La autoridad y la sumisión

CONTENIDO

Primera parte: la autoridad y la sumisión

  1. La importancia de la autoridad
  2. Ejemplos de rebelión en el Antiguo Testamento (1)
  3. Ejemplos de rebelión en el Antiguo Testamento (2)
  4. David conocía la autoridad
  5. La sumisión del Hijo
  6. Dios establece Su reino
  7. Dios desea que el hombre se someta a Sus representantes
  8. La autoridad que hay en el Cuerpo
  9. La manifestación de la rebelión (1)
  10. La manifestación de la rebelión (2)
  11. El límite de la sumisión

Segunda parte: cómo se conduce la autoridad delegada de Dios

  1. La persona a la que Dios da Su autoridad
  2. La base de la autoridad delegada: la revelación
  3. El carácter de la autoridad delegada: la gracia
  4. La base de la autoridad delegada: la resurrección
  5. El abuso de la autoridad delegada, y el juicio gubernamental de Dios
  6. La autoridad delegada debe estar bajo autoridad
  7. La vida y la actitud de la autoridad delegada
  8. La autoridad delegada debe santificarse
  9. Requisitos de la autoridad delegada

PREFACIO DE LA EDICION EN INGLES

En 1949 Watchman Nee dio una serie de mensajes acerca de la autoridad y la sumisión en un adiestramiento dirigido a los colaboradores llevado a cabo en Kuling, Fuchow. Quienes estuvieron en esas reuniones cayeron postrados ante la gran luz que Dios vertió, y recibieron una clara percepción de la forma en que el maligno llena toda la tierra, y del gran desconocimiento de ello entre aquellos a quienes el Señor salva. ¿Cómo podrá venir el reino de Dios, al final de esta era, si Sus hijos no tienen un testimonio de verdadera sumisión al Señor?

En los últimos diez años, algunos hermanos recopilaron estos preciosos mensajes en forma de bosquejos para estudiarlos y otros distribuyeron copias de sus notas personales con ese mismo fin. Sin embargo dichos bosquejos y dichas notas son demasiado breves y además incompletos. Por consiguiente, la Librería Evangélica de Taiwan reunió todas las notas disponibles y las organizó en once mensajes que fueron publicados como una serie en la revista El ministerio de la Palabra, el año pasado. Debido a la inexactitud de las notas, creemos que los mensajes publicados en ese entonces eran limitados en contenido y se desviaban bastante del tono y del estilo del hermano Nee. Así que, aquellos mensajes pueden considerarse las notas más detalladas que tenemos a nuestra disposición. Para suplir la necesidad de los hijos de Dios en todas partes, hemos recogido estos once mensajes en la presente obra con la esperanza de que el Señor nos permita lograr un compendio más exacto en el futuro.

Los editores
Librería Evangélica de Taiwan
20 de enero de 1967

PREFACIO DE LA SEGUNDA EDICION

Esta obra se basa en una serie de mensajes que Watchman Nee dio en el adiestramiento que ofreció en el monte de Kuling en los años 1948 y 1949, y consta de dos partes que tienen una estrecha relación entre sí. En 1988 Living Stream Ministry publicó la primera parte en inglés bajo el título Authority and Submission, libro que abarcaba como tema general la autoridad espiritual y la sumisión. La presente edición incluye una segunda parte, anteriormente traducida del chino, que trata de la autoridad que Dios delega.

 

 

 

CAPITULO DOS

EJEMPLOS DE REBELION

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

(1)

Lectura bíblica: Gn. 2:16-17; 3:1-6; Ro. 5:19

LA CAIDA DE ADAN Y EVA

La caída del hombre

se debió a la falta de sumisión

 

Examinemos la historia de Adán y Eva en Génesis 2 y 3. Después de que Dios creó a Adán, le dio algunas instrucciones. Le ordenó que no comiera del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Tengamos presente que la cuestión no se limitaba simplemente a comer o no comer del fruto prohibido. Dios puso a Adán bajo cierta autoridad para observar si se sometería a ella. Dios confió toda la creación a la autoridad de Adán, para que él la administrara y tuviera la autoridad de toda la creación. En ese entonces, Dios puso a Adán bajo Su propia autoridad para que aprendiera a someterse a la autoridad. Sólo quienes se someten a la autoridad pueden ejercer autoridad.

 

En el principio, Dios creó primero a Adán, y después a Eva. El decidió que Adán fuera la autoridad y que Eva se sometiera a dicha autoridad. Dios dispuso que uno fuera la autoridad y que el otro se sometiera. Tanto en la vieja creación como en la nueva, la autoridad depende del orden o la secuencia de precedencia. El que es creado primero tiene la autoridad. El que es salvo primero posee la autoridad. Por esta razón, a dondequiera que vayamos, lo primero que debemos preguntarnos es a quién el Señor desea que nos sometamos. En donde nos encontremos, debemos determinar quién tiene la autoridad y someternos a ella.

