mente; los sentimientos, el amor y los deseos, los cuales se hallan en su parte emotiva; y las ideas, opiniones y determinaciones, que se encuentran en la voluntad. El espíritu es más profundo que la mente, la parte emotiva y voluntad. El creyente debe saber que tiene un espíritu y también debe conocer el sentir del espíritu, su función, su poder y el principio sobre el cual actúa. Sólo así podrá el creyente andar según el espíritu, no según el alma carnal ni según el cuerpo. El espíritu y el alma de una persona que no ha sido regenerada dan la impresión de estar vinculados, pues ella sólo conoce los sentimientos del alma, que son fuertes y poderosos, e ignora la existencia del espíritu, el cual está muerto y retraído. Esta ignorancia comenzó cuando era un pecador, y continúa aun después de llegar a ser creyente. Aunque el creyente tiene vida en su espíritu, así como la experiencia de haber vencido “las cosas de la carne”, algunas veces anda según el espíritu, y otras, en el alma. No sabe lo que el espíritu exige ni cómo identificar lo que proviene del espíritu ni cómo nutrirlo; no conoce los sentimientos del espíritu ni el significado de lo que representan. Todo esto restringe la vida del espíritu, y permite que la vida natural del alma continúe actuando sobre este mismo principio. Esto es algo muy delicado y va más allá de la imaginación del creyente común. Algunos creyentes fielmente buscan experiencias espirituales más elevadas y profundas, pero después de experimentar la victoria sobre los pecados, no siguen adelante debido a que desconocen la función del espíritu. En lugar de eso, van en pos de “conocimiento espiritual y bíblico” que satisfaga sus mentes; procuran sentir la presencia del Señor, y una especie de fuego recorre sus miembros; se conducen y andan principalmente de acuerdo al poder de su propia voluntad. Como resultado, el creyente se engaña, dando exagerado énfasis a sus propias experiencias (anímicas), y llega a considerarse un gigante espiritual. Esto cultiva la vida de su yo (su alma). Por un lado, él piensa que su experiencia es espiritualmente sólida, y que lo preservará en la senda espiritual. Los hijos de Dios deben humillarse delante de Dios y sujetarse al Espíritu Santo y a las enseñanzas bíblicas, y gradualmente examinar la función y la obra del espíritu, a fin de andar conforme al espíritu.

 

LA REGENERACION DEL HOMBRE (COMPARESE CON EL CAPITULO CUATRO DE LA PRIMERA SECCION)

 

¿Por qué necesita el pecador ser regenerado? ¿Por qué debe nacer de lo alto y ser regenerado por el espíritu? Porque el hombre es un espíritu caído, y como tal necesita que su espíritu sea regenerado para recibir un espíritu nuevo. Satanás es un espíritu caído y el hombre también es un espíritu caído, con la diferencia de que el hombre tiene un cuerpo. La caída de Satanás sucedió antes que la del hombre. Al conocer la caída de Satanás podemos conocer la nuestra. Satanás es un espíritu que fue creado por Dios para tener comunión directa con Dios. Sin embargo, él cayó y se convirtió en el líder de las tinieblas, y además se separó de Dios y de todas Sus virtudes. No obstante, Satanás no dejó de existir por haber caído; solamente perdió su relación normal con Dios. De igual manera, el hombre cayó en las tinieblas y se separó de Dios, pero el espíritu del hombre subsiste. Ahora, su espíritu está separado de Dios y no puede tener comunión con El ni reinar con El. Desde el punto de vista espiritual, el espíritu del hombre está muerto. Así como el espíritu del arcángel pecaminoso existe eternamente, asimismo sucede con el espíritu pecaminoso del hombre. Sin embargo, el hombre tiene un cuerpo, el cual llegó a ser carne por la caída (Gn. 6:3). Ninguna religión, ética, cultura ni ley de este mundo puede mejorar el espíritu humano caído. Debido a que el hombre es carne, nada puede convertirlo en espíritu; sólo la regeneración del espíritu puede hacerlo. Unicamente el Hijo de Dios, quien derramó Su sangre para limpiarnos de nuestro pecado y darnos una vida nueva, puede volvernos a Dios. Cuando un pecador cree en el Señor Jesús, es regenerado, o sea que Dios le da Su vida increada, para vivificar su espíritu. La regeneración de un pecador se produce en el espíritu. Toda la obra de Dios comienza dentro del hombre y se extiende del centro a la circunferencia, mientras que Satanás obra de afuera hacia adentro. El propósito de Dios es, primeramente, darle vida al espíritu entenebrecido del hombre, y es precisamente ahí donde éste debe recibir la vida de Dios y tener comunión con El. Esto hace que el hombre sea regenerado. A partir de allí, actúa y se extiende al alma y al cuerpo del hombre. Por la regeneración el hombre recibe un espíritu nuevo, y además hace que su espíritu viejo resucite. En cuanto a la regeneración, Ezequiel 36:26 dice: “Pondré espíritu nuevo dentro de vosotros”. Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. El espíritu mencionado en estos dos pasajes se refiere a la vida de Dios, ya que éste no es el espíritu que teníamos originalmente, sino el que Dios nos da cuando somos regenerados. Esta nueva vida es “divina” (2 P. 1:4) y “no puede pecar” (1 Jn. 3:9). El espíritu que el hombre tenía originalmente, aun después de ser vivificado, puede contaminarse (2 Co. 7:1) y necesita ser santificado (1 Ts. 5:23). Cuando la vida de Dios (la cual también es llamada el “Espíritu”) entra en nuestro espíritu humano, lo vivifica, ya que éste se encontraba en una especie de estupor. Anteriormente nuestro espíritu era ajeno a la vida de Dios (Ef. 4:18), pero fue vivificado. Por lo tanto, “aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia” (Ro. 8:10). Lo que perdimos en Adán fue el espíritu, ya que murió; y lo que recibimos en la regeneración es la vivificación de este espíritu muerto. Sin embargo, no solamente obtenemos lo que habíamos perdido en Adán, sino que además recibimos un nuevo espíritu con la vida de Dios, la cual Adán nunca poseyó. Por consiguiente, entendemos cuán inútil es querer mejorarnos a nosotros mismos, o exhortar a hacer el bien, a ser avivados o arrepentirnos. No importa lo que el hombre haga, no puede vivificar su espíritu, ni puede recibir un “espíritu nuevo”. Aunque el hombre pueda mejorar, lo que está muerto, está muerto; y aunque pueda reparar muchas cosas, lo que es viejo sigue siendo viejo. Si el hombre no recibe de lo alto una vida nueva, no importa cuán diligente sea para estudiar religión o para practicar la moral, no podrá hacer que su espíritu viva y sea nuevo. Unicamente el nuevo Espíritu de Dios puede vivificar el viejo espíritu del hombre. Quienes desean que su espíritu sea vivificado pero no reciben al nuevo Espíritu de vida de Dios, permanecerán muertos. Un hombre que no sea regenerado no tiene relación alguna con Cristo (Ro. 8:9); por lo tanto, todo creyente debe preguntarse si ya fue regenerado. Sólo los que reciben la vida excelente de Dios son hijos Suyos. Uno no puede ser hijo de Dios si no ha nacido de El. En la Biblia a la vida de Dios, a menudo se le llama “la vida eterna”. Esta vida es zoe en el idioma original, y se refiere a la vida más elevada, la vida espiritual. Todo aquel que cree en el Señor Jesús es regenerado y recibe vida eterna al instante. ¿Cuál es la función de la vida eterna? “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo” (Jn. 17:3). Así que, la vida eterna no es solamente una bendición que viene después para que los creyentes disfruten, sino que también es una facultad espiritual. Sin la vida eterna no conocemos a Dios, ni podemos conocer al Señor Jesús. Después de que el hombre recibe la vida de Dios, él conoce al Señor por medio de la intuición. Esta pequeña parte de la vida de Dios dentro del hombre se desarrolla con el tiempo y crece hasta ser un hombre espiritual. Después de regenerar al hombre, el propósito de Dios es que muchos, por medio de Su Espíritu, puedan deshacerse de todo lo que pertenece a la antigua creación; la obra de Dios en el hombre también se lleva a cabo en el espíritu.

 

EL ESPIRITU SANTO Y LA REGENERACION

 

 

Cuando el hombre es regenerado, suespíritu recibe la vida de Dios y llega a ser vivificado. Es el Espíritu Santo quien activamente lleva a cabo esta obra. El convence al hombre de pecado, de justicia y de juicio, y prepara el corazón del hombre para que esté dispuesto a creer en el Señor Jesús como Salvador. La obra de la cruz es llevada a cabo mediante el Señor Jesús pero, el Espíritu Santo la aplica al pecador. Debemos entender la relación que existe entre la cruz de Cristo y la obra del Espíritu Santo. La cruz ya lo logró todo, pero el Espíritu Santo lleva a cabo en el hombre lo que la cruz logró. La cruz da al hombre la debida posición y produce “hechos”, mientras que el Espíritu Santo guía al hombre a experimentar lo que le corresponde por estar en dicha posición. La cruz efectúa la salvación y pone al pecador en una posición en la que puede ser salvo; la obra del Espíritu Santo revela al pecador lo que la cruz produjo para que él pueda recibirlo. El Espíritu Santo no obra solo; sino por medio de la cruz. Sin ésta El Espíritu Santo no tiene una base sobre la cual obrar, y la obra de la cruz quedaría anulada, ya que para el hombre todavía no es un hecho, aunque para Dios ya lo es. Aunque la salvación es llevada a cabo por medio de la cruz, es el Espíritu Santo quien opera directamente para hacer que las personas lo reciban. Por eso, la Biblia dice que nuestra regeneración es obra del Espíritu Santo. “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6). En el versículo 8, el Señor Jesús dijo de nuevo que la regeneración consiste en ser “nacido del Espíritu”. El Espíritu Santo aplica la obra de la cruz al creyente e imparte la vida de Dios a su espíritu; es así como el creyente es regenerado. El Espíritu Santo comunica la vida de Dios, y nosotros “vivimos por el Espíritu” (Gá. 5:25). Si un hombre solamente entiende en su mente, pero el Espíritu Santo no está presente para regenerarlo en su espíritu, su entendimiento no lo podrá ayudar. Si lo que el hombre cree no es más que sabiduría humana y no el poder de Dios, sólo será estimulado en el alma, lo cual no perdura, ya que no ha sido regenerado. Solamente aquellos que creen de corazón (Ro. 10:10) pueden ser salvos y recibir la regeneración. Además de capacitar a los creyentes para que reciban la vida al momento de ser regenerados, el Espíritu Santo tiene una obra adicional. Desde el punto de vista de la regeneración, El mora en los creyentes. ¡Qué lamentable es que el hombre continuamente se olvide de esto! Ezequiel 36 nos dice que el creyente recibe un nuevo espíritu y también al Espíritu Santo. “Os daré un corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y pondré dentro de vosotros Mi Espíritu” (vs. 26-27) “Pondré espíritu nuevo dentro de vosotros”. Esto significa que el espíritu del hombre será renovado, y recibirá vida. Y luego añade: “Y pondré dentro de vosotros Mi Espíritu”, lo cual indica que el Espíritu Santo desea morar en nuestro espíritu renovado. El creyente, en el momento de la regeneración, no sólo recibe un nuevo espíritu, sino que también recibe al Espíritu Santo (una persona), quien ahora mora en él. Desafortunadamente, así como el creyente no comprende que el espíritu que recibió es nuevo, tampoco comprende que cuando lo recibe, también recibe al Espíritu Santo. El creyente no recibe al Espíritu Santo debido a algún avivamiento que haya experimentado después de algunos años de haber sido regenerado, puesto que el día que fue regenerado, la totalidad de la persona del Espíritu comenzó a habitar en él, no solamente lo visitó. El apóstol dijo: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, en el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef. 4:30). Debido a que el Espíritu Santo está lleno de amor, se utiliza la expresión “contristéis” en lugar de “provoquéis a ira”. Tampoco dice “no abandonéis”, ya que El “permanece con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:17), “hasta el día de la redención”. El Espíritu Santo mora permanentemente en todo creyente regenerado. Sin embargo, la condición del Espíritu Santo en cada creyente, varía; puede estar contristado o gozoso. Debemos entender la relación que existe entre la regeneración y el Espíritu Santo que habita en el creyente. Si no tenemos un espíritu nuevo, el Espíritu Santo no tiene donde morar. La paloma no encontró lugar donde posarse en el mundo juzgado. No pudo morar allí hasta que la nueva creación emergió (véase Gn. 8). La regeneración es absolutamente necesaria porque sin ella el Espíritu Santo no puede morar en los creyentes. En la regeneración, el creyente recibe un espíritu nuevo y, al mismo tiempo, recibe al Espíritu Santo para que habite en él para siempre. Ya que el nuevo espíritu y Dios, quien lo engendró, son eternamente inseparables, cuando el Espíritu Santo habita en él, habita por la eternidad. No es común que los creyentes comprendan que ya fueron regenerados y que poseen una nueva vida. Y es aun más escaso que comprendan que tan pronto creen en el Señor Jesús, el Espíritu Santo comienza a morar en ellos para ser su guía, su poder vital, y el Señor de todas las cosas. Muchos creyentes que acaban de nacer de nuevo son muy lentos para progresar y crecer, debido a la necedad de sus líderes, o a su propia incredulidad e infidelidad. A menos que los siervos del Señor abandonen esa idea de que el Espíritu Santo solamente mora en los creyentes que son espirituales, les será difícil guiar a otros a una posición espiritual. La obra del Espíritu Santo al regenerarnos tiene como fin convencernos de nuestros pecados y guiarnos al arrepentimiento para que podamos creer en el Salvador y conocerle; así que, El nos da una naturaleza nueva. Este es el cumplimiento de la promesa que hizo Dios de que pondría un espíritu nuevo en nosotros. Pero esta promesa no termina aquí. La segunda mitad de la promesa es tan maravillosa como la primera mitad. La promesa de que el Espíritu Santo moraría en nosotros, viene inmediatamente después de la promesa de que recibiríamos un espíritu nuevo. La obra del Espíritu Santo, que hace que los creyentes reconozcan el pecado, crean en el Señor y reciban la vida, es sólo Su obra inicial, la cual prepara el terreno para poder morar en ellos. El hecho de que el Espíritu Santo more en los creyentes para manifestar al Padre y al Hijo es una gloria especial en la era de la gracia. Dios ya les dio Su Espíritu a Sus hijos. Ahora les corresponde a ellos dar testimonio mediante la fe y obedecer fielmente. El día de la resurrección y el día de Pentecostés ya sucedieron; ya descendió el Espíritu Santo; si un creyente únicamente conoce la obra de regeneración del Espíritu Santo, pero ignora la realidad de que el Espíritu Santo mora en él, será igual que cualquier persona del Antiguo Testamento. Ciertamente, muchos creyentes están viviendo en los días previos a la resurrección y al día de Pentecostés. Aun si un creyente es tan necio que en su experiencia nunca va más allá de la primera mitad de la promesa de Dios y no se da cuenta de que el Espíritu Santo es una persona que mora en él, el hecho irrefutable seguirá vigente de todos modos. El es regenerado, y es un templo santo apto para ser la morada del Espíritu Santo. Si recurre con fe a la segunda mitad de la promesa de Dios, ésta se cumplirá de una manera tan gloriosa como la primera mitad de Su promesa. Si un creyente solamente presta atención a la regeneración y se conforma con recibir un espíritu nuevo, no experimentará el poder ni el gozo de la vida a la que tiene derecho. Si un creyente no conoce ni entiende el misterio y la obra del Espíritu Santo que mora en él, es difícil que reciba todas las bendiciones que Dios preparó para él en el Señor Jesús. Si está dispuesto a recibir la promesa de Dios con fe, dando por hecho que en la regeneración Dios no sólo le dio una vida nueva, sino también al Espíritu Santo, como una persona que mora en su espíritu para ser su Señor, entonces su vida tendrá un gran avance en la senda divina. Si un hijo de Dios cree y está dispuesto a ser fiel el día que su espíritu es renovado, tendrá la experiencia de que el Espíritu Santo mora en él. Después de que el creyente es regenerado, el Espíritu Santo mora en él para guiarlo a una condición espiritual donde manifieste a Cristo, y donde le enseñará y le santificará. Sin embargo, muy a menudo el creyente ni siquiera conoce la posición del Espíritu Santo, no le da importancia al hecho de que habite en él, y anda según su propia voluntad. A la luz de esto, el creyente debe humillarse, honrar Su presencia santa, y permitirle obrar, temblando con temor, amor y respeto delante de El, sin atreverse a actuar por sí mismo, reconociendo el gran privilegio de que Dios more en él. Si deseamos permanecer en Cristo y tener una vida santa como la de El, debemos utilizar nuestra fe para recibir la provisión de Dios, ya que el Espíritu Santo está en nuestro espíritu. El problema es si le permitiremos obrar desde nuestro espíritu.

