Capítulo 8:

 

LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO

 

EN LA GRACIA COMÚN - PARTE 1

 

INTRODUCCIÓN

La gracia común se define como la inmerecida bondad de Dios otorgada al mundo. Se llama "común" no para minimizarla, sino para distinguirla de la gracia "salvadora", o "eficaz". Los ejemplos de la gracia común provista de Dios para todo el mundo incluyen las necesidades físicas del hombre (Mateo 5:45; Hechos 14:17), el llamado del evangelio (Marcos 16:15), la influencia cristiana (Mateo 5:13) y la paciencia de Dios (Romanos 9:21-22).

Aunque cada una de las bendiciones ya mencionadas son externas, la gracia común aún va más allá de eso. Incluye muchas obras internas del Espíritu de Dios. Algunos se suponen que como el llamamiento eficaz sólo se concede a los elegidos, entonces el Espíritu Santo no obra en los demás en ninguna manera, pero esta es una conclusión falsa. La Biblia menciona que muchas veces el Espíritu Santo trataba con hombres que nunca fueron regenerados.

I. LA DEPRAVACIÓN REFRENADA

El poder corruptivo del pecado es tan grande que solamente el poder restrictivo del Espíritu de Dios impide que este mundo rápidamente llega a ser un pozo negro insoportable. El hecho de que el gobierno civil, la familia, cultos públicos y un cierto grado de seguridad son permitidos existir en este mundo se debe atribuir a la gracia común. La moralidad y honestidad encontradas entre los incrédulos revelan que Dios impide a los hombres para que no den riendas sueltas a su depravación. Piense en lo que sería de nuestro propio país si cesara Dios de obrar a través de su pueblo preservando cierto grado de verdad y virtud. Si Dios cesara de refrenarlo, ¿dejaría vivir a algún creyente auténtico ese mundo que crucificó a Cristo? (1 Timoteo 2:1-2; Génesis 20:1-18)

El poder restrictivo de Dios es revelado en el hecho de que a Dios se le atribuye "endurecer los corazones" o "entregar a los hombres" a la iniquidad. Como Dios nunca es autor de pecado (Santiago 1:13) estas expresiones deben de significar que Dios quitó las restricciones que antes retenían a estos individuos (Éxodo 10:1; Salmo 105:25; 1 Samuel 2:25; Romanos 1:24, 26, 28). Eliminar las restricciones podría incluir permitir los eventos que revelan la naturaleza perversa del hombre, o la eliminación de la conciencia y temor del castigo. Las Escrituras también revelan que Satanás y sus demonios incitarán a los hombres a pecar siempre que sea permitido por Dios (2 Tesalonicenses 2:8-11; 1 Reyes 22:15-23; 1 Samuel 16:14).

El poder restrictivo del Espíritu es una bendición por la cual no debemos olvidarnos de agradecer a Dios. Los incrédulos quienes se jactan de la moralidad superficial y la cultura, no se dan cuenta de la profundidad de depravación que tienen reprimida dentro de sus propios corazones. Es una verdad gloriosa que Dios en realidad restringe todo pecado que al final no contribuye a su gloria (Salmo 76:10).

II. LA ILUMINACIÓN DEL INCRÉDULO

La Biblia claramente enseña que los hombres no regenerados son ciegos espiritualmente (1 Corintios 1:18; 2:11-14; Efesios 4:17-18). Sus ojos están cerrados a la gloria de Cristo y a la naturaleza de la salvación. Esto, sin embargo, no quiere decir que están sin ningún conocimiento en el campo de la moral. Dios se complace de su obra en la gracia común para impartir algo de conocimiento al incrédulo.

 

  1. Aun cuando los incrédulos aborrecen el conocimiento de Dios, nunca pueden lograr borrarlo de sus mentes (Romanos 1:23, 28). En cada nación, los hombres admiten la existencia de la Deidad. El ateísmo nunca ha sido natural para el hombre. Todo eso es porque, a Dios, le complació dar una manifestación universal de su existencia (Romanos 1:19-20).
  2. Otra manifestación de la gracia común es la concesión al hombre del conocimiento del bien y del mal. El hombre natural odia la ley de Dios (Romanos 8:7), aunque no pueda borrar sus preceptos. Esto es porque el Espíritu Santo los ha escrito en su conciencia (Romanos 2:14-16). Esta Escritura comprueba que se le debe atribuir a Dios cualquier moralidad de parte del incrédulo.

Uno debe notar aquí que el incrédulo, tanto como el creyente, tiene la ley de Dios escrita en su corazón (Romanos 2:14-15; Hebreos 8:10). La diferencia es que el creyente no solamente tiene una revelación mucho más completa y espiritual de la ley de Dios, sino también se capacita para amarla (Romanos 7:22). El incrédulo tiene una perspectiva limitada de la ley de Dios, la cual produce culpabilidad y sujeción superficial en vez de la obediencia gozosa que Dios espera.

III. LOS DONES ESPECIALES

Cada buen don proviene de Dios (Santiago 1:17). El Espíritu es quien fortaleció a Sansón (Jueces 14:6) y le dio su habilidad a Bezaleel (Éxodo 31:2-5). ¿No debemos también atribuir las habilidades de aquellos quienes benefician a la sociedad de hoy a la obra del Espíritu de Dios?

Aun más allá de esto, encontramos que a veces se le dan al incrédulo dones espirituales. A Balaam fue dado el don de la profecía y Judas tenía el poder de hacer milagros (Mateo 10:1). Saúl profetizó y recibió poder para gobernar y luchar valientemente (1 Samuel 10:9-11; 11:6). En todo esto vemos que mientras uno debe diferenciar entre los dones espirituales y la gracia salvadora, no obstante, estos dones deben verse como bendiciones de Dios.

IV. LAS INFLUENCIAS ESPECIALES

El Espíritu Santo no limita su actividad al elegido, sino de hecho, muchas veces le ayuda y protege, influyendo en aquellos a su alrededor. Se nos ha dicho que Dios controla el corazón del rey (Proverbios 21:1). Uno piensa en Ciro, Artajerjes y Nabucodonosor. Ciro, aunque era pagano, fue llamado el ungido de Dios debido al propósito especial de Dios para él al ayudar a los judíos (Isaías 45:1). Recordemos como José y Daniel hallaron gracia con sus carceleros, y Jacob fue librado de la ira de Labán. Todo esto nos recuerda que Dios es capaz de influir al incrédulo hacia el bien (Proverbios 16:7).

CONCLUSIÓN DEL CAPÍTULO 8

Sea la restricción del pecado o el saciar nuestras necesidades físicas, todos debemos admitir que Dios es bueno para con los hombres (Salmo 145:9). ¡Qué equivocado está el hombre que atribuye todas las bendiciones de Dios sólo a los elegidos! Mejor tratemos de imitar a Dios siendo bondadosos con los hombres, ya sean buenos o malos (Mateo 5:43-48).