 

La caída del hombre se produjo por la falta de sometimiento a la autoridad. Eva no consultó con Adán, y tomó la decisión sola. Vio que el fruto era bueno para comer y agradable a los ojos; así que, tomó la decisión por su propia cuenta. Después de extender su mano para coger el fruto, ella primero pensó y luego cayó en la tentación. Ella asumió la posición de cabeza al extender su mano. Por lo tanto, la acción de Eva de tomar el fruto no provenía de la sumisión, pues fue una decisión de su yo. Ella no sólo violó el mandamiento que Dios le había dado, sino que también pasó por alto la autoridad de Adán. Al rebelarse contra la autoridad delegada, se rebeló contra Dios. Adán le hizo caso a Eva y también tomó del fruto, lo cual fue peor, ya que desobedeció la orden directa de Dios. Como resultado, Adán también hizo a un lado la autoridad de Dios y se rebeló.

Toda obra debe realizarse en sumisión

 

Mientras vivimos en la tierra, nuestra primera pregunta no debe ser si debemos hacer cierta cosa o no, sino a quién estamos sometiéndonos. Lo que cuenta no es hacer algo o no hacerlo, sino a quién nos sometemos. Sin sumisión no puede llevarse a cabo la obra ni el servicio. Cuando Adán tomó del fruto, debió preguntarse primero si al hacer lo que iba a hacer estaba en sumisión a Dios. La obra de un cristiano en su totalidad debe provenir de la sumisión. Nada debe ser hecho por iniciativa propia, ya que todo debe ser una respuesta de nuestra parte. Debemos adoptar una posición pasiva en nuestras acciones, es decir, todo lo que hagamos debe iniciarse en Dios y no en nosotros.

 

Eva no sólo estaba bajo la autoridad de Dios sino también bajo la autoridad que El había delegado en Adán. Ella tenía que someterse tanto a un doble mandato como a una doble autoridad. Esto se aplica también a nosotros hoy. Lo único que Eva pensó fue que el fruto era bueno para comer. No sabía a quién debía someterse antes de tomarlo. Desde el comienzo, Dios quiso que el hombre se sometiera en vez de usar sus propias ideas. Sin embargo, Eva actuó conforme a sus propias ideas y no en sumisión. Ella no se sometió a lo que Dios había dispuesto ni a la autoridad de El. Por el contrario, ella se valió de sus propias ideas, transgredió contra Dios y cayó. La caída es el resultado de actuar sin sumisión. La acción que no es fruto de la sumisión es rebelión.

 

Cuanto más sumiso sea el hombre, menos actuará por su cuenta. En el comienzo de la búsqueda del Señor por parte del hombre, se ve mucha actividad y poca sumisión. A medida que avanza, sus actividades disminuyen y, al final, queda solamente la sumisión. Muchas personas cuando se encuentran frente a la obra, tienden a tomar decisiones; no les gusta quedarse quietos. No les preocupa si son sumisos o no. A eso se debe que veamos tantas obras realizadas por el yo y no por escuchar y obedecer.

 

El bien y el mal pertenecen a Dios

 

El hombre no debe hacer nada basándose en el conocimiento del bien y del mal. Sólo debe actuar en obediencia. El principio de discernir entre el bien y el mal es el principio de conducirse según lo que uno juzgue bueno o malo. Antes de que Adán y Eva tomaran el fruto del árbol, el bien y el mal pertenecían sólo a Dios. Si ellos no vivían en la presencia de Dios, no podían saber nada; pues tanto el bien como el mal pertenecían sólo a Dios. Pero después de que el hombre comió el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, encontró una fuente de discernimiento entre lo bueno y lo malo aparte de Dios. En consecuencia, después de que cayó, no tuvo necesidad de acudir a Dios, y podía salir adelante solo; podía estar separado de Dios y juzgar entre lo bueno y lo malo. En esto consistió la caída. La redención nos hace aptos para que nos volvamos a Dios a fin de que el escoja por nosotros entre lo que es bueno y lo que es malo.

Los creyentes deben someterse

a la autoridad

 

Toda autoridad proviene de Dios porque todo fue dispuesto por El. Si tratamos de encontrar de dónde proviene alguna autoridad, descubriremos que en todos los casos proviene de Dios. El está por encima de toda autoridad, toda autoridad está sometida a El. Cuando nos encontramos con la autoridad de Dios, tocamos a Dios mismo. En realidad, Dios no lleva a cabo Su obra por Su poder sino por Su autoridad. El sustenta todas las cosas por Su palabra, la cual equivale a Su autoridad. No sabemos cómo trabaja la autoridad de Dios, pero sí sabemos que es Dios quien lleva a cabo todas las cosas por medio de Su autoridad.

 

El centurión cuyo siervo estaba enfermo sabía que había una autoridad por encima de él a la cual debía someterse, de la misma manera que él tenia soldados que se sometían a él. Por eso, él solamente necesitaba que el Señor dijera una sola palabra, pues sabía que eso era suficiente para que su siervo sanara. El sabía que toda autoridad estaba en las manos del Señor y creía en la autoridad de El. Esta es la razón por la cual el Señor dijo que no había hallado [en Israel] una fe tan grande como ésa. Encontrarse con la autoridad de Dios es lo mismo que encontrarse con Dios. En la actualidad Dios delega autoridades en todo el universo. Todas las órbitas que hay el universo son establecidas por El, y todos los caminos de los hombres fueron determinados por El. Por consiguiente, todos ellos están bajo Su autoridad. Ofender la autoridad de Dios es ofender a Dios. Por eso, el creyente debe someterse a la autoridad.