 

EL ESPIRITU SANTO Y EL ESPIRITU HUMANO

 

Ya que vimos que el Espíritu Santo mora en los creyentes desde el día en que son regenerados, examinaremos ahora con más detalle dónde mora el Espíritu Santo, para poder entender Su obra en nosotros. Debemos recordar que el verdadero significado de la regeneración no es un cambio externo ni un estímulo del alma ni del cuerpo, sino que el espíritu recibe vida. La regeneración es algo nuevo que sucede en el espíritu humano. Es el avivamiento del espíritu que estaba sumido en la muerte. El espíritu amortecido es avivado porque recibe una vida nueva. Pero lo más importante es que cuando recibimos un espíritu nuevo, también recibimos al Espíritu Santo, el cual viene a morar en nosotros. En Ezequiel 36:26-27 la expresión “pondré dentro de vosotros” se menciona dos veces, e indica que el Espíritu Santo mora en el espíritu humano. Dijimos que nuestro ser es semejante al templo santo. “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Co. 3:16). Lo que el apóstol dice es que los creyentes son el templo de Dios, y por eso la morada del Espíritu Santo en ellos es semejante a lo que se menciona en el Antiguo Testamento, cuando Dios moraba en el templo santo. Aunque el templo en su totalidad denota la presencia de Dios y es el lugar donde El habita, Su verdadera morada era el Lugar Santísimo. El Lugar Santo y el atrio eran solamente donde Dios obraba según Su presencia en el Lugar Santísimo. Nuestro espíritu es representado por el Lugar Santísimo. De acuerdo a este ejemplo, es claro que el Espíritu Santo mora en nuestro espíritu. La naturaleza del que mora y de la morada es la misma. Después de la regeneración del hombre, solamente el espíritu regenerado del hombre es apto para ser la morada del Espíritu Santo, no su mente, ni el asiento de sus emociones, ni su voluntad, ni su cuerpo. El es el que edifica y también el que mora. El no puede morar antes de edificar, así que edifica porque quiere tener donde morar; únicamente puede morar en lo que El ha edificado. Como ya mencionamos, el ungüento santo no podía ser derramado sobre la carne del hombre. También mencionamos que en la Biblia, todo lo que pertenece al hombre antes de su regeneración, sin importar cual parte de su ser sea, es llamado “carne”. Por lo tanto, el Espíritu Santo no podía morar en el hombre. Esto también indica que el Espíritu Santo no puede morar en la mente, ni en la parte emotiva, ni en la voluntad, ni en el cuerpo del hombre. Ni siquiera puede morar en el espíritu de un hombre que no haya sido regenerado. Al igual que el ungüento santo, que no podía ser derramado sobre la carne, el Espíritu Santo no puede morar en la “carne”, pues El lucha contra la carne (Gá. 5:17); ésa es la única relación que tiene con la carne. Por lo tanto, si no existe en el hombre algo diferente a la carne, es imposible que el Espíritu Santo more en él. Por eso es tan importante la regeneración del espíritu. Es muy importante el hecho de que el Espíritu Santo more en el espíritu del hombre. Si un creyente no sabe que el Espíritu Santo mora en la parte más profunda de su ser, más allá de su mente, su parte emotiva y voluntad, él esperará que el Espíritu Santo lo guíe desde su mente, desde sus emociones o desde su voluntad. Si entendemos esto, sabremos que estábamos engañados procurando ser dirigidos externamente, fuera del espíritu, en nuestra alma, o en nuestro cuerpo. De hecho, el Espíritu Santo mora en lo más profundo de nuestro ser. Por lo tanto, se espera que actúe allí; solamente allí encontraremos Su guía. Nuestra oración se dirige al “Padre celestial”, pero debemos saber que El está en nosotros guiándonos. Nuestro Consolador está en nuestro espíritu. Así que Su dirección también proviene de allí. Si buscamos una señal por medio de un sueño, una visión, una voz o un sentimiento fuera de nuestro espíritu, seremos engañados. Muchos creyentes escudriñan sus propios pensamientos, sentimientos y opiniones, para ver si tienen paz, o cuánta gracia han recibido, o cuánto han progresado. Esto no es fe, y es muy peligroso, pues hace que el creyente aparte sus ojos de Cristo y se mire a sí mismo. Pero existe otra clase de búsqueda interior que es muy diferente a ésta. El mayor acto de fe es buscar la guía del Espíritu Santo, el cual habita en nuestro espíritu. Ni la mente, ni la parte afectiva ni la voluntad del creyente pueden percibir las cosas que están dentro de él mismo; sin embargo, aun en la más densa oscuridad, él debe creer que Dios le dio un espíritu nuevo, en el cual mora el Espíritu Santo. El hombre creía en el Dios que habitaba detrás del velo y le temía, aunque no lo veía; asimismo el Espíritu Santo que mora en el espíritu del hombre tampoco puede ser visto por su alma ni por su cuerpo. Después de ver esto, sabemos qué es la verdadera vida espiritual. No es pensamientos ni visiones; tampoco es sensaciones de gozo ni felicidad, ni estremecimientos repentinos ni contacto con fuerzas exteriores, sino que esta vida procede del Espíritu que habita en lo más recóndito del hombre. La verdadera vida espiritual es más profunda que la mente, las emociones y las sensaciones del cuerpo, pues se encuentra en lo más profundo del hombre. Andar conforme al espíritu equivale a conocer el sentir interior del espíritu que habita en lo mas hondo de nuestro ser y seguirlo. No importa cuán maravillosas sean las experiencias que se tengan en el intelecto, en las emociones o en la voluntad, si son superficiales y no pasan de los sentimientos, entonces no son del espíritu. Sólo el efecto producido por la obra del Espíritu Santo en el espíritu del hombre puede considerarse una experiencia espiritual. Cualquier otra cosa es sólo pensamientos y sentimientos. La vida espiritual necesita fe. En Romanos 8:16 dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu” (no nuestro corazón ni nuestra alma), “de que somos hijos de Dios”. El espíritu del hombre es la parte en la cual él puede obrar juntamente con el Espíritu Santo. ¿Cómo sabemos qué fuimos salvos y qué somos hijos de Dios? Lo sabemos porque nuestro espíritu fue vivificado y porque en él habita el Espíritu Santo. Nuestro espíritu fue regenerado y renovado, y en él habita el Espíritu Santo, quien es distinto a nuestro espíritu. El da testimonio en nuestro interior juntamente con nuestro espíritu. APENDICE En la versión oficial de la Biblia en chino es difícil distinguir cuándo la palabra espíritu se refiere al Espíritu Santo y cuándo se refiere al espíritu humano. Quienes hicieron esta traducción de la Biblia utilizaron la expresión Espíritu Santo siempre que el texto original tuviera la palabra espíritu sola, pues supusieron que el texto se refería al Espíritu Santo, así que agregaron Santo para indicar que ésta hacía referencia al Espíritu de Dios. Toda la Biblia, palabra por palabra y oración por oración, es inspirada por Dios. ¿Por qué Dios, en varias ocasiones, no dice Espíritu Santo sino espíritu? Dios en muchas ocasiones claramente alude al Espíritu Santo. Pero ¿por qué en algunas ocasiones sólo se usa la palabra Espíritu? Para estos traductores, cuando esto ocurre también debe de referirse al Espíritu Santo. En muchas ocasiones donde sólo se hace mención del Espíritu, se sobreentiende que se alude al Espíritu Santo, como por ejemplo en el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Dios. Pero en muchos versículos cuando el espíritu se menciona solo, ¿a qué se refiere exactamente? En 1913 en una revista mensual que se especializaba en estudios bíblicos se publicaron seis mensajes dados por un señor de apellido Fullest, referentes al Espíritu Santo. Todos ellos se basaban en el texto original. Cuando habló del vocablo Espíritu, explicó las muchas maneras en que esta palabra había sido usada en la Biblia, e hizo notar el error de atribuir la palabra espíritu exclusivamente al Espíritu Santo, sin tomar en cuenta el contexto. Dijo que es maravilloso que el conocimiento parece no ser muy útil con respecto a éste gran tema, ya que no se sabe con certeza si la palabra debe escribirse con mayúscula o con minúscula cuando el Espíritu Santo redactó el Nuevo Testamento. Por lo tanto, en la Biblia en español, el uso de mayúscula para la palabra Espíritu es la interpretación de los traductores. Los expertos en el Nuevo Testamento sostienen diferentes posiciones con respecto a los casos en que espíritu se debe escribir con mayúscula y cuándo con minúscula. La palabra Espíritu, con mayúscula, se refiere al Espíritu Santo, y espíritu, con minúscula, se refiere a un espíritu que no sea el Espíritu Santo, como por ejemplo, el espíritu del hombre. ¿Queda claro entonces? En el texto original, cuando se usa el vocablo espíritu, no se sabe a ciencia cierta si se refiere al Espíritu Santo o al espíritu humano. No es fácil determinar la diferencia. Necesitamos leer el contexto con detenimiento para determinar si en el idioma original se hace alusión al Espíritu Santo o no. Sin embargo, para nuestra necesidad presente, podemos decir que la palabra santo, que aparece antes de la palabra espíritu, en algunos casos en el Nuevo Testamento, es realmente la interpretación del traductor [y lo mismo se puede decir de los casos en que Espíritu aparezca con mayúscula]. Al llegar a cada caso, descubriremos que por lo menos algunas veces se refiere al espíritu humano. Al examinar lo anterior, concluimos que el Espíritu Santo y el espíritu regenerado de los creyentes tienen una relación bastante difícil de separar. Debido a que el Espíritu Santo actúa en el espíritu del hombre con el propósito de controlar todo su ser, en algunos lugares de la Biblia, el Espíritu Santo y el espíritu humano se mencionan como si fueran uno solo. El espíritu de la persona debe dominar todo su ser; sin embargo, no solamente su espíritu solo, sino el espíritu habitado por el Espíritu Santo. Sólo el espíritu del hombre puede laborar juntamente con el Espíritu Santo, y es allí donde el Espíritu Santo puede obrar.

 

CAPITULO DOS EL HOMBRE ESPIRITUAL

 

Es muy posible que un creyente que ha sido regenerado, cuyo espíritu ha sido vivificado y en quien mora el Espíritu Santo siga siendo un creyente carnal y tenga su espíritu oprimido por su alma o su cuerpo. Hay un sendero específico que el creyente regenerado debe tomar a fin de llegar a ser espiritual. Debe haber por lo menos dos grandes cambios en la vida de un ser humano, primero debe dejar de ser un pecador que va camino a la perdición y ser un creyente salvo, y en segundo lugar debe dejar de ser un creyente carnal para ser uno espiritual. Así como un pecador puede llegar a ser un creyente, igualmente, un creyente carnal puede llegar a ser un creyente espiritual. Dios puede hacer que un pecador llegue a ser un creyente que tenga Su vida y también puede hacer que un creyente carnal llegue a ser espiritual lleno de Su vida. Cuando un hombre cree en Cristo, se convierte en un creyente regenerado; y cuando un creyente obedece al Espíritu Santo se convierte en un creyente espiritual. Cuando un hombre tiene una relación normal con Cristo, llega a ser creyente; y cuando el creyente tiene una relación normal con el Espíritu Santo llega a ser un hombre espiritual. Unicamente el Espíritu Santo puede hacer que un creyente sea espiritual. Esa es Su obra. Dios dispuso con respecto a la redención que, por un lado, la cruz lleve a cabo una obra de demolición que acabe con todo lo que proviene de Adán. El Espíritu Santo, por otro lado, lleve a cabo la obra de edificación que desarrolla en el creyente todo lo que proviene de Cristo. La cruz hace posible que los creyentes sean espirituales, y el Espíritu Santo lleva a cabo la obra de hacerlos espirituales. Ser espiritual significa pertenecer al Espíritu Santo. El Espíritu Santo fortalece el espíritu humano para que pueda regir la totalidad de la persona del creyente. Por lo tanto, si anhelamos ser espirituales, no debemos olvidar al Espíritu Santo ni hacer a un lado la cruz, ya que ambos obran juntamente como lo hacen las dos manos de una persona, pues la una no puede prescindir de la otra, y ninguna actúa de modo independiente. La cruz conduce el hombre al Espíritu Santo, y éste lo guía a la cruz. El creyente espiritual debe experimentar al Espíritu Santo en su espíritu. Si desea llegar a ser un hombre espiritual, deberá dar diversos pasos en su experiencia. Prestar atención a estos pasos no significa necesariamente que el paso uno preceda al paso dos y que luego sigue el tres. Para describirlos uno tiene que hacerlo en secuencia, pero en la experiencia, muchas veces ocurren simultáneamente. Aunque hay muchas cosas que queremos mencionar con respecto a la forma en que los creyentes progresan para llegar a ser hombres espirituales, no olvidemos las enseñanzas anteriores (segunda sección, capítulos cuatro y cinco). Los creyentes deben saber que lo que impide que un hombre sea espiritual es la carne. Por lo tanto, si el creyente puede asumir la actitud definitiva que debe tener para con la carne, progresará fácilmente. Es maravilloso que cuanto más espiritual sea uno, más conoce la carne y descubre lo que se relaciona con ella. Si un hombre no conoce la carne, no es espiritual. Todo lo que mencionamos anteriormente con respecto a la carne (véase la segunda sección, capítulo cinco) es el fundamento de nuestro anhelo de ser espirituales y no debemos descuidarlo. Si no prestamos atención a la carne, no importa qué clase de progreso tengamos, éste será vano, superficial y carente de realidad. Cuando el creyente sabe cómo negarse a la carne y a sus actividades, habilidades y opiniones en todas las cosas, se puede decir que es un hombre espiritual. Pero quisiéramos mencionar nuevamente algo positivo que está directamente relacionado con el espíritu.

 

LA SEPARACION DEL ESPIRITU Y EL ALMA

(COMPARESE CON LA TERCERA SECCION,

CAPITULO CINCO,

“LA DISTINCION ENTRE EL ESPIRITU Y EL ALMA”)

 

Lo principal que se menciona en Hebreos 4:12 es si vivimos de acuerdo con lo que nos indica la intuición en nuestro espíritu, o bajo el influjo de nuestros gustos o disgustos naturales (anímicos). La Palabra de Dios nos juzgará en estas cosas y nos mostrará lo que pertenece al espíritu y lo que pertenece al alma. Sólo la cortante espada de Dios puede discernir claramente la fuente de nuestra conducta. Así como un cuchillo puede dividir los huesos y los tuétanos, la espada de Dios puede dividir el alma y el espíritu que están tan estrechamente unidos. Al principio, esta separación es sólo conocimiento, pero debe llegar a ser una experiencia. Unicamente por la experiencia pueden los creyentes saber cómo se separan el espíritu y el alma. El creyente debe permitir que el Señor divida su alma de su espíritu. No sólo debe desear que el Espíritu Santo y la cruz operen en él, anhelarlo, consagrarse a ello y orar por ello, sino que también debe poseer esta experiencia. El espíritu del creyente debe ser librado de las ataduras del alma. El alma y el espíritu deben estar claramente separados, así como en el Señor Jesús, cuyo espíritu y alma no se mezclan en lo más mínimo. El espíritu, que contiene la intuición, debe estar completamente libre para ser la única morada y el lugar de operación del Espíritu Santo, y no permitir que el alma (es decir, la mente y las emociones) tenga el más mínimo efecto. El espíritu debe ser librado de toda atadura del alma. La obra de la cruz sobre la vida del alma debe ser muy práctica, y la restricción que le imponga debe ser bien definida. En la experiencia, la vida del alma debe sufrir pérdida, y sus facultades deben mantenerse bajo el gobierno del espíritu. El creyente debe experimentar que el alma y el espíritu se separen, hasta el punto donde el espíritu quede libre del encierro del alma, y sólo entonces podrá ser espiritual. El creyente espiritual difiere de las otras personas en que todo su ser es gobernado por su espíritu. El gobierno del espíritu no es únicamente el gobierno del Espíritu Santo sobre el alma y el cuerpo, pues el espíritu del creyente, debido a la obra del Espíritu Santo mediante la cruz, asume la autoridad de todo su ser, en vez de que éste sea gobernado por el alma y el cuerpo. Para que el creyente experimente una vida espiritual, es indispensable que se establezca la separación del alma y el espíritu, ya que esto constituye su preparación espiritual. Sin ella, el creyente siempre estará afectado por el alma, y su espíritu y su alma estarán mezclados toda su vida. Algunas veces tendrá una vida espiritual, pero otras, será gobernado por la mente y las emociones, o vivirá por su vida natural. Así, la expresión de su vida no será pura. La mezcla del espíritu y el alma es un principio en la vida del creyente que no tiene una vida espiritual pura. Esto mantiene al creyente en la condición de ser anímico. Su propia vida sufrirá pérdida, y el Espíritu Santo no podrá usarlo para hacer una obra importante. Si hay una verdadera separación del espíritu y el alma en el creyente, y si anda según su espíritu y no según su alma, siempre que su alma reaccione, inmediatamente lo detectará, sentirá como si estuviera siendo corrompido, y luchará para romper la fuerza y el influjo del alma. La vida natural es corrupta y puede contaminar al espíritu. Después de establecerse la separación del alma y el espíritu, la intuición del espíritu se hará muy sensible. Siempre que el alma actúa, el espíritu inmediatamente se duele y se resiste a tal grado que cuando otros actúan en su alma, el espíritu inmediatamente se siente incomodo. Aun cuando es objeto del amor o de las emociones de otros, le parece tan chocante que no lo puede tolerar. Solamente cuando se experimenta la separación del alma y el espíritu, el creyente tiene sentimientos limpios y sus intenciones son puras. Sólo entonces entenderá el significado de ser limpio y sabrá que no sólo las cosas pecaminosas son corruptas, sino que todo lo natural es igualmente corrupto y, en consecuencia, debe ser rechazado. Ahora sí sabe y percibe, por medio de la intuición de su espíritu, que el contacto con todo aquello que es del alma, ya sea suyo o de otros, es corrupto y debe limpiarse inmediatamente.

 

 

CONSCIENTES DE ESTAR UNIDOS AL SEÑOR EN UN SOLO ESPIRITU

 

Pablo dijo: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con El” (1 Co. 6:17), no dijo una sola alma. El Señor resucitado es el Espíritu vivificante (15:45); así que, Su unión con los creyentes se efectúa en el espíritu de ellos. El alma es únicamente la personalidad del hombre y, por ser natural sólo debe usarse como un vaso que exprese los resultados de la unión entre el Señor y el espíritu del creyente. En el alma de los creyentes no hay nada que concuerde con la naturaleza de la vida del Señor; solamente el espíritu puede tener tal unión, y por esa misma razón no hay lugar para el alma. Si el alma y el espíritu aun están mezclados, la unión será impura. Si nuestra vida tiene algún indicio de que andamos según nuestros pensamientos, con nuestra propia opinión, o si nuestra parte emotiva es estimulada de alguna manera, eso será suficiente para debilitar esta unión en nuestra experiencia. Solamente las cosas de naturaleza similar pueden tener una unión apropiada. Las mezclas no logran esta unión. Así como el Espíritu del Señor es puro y no tiene ni rastro de mezcla, nuestro espíritu también debe ser puro para que haya una verdadera unión. Si el creyente no está dispuesto a despojarse de sus grandiosas ideas y de sus gustos para obedecer la voluntad de Dios, es imposible que en la experiencia se produzca esa unión, pues en dicha unión no se permite que el alma participe. ¿De dónde procede ésta unión? Procede de nuestra muerte y resurrección juntamente con Cristo. “Porque si siendo injertados en El hemos crecido juntamente con El en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección” (Ro. 6:5). Este versículo explica que el significado de nuestra unión con el Señor es que estamos unidos a Su muerte y resurrección. ¿Qué significa estar unidos al Señor en Su muerte y resurrección? Significa simplemente que somos perfectamente uno con El. Aceptamos Su muerte como nuestra muerte, y nuestra participación con El en Su muerte como el punto inicial de esta unión. Si morimos con El, también aceptamos Su resurrección como nuestra. Si aceptamos todo esto por fe, experimentaremos que estamos juntamente con El en resurrección. El Señor Jesús resucitó según el Espíritu de santidad (Ro. 1:4) y fue vivificado en el espíritu (1 P. 3:18). Así que cuando estamos unidos a El en resurrección, lo estamos unidos en Su Espíritu de resurrección. Esto es claro. Morimos a todo lo que nos pertenece a nosotros y vivimos para Su Espíritu. Este es el significado de lo que venimos diciendo. Todo esto se logra por el ejercicio de nuestra fe (véase tercera sección, capítulo uno, “Cómo ser libres del pecado”). Cuando estamos unidos a Su muerte, perdemos todo lo que es pecaminoso y natural, y nos unimos a El en la vida de resurrección; entonces, nuestro espíritu se une al Señor para ser un solo espíritu con El. En Romanos 7:4, 6 dice: “Así también a vosotros, hermanos míos, se os ha hecho morir a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro, a aquel que fue levantado de los muertos ... de modo que sirvamos en la novedad del espíritu”. Estamos unidos a Cristo por medio de Su muerte, y también estamos unidos a Su vida de resurrección. El resultado de tal unión es que servimos en la novedad del espíritu, sin ninguna mezcla. ¡Qué maravilloso es esto! La cruz es el fundamento de todo. La meta y el resultado de la obra de la cruz es que el espíritu del creyente se una en un solo espíritu al Señor resucitado. La cruz debe obrar profundamente en su aspecto destructor, haciendo que el creyente pierda todo lo pecaminoso y natural. Solamente entonces, el creyente podrá unirse al Señor en la vida de resurrección como un solo espíritu. El espíritu del creyente puede hacer que todo lo que posea pase por la muerte, para que todo lo natural y temporal se pierda en ella, para que el espíritu, en la frescura de la resurrección, se una al Señor de una manera pura, para estar libre de toda mezcla. El espíritu del creyente se une al Espíritu del Señor, y los dos espíritus se unen como uno solo. El resultado de esta unión es la capacidad de servir al Señor en “la novedad del espíritu”, donde no queda nada del yo ni de la vitalidad natural mezclada con la vida y la obra del creyente. De ahí en adelante, el alma y el cuerpo son usados únicamente para expresar la vida y la obra del Señor. De este modo, el espíritu manifiesta su propia naturaleza en todas las cosas y se producen muchas experiencias del fluir del Señor Espíritu. Esta es una vida en ascensión. El creyente está unido al Señor, quien está a la diestra de Dios. El Espíritu del Señor fluye desde el trono al espíritu del creyente que está en el mundo pero que no es del mundo, y la vida del trono es expresada en la tierra. Tanto por la Cabeza como por el Cuerpo corre una misma vida. Cuando el creyente se une al Señor resucitado, debe “considerarse muerto” y “entregarse”. Sólo entonces puede el Señor derramar Su poder vivificante por medio del espíritu del creyente. Al igual que una manguera conectada a una fuente emana agua, asimismo el espíritu del creyente, que está unido al Espíritu del Señor, emana vida. Esto obedece a que el Señor no es solamente el Espíritu sino el “Espíritu vivificante”. No hay nada que pueda vencer a tal creyente. Su espíritu está lleno de vida por estar plenamente unido al Espíritu vivificante, y nada puede limitar esa vida. Necesitamos vida en nuestro espíritu para que podamos ser victoriosos en nuestra vida diaria. Por dicha unión, obtenemos todas las victorias del Señor Jesús, podemos conocer Su mente y voluntad, y hace que el creyente obtenga la vida y la naturaleza del Señor y que se forje en él la nueva creación. Por medio de la muerte y resurrección, el espíritu del creyente asciende como el Señor ascendió; en su experiencia estará en los lugares celestiales y desde allí aplastará bajo sus pies todo lo mundano. Por estar unido al Señor en un solo espíritu, el espíritu del creyente no es estorbado ni turbado por nada. Al contrario, se remonta a los cielos, mas allá de las nubes, siempre libre y siempre fresco, con una visión clara y celestial de todas las cosas. Esto es muy distinto a los sentimientos y las emociones temporales; es una vida celestial expresada en la tierra. Tal vida tiene la naturaleza celestial y es espiritual.

 

EL CREYENTE DEBE ESTAR CONSCIENTE DE QUE EL ESPIRITU SANTO MORA

 

EN EL El Espíritu Santo está en el creyente; pero éste o no lo sabe o no le obedece. El creyente debe estar consciente de que el Espíritu Santo mora en él y que debe obedecerlo incondicionalmente; debe saber que el Espíritu de Dios es una persona que mora en él para enseñarle, guiarlo y traerle la realidad, la verdad, en Cristo. Esta obra sólo la puede hacer el Espíritu Santo después de que el creyente reconoce cuán ignorante y obstinada es su alma, y decide que aunque es necio, está dispuesto a aprender. El creyente debe permitir que el Espíritu Santo gobierne todo su ser y le revele la verdad. Cuando el creyente sabe que el Espíritu de Dios mora en lo más profundo de su ser, en su espíritu, y espera Su enseñanza, entonces el Espíritu Santo puede operar. Cuando no nos aferramos a lo nuestro y estamos completamente dispuestos y abiertos, el Espíritu Santo puede enseñarnos de tal manera que nuestra mente pueda comprender. De no ser así, hay un peligro. Cuando sabemos que tenemos espíritu, el cual es el Lugar Santísimo, que es mas profundo que la mente y la parte emotiva y que tiene comunión con el Espíritu Santo, y cuando esperamos la acción del Espíritu Santo, entonces sabemos que El verdaderamente mora en nosotros. Cuando lo confesamos y lo honramos, El manifiesta Su poder y actúa desde lo más recóndito de nuestro ser y permite que nuestra alma tenga Su vida. Los creyentes de Corinto eran carnales. Cuando Pablo los persuadió a salir de su condición, los exhortó en más de una ocasión diciéndoles que ellos eran el templo del Espíritu Santo y que el Espíritu Santo moraba en ellos. Saber que el Espíritu Santo mora en uno es una ayuda para escapar de la carnalidad. El creyente debe saber por fe clara y constantemente que el Espíritu Santo verdaderamente mora en él. El creyente no solamente debe conocer las doctrinas de la Biblia que hablan del Espíritu Santo, sino que debe conocer al propio Espíritu Santo. Después de esto, debe entregarse a El sin reservas para ser renovado y debe someter al Señor voluntariamente las diferentes partes de su alma y de su cuerpo, permitiéndole que lo guíe y lo corrija. El apóstol preguntó a los corintios: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Co. 3:16). El se asombraba de que no estuvieran conscientes de esta verdad. Sabía que el primer resultado de la salvación es que el Espíritu Santo empieza a morar en los creyentes; sin embargo, ¡los corintios no lo sabían! No importa cuál sea el nivel de los creyentes, aun en un nivel tan bajo como el de los creyentes de Corinto, esto es una realidad. Es lamentable que muchos creyentes, igual que ellos, también desconocen esto. Los creyentes deben tener un conocimiento claro de este hecho; pues sin él, seguirán siendo carnales y sin posibilidad de ser espirituales. Si uno no ha experimentado que el Espíritu Santo mora en uno, ¿lo ha recibido alguna vez por la fe? Cuando pensamos en que el Espíritu Santo es Dios y es parte del Dios Trino, que El es la vida del Padre y del Hijo, y meditamos en Su honra y en que El mora en nosotros que somos carne, sin duda le tememos, le honramos y le alabamos. El Señor tomó la semejanza de carne de pecado, y el Espíritu Santo mora dentro de la carne de pecado. ¡Qué gracia tan admirable!

 

EL FORTALECIMIENTO DEL ESPIRITU SANTO

 

Se necesita el fortalecimiento del Espíritu Santo para que el espíritu del hombre controle el alma y el cuerpo y sea el canal por donde el Espíritu Santo comunique vida a las multitudes. Efesios 3:16 dice: “Para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. Estas son las palabras que el apóstol usó al orar por los creyentes. Si esto no fuera tan importante, el apóstol no habría orado así. El le pidió a Dios que fortaleciera, mediante Su Espíritu, el hombre interior de los creyentes. El hombre interior es el nuevo hombre de los creyentes, el cual se posee únicamente después de haber creído en el Señor. Así que, éste es el espíritu del creyente, el espíritu regenerado. El apóstol ruega en oración para que el espíritu del creyente sea fortalecido por el Espíritu Santo, para que sea fuerte. Dicho versículo nos dice que algunos creyentes tienen un espíritu débil, mientras que otros tienen un espíritu fuerte. Esto depende de si el Espíritu Santo le da poder o no. Los creyentes de Efeso desde hacía tiempo habían sido sellados con el Espíritu Santo (Ef. 1:13-14). Así que, sin duda el apóstol oró pidiendo que se les diera algo aparte del don de que el Espíritu Santo morase en ellos. El significado de la oración del apóstol es que ellos no solamente recibieran al Espíritu Santo para que morara en sus espíritus, sino que tuvieran el poder especial del Espíritu Santo, derramado en sus espíritus, a fin de que fortaleciera su hombre interior. Un creyente puede tener al Espíritu Santo en su espíritu y aún así, tener un espíritu débil. El creyente debe estar consciente de la debilidad de su propio espíritu. Así orará al Espíritu Santo para que llene su espíritu con poder; el creyente necesita ser lleno de poder en el espíritu. Muchas veces el cuerpo del creyente está en condiciones excelentes, pero se siente un poco perezoso. En tales ocasiones, laborar para el Señor parece imposible, y el corazón no se dispone para hacerlo. Esto muestra que su espíritu es débil e incapaz de controlar las emociones. En otras ocasiones el creyente se siente motivado, pero su cuerpo carece de la energía para obedecer. En tales casos, también parece imposible laborar para el Señor. En el huerto de Getsemaní, los discípulos tuvieron esta experiencia. ¿A qué se debió esto? A que “el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mt. 26:41). No basta con estar dispuesto en el espíritu; éste también debe ser fortalecido. Cuando el espíritu es fuerte, puede vencer la debilidad de la carne. Algunas veces cuando un creyente le predica a alguien, parece que no pudiera hacer nada por él. Esto obedece a la falta de poder en el espíritu del creyente. En el caso en que el espíritu es fuerte, si la persona no se salva, se debería a que ella no quiso, y no a la debilidad del creyente. Con relación a las circunstancias sucede lo mismo. Debido a la confusión que existe en el ambiente que rodea al creyente, él puede sentirse afectado, pero si su espíritu es fuerte, podrá enfrentar las situaciones mas confusas con toda calma y compostura. La oración es la mayor evidencia de la fuerza del espíritu. Aquellos cuyos espíritus son fuertes pueden orar mucho y sin cesar hasta que su petición es contestada, pero los que poseen un espíritu débil, encuentran difícil hacer peticiones a Dios por años o décadas sin cansarse ni desanimarse, y así son en todas las cosas. Unicamente quienes tienen un espíritu fuerte poseen la energía para avanzar continuamente sin preocuparse por sus circunstancias ni por sus sentimientos, mas los que no, pronto sienten que no pueden soportar más. En cuanto a la lucha contra Satanás, se necesita utilizar aún más el poder del espíritu. Solamente los que tienen poder en el espíritu sabrán cómo usar el poder del espíritu para resistir y atacar al enemigo. Sin poder, toda batalla es una lucha dramática con la imaginación o con los sentimientos, y algunas veces puede ser con la fuerza natural de la carne. Por lo tanto, a fin de que el creyente reciba del Espíritu Santo este poder, debe cumplir ciertos requisitos: debe tener una entrega total; debe deshacerse de todas las cosas y las acciones dudosas en su vida; debe estar dispuesto a hacer la voluntad de Dios; debe creer que Dios depositará el poder del Espíritu Santo en su espíritu; y debe orar por todo esto. Si la persona no presenta obstáculos, Dios inmediatamente lleva a cabo lo que ella espera. El creyente no necesita esperar que el Espíritu Santo descienda y lo llene, puesto que El ya descendió hace mucho tiempo. El creyente debe esperar que la cruz opere con la suficiente profundidad en él a fin de que cumpla los requisitos necesarios para que el Espíritu Santo lo llene. Si el creyente es fiel, obediente y cree, entonces en poco tiempo el Espíritu Santo se verterá en su espíritu, haciéndolo fuerte y dándole el poder para vivir y obrar. Para algunos creyentes un solo momento de entrega al Señor es suficiente para ser llenos sin tardanza, ya que han cumplido las condiciones necesarias. El derramamiento del poder del Espíritu Santo en el creyente, y el ser lleno del Espíritu Santo son la misma cosa; es algo que ocurre en el espíritu, en el hombre interior. El Espíritu Santo no llena los sentimientos ni el cuerpo del hombre, sino su espíritu. Es el hombre interior, no el hombre exterior, el que se levanta y fortalece con la energía del Espíritu Santo. Esto es muy importante, ya que saberlo nos guardará de buscar sensaciones físicas, tales como convulsiones, temblores o desmayos, cuando procuramos ser llenos del Espíritu Santo, en vez de simplemente aplicar la fe (Gá. 3:14). Sin embargo, un creyente siempre debe tener cuidado de no tomar su fe como una excusa para no buscar el fortalecimiento interior del Espíritu Santo. Es necesario cumplir los requisitos, y la actitud del creyente debe ser firme. Dios cumplirá Su promesa. Si leemos lo que el apóstol dijo en el pasaje subsecuente, veremos que la fortaleza en el espíritu hace que estemos claramente conscientes de nuestro espíritu. El espíritu, al igual que el cuerpo, tiene sus funciones y está consciente de sí mismo. Cuando el poder del Espíritu Santo aún no se ha derramado abundantemente en el espíritu del creyente, es muy difícil que éste perciba la intuición de su espíritu. Pero cuando ha tenido esta nueva experiencia de ser fortalecido en el espíritu, la intuición se manifiesta claramente. Consecuentemente, muchos creyentes conocen fácilmente la intuición de su espíritu si su hombre interior ha sido fortalecido. Cuando esto sucede pueden percibir sin dificultad los movimientos más leves de su espíritu. Un espíritu lleno del poder del Espíritu Santo puede controlar al alma y al cuerpo para que se sometan totalmente. Ya sea el pensamiento, los deseos, los sentimientos o las intenciones, todo ello debe ser controlado por el espíritu. Eso impedirá que nuestra alma actúe de manera independiente y hará que sólo ejerza la mayordomía que le corresponde. También permitirá que el Espíritu Santo transmita la vida de Dios mediante el espíritu del creyente, rociando y avivando a quienes están secos y muertos. Esto es distinto del bautismo en el Espíritu Santo; este fortalecimiento hace énfasis en la vida (aunque también afecta las acciones), pues el bautismo en el Espíritu Santo tiene como fin particular la obra. ANDAR SEGUN EL ESPIRITU Ya vimos cómo un creyente anímico puede llegar a ser espiritual. Sin embargo, esto no significa que nunca más vuelva a andar según la carne, pues siempre está en peligro de caer y volver a ser carnal. Satanás siempre está alerta y tan pronto tenga oportunidad, hará que el creyente pierda la posición elevada que ha alcanzado y lo derribará para que viva de una manera baja. Por eso, es muy importante que el creyente siempre vele y ande según el espíritu; de esta manera, podrá ser espiritual siempre. Romanos 8 habla claramente de la importancia de andar según el espíritu. Los versículos del 4 al 6 dicen: “Para que el justo requisito de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu. Porque los que son según la carne ponen la mente en las cosas de la carne; pero los que son según el espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Andar según el espíritu está en contraste con andar según la carne. Si el creyente no anda conforme al espíritu, entonces anda conforme a la carne, pero debe andar únicamente según el espíritu. El creyente debe andar en conformidad con el espíritu y con la intuición del mismo, y no andar jamás según el alma ni según el cuerpo. Una persona que anda según el espíritu, tendrá una mentalidad espiritual, lo cual hace que todo su ser sea “vida y paz”. Por lo tanto, el resultado de andar según el espíritu es vida y paz. Vivir según el espíritu equivale a andar en conformidad con la intuición (véase la quinta sección, capítulo uno). Vivir según el espíritu es vivir, conducirse y laborar en el espíritu, y también es usar la fuerza del espíritu y ser gobernado por él. De este modo la vida y la paz se mantendrán siempre. Si el creyente no anda según el espíritu, no puede mantener su espiritualidad. El necesita conocer las diferentes funciones del espíritu y su ley para saber cómo conducirse. Andar en el espíritu es una tarea diaria que los creyentes no deben olvidar. Debemos saber que mientras vivamos en la tierra, no vivimos en conformidad con nuestros buenos sentimientos, haciendo lo que ellos nos dictan, ni debemos vivir de acuerdo con los buenos pensamientos de nuestra mente, ya sean esporádicos o fijos, haciéndoles caso. Nosotros debemos vivir y comportarnos según nos dirija la intuición del espíritu. Cuando estamos conscientes del espíritu, el Espíritu Santo puede expresar Sus pensamientos. El no obra directamente en nuestra mente trayéndonos pensamientos súbitos. Puesto que la obra del Espíritu Santo se lleva a cabo en nuestro espíritu, si deseamos entender la mente del Espíritu Santo, debemos andar de acuerdo con la intuición de nuestro espíritu. Algunas veces nuestro espíritu está consciente de algo, pero nosotros no sabemos interpretar lo que percibe ni lo que exige ni lo que desea expresar. Debemos emplear mucho tiempo en oración para que nuestra mente pueda entender el significado de la intuición. Después de haberla entendido, debemos permitirle que nos dirija. La mente puede entender repentinamente el significado de la intuición, pero si no hay intuición, no debemos obedecer el pensamiento repentino que surge en nuestra mente. Lo que nos enseña la intuición es el pensamiento del Espíritu Santo. Unicamente a esto debemos obedecer. Para andar según el espíritu se requiere dependencia y fe. Ya vimos que la buena conducta de la carne es independiente de Dios. La naturaleza del alma es independiente. Si el creyente desea andar según sus propios pensamientos, sentimientos y deseos, no necesita esperar en Dios orando, ni depender de El para que lo guíe. Para hacer “la voluntad de la carne y de los pensamientos” (Ef. 2:3) no se requiere dependencia. Unicamente cuando el creyente quiere buscar la voluntad de Dios, y sabe que él es inútil, inestable, débil y sin remedio, llega a tener un corazón dispuesto a depender de Dios. Si desea que Dios lo guíe en su espíritu, debe esperar a Dios en su espíritu y no tomar sus propios sentimientos y pensamientos como guía. El creyente debe recordar que todo lo que ha hecho y lo que pueda hacer sin buscar, depender, esperar y confiar en Dios, es andar según la carne. Sólo cuando confiamos en que Dios nos guíe en el espíritu, andamos según el espíritu. Para andar en el espíritu también necesitamos la fe, la cual se halla en contraste con ver y sentir. El alma siempre exige, desea y procura obtener todo lo que puede ser visto y sentido, como una garantía para actuar y conducirse. Si el creyente anda en conformidad con el espíritu, no anda en conformidad con el alma. En otras palabras, anda por fe y no por vista. Por lo tanto, uno que anda según el espíritu, por un lado, no se desilusiona si no recibe ayuda del hombre y, por otro, tampoco es conmovido cuando el hombre se le opone. Debido a la fe, él cree en Dios aunque no vea nada, y no depende de sus propios recursos; puede confiar en el poder invisible más que en su propio poder visible. Andar según el espíritu tiene dos aspectos: uno es empezar a obrar y el otro es llevar a cabo la obra con poder. Muchas veces a los creyentes les falta la revelación para hacer ciertas cosas según la intuición del espíritu, pero le piden a Dios que les dé poder espiritual para hacerlas. Eso es imposible, ya que todo lo que nace de la carne es carne. Algunas veces, lo que el creyente hace se basa en el conocimiento de la voluntad de Dios mediante la revelación en el espíritu, pero utiliza su propia fuerza para hacer esa obra (véase la segunda sección, capítulo cuatro). Esto también es imposible, ya que lo que se empieza en el espíritu no puede ser perfeccionado por la carne. Para que el hombre siga al Señor, debe ser quebrantado hasta el grado de no confiar en sí mismo en absoluto; debe darse cuenta de que en él no se puede originar ningún pensamiento bueno y que no tiene poder alguno para completar la obra que empezó el Espíritu Santo. El creyente debe abandonar todos sus pensamientos, su inteligencia, su conocimiento, sus capacidades y sus dones, y debe depender totalmente del Señor. El mundo adora esas cosas y confía supersticiosamente en ellas. Pero nosotros debemos confesar continuamente que somos incompletos, que carecemos de valor, que somos ineptos e inútiles; no nos atrevemos a hacer nada si Dios no lo ordena; y aun si El lo manda, no nos atrevemos a tener la más mínima confianza en que nosotros podemos hacerlo con nuestros esfuerzos. Si queremos andar según el espíritu, debemos prestar atención a la pequeña voz de la intuición en el espíritu para iniciar cualquier actividad, y debemos depender del poder del espíritu para hacer la obra que la intuición haya revelado. Si no andamos según los pensamientos, las ideas, los sentimientos y las inclinaciones naturales, sino en conformidad con la intuición, habremos empezado bien; y si no dependemos de nuestro talento, nuestra fuerza ni nuestra habilidad, sino exclusivamente del poder del espíritu, podremos ser perfeccionados. Recordemos que tan pronto dejamos de andar según el espíritu, empezamos a andar según la carne y pensamos en las cosas de la carne, permitiendo así que la muerte opere en nuestro espíritu. Solamente cuando no andamos en la carne podemos andar en el espíritu. “Porque los que son según la carne ponen la mente en las cosas de la carne ... porque la mente puesta en la carne es muerte” (Ro. 8:5-6). Nuestro propósito no es ser un espíritu sino hombres espirituales. Esta distinción evitará que nuestra vida espiritual se vaya a los extremos. Somos hombres y por siempre lo seremos, pero el logro más elevado de esta condición es ser un hombre espiritual. Los ángeles son espíritus, mas no hombres, pues no tienen cuerpo ni alma. Estamos destinados a ser hombres espirituales, no espíritus. Debido a eso conservamos nuestra alma y nuestro cuerpo. El hombre espiritual no es una persona que únicamente tiene espíritu; y que carece de alma y de cuerpo; en ese caso sería un espíritu y no un hombre. Ser un hombre espiritual significa sencillamente que ese hombre está sujeto al gobierno de su espíritu. El espíritu es la parte más elevada del ser humano. Debemos prestar mucha atención a este punto para no entenderlo equivocadamente. Las funciones y facultades del alma y del cuerpo humano no se anulan por el hecho de que la persona sea espiritual. Un hombre espiritual conserva su alma y su cuerpo. El hombre espiritual todavía tiene la voluntad, la mente y la parte emotiva en su alma. Aunque éstas son partes de su vida anímica, sus funciones son esenciales para que el hombre sea tal. Por lo tanto, aunque el hombre espiritual no vive por ellas, tampoco las destruye. Aunque han muerto, han sido renovadas y resucitadas. Por lo tanto, ahora están unidas al espíritu para ser instrumentos con los cuales éste se expresa. El hombre espiritual tiene su parte emotiva, su mente y su voluntad, pero estas partes están completamente sujetas a la dirección de la intuición, la cual está en su espíritu. El hombre espiritual tiene emociones, pero ellas no actúan independientemente como antes; sino que están bajo el control del espíritu y ya no siguen sus propios gustos ni su propio amor ni sus propios sentimientos, los cuales antes estorbaban al espíritu y se oponían a sus actividades. Ahora sólo desea lo que el espíritu desea, ama lo que el espíritu decide amar, y siente lo que el espíritu le permite sentir. El espíritu es su vida, y el alma responde inmediatamente a la acción del espíritu. El hombre espiritual también tiene mente, pero ella no vuela libremente como antes, sino que labora juntamente con el espíritu. No se cierra en sus razonamientos y argumentos a la revelación del espíritu ni interrumpe la quietud del espíritu con pensamientos confusos. No se jacta de su sabiduría ni desobedece la revelación del espíritu; concuerda con el espíritu y coopera con él para avanzar por la senda espiritual. Si el espíritu recibe revelación, la mente pensará y descifrará su significado. Si el espíritu está contristado debido a la lucha, la mente lo apoyará en la batalla. Si el espíritu quiere enseñar alguna verdad, ella le ayudará a pensar y entender. El espíritu tiene el poder de detener los pensamientos y también de activar la mente para que piense. El hombre espiritual también tiene voluntad, pero ésta no se centra en sí misma como anteriormente lo hacía, ni es independiente de Dios. Ella acepta o rechaza según la guíe el espíritu. No hace lo que desea ni desobedece la voluntad de Dios. Está libre de la obstinación y puede doblegarse, ya que ha sido completamente quebrantada; ya no resiste a Dios ni obra en contra de El; no es salvaje ni se opone a las restricciones. Tan pronto recibe la revelación que viene del espíritu y entiende la voluntad de Dios, ella coopera decidiendo obedecerlo como un siervo y permanece en “la puerta” del espíritu esperando sus órdenes. El cuerpo del hombre espiritual también está sujeto al espíritu. Ya no arrastra al alma con sus lujurias como antes para hacerlo pecar. Ahora ha sido limpiado por la sangre preciosa; sus lujurias fueron erradicadas por la cruz, y ha llegado a ser un siervo del alma, la cual, a su vez, recibe órdenes del espíritu. El cuerpo responde rápidamente a la autoridad para que ésta lo controle mediante la voluntad renovada. Ya no oprime al espíritu débil, pues el espíritu del hombre espiritual ha sido fortalecido, y el cuerpo se sujeta a su poder. El apóstol mencionó en 1 Tesalonicenses 5:23 la condición del hombre espiritual: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles”. Este versículo habla de un hombre espiritual en los siguientes términos: (1) Dios mora en su espíritu para santificar todo su ser. La vida del espíritu que llena su ser hace que todas las facultades vivan por ella y que anden por el poder del espíritu. (2) El no vive por la vida de su alma. Su mente, su imaginación, sus sentimientos, sus ideales, su amor y sus opiniones fueron renovados y depurados por el Espíritu Santo, quien los puso bajo el gobierno del espíritu de modo que ya no actúan independientemente. (3) El todavía tiene un cuerpo, pues no es un espíritu; sin embargo, el cansancio, el dolor y las demás exigencias del cuerpo no afectan su espíritu en lo más mínimo en cuanto a su posición en ascensión. Todos los miembros de su cuerpo son instrumentos de justicia. El hombre espiritual pertenece al espíritu, y toda su persona es gobernada por el espíritu. Todas las facultades de su persona están completamente sujetas al espíritu y son reguladas por él. Su vida la caracteriza su espíritu, del cual proviene todo y de quien él depende. Todo lo que dice o hace, lo hace con el espíritu, no por su propia cuenta ni independientemente. Rechaza sus propias fuerzas y saca fuerzas de su espíritu. El hombre espiritual es una persona que vive por el espíritu. CAPITULO TRES LA OBRA ESPIRITUAL Mientras el creyente gradualmente progresa en su senda espiritual, cada vez ve más claramente que vivir para sí mismo es un pecado; de hecho, es el peor de todos. Un creyente que vive para sí mismo es como un grano de trigo que no está dispuesto a caer en la tierra para morir, y queda solo. Un creyente puede procurar ser lleno del Espíritu Santo y desear llegar a ser un hombre espiritual lleno de poder; sin embargo, ¿cuál es su meta? Su meta es ¡sentirse feliz y tranquilo! Si se le pide que viva exclusivamente para Dios y Su obra, sin preocuparse por su propia felicidad ni por sus sentimientos, inmediatamente retrocede. Esto indica que no ha comprendido lo que significa ser espiritual. En lo más recóndito de su corazón, no ha abandonado el amor por su vida anímica. Todo hijo de Dios es un siervo de El. Todos recibimos un don de parte del Señor; nadie carece por completo de dones (Mt. 25:15), Dios pone a cada creyente en Su iglesia y le asigna a cada uno una labor. Su intención, de principio a fin, no consiste en que el espíritu del creyente llegue a ser un estanque de vida espiritual. Si fuera así, el agua se secaría. El retroceso y la disminución del poder espiritual de un creyente, probablemente se deben a esto. Cuando la vida de Dios es obstruida en el espíritu, el creyente empieza a sentirse seco. Realmente, la vida espiritual es indispensable para la obra espiritual. La obra espiritual es simplemente la expresión de la vida espiritual. La llave para llevar una vida espiritual es permitir que la vida fluya sin interrupción y que llegue a los demás. El alimento de la vida espiritual del creyente es la labor que lleva a cabo en la obra de Dios (Jn. 4:34). Si el creyente espiritual (los recién convertidos no han avanzado lo suficiente como para ser incluidos aquí) presta atención a su propia espiritualidad y se complace en leer la Biblia y en orar centrándose en sí mismo, el reino de Dios sufre una gran pérdida. El debe creer que Dios puede sostenerlo, no sólo físicamente sino también espiritualmente. Si al procurar hacer únicamente lo que Dios quiere de él, no busca comida y está dispuesto a soportar el hambre, hallará plena satisfacción. Obedecer y hacer la voluntad de Dios son alimento espiritual. Por el contrario, aquellos que desvían su atención a la comida, no obtendrán nada. Pero aquellos que con corazón sincero se ocupan de las cosas del reino de Dios serán satisfechos. Cuando el creyente no se preocupa por sí mismo y sólo piensa en los intereses del Padre, se encontrará lleno y satisfecho constantemente. El creyente no debe desear desmedidamente algo nuevo. Lo que en realidad necesita es cuidar lo que ha obtenido para no perderlo, a fin de que sea su ganancia. Uno cuida lo que ha ganado usándolo, ya que si lo entierra, lo pierde. Cuando el creyente permite que la vida que está en su espíritu fluya en todas direcciones, él no sólo ganará a otras personas, sino que también se ganará a sí mismo. Sin embargo, esta ganancia no se debe a que quiere ganarse a sí mismo, sino a que se pierde para ganar a otros. La vida que mora en el hombre espiritual debe fluir hacia otros mediante la obra espiritual. Si el espíritu del creyente está abierto, aunque siempre debe estar cerrado para el enemigo, entonces la vida de Dios fluirá desde él para salvar y edificar a muchos. Si la obra espiritual se detiene, la vida espiritual es obstaculizada, ya que estas dos cosas no pueden separarse. Independientemente del oficio secular que el creyente desempeñe, siempre tiene una esfera en la que trabaja. Asimismo el creyente espiritual, consciente de su lugar en el Cuerpo de Cristo, también conoce la esfera de su trabajo. Cada miembro tiene su función y debe llevarla a cabo. Algunos dones son necesarios para ciertos miembros, y otros para todo el Cuerpo. El creyente debe conocer la esfera de su propio don y operar dentro de esa esfera. En esto radica el error de muchos creyentes espirituales. Dejan de laborar, lo cual impide que la vida espiritual se desarrolle, o laboran fuera de esa esfera, lo cual deteriora la vida espiritual. El peligro de no usar las manos ni los pies es el mismo que usarlos indebidamente. Si uno retiene la vida espiritual, la pierde, y si labora desmedidamente, impide que dicha vida se libere. EL PODER ESPIRITUAL Si queremos recibir poder para ser testigos de Cristo y para pelear en contra de Satanás, no tenemos otra alternativa que buscar la experiencia de ser llenos del Espíritu Santo. Es cierto que en estos días más y más personas procuran ser llenas del Espíritu Santo, pero ¿con qué propósito tratan de ser llenas de poder espiritual? ¿Cuántos buscan poder solamente para hacer alarde de ello? ¿Cuántos lo hacen para añadir lustre a su propia carne? ¿Cuántos esperan recibir el poder que hace que las personas caigan delante de ellos, ahorrándoles el esfuerzo de buscar a Dios y combatir espiritualmente? Tenemos que determinar cuál es nuestro motivo al buscar poder espiritual. Si nuestra intención no concuerda con Dios y no procede de El, no lo debemos buscar. El Espíritu Santo no reposa sobre la carne del hombre; sólo descansa en el espíritu nuevo que Dios creó en él. No debemos permitir que el hombre exterior (la carne) viva, mientras le pedimos a Dios que bautice nuestro hombre interior en el Espíritu Santo. Si la carne del hombre no ha sido quebrantada, el Espíritu de Dios no descenderá sobre su espíritu, porque si le da poder al hombre carnal, hará que se jacte y sea aún más carnal. Hemos dicho reiteradas veces que la cruz antecede a Pentecostés; el Espíritu Santo no dará poder a los que no han pasado por la cruz. El único camino hacia el aposento alto que estaba en Jerusalén es el Calvario. Sólo quienes siguen este patrón tienen la posibilidad de recibir el poder del Espíritu Santo. La Palabra de Dios dice: “Este será mi aceite de la santa unción ... Sobre carne de hombre no será derramado” (Ex. 30:31-32). No importa si es la carne más perversa o la más refinada, el Espíritu Santo de Dios no puede descender sobre ella. Si no están las huellas de los clavos de la cruz, la unción del Espíritu Santo no puede estar presente. El veredicto de Dios sobre todos los hombres nacidos en Adán es la muerte del Señor Jesús: “Todos merecen morir”. Dios esperó hasta que el Señor Jesús murió; y sólo entonces envió al Espíritu Santo. De igual manera, a menos que un creyente experimente la muerte del Señor Jesús y haya muerto a todo lo que pertenece a la vieja creación, no puede esperar el poder del Espíritu Santo. Cronológicamente, Pentecostés viene después del Calvario; en la experiencia espiritual, uno es lleno del poder del Espíritu Santo sólo después de pasar por la cruz. La carne, delante de Dios, está condenada para siempre. El desea que ella muera. El creyente tal vez no quiere que la carne muera, sino que desea recibir el poder del Espíritu Santo para adornarla y obtener más poder para laborar para Dios (esto es absolutamente imposible). ¿Cuáles son nuestros motivos al pedir esto? ¿Nos impulsa nuestra atracción personal y nuestra reputación, el deseo de ser apreciados o de ser admirados por los creyentes espirituales, tener éxito y poder ser aceptado entre los hombres, edificando así nuestro propio ser? Aquellos que no tienen motivos puros, que son de “doble ánimo” no pueden recibir el bautismo del Espíritu Santo. Tal vez pensemos que nuestros motivos son puros, pero nuestro gran Sumo Sacerdote nos permite conocer, valiéndose de las circunstancias, si verdaderamente lo son. Si no llegamos al punto en el cual nuestra obra fracasa totalmente y las personas nos desprecian y rechazan considerándonos malvados, será muy difícil conocer si nuestra intención es exclusivamente satisfacer a Dios. Todo aquel que verdaderamente ha sido usado por el Señor ha caminado por este sendero. Cuando la cruz efectúa su obra, recibimos el poder del Espíritu Santo. ¿No es cierto que muchos creyentes que no han experimentado la cruz de manera muy profunda tienen poder para dar testimonio del Señor y han sido grandemente usados por El? La Biblia dice que además del aceite de la santa unción, existe otro aceite que es “semejante” al auténtico (Ex. 30:33). Es igual al aceite compuesto, pero no es el aceite santo de la unción. No debemos desear éxito ni grandeza; solamente debemos observar si nuestra vieja creación, todo lo que poseemos por nacimiento, ha pasado por la cruz. Si la carne no pasa por la muerte de la cruz, el poder que tenemos no es el poder del Espíritu Santo. Todos los creyentes que tienen visión espiritual y han traspasado el velo, saben que el éxito que se tiene sin pasar por la cruz no tiene valor espiritual. Cuando el creyente ha condenado su carne y anda según el espíritu, recibe el poder del Espíritu Santo. De no ser así, lo que el desea es que su carne reciba poder espiritual. Si la carne no pasa por la muerte, el espíritu no tiene posibilidad alguna de recibir poder, ya que cuando el poder de la carne permanece, ésta todavía reina y el espíritu es oprimido. El poder del Espíritu Santo únicamente desciende sobre un espíritu que está lleno de El, porque sólo entonces puede fluir el poder del Espíritu Santo. Cuando el espíritu está lleno, el poder que entró en él rebosará. Así que, por un lado, el creyente debe morir a la vieja creación y, por otro, aprender a andar juntamente con el Espíritu Santo en su vida diaria. Entonces, podrá recibir poder. El creyente debe buscar el poder del Espíritu Santo, pues no basta con entenderlo en la mente. El Espíritu Santo debe envolver su espíritu. La obra del creyente será eficaz si tiene la experiencia de haber sido bautizado en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo necesita hallar una salida para poder brotar; es una lástima que no la pueda encontrar en muchos de sus creyentes. Algunos son estorbados por el pecado, algunos son orgullosos, otros son fríos, otros están llenos de sus propias opiniones, y otros confían en su vida anímica; así que el poder del Espíritu Santo ¡no halla ninguna salida, pues aparte de El tenemos muchos otros recursos! En cuanto a buscar el poder del Espíritu Santo, debemos mantener nuestra mente clara y nuestra voluntad activa. Esto nos guarda del engaño del enemigo. Además debemos permitir que Dios elimine de nuestras vidas todo lo que pertenezca al pecado y lo que sea injusto o dudoso, y debemos consagrar todo nuestro ser al Señor. “A fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gá. 3:14). Hermanos, no olvidemos que descansamos en Dios y sabemos que Dios hará todo según Su Palabra y en Su tiempo. Si El se tarda, entonces debemos permitir que Su luz examine aún más nuestra vida. Si El permite que sintamos algo cuando recibimos el poder, podemos regocijarnos, y si no lo permite, de todos modos debemos creer que El lo hizo. Al ver la experiencia del creyente, podemos saber si recibió poder. A todo aquel que ha recibido poder se le agudizará la percepción del espíritu. Recibirá elocuencia (aunque no mundana) para dar testimonio del Señor. Su obra será eficaz y dará fruto que permanezca. El poder es indispensable para realizar la obra espiritual. Después de que el creyente recibe el poder del Espíritu Santo, llega a estar consciente de los sentidos de su espíritu. En la obra de Dios el creyente debe mantener su espíritu despejado para que después de recibir poder permita que el Espíritu Santo haga brotar Su vida. Mantener un espíritu libre es mantener el espíritu en una condición en la que el Espíritu Santo pueda obrar. Por ejemplo, Dios tal vez le ordene al creyente que tome el liderazgo en una reunión. Para ello, el espíritu del creyente necesita estar libre. El no debe ir a la reunión con cargas en su espíritu, pues eso haría que la reunión absorbiera el lastre de las mismas y fuera una reunión pesada y difícil. El que conduce la reunión no debe traer consigo sus propias cargas esperando que la congregación le ayude a librarse de ellas, ni depender de la respuesta de la congregación para aliviar su carga espiritual, ya que el resultado de esto será un fracaso. El espíritu del creyente debe estar rebosando y libre de ataduras cuando llega a la reunión. Sin embargo, muchos hermanos cuando van a la reunión traen consigo sus cargas. El líder de la reunión primero debe librarlos mediante las oraciones, los himnos o la predicación de la verdad a fin de comunicarles el mensaje de Dios. Si el líder de la reunión tiene una carga de la cual no puede librarse, ¿cómo puede ayudar a otros a ser librados? Debemos saber que las reuniones espirituales son una comunión entre espíritus. El orador comunica el mensaje de Dios desde su espíritu, y los que escuchan lo reciben con sus espíritus. Ya sea que el creyente sea un líder o un escucha, cuando su espíritu tiene una carga y no se ha librado de ella, no puede abrirse a Dios ni responder a Su mensaje; debido a eso, el espíritu del creyente debe estar libre de toda carga. Además, el líder, antes de proclamar un mensaje, debe esforzarse para librar los espíritus de los oyentes. Tenemos que obtener el poder del Espíritu Santo a fin de hacer una obra poderosa. Debemos mantener nuestro espíritu libre para que de allí fluya el poder. La expresión del poder sobre el creyente tiene diferentes dimensiones. La medida en que él experimenta el Calvario determina hasta dónde experimentará Pentecostés. Si el espíritu del creyente está rebosando, el Espíritu Santo podrá hacer la obra. Sin embargo, al predicar el evangelio, especialmente a un individuo, algunas veces el espíritu de éste no está abierto, lo cual tal vez sea problema de él; quizá tenga alguna circunstancia que hace que su espíritu esté cerrado. Es posible que ni su espíritu ni su mente estén abiertos o que él no tenga la capacidad de recibir la verdad; quizá tenga pensamientos impropios en su mente que impiden que fluya el espíritu. En casos así, el espíritu del obrero se puede sentir cerrado. En muchas ocasiones, solamente necesitamos ver la actitud del que viene a nosotros para saber si podemos hacer una obra espiritual con él o no. Si sentimos que nuestro espíritu se cierra por causa de él, no podremos impartirle la verdad. Si nuestro espíritu se siente oprimido y nos forzamos a llevar adelante la obra de todos modos, ésta probablemente no será obra del espíritu, sino un producto de nuestra mente. Solamente la obra realizada por el espíritu tiene un poder duradero y un fruto perdurable. Lo que la mente produce carece de poder espiritual. Si primero no eliminamos los obstáculos de las personas mediante la oración y una labor previa para que nuestro espíritu sea libre para impartir la Palabra de Dios, nuestra obra perderá su eficacia. Los creyentes deben aprender a andar según el espíritu para laborar en el espíritu.

 

EL INICIO DE LA OBRA ESPIRITUAL

 

No es insignificante iniciar algo. El creyente no debe hacer obras a la ligera solamente porque sean buenas, necesarias o beneficiosas. Esas no son razones válidas que indiquen que una obra es la voluntad de Dios. Quizá El quiera instar a otros a hacer la obra o tal vez prefiera detener la obra temporalmente. Aunque sea difícil abandonar el punto de vista humano, Dios sabe cómo hacerlo. Por lo tanto, ni las buenas intenciones, ni la necesidad ni la ganancia deben ser los parámetros que delineen nuestra obra. El libro de Hechos es el mejor modelo para nuestra obra, ya que allí no vemos que nadie “se consagre a ser un predicador”, ni “se decida a cumplir la obra del Señor”, ni se “entregue a ser misionero o pastor”, ni nada por el estilo. Lo que vemos es que el Espíritu Santo designa personas y las envía a la obra. Dios no reclutó hombres que se entregaran a la obra; El únicamente envía a las personas que El desea enviar. Tampoco vemos que nadie escoja una obra para sí mismo; solamente Dios elige a los obreros para Su obra. Así que, no hay lugar para las ideas de la carne. Si Dios quiere algo, ni Saulo podrá resistirlo, y si El no quiere algo, no lo hará ni aunque Simón quiera comprarlo con dinero. Por ser el Soberano de todas las cosas, Dios controla Su propia obra y no permite que ni una pequeña parte del hombre se mezcle en ella. El hombre no es el que va a laborar; sino que es Dios quien “envía” a los obreros. Por lo tanto, la obra espiritual debe comenzar con un llamamiento personal de parte del Señor. Uno no debe laborar debido a la súplica de los predicadores ni a la exhortación de los parientes y amigos ni a la afinidad de su carácter con la Palabra Santa. Solamente aquellos que se despojan de sus “zapatos” carnales pueden permanecer en el terreno santo de la obra de Dios. Existe mucho fracaso, mucho derroche y mucha confusión debido a que el hombre mismo se ofrece a laborar en vez de ser enviado a la obra. Aun si el hombre es escogido, no puede comenzar a actuar libremente. Desde el punto de vista de la carne, ninguna otra obra es tan restringida como la obra espiritual. En Hechos leemos expresiones tales como: “El Espíritu Santo dijo”, “El Señor le dijo”, “enviado por el Espíritu Santo”, “el Espíritu Santo le prohibió”. Fuera de obedecer, el obrero no tiene autoridad para ofrecer ninguna opinión. En ese tiempo la obra de los apóstoles no era otra que la de conocer la intención del Espíritu Santo en su intuición para luego obedecerla. ¡Qué sencillo era! Si la obra espiritual necesitase que el creyente tuviera que esforzarse por idear algo, calcularlo, llevarlo a cabo y preocuparse por ello, entonces solamente los que son naturalmente dotados, inteligentes y educados podrían realizar la obra. Pero Dios hizo a un lado todo lo que es de la carne. Siempre que el espíritu del creyente sea santo, puro y lleno de vida y de poder, él podrá seguir la dirección del Señor y hacer una obra eficaz. Dios nunca dio a los creyentes la autoridad de controlar la obra, El solamente quiere que ellos escuchen lo que El les dice en su espíritu. Samaria tuvo un “gran avivamiento”, pero a Felipe no se le asignó la responsabilidad de continuar la obra de nutrición. El tuvo que salir de Samaria inmediatamente e ir al desierto para salvar a un eunuco gentil. Ananías nunca había escuchado de la conversión de Saulo, y hasta donde entendía, ir a verlo para interceder por él significaba la muerte; sin embargo, no fue él quien tomó la decisión. La ley judía prohibía que los judíos fueran a las casas de los gentiles y que se asociaran con ellos, pero cuando el Espíritu Santo habló, Pedro no pudo rehusarse. Pablo y Bernabé fueron enviados por el Espíritu Santo, pero el Espíritu Santo todavía tenía la autoridad de prohibirles que fueran a Asia y, más adelante, de guiar a Pablo a Asia para establecer la iglesia en Efeso. Toda la obra está en las manos del Espíritu Santo; el creyente solamente debe obedecer. Si la obra se efectuara según las ideas humanas, sus gustos o disgustos, entonces en los días de la iglesia primitiva, los hermanos no habrían ido a muchos lugares donde según ellos no debían ir. Esas experiencias nos muestran que no debemos seguir nuestros propios pensamientos, razonamientos, preferencias ni decisiones; sino que debemos ser guiados por el Espíritu Santo, quien mora en nuestro espíritu. También nos muestran que el Espíritu Santo no nos guía por medio de nuestros pensamientos, razonamientos, preferencias ni decisiones, sino que, por el contrario, todas estas cosas se oponen a la dirección del Espíritu Santo en nuestro espíritu. Si los apóstoles no podían laborar según su mente ni su parte emotiva ni su voluntad, ¿cómo podemos atrevernos a hacerlo nosotros? Todo lo que Dios nos ordena, nos lo revela por medio de la intuición de nuestro espíritu (véase la quinta sección, capítulo uno). El creyente no hace la voluntad de Dios cuando actúa de acuerdo a los pensamientos de su mente ni a las actividades de su parte emotiva ni a las ambiciones de su voluntad. Unicamente lo que es nacido del Espíritu es espíritu. Las actividades del creyente deben proceder en su totalidad de una revelación que recibe en el espíritu después de confiar y esperar en Dios; de lo contrario, la carne se infiltrará. Dios nos da el poder espiritual para llevar a cabo todo lo que El nos ordena; por lo tanto, es muy importante basarnos en el principio de nunca ir más allá de la fuerza que hay en nuestro espíritu. Si nuestra obra excede los límites de nuestro espíritu, estaremos confiando en nosotros mismos. Este es el principio del fracaso. Confiar en nosotros mismos impedirá que andemos según el espíritu y que nuestra obra sea verdaderamente espiritual. Hoy en día por lo general, el hombre usa el raciocinio, los pensamientos, las emociones, los sentimientos, los gustos, los deseos, etc., como parámetros para realizar la obra. Pero todo eso pertenece al alma y carece de valor espiritual. Debemos tener presente que todas estas facultades son buenos siervos, pero no buenos amos; si los obedecemos, fracasaremos. La obra espiritual debe provenir del espíritu. Dios no revela Su voluntad en ningún otro lugar que no sea el espíritu. Cuando las personas necesitan ayuda espiritual, el obrero nunca debe permitir que los sentimientos se sobrepongan a la relación espiritual. Aparte del deseo perfectamente puro de ayudar a la espiritualidad de la persona necesitada, cualquier otro sentimiento del alma será dañino. Esto siempre posa un peligro y un engaño para el obrero. El amor, el afecto, la preocupación, el interés, el fervor, etc., deben ser totalmente guiados por el Espíritu Santo. Cuando no se obedece esta ley, algunos de los que laboran para Cristo tienen fracasos morales y espirituales. Por un lado, permitimos que la atracción natural y el deseo humano controlen nuestra obra; o permitimos que el odio y la falta de afecto humano la controlen. En ambos casos, el resultado será el fracaso, y la vida del obrero será devastada. Muchas veces aun en el caso de los que amamos, quienes nos son muy queridos, nuestra relación natural con ellos debe ser relegada a un segundo plano, incluso, algunas veces necesitamos olvidarnos de esa relación por completo para que haya resultados espirituales. Nuestras intenciones y deseos deben consagrarse exclusivamente al Señor. Solamente debemos laborar cuando sabemos, por intuición, que la obra es iniciada por el Espíritu Santo. La carne no tiene ninguna posibilidad de unirse a la obra de Dios. El grado de nuestra utilidad espiritual depende de la profundidad de la obra de la cruz en nuestra carne. Los logros superficiales sólo llevan a cabo pequeñeces; únicamente la obra que hace Dios por medio de hombres y mujeres que han sido crucificados tiene valor. Aunque las obras se hagan en el nombre del Señor Jesús con fervor y mucho esfuerzo, aunque sean por una buena causa o por el reino de los cielos, eso no es suficiente para justificar la acción de la carne. Dios quiere hacer la obra, y no desea que la carne interfiera. Debemos comprender que aun en el servicio de Dios no hay posibilidad de ofrecer “fuego extraño” ni de “no ser espiritual”. Esto provocará la ira de Dios. Todo fuego que no sea encendido por el Espíritu Santo en nuestro espíritu, es fuego extraño y, a los ojos de Dios, es pecado. La obra que se hace para Dios no es necesariamente la obra de Dios. No basta con hacer algo para El. Lo que cuenta es quién realiza la acción. Si no es Dios el que opera desde el espíritu del creyente y si lo que se tiene no es más que actividades realizadas por el esfuerzo de éste, entonces la obra no tiene valor delante de Dios. Todo lo que procede de la carne se pudre con la misma carne. Solamente lo que proviene de Dios perdura. Así que, la obra que Dios nos ordena realizar no será en vano. LA META DE LA OBRA ESPIRITUAL La meta de la obra espiritual no es otra cosa que impartir vida al espíritu del hombre y edificar ese espíritu que tiene vida. Si la meta de nuestra obra no gira en torno al espíritu, la parte mas profunda del hombre, entonces nuestra obra no tendrá ningún valor ni fruto espiritual. Los pecadores no necesitan un cúmulo de pensamientos bonitos sino vida. Los creyentes no necesitan más conocimiento bíblico sino algo que alimente su vida espiritual. Si todo lo que tenemos es párrafos excelentes, ejemplos didácticos, explicaciones profundas, palabras sabias y razonamientos lógicos, entonces lo único que podremos darle a la mente del hombre será ideas para su mente, estímulos para sus emociones y fuerza para su voluntad. Después de mucho esfuerzo, la persona que nos escucha se irá tal como vino, con su espíritu amortecido. Un pecador no necesita mejores razonamientos ni más lágrimas ni resoluciones más firmes; lo que necesita es la resurrección de su espíritu. El creyente no necesita desarrollar su hombre exterior, sino la vida abundante que trae crecimiento a su espíritu. Si limitamos nuestra atención al hombre exterior y nos olvidamos del hombre interior, es decir, el espíritu del hombre, entonces, toda nuestra obra, aunque esté bien hecha y sea completa, con el tiempo estará vacía. Será como si no hubiésemos laborado, y aún peor, ya que habremos desperdiciado el tiempo. Una persona puede ser conmovida, derramar lágrimas, confesar sus pecados, entender las doctrinas, comprender cuán razonable es la redención, interesarse en la religión, tomar decisiones, arrepentirse, registrarse en la lista de la congregación, leer la Biblia, orar, ser “avivada”, regocijarse y testificar; sin embargo, tal vez su espíritu aún no haya recibido la vida de Dios y puede estar tan muerta como antes. El alma del hombre puede hacer todas esas cosas sin notar si su espíritu está muerto o vivo. No menospreciamos todo eso, pero sabemos que si el espíritu no es vivificado, esas cosas son solamente las ramas y se secarán cuando salga el sol caliente. Cuando el espíritu es regenerado tal vez estén presentes estas expresiones en el alma; sin embargo, en lo más profundo de nuestro ser, recibimos una nueva vida que nos capacita para conocer a Dios y a Jesucristo, a quien El ha enviado. Si el espíritu no ha resucitado para poder conocer a Dios por medio de la intuición, ninguna obra tendrá resultados espirituales. Tengamos en mente que se puede tener una “fe falsa” y una “regeneración falsa”. Muchos confunden “comprender” con “creer”. Comprender es solamente entender en la mente que una doctrina es lógica y creíble. Creer, en el sentido bíblico, es unirnos al objeto de nuestra fe. Creer que el Señor Jesús murió por nosotros es unirnos a El en Su muerte. Una persona puede entender la doctrina sin creer en el Señor Jesús. Prestemos atención al hecho de que el hombre no es salvo por medio de sus obras, sino por recibir la vida eterna al creer en el Hijo de Dios. El hombre necesita creer en el Hijo de Dios. Muchos “creen en la doctrina de la redención” pero no creen en el Redentor. Muchos han aceptado la validez de la sangre del Cordero, pero no la han aplicado a la puerta de su corazón. ¡La regeneración también puede ser falsa! La vida de muchos que se llaman cristianos se parece a la de los que son genuinamente regenerados. Son muy puros, piadosos y están dispuestos a ayudar a otros; saben orar, leen la Biblia con frecuencia, asisten a las reuniones y son muy estimados. Ellos se esfuerzan por guiar a otros a que crean en Cristo. Sin embargo, aunque poseen todas esas cosas y dicen que el Señor Jesús es su Salvador, les falta algo básico, no conocen a Dios por medio de su intuición. Pueden haber oído acerca de Dios y hasta hablar de El, pero no lo conocen personalmente. “Y las [ovejas] Mías me conocen ... y oirán Mi voz” (Jn. 10:14,16). Los que no conocen al Señor ni conocen Su voz, no son Sus ovejas. Ya que la relación entre el hombre y Dios comienza cuando aquél es regenerado y se lleva a cabo en su espíritu, es allí donde todas nuestras obras deben centrarse. Si únicamente buscamos un éxito superficial, y nuestra meta es estimular a las personas para que sean fervientes, tarde o temprano veremos que no hay nada de Dios en nuestra obra. Una vez que conocemos la posición del espíritu, nuestra obra debe tener un cambio radical. En vez de laborar sin meta haciendo lo que pensamos que es bueno, debemos tener la meta clara de edificar el espíritu del creyente. Anteriormente hacíamos énfasis en lo natural, pero ahora debemos recalcar las cosas del Espíritu de Dios. El significado de la obra espiritual es simplemente que laboremos mediante el espíritu para vivificar el espíritu de otros. Todas las demás obras no son una obra espiritual genuina. Si descubrimos que nada de lo que tenemos puede dar vida a otros, veremos cuán inútiles somos. Si no confiamos en nosotros mismos ni usamos nada nuestro, veremos en realidad cuán débiles somos y cuánto poder tienen nuestro hombre interior, nuestro nuevo yo y nuestra vida espiritual. Debido a que vivimos continuamente por la vida del alma, no sabemos hasta qué punto se haya debilitado nuestro espíritu. Si deseamos prescindir de toda ayuda de nuestra alma para depender sólo del poder del espíritu, nos daremos cuenta de que nuestra condición espiritual es pobre. Cuando nuestro propósito no es que otros entiendan con su mente, ni que simplemente sean conmovidos en su emoción, ni que usen su fuerza de voluntad, sino que su espíritu reciba vida, hallamos que nosotros no podemos darles vida a menos que el Espíritu Santo nos use. “Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:13). Si Dios no los engendra, ¡nosotros no podemos engendrarlos! Llegamos a comprender que toda la obra debe ser llevada a cabo por Dios y que nosotros somos vasos vacíos. Dentro de nosotros no hay nada que pueda engendrar a las personas, ni dentro del hombre hay nada que lo pueda engendrar; sólo Dios puede lograrlo al hacer brotar Su vida desde nuestro espíritu. Por lo tanto, la obra espiritual no es otra cosa que la obra que Dios mismo efectúa. Lo que no es hecho por Dios no puede considerarse una obra espiritual. Debemos pedirle a Dios que nos revele esto, que nos permita ver el carácter de Su gran obra y que veamos que necesitamos Su gran poder para poder llevar a cabo Su obra. Entonces veremos que nuestras opiniones son necias y es absurdo confiar en nosotros mismos, ya que nuestras obras son simplemente obras muertas. Aunque muchas veces Dios en Su misericordia permite que nuestra obra tenga resultados que van mas allá de lo que merecemos, no debemos pensar que podemos continuar haciendo obras de esa índole. Nuestras obras son inútiles y peligrosas. La obra de Dios no puede llevarse a cabo en una atmósfera ferviente ni en un ambiente atractivo ni con pensamientos románticos ni imaginaciones poéticas ni opiniones idealistas ni sugerencias lógicas ni persuasiones convincentes ni por motivar ocasionalmente la voluntad de las personas para que tengan un celo perdurable. Si la obra espiritual se basa en nuestras imaginaciones y no en la realidad, ningún método producirá resultados. Nuestra obra es verdaderamente espiritual cuando hace que el espíritu del hombre sea regenerado y resucitado y que reciba una nueva vida, ya que eso solamente puede ser hecho por el poder de Dios, el mismo poder que levantó al Señor Jesús de entre los muertos. Si no comunicamos la vida de Dios, no habrá alabanzas en los cielos. A pesar de que nuestra obra esté llena de razonamientos, emociones y palabras que pueden hacer que las personas tomen una decisión o aun si nuestra obra se opone a los razonamientos, las sensaciones y los estímulos, si ello no procede del espíritu en el cual mora el Espíritu Santo, nuestra obra no impartirá vida al hombre. Aunque el falso poder espiritual pueda producir resultados similares, no puede hacer que el espíritu amortecido del hombre reciba vida. Se pueden haber logrado muchas cosas, pero la meta de la obra espiritual no se habrá obtenido. Si nuestra meta es impartir vida a otros, debemos usar el poder de Dios. Si utilizamos el poder del alma, fracasaremos. El alma puede estar viva (Gn. 2:7), pero no puede dar vida. “El Espíritu es el que da vida” (Jn. 6:63). El Señor Jesús es “el postrer Adán, [quien llegó a ser] Espíritu vivificante” (1 Co. 15:45). “Por cuanto derramó su vida [o alma] hasta la muerte” (Is. 53:12). Aquellos que son canales de la vida del Señor Jesús, también deben entregar su vida anímica a la muerte y laborar por la vida del espíritu para que los oyentes puedan ser regenerados. De no ser así, la vida del alma, aunque sea hermosa, no tiene el poder para dar a luz. Es imposible extraer poder de la vida natural para realizar cualquier obra espiritual. La antigua creación jamás ayudará a la nueva creación. Si recibimos revelación del Espíritu Santo y actuamos mediante Su poder, nuestra audiencia reconocerá su condición y permitirá que Dios vivifique sus espíritus. De lo contrario, lo que prediquemos llegará a ser un bello ideal que motivará a las personas temporalmente, pero en el futuro nada espiritual sucederá. Quien depende del poder del espíritu puede usar las mismas palabras, pero éstas llegarán a ser vida en los espíritus de los oyentes. Las palabras de aquel que depende del poder del yo no pasarán de ser ideales humanos. Además, la obra que se hace valiéndose del poder del alma hará que los oyentes exijan esos sentimientos e ideales; así que, buscarán a los que puedan proveerles esas cosas. Si uno es ignorante, pensará que eso es un éxito espiritual, ya que ha logrado que muchas personas lo sigan, pero el que tiene conocimiento espiritual, sabe que esas personas no tienen vida en su espíritu, porque su espíritu no ha sido todavía tocado. Esta clase de obra realizada en la esfera religiosa es como el opio o el alcohol para el cuerpo físico. El hombre necesita la vida, no ideales ni estímulos. Por lo tanto, el creyente no tiene otra responsabilidad que consagrar su espíritu como vaso para el uso de Dios y entregar a la muerte todo lo que sea del yo. Dios puede usar grandemente a Sus hijos como canales de vida para que los pecadores reciban la salvación y para que los santos sean edificados; sin embargo, algunos bloquean sus propios espíritus o les dan a otros solamente lo que tienen en sí mismos. Así que la audiencia sólo recibe los pensamientos, los razonamientos y las emociones del obrero. Después de un largo sermón, los oyentes no reciben al Señor como Salvador para que su espíritu amortecido sea vivificado. Si comprendemos que nuestra meta es colaborar para que el espíritu de otros reciba vida, nosotros mismos debemos tener la debida preparación, es decir, si perdemos nuestra alma y dependemos de nuestro espíritu, veremos que las palabras que el Señor habla por nuestra boca “son espíritu y son vida”.

 

EL CESE DE LA OBRA ESPIRITUAL

 

La obra espiritual fluye con la corriente del Espíritu Santo sin ningún impedimento y sin necesidad de la fuerza de la carne. Esto no significa que no haya oposición de parte del mundo ni ataques del enemigo, sino que en el Señor debemos tener el deseo de seguir Su unción. Cuando Dios necesita la obra del creyente, éste sentirá el fluir del Espíritu Santo, no importa qué clase de dificultad enfrente. El Espíritu Santo es necesario siempre que se quiera expresar la vida del espíritu. Esta obra es espontánea y extiende la vida en el espíritu. Sin embargo, muchos siervos de Dios, presionados por las circunstancias (o por otras razones), inconscientemente permiten que la obra que llevan a cabo se vuelva mecánica. Si el creyente tiene esta sensación, debe detenerse e indagar si el Espíritu Santo aún necesita esta labor “mecanizada” o si ésta ya cumplió su propósito y ahora Dios lo guía al paso siguiente. Los siervos del Señor deben saber que lo que empieza como una obra espiritual, es decir, del Espíritu Santo, no siempre continúa siendo espiritual. Muchas obras provienen originalmente del Espíritu Santo, pero posteriormente tal vez no las necesite. Aún así, el hombre persiste, pensando que lo que el Espíritu Santo comenzó debe de ser eternamente espiritual. Esto convierte lo espiritual en algo carnal. El creyente espiritual nunca verá el aceite de la unción del Espíritu Santo en una labor rutinaria. Tal vez Dios ya no necesite cierta obra, pero si el creyente continúa en ella a fin de mantener cierta organización (la cual no necesariamente es visible), entonces tendrá que valerse de su propio poder y separarse del poder del Espíritu Santo como la provisión necesaria para llevar a cabo la obra. Cuando una obra espiritual tiene que detenerse y el creyente no lo hace, tiene que utilizar su fuerza anímica y física para laborar. En toda obra espiritual genuina el creyente debe rechazar totalmente su poder intelectual, su habilidad natural, sus dones, etc., a fin de llevar a cabo una obra fructífera para Dios. Sin embargo, una obra que no sea guiada por el Espíritu Santo inevitablemente fracasará, a menos que el creyente use su poder mental, su habilidad natural, sus dones, etc. Un obrero debe estar alerta para ver en qué parte de su obra el Espíritu Santo aplica la unción. De esta manera, sabrá cómo colaborar con El y cómo laborar de acuerdo con el fluir y el poder del Espíritu Santo. La responsabilidad del creyente es estar atento a la corriente del Espíritu Santo para seguirla. Si Dios deja de ungir la obra dejándola al margen del fluir del Espíritu Santo, lo cual contrista al obrero, y si él recupera el fluir de la vida al alejarse de dicha obra, entonces la obra debe detenerse. Los que poseen discernimiento espiritual se percatarán más rápido que otros. Así que debemos preguntarnos: ¿En dónde está la corriente del Espíritu Santo y en qué dirección fluye? Si la obra suprime la vida del espíritu, no podrá apoyar la expresión de esta vida e impedirá que el Espíritu Santo fluya en vida y en victoria; esa obra es un obstáculo, no importa cómo se haya iniciado. Si no se suspende totalmente, por lo menos debe corregirse para que obedezca a la vida del espíritu; de lo contrario, la relación del creyente con esa obra debe cambiar. En la experiencia espiritual de los creyentes, hay muchos ejemplos de personas que han dedicado sus esfuerzos a la “organización”, la cual puede ser estructurada o no serlo, al punto de perjudicar sus propias vidas. Al principio el siervo de Dios recibe el poder del espíritu, y Dios obra con agrado; como resultado muchos son salvos y edificados. Entonces surge la necesidad de cierta “organización” o “método” para preservar la gracia. Debido a las necesidades, las exigencias y quizá órdenes, el siervo tendrá que llevar a cabo la obra de alimentar a los creyentes; en consecuencia, es atado por las circunstancias, y el Espíritu Santo ya no puede fluir libremente. La vida espiritual gradualmente disminuye, aunque externamente su labor en esa organización continúa prosperando. Esta es la historia del fracaso de muchos. Hoy día entre las obras espirituales existe una situación alarmante en la cual el obrero considera la obra una carga pesada. Muchos dicen: “Estoy tan ocupado con ciertas actividades y con la obra que me queda poco tiempo para tener comunión con el Señor. Espero tomar un receso para tener tiempo de nutrirme espiritualmente, y luego regresaré a la obra”. Esto es muy peligroso. Nuestra obra debe ser el resultado de la comunión de nuestro espíritu con el Señor. Toda obra debe ser motivo de gozo, pues debe resultar del rebosamiento de la vida del espíritu. Si se convierte en algo que nos agota y nos separa de la vida del espíritu del Señor Jesús, esta obra debe detenerse inmediatamente. Si el fluir del Espíritu Santo cambia el curso, debemos hallar ese rumbo y seguirlo. Hay una gran diferencia entre el cambio de dirección de la obra del Espíritu Santo y los obstáculos que Satanás pone a la obra. Sin embargo, a menudo estas dos cosas se confunden. Si Dios nos dice que detengamos la obra y nosotros seguimos laborando, tendremos que usar nuestro poder intelectual, nuestra habilidad y nuestro esfuerzo para mantenerla. Aunque podamos resistir al enemigo, carecemos de la unción del Espíritu Santo, quien no puede vencer porque tal batalla realmente es falsa. Cuando el creyente ve que existe un impedimento en el espíritu, debe discernir si proviene de Dios o del enemigo. Si el impedimento es del enemigo, debe resistirlo en el espíritu y seguir adelante juntamente con Dios mediante la oración, liberando su propio espíritu. Si ése no es el caso, Dios hará que el espíritu del creyente se sienta más oprimido y que sienta una carga pesada, y no le dará la libertad de ir adelante. Al llegar a este punto, los siervos de Dios deben abandonar toda obra que Dios no les haya dado, la cual tal vez deberían haber abandonado hace tiempo, pues es absorbente, no proviene del Espíritu Santo y oprime al espíritu haciendo que el creyente se aparte de su espíritu; dicha obra tal vez sea buena, pero impide que el creyente sea espiritual

 


CAPITULO CUATRO
LA ORACION Y LA GUERRA ESPIRITUAL
LA ORACION ESPIRITUAL
Todas las oraciones deben ser espirituales. Una oración que no es espiritual no es oración y no obtendrá resultados. Si hoy día todas las oraciones que se ofrecen en la tierra fueran espirituales, los creyentes tendrían muchos logros espirituales. Sin embargo, ¡las oraciones carnales son numerosas! Nuestra propia voluntad en la oración hace que ésta sea inútil. Hoy día muchos creyentes toman la oración como una herramienta para llevar a cabo sus propósitos. Si tuvieran más conocimiento, se darían cuenta de que la oración consiste sencillamente en que el hombre le exprese la voluntad de Dios a El. La carne debe ser crucificada no importa dónde se encuentre; ni siquiera en la oración debemos permitir que la carne se infiltre. La obra de Dios excluye cualquier posibilidad de mezcla con ideas humanas. Aun cuando el motivo sea bueno y la acción traiga beneficio al hombre, Dios no permitirá que iniciemos nada que le obligue a El obedecer la dirección del hombre. Los creyentes únicamente tienen derecho a hacer lo que Dios les diga que hagan. No tienen derecho de decirle a Dios lo que El debe hacer. Además de obedecer la dirección de Dios, los creyentes no pueden contribuir en nada a Su obra. Dios no participará en ninguna obra que sea iniciada por la voluntad del hombre, no importa cuánto ore éste por ellas; la voluntad del hombre sólo hará que las oraciones sean carnales.
Cuando el creyente verdaderamente participa de la esfera espiritual, comprende cuán vacío está, y que no tiene nada de vida para dar a otros ni con qué hacer frente al enemigo. Espontáneamente toma a Dios como su provisión, y la oración llega a ser indispensable para él. La verdadera oración expresa el vacío del que ora y las riquezas de Aquel que la responde. Si la carne nunca ha sido quebrantada por la cruz hasta el grado en que el hombre llegue a estar vacío, entonces, ¿qué propósito tiene su oración?
La oración espiritual no procede de la carne; no es algo que el creyente piense ni algo que desee o decida hacer, sino algo que él practica según la voluntad de Dios. La oración espiritual se ofrece en el espíritu, lo cual significa que la persona primero descubre con su intuición cuál es la voluntad de Dios, y luego ora por ella. “Con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu, y para ello velando con toda perseverancia y petición por todos los santos” (Ef. 6:18). Este es un mandamiento bíblico. Si nuestra oración no se efectúa en el espíritu, entonces está en la carne. No debemos empezar a hablar tan pronto acudimos a Dios, sino que primero debemos pedir que El nos revele lo que desea que sepamos, y que nos muestre cómo orar. Repetidas veces hemos tratado de pedir por cosas que nosotros queremos, ¿por qué no oramos ahora por lo que El desea? En la oración no hay lugar para la carne; en ella no expresamos lo que nosotros queremos, sino lo que Dios desea. Los que no son espirituales no harán oraciones espirituales genuinas.
Toda oración espiritual se origina en Dios. El nos indica lo que debemos pedir; nos revela una necesidad y hace que sintamos cierta urgencia al respecto en nuestra intuición. Dicha urgencia o comisión es nuestro llamamiento a orar. Pero muchas veces, por negligencia descuidamos esos sentimientos casi imperceptibles de nuestra intuición. Nunca debemos orar por otra cosa que no sea la comisión que nuestra intuición detecta. Cualquier oración que no se inicie en la intuición o que no sea inspirada por ésta, se origina en nosotros mismos y es de la carne.
Si los creyentes desean que sus oraciones sean eficaces en la esfera espiritual y que no sean carnales, deben confesar su debilidad y reconocer que no saben cómo orar (Ro. 8:26); deben pedirle al Espíritu Santo que les enseñe a orar y presentar dicha oración según la instrucción del Espíritu Santo. Si Dios da las palabras para predicar, sin duda dará las palabras para orar, ya que la necesidad de orar es tan intensa como la de predicar. Para poder expresar esa oración mediante la operación del Espíritu Santo en nuestro espíritu, debemos reconocer nuestra debilidad e impotencia. En la obra es inútil poner nuestra confianza en la carne, y lo mismo se aplica en la oración, pues es inútil confiar en la carne.
Sin embargo, no solamente debemos orar con el espíritu, sino también con la mente (1 Co. 14:15). Al orar, el espíritu y la mente deben cooperar. El creyente recibe en su espíritu la respuesta a la oración, y su mente entiende lo que ha recibido. El espíritu recibe la comisión de orar, y la mente eleva la oración palabra por palabra. Después de esta cooperación entre el espíritu y la mente, la oración del creyente puede ser perfeccionada. Muchas veces las oraciones son únicamente el ejercicio de la mente, y no son inspiradas en el espíritu. Cuando sucede esto, los creyentes se convierten en el origen de su oración. La oración genuina debe originarse en el trono de Dios y debe ser percibida en el espíritu de los creyentes, conocida por su mente y proferida por el poder del Espíritu Santo. La oración y el espíritu humano son inseparables.
Si el creyente quiere orar en el espíritu, primero debe aprender a andar en el espíritu. No es posible andar durante el día según la carne y a la hora de orar hacerlo en el espíritu. La manera en que se ora no puede ser diferente de la manera en que se vive. La condición espiritual de muchos nos muestra que no son aptos para orar. La calidad de la oración de una persona se determina por la manera en que vive. ¿Cómo puede una persona carnal hacer una oración espiritual? A veces una persona espiritual no hace una oración espiritual, ya que si no está alerta, puede caer en la carne. Pero si una persona espiritual continuamente ora en el espíritu, su oración mantendrá su espíritu y su mente en armonía con Dios. La oración es un ejercicio de nuestro espíritu, y éste es fortalecido mediante tal ejercicio. Si nos volvemos negligentes en la oración, nuestro espíritu se secará. Nada puede substituir la oración; ni siquiera la obra puede substituirla. Muchos de nosotros no empleamos suficiente tiempo orando porque estamos muy ocupados en la obra. Debido a esto, no logramos echar fuera los demonios. La oración nos permite vencer al enemigo primero en nuestro interior, antes de enfrentarnos con él externamente. Todo aquel que combate en sus rodillas al enemigo, cuando se levanta y se enfrenta con él cara a cara, lo derrotará. Por medio de este ejercicio, el hombre espiritual gradualmente llegará a ser fuerte.
Si el creyente ora continuamente en el Espíritu Santo, su espíritu se desarrollará, tendrá una percepción aguda en los asuntos espirituales, y todo su estupor espiritual se terminará.
La necesidad actual del creyente espiritual es detectar los sentidos que hay en su espíritu. Debe saber cómo ataca el enemigo, qué le ha revelado Dios, y luego expresar mediante su oración, una por una, las cosas que ha entendido. El creyente debe darse cuenta rápidamente de cualquier movimiento en su espíritu para lograr en la oración lo que Dios quiere que logre. La oración es una especie de labor. La experiencia de los hijos de Dios demuestra que la oración logra más resultados que ninguna otra labor. También, la oración es una especie de combate, ya que es un arma en nuestra guerra contra el enemigo (Ef. 6:18). Unicamente las oraciones que son hechas en el espíritu son eficaces.
Las oraciones hechas en el espíritu son el medio más eficaz para atacar al enemigo y resistir sus estratagemas. La oración puede destruir y edificar. Puede destruir todo lo que pertenece al pecado y a Satanás y puede edificar todo lo que pertenece a Dios. Por lo tanto, la oración es la parte más crucial en nuestra obra y en nuestro combate espiritual. Tanto el éxito de la obra espiritual como la victoria en la batalla dependen de la oración. Si el creyente fracasa en la oración, fracasa en todo.

 

LA GUERRA ESPIRITUAL

 

Por lo general, cuando el creyente no ha experimentado el bautismo en el Espíritu Santo es como el siervo de Eliseo, que no entendía las realidades de la esfera espiritual (2 R. 6:15-17). Aunque tal vez haya recibido enseñanzas bíblicas y algunas instrucciones, únicamente las entiende con su intelecto, sin ninguna revelación en su espíritu. La intuición que tiene el creyente en el espíritu se agudiza después de que experimenta el bautismo del Espíritu Santo y en su espíritu se abrirá ante él todo un mundo espiritual. También cuando experimenta dicho bautismo, el creyente tiene contacto con el poder sobrenatural de Dios, y conoce a Dios de una manera personal.
Allí comienza el verdadero combate espiritual. Primero, el poder de las tinieblas se viste como un ángel de luz e imita a la Persona y la obra del Espíritu Santo. En segundo lugar, la intuición del espíritu percibe la existencia de la esfera espiritual y se percata de la realidad de Satanás y de los espíritus malignos. Después del Calvario el Señor les reveló a los apóstoles las Escrituras, mas ellos vieron la realidad de la esfera espiritual sólo después de Pentecostés. El bautismo del Espíritu es el comienzo del combate espiritual.
Cuando el creyente experimenta el bautismo del Espíritu Santo y tiene un contacto personal con Dios, su espíritu es liberado y ve la realidad de todo lo que se mueve en la esfera espiritual, entonces entra en guerra contra Satanás. (Aunque un hombre espiritual conoce la esfera espiritual, no obtiene este conocimiento de una vez por todas, sino a lo largo de muchas pruebas.) Solamente un hombre espiritual percibe la realidad del enemigo y peleará contra él (Ef. 6:12). Esta batalla no se pelea con armas carnales (2 Co. 10:3-4), ya que es un combate espiritual. La batalla se libra entre el espíritu del hombre y el espíritu del enemigo; así que es una lucha de espíritu contra espíritu.
Si el creyente no ha llegado a este nivel espiritual, no entenderá esa batalla ni podrá librarla en el espíritu. El creyente puede luchar contra el enemigo con su espíritu cuanto éste es fortalecido por el Espíritu Santo. Solamente cuando el creyente llega a ser espiritual, ve la realidad de Satanás y de su reino, y sabe cómo luchar y atacarlo con el espíritu.
Esta batalla existe por muchas razones, la mayor de las cuales es la obstrucción y el ataque del enemigo. Satanás siempre aplica sus tácticas para atacar a los creyentes espirituales. Algunas veces los ataca en la parte emotiva y otras, en el cuerpo. También hay muchos obstáculos que el enemigo pone en la obra y en el entorno del creyente. Otra causa de la batalla espiritual es que nosotros debemos pelear por Dios. Satanás posee innumerables obras en este mundo, y ha diseñado incontables estratagemas en los aires con el propósito de oponerse a Dios. Cuando nos dedicamos a Dios peleamos con nuestra fuerza espiritual en contra de Satanás para destruir sus estratagemas y sus obras, mediante nuestra oración. Aunque a veces no sabemos qué está planeando ni que hace, de todos modos peleamos en su contra, ya que él siempre es nuestro enemigo.
Además de las razones mencionadas, peleamos contra Satanás para librarnos de sus engaños y para librar a los que han sido engañados por él (véanse la octava sección, capítulo tres, y la novena sección, capítulo cuatro). A pesar de que la intuición del creyente en su espíritu se agudiza cuando experimenta el bautismo del Espíritu Santo, esto no es suficiente para protegerle de las astucias del enemigo, ya que todavía puede ser engañado. Después de que la percepción espiritual del creyente se agudiza, necesita más conocimiento espiritual. Si no comprende la dirección del espíritu y permanece en una actitud pasiva, llegará a ser presa del enemigo. En tal circunstancia, los creyentes caen fácilmente en el error de pasar por alto la guía del espíritu, y obedecen a sus sentimientos o a experiencias irracionales, pensando que provienen de Dios. Después de que el creyente es bautizado en el Espíritu Santo, entra en una esfera sobrenatural. Si no se da cuenta de su debilidad ni reconoce que no es apto para relacionarse con lo sobrenatural, será engañado.
El espíritu del creyente puede ser afectado por dos fuentes: el Espíritu Santo y los espíritus malignos. Si el creyente piensa que su espíritu únicamente puede ser dirigido por el Espíritu Santo y que no puede ser afectado por los espíritus malignos, está muy equivocado. El creyente debe tener presente que además del Espíritu de Dios, también existe “el espíritu del mundo” (1 Co. 2:12). Este es el enemigo espiritual mencionado en Efesios 6:12. Si el creyente no cierra su espíritu a todo esto y lo rechaza, los espíritus malignos ocuparán su espíritu mediante engaños e imitaciones.
Cuando el creyente es totalmente espiritual, será afectado por el mundo sobrenatural. En este caso, es muy importante que conozca la diferencia entre lo espiritual y lo sobrenatural. Confundir estas dos cosas ha guiado a muchos a ser engañados por Satanás. Las experiencias espirituales son experiencias que tienen su origen en el espíritu del creyente, mientras que las experiencias sobrenaturales no provienen necesariamente de allí. Algunas veces son experimentadas por los sentidos del cuerpo, y otras veces se perciben en el alma. Los creyentes nunca deben considerar las experiencias sobrenaturales como espirituales; deben estudiarlas y descubrir si provienen de sus sentidos externos o del espíritu. Lo que proviene del exterior puede ser sobrenatural, mas no espiritual.
Los creyentes nunca deben aceptar nada sobrenatural sin examinarlo primero. Aparte de Dios, Satanás también puede producir cosas sobrenaturales. El creyente debe determinar el origen de cualquier sensación, apariencia o manifestación. Debe poner en práctica lo que se enseña en 1 Juan 4:1. Los esfuerzos de Satanás por engañar son más de lo que el creyente puede imaginarse. Si el creyente está dispuesto a humillarse y a reconocer la posibilidad de ser engañado, será guardado del engaño. Debido a los ardides del enemigo, la lucha espiritual es inevitable. En la batalla espiritual, si el creyente no utiliza su espíritu para iniciar el ataque, el enemigo atacará y anulará su poder espiritual. El combate espiritual se libra entre el espíritu del creyente y los espíritus malignos del enemigo. Si el creyente es engañado, debe luchar por librarse del engaño; si ya fue librado, debe luchar para obtener la liberación de otros, para cubrirse a sí mismo y a otros de los ataques del enemigo, y para oponerse activa e intensamente a toda la obra y el plan de Satanás.
Esta guerra es una lucha entre espíritus; por eso requiere fortaleza espiritual. El creyente debe saber cómo luchar contra el enemigo mediante su espíritu. Si su espíritu no está activo en él, no sabrá cómo ataca el enemigo ni cómo desea Dios que luche. Si anda según el espíritu, aprenderá a laborar orando sin cesar en su espíritu, y de este modo se enfrentará al enemigo. Cada vez que el espíritu del creyente participa en esta lucha, se hace más fuerte. Si el creyente conoce la ley del espíritu, podrá ver que no sólo vence al pecado, sino también a Satanás.
El aspecto más crucial de la batalla espiritual es el de ser lleno de poder y recibir fortaleza. Vemos esto en la enseñanza del apóstol con respecto a la lucha espiritual. El dijo: “Por lo demás, fortaleceos en el Señor, y en el poder de Su fuerza” (Ef. 6:10), y luego mencionó la lucha espiritual (vs. 11-18). Pero, ¿cómo podemos ser fortalecidos? La respuesta del apóstol se encuentra en Efesios 3:16: “El ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. Esto es absolutamente necesario. El hombre interior, el espíritu, es el centro del hombre. Si el espíritu del creyente se debilita, todo su ser se debilita. Una vez que el espíritu se debilita, surge el temor, y el creyente no puede permanecer en pie en los días malos. Los creyentes necesitan un espíritu fuerte. El poder de las tinieblas está dirigido hacia el espíritu humano. Si el creyente no sabe de qué se trata la batalla, no podrá resistir en su espíritu a los principados y poderes de las tinieblas.
Muchos creyentes se regocijan en su espíritu únicamente cuando todo marcha sobre ruedas. Pero cuando llega la batalla, se confunden, temen, se entristecen y se deprimen; no entienden por qué fracasan. Pero el creyente, para poder vencer, debe conocer la meta que Satanás tiene en la batalla, la cual es sacarlo de la posición que tiene en ascensión, suprimiéndolo en su espíritu a fin apoderarse de esa posición. En la batalla espiritual, la posición desempeña un papel muy importante. Si el espíritu del creyente es oprimido, inmediatamente pierde su posición de ascensión. Por lo tanto, el creyente siempre debe mantener un espíritu fuerte y no ceder ningún terreno al enemigo.
Cuando el creyente se da cuenta de que Dios envió al Espíritu Santo para fortalecer su espíritu, comprende la necesidad de pelear contra el enemigo. Mediante la lucha y la oración, su espíritu es fortalecido gradualmente. Así como quienes pelean físicamente desarrollan sus músculos para combatir, asimismo el poder espiritual de los creyentes se incrementa cuando luchan contra el enemigo. Los espíritus malignos atacan con el
propósito de suprimir al espíritu de los creyentes e infligir sufrimiento al alma. Si el creyente percibe el engaño del enemigo, no se rendirá en ningún momento, sino que resistirá, y con ello, sus emociones serán protegidas. Resistir al enemigo en el espíritu lo obliga a ponerse a la defensiva y neutraliza sus ataques.
El aspecto más importante de la batalla espiritual es resistir, y la mejor defensa es el ataque. La resistencia que el creyente ofrece en la batalla espiritual no es llevada a cabo únicamente por su fuerza de voluntad, sino mediante el ejercicio del poder espiritual. Resistir significa librarse del poder opresor. Si desbaratamos los planes del enemigo mediante el espíritu, lo derrotaremos. Si el creyente no resiste al enemigo y le permite atacar, o si el enemigo ataca sin encontrar oposición, el espíritu del creyente es oprimido y se hunde, y le es difícil recobrar la trascendencia aun después de varios días. Un espíritu que no resiste al enemigo es oprimido con frecuencia.
Resistir al enemigo debe basarse en la Palabra de Dios, la cual es la espada del Espíritu. Cuando el creyente recibe la Palabra de Dios, ésta llega a ser espíritu y vida para él. Hasta ese momento sólo puede usarla como arma de defensa. El creyente que mora en los lugares celestiales sabe utilizarla con eficacia para destruir todas las mentiras del enemigo. En la actualidad, esta batalla se está librando en la esfera espiritual. Aunque los ojos físicos no la pueden ver, todos los que se esfuerzan por avanzar en su espíritu, conocen y confirman esta clase de batalla. Los que están engañados y atados por el enemigo, deben ser librados. Aparte de estar atado por el pecado y la injusticia, la esclavitud más común del creyente se relaciona con experiencias sobrenaturales. Los creyentes aceptan estas experiencias sin desconfiar, ya que son maravillosas y producen en ellos sentimientos placenteros. No se dan cuenta que esas experiencias únicamente hacen que el creyente se enorgullezca; no ayudan a la santidad ni a la justicia en vida ni producen frutos permanentes. Cuando los espíritus malignos logran hacer su obra, se apoderan de cierto terreno en los creyentes y empiezan a avanzar hasta hacerlos andar según la carne.
Los que están atados no pueden librar a otros. Sólo cuando ellos han sido librados de la autoridad de las tinieblas, pueden ganar la batalla para libertar a otros. Hoy día los creyentes están más conscientes de la importancia de la experiencia personal del bautismo del Espíritu Santo, pero el peligro yace precisamente ahí. Temo que a medida que pasen los días, aumentará el número de personas poseídas por los espíritus malignos en proporción al número de las que han experimentado el bautismo en el Espíritu Santo. La necesidad de hoy es que un grupo de creyentes vencedores sepan cómo pelear y libertar a los demás de los engaños del enemigo. Si en la iglesia de Dios nadie sabe andar según el espíritu ni usar su espíritu para pelear en contra del enemigo, ¡la iglesia será derrotada! ¡Que el Señor levante hombres a quienes El pueda usar!

 

PRECAUCIONES PARA LA BATALLA ESPIRITUAL

 

En la vida del creyente, cada nivel trae consigo sus propios riesgos. La nueva vida incesantemente pelea en contra de todo lo que sea contrario a ella. Mientras los santos viven en la esfera del cuerpo, esta nueva vida pelea en contra de los pecados; mientras viven en la esfera del alma, pelea en contra de la vida natural; finalmente, mientras viven en la esfera del espíritu, dicha vida pelea contra los principados y potestades. Cuando el
creyente llega a ser espiritual, los espíritus malignos lanzan ataques en contra de su espíritu. Por ser una batalla del espíritu contra los espíritus, la llamamos “la batalla espiritual”. Sin embargo, el creyente que no es espiritual no correrá tal peligro. El creyente no debe pensar que al llegar a la esfera espiritual, todo está bien y ya no tiene que luchar más. Debemos darnos cuenta de que el creyente pasa toda la vida en el campo de batalla. No podemos abandonar las armas hasta el día en que comparezcamos ante el Señor. Si uno es carnal, encontrará peligros y conflictos en la esfera de la carne, pero si es espiritual, enfrentará peligros y luchas espirituales. En el desierto los israelitas únicamente pelearon contra los amalecitas, pero después de entrar en Canaán, empezaron a pelear contra las siete tribus que habitaban la tierra. Si el creyente no es espiritual, Satanás y los espíritus malignos no atacarán su espíritu; pero cuando llegue a ser espiritual, recibirá todo tipo de ataques de parte de él.
Debido a que el enemigo presta gran atención a nuestro espíritu, es necesario que los creyentes espirituales mantengan su propio espíritu en un estado normal y que constantemente lo ejerciten. Sin embargo, deben tener cuidado con las sensaciones físicas; cualquier fenómeno natural o sobrenatural necesita ser discernido cuidadosamente. La mente de los creyentes debe mantenerse en una paz perfecta, sin perturbación alguna; sus sentidos físicos también deben mantenerse en equilibrio, sin ser estimulados; deben rechazar todo lo que haga que su espíritu pierda la paz, y deben negarse y oponerse a cualquier falsedad, y anhelar con todo el corazón andar según el espíritu y no según el alma; de lo contrario, perderán terreno en la batalla espiritual. Además, existe otro punto que requiere toda nuestra atención: los santos no deben permitir que sus espíritus sean pasivos en la lucha espiritual.
Ya mencionamos que toda iniciativa debe provenir de nuestro espíritu y que debemos esperar hasta ser guiados por el Espíritu que mora en nuestro espíritu. No obstante, debemos tener mucho cuidado, pues de no ser así, caeremos en el error. Mientras esperamos en nuestro espíritu la acción y la dirección del Espíritu Santo, corremos el peligro de permitir que nuestro espíritu y nuestra persona caigan en un estado de pasividad. Nada da más oportunidad a Satanás para obrar que la pasividad. Por un lado, no debemos usar nuestra fuerza para hacer nada, y únicamente debemos obedecer al Espíritu Santo; pero por otro, no debemos permitir que nuestro espíritu ni ninguna otra parte de nuestro ser caiga en una rutina, ni que se abandone a la inercia. Nuestro espíritu debe gobernar toda nuestra persona activamente y asimismo cooperar con el Espíritu de Dios.
Si el espíritu cae en un estado de pasividad, el Espíritu Santo no podrá usarlo, ya que la condición bajo la cual el Espíritu Santo opera en la vida del hombre es diametralmente opuesta a la de Satanás. El Espíritu Santo requiere que el hombre coopere con El de una manera viviente y desea que el hombre labore activamente junto con El. Nunca anula la personalidad de los creyentes. Satanás, por el contrario, exige que el hombre se anule por completo a fin de tomar las riendas y hacerlo todo en su lugar. El quiere que el hombre reciba pasivamente su acción y que sea un autómata. Debemos estar alerta para no irnos a los extremos por entender erróneamente las doctrinas espirituales. No debemos temer excedernos al obedecer al Señor ni al rechazar las obras de la carne, de las cuales debemos deshacernos totalmente. Hemos dado énfasis reiteradamente en que todo lo que pertenece al hombre y proviene de él es vanidad y en que debemos hacer únicamente lo que proviene de
Dios. Nada tiene valor espiritual a menos que sea hecho por el Espíritu Santo y mediante nuestro espíritu. Así que, antes de hacer algo debemos esperar la revelación de Dios en nuestro espíritu. Qué bueno sería que los creyentes vivieran según esta verdad. Sin embargo, existe el peligro de extremismos causados por equivocaciones conceptuales, según los cuales algunos creyentes piensan que no deben hacer nada y que deben poner su mente en blanco para que el Espíritu Santo piense por ellos; que no deben sentir ninguna emoción ni ningún afecto, y que el Espíritu Santo ha de depositar Sus afectos en el corazón del creyente; y que su voluntad no debe tomar ninguna decisión ya que el Espíritu Santo es el que tomará las decisiones. Aceptan todo lo que les sucede, pensando que no deben por ningún motivo usar su espíritu para cooperar con el Espíritu Santo; así que pasivamente esperan que el Espíritu Santo tome la iniciativa, y si ellos perciben cualquier movimiento, piensan que proviene del Espíritu Santo.
Esto es completamente erróneo. Dios desea ponerle fin a la actividad de nuestra carne, pero no intenta destruirnos como personas. El nunca elimina nuestra personalidad, pues Su intención no es que lleguemos a ser una máquina inerte, sino que cooperemos con El. El no desea que nos despojemos de nuestros pensamientos, nuestros afectos y nuestros juicios; al contrario, desea que pensemos, sintamos y decidamos en conformidad con lo que El piensa, siente y decide. El Espíritu Santo no reemplaza nuestros pensamientos, sentimientos ni decisiones. Tenemos que pensar, sentir y tomar decisiones en conformidad con el propósito de Dios. (Más adelante discutiremos esto en detalle.) Si nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad caen en la pasividad, y requieren que un poder externo tome su lugar, entonces el espíritu inevitablemente entrará en una condición pasiva. Cuando el creyente es incapaz de usar su propio espíritu y necesita un poder externo que lo mueva, Satanás se aprovecha de esto.
Hay una diferencia fundamental entre la obra del Espíritu Santo y la obra de un espíritu maligno. El Espíritu Santo motiva a los hombres a que ellos mismos actúen conservando su personalidad; mientras que el espíritu maligno exige que el hombre esté inactivo para poder trabajar en su lugar, haciendo que su espíritu actúe mecánicamente. Así que, la pasividad del espíritu (es decir, un estado pasivo que embarga a toda la persona) no sólo da a los espíritus malignos la oportunidad de que actúen, sino que también impide que el Espíritu Santo obre debidamente, ya que no cuenta con la cooperación del creyente. El resultado es el dominio de los espíritus malignos. Si los creyentes no son espirituales, no corren el peligro de entrar en contacto con los espíritus malignos, pero si llegan a ser espirituales, los espíritus malignos vendrán a atacarlos en el espíritu. Unicamente los creyentes espirituales están en peligro de caer en la pasividad en el espíritu, en imitaciones y en experiencias de esta índole.
Debido a la interpretación errónea de que la carne debe exterminarse, los creyentes permiten que su espíritu entre en un estado pasivo, lo cual permite que el espíritu maligno se haga pasar por el Espíritu Santo. Los creyentes piensan, por ignorancia, que cualquier movimiento de esa esfera proviene del Espíritu Santo, e inconscientemente lo reciben, olvidando que El no es el único que puede afectar su espíritu y que también los espíritus malignos pueden hacerlo. De esta manera le ceden terreno a Satanás para que los ataque y los socave gradualmente, corrompiendo su moral, su salud mental y haciéndoles padecer dolores terribles.
Esto les ha sucedido a muchos creyentes que han experimentado “el bautismo en el Espíritu Santo”. No se dan cuenta de que una vez que tienen esta clase de experiencia, quedan abiertos al mundo espiritual (donde operan tanto Dios como el diablo), donde pueden ser afectados tanto por el Espíritu Santo como por los espíritus malignos. Cuando están a punto de experimentar este bautismo, piensan que cualquier experiencia sobrenatural es el bautismo en el Espíritu Santo. Llegan a ser bautizados en el espíritu, pero debemos preguntarles en qué espíritu fueron bautizados, ¿en el Espíritu Santo o un espíritu maligno? Ambos son un “bautismo en el espíritu”. Muchos creyentes quieren experimentar el bautismo en el Espíritu Santo, pero no saben que el Espíritu Santo necesita la cooperación del espíritu de ellos, y necesita que ellos conserven su personalidad y su libre albedrío. Ignorar esto los introduce en un estado pasivo, en el que abandonan su voluntad y permiten que un poder externo los atormente y aniquile. En síntesis, llegan a ser bautizados en un espíritu maligno.
Algunos creyentes han experimentado genuinamente el bautismo en el Espíritu Santo, pero han sido engañados posteriormente debido a que no pueden distinguir entre el poder del espíritu y el del alma. Por haber tenido experiencias especiales, piensan que están bajo el control absoluto del Espíritu Santo y que no deben tomar ninguna decisión, y creen que deben permanecer en una actitud pasiva. Es así como su espíritu se sumerge en una inercia total. Satanás comienza a darles muchas sensaciones placenteras, numerosas visiones, sueños y otras experiencias sobrenaturales. No se dan cuenta de que todo eso se debe a la pasividad de su espíritu, y piensan que todo ello proviene del Espíritu Santo. Aunque tienen estas experiencias, no notan la diferencia, ni pueden distinguir entre sus propias sensaciones y las del espíritu ni entre lo sobrenatural y lo espiritual. Así que, el error de la pasividad de sus espíritus aunado a la falta de discernimiento, los hunde más y más en el engaño del enemigo.
Una vez que el espíritu del creyente cae en un estado de pasividad, su conciencia espontáneamente se vuelve pasiva. Cuando esto sucede, el piensa que ahora tiene una manera más elevada para ser guiado y que será dirigido directamente por el Espíritu Santo, ya sea por medio de una voz o por medio de las Escrituras y que ya no lo guiará mediante su conciencia ni mediante el juicio de su intuición. Al no utilizar su conciencia y hacerla caer en un estado pasivo, el creyente es engañado por el enemigo en su vida diaria. Como resultado el creyente termina por obedecer a la obra de Satanás; además, debido a que no utiliza la conciencia, el Espíritu Santo tampoco utiliza la conciencia del creyente. Satanás se aprovecha de esta situación para sustituir la dirección que debería venir de la conciencia y de la intuición, con voces sobrenaturales y fenómenos similares.
A medida que la conciencia se vuelve más pasiva y es guiada por los espíritus malignos, algunos creyentes bajan su norma moral y no ven los asuntos inmorales como tales. Por el contrario, piensan que viven según un principio más elevado, lo cual les impide avanzar en la experiencia de la vida divina y en su obra. Dejan de ejercitar su intuición, con la cual captan la voluntad del Espíritu Santo, y no emplean su conciencia para distinguir entre el bien y el mal. Simplemente actúan como máquinas, siguiendo voces sobrenaturales que provienen del exterior y que ellos confunden con la voz de Dios. En tal condición, hacen caso omiso de sus razonamientos, de su conciencia y del consejo de otras personas. Llegan a ser las personas más obstinadas del mundo, y nadie los convencerá del error en que están
porque creen que están en una posición más elevada que los demás. El apóstol describe a tales personas así: “Teniendo cauterizada la conciencia como con un hierro candente” (1 Ti. 4:2). Hay una ausencia total de cualquier sentimiento en su conciencia.
En la guerra espiritual debemos mantener nuestro espíritu activo y totalmente obediente al Espíritu Santo, y no dejarlo caer en la pasividad. De lo contrario, Satanás nos engañará. Si nuestro espíritu no está activo, aun si no es atacado por el enemigo, se mantendrá encerrado en su inercia y Satanás obstruirá todas sus funciones. En tal condición no podrá trabajar ni servir ni pelear, y será como si estuviera oprimido. Nuestro espíritu debe mantenerse activo, despierto y siempre resistiendo a Satanás, pues de no ser así, los espíritus malignos lo atacarán desde todos los ángulos.
En la guerra espiritual es importante mantener como principio que debemos atacar a Satanás constantemente. A fin de evitar las arremetidas del enemigo, debemos atacar nosotros, pues sólo así podemos prevenir sus acometidas. Los creyentes que ya entraron en la esfera espiritual verán que su espíritu cae de los cielos y se debilita, si no tienen en su espíritu diariamente la actitud de resistir a Satanás, atacándolo con oraciones en el espíritu y pidiendo a Dios que destruya todas las obras que el enemigo ha hecho por medio de los espíritus malignos. En poco tiempo estos creyentes pierden sus sentimientos y ni siquiera saben donde se halla su espíritu, lo cual es el resultado de que sus espíritus hayan caído en un estado pasivo y de que no atacan incisivamente. Los creyentes permiten sin darse cuenta que el enemigo ataque, bloquee y encierre al espíritu. Si los creyentes diariamente “liberan” su espíritu y resisten al enemigo, verán que sus espíritus llegan a ser activos y que día tras día crecen y se fortalecen.
El creyente debe deshacerse de todos los conceptos equivocados referentes a la vida espiritual. Antes de entrar en la esfera espiritual, a menudo sueña cuán dichoso sería si fuera tan espiritual como alguno de sus hermanos. Se imagina que la vida espiritual es una especie de éxtasis y de perfecta felicidad y regocijo durante todo el día. En realidad es exactamente lo opuesto. La vida espiritual no provee ninguna felicidad; al contrario, es una vida de combate diario. Si uno trata de separar la guerra espiritual de la vida espiritual, descubrirá que esa vida deja de ser espiritual. Una vida espiritual es una vida de sufrimiento, desvelos, labor, fatiga, aflicciones, angustias y conflictos. Es una vida entregada incondicionalmente al reino de Dios y que hace caso omiso de su propia felicidad. Cuando el creyente es carnal, vive para sí mismo y para su felicidad “espiritual”, pero no tiene un verdadero uso espiritual en las manos de Dios. Unicamente puede ser usado por Dios después de tomar la actitud de estar muerto al pecado y a su propia vida.
A los ojos de Dios, la vida espiritual está llena de provecho espiritual para El, pues ataca a Su enemigo. Debemos estimular nuestro celo por el Señor, y combatir constantemente en contra del enemigo sin permitir que nuestro espíritu, que es tan útil, caiga en la pasividad.