Lo primero que aprende el obrero

es a someterse a la autoridad

 

Nuestra posición debe ser mantenernos bajo la autoridad de otros y, al mismo tiempo, ejercer autoridad. Aparte de Dios, todas las personas, incluyendo al Señor Jesús, tienen que someterse a las diferentes autoridades que rigen en la tierra. Debemos reconocer la autoridad en dondequiera que estemos. Tanto en el hogar como en la escuela se halla la autoridad. Cuando uno ve un policía en la calle, aunque a uno le parezca que no es una persona competente y que su nivel cultural está por debajo del de uno, debe reconocer que es una autoridad delegada por Dios. Cuando algunos hermanos se reúnen, deben percibir de inmediato el orden de autoridad que les corresponde. Cada uno debe reconocer su posición. El que sirve en la obra debe saber quién tiene autoridad sobre él, aunque hay algunos que nunca llegan a enterarse y, por ende, nunca se han sometido a nadie. No nos preocupemos pensando si algo es correcto o incorrecto ni si es bueno o malo. En dondequiera que nos encontremos, lo primero que debemos determinar es quién tiene la autoridad. Si uno sabe a quién debe someterse, espontáneamente reconocerá la posición que a uno le corresponde en el cuerpo y estará en la debida posición. Pero hay muchos creyentes que no les pasa por la mente a quién deben someterse. Para ellos todo es confuso y no saben qué posición adoptar. Lo primero y lo más importante que deben aprender los que trabajan en la obra es la sumisión.

Es necesario recobrar la sumisión

 

Cuando Adán cayó, el orden del universo fue destruido. Jamás debemos tratar de diferenciar entre lo bueno y lo malo. Más bien, debemos someternos a la autoridad. El hombre siempre está presto a juzgar lo que es bueno y lo que es malo. El considera que esto es bueno y que aquello no lo es. Parece como si el juicio del hombre fuera más claro que el de Dios. Esto es, por tanto, una condición caída e insensata y debe ser erradicada de nosotros, ya que no es otra cosa que rebelión.

 

La pequeña medida de sumisión que percibimos hoy no es suficiente. Algunos piensan que basta con ser bautizados y salir de las denominaciones; pero no lo es. Hay muchos estudiantes jóvenes que piensan que Dios los incomoda cuando les indica que se sometan a sus profesores; también hay muchas esposas que piensan que Dios las molesta cuando les pide que se sometan a su esposo, una persona a la cual es imposible someterse. Existen muchos creyentes que todavía viven en rebelión. Estos no han descubierto ni siquiera el nivel básico de la sumisión.

 

En la Biblia la sumisión se refiere a someterse a las autoridades delegadas por Dios. ¡Cuán superficial es la sumisión que se ha predicado hasta ahora! La sumisión es un principio básico. Si el asunto de la autoridad no se resuelve, nada podrá estar bien. La fe es el principio por el cual recibimos vida, mientras que la sumisión es el principio por el cual nos conducimos diariamente. Todas las divisiones y las denominaciones de hoy son producto de la rebelión. A fin de restaurar la autoridad, primero debemos restaurar la sumisión. Muchos están acostumbrados a actuar como si fueran la cabeza; nunca han aprendido a someterse. Pero nosotros debemos aprender la lección de la sumisión, la cual debe ser parte de nuestro comportamiento.

 

Dios no nos ha escondido nada en cuanto a la autoridad. En la iglesia, sea directa o indirectamente, El nos ha mostrado cómo someternos a la autoridad. Muchos sólo saben que deben someterse a Dios, pero no saben que deben sujetarse a las autoridades. Debido a que todas las autoridades provienen de Dios, toda persona debe someterse a las autoridades. Todos los problemas del hombre se deben a que viven fuera de la esfera de la autoridad de Dios.

Sin la autoridad de la Cabeza

no hay unidad en el Cuerpo

 

Hoy Dios esta recobrando la unidad del Cuerpo de Cristo. Con el fin de obtener la unidad del Cuerpo, debe existir primero la vida de la Cabeza y luego Su autoridad. Sin la vida de la Cabeza, el Cuerpo no puede existir. Asimismo, sin la autoridad de la Cabeza no se produce la unidad en el Cuerpo. Debemos permitir que la vida de la Cabeza gobierne, para que el Cuerpo llegue a ser uno. Dios requiere que nos sometamos no solamente a El, sino también a las autoridades que El delegó. Todos los miembros tienen que aprender a someterse los unos a los otros. El Cuerpo es uno solo, y la Cabeza y el Cuerpo también son una sola entidad. La voluntad de Dios puede ser llevada a cabo solamente cuando la autoridad de la Cabeza prevalece, pues El quiere que la iglesia sea Su reino.

Algunos aspectos

de la sumisión a la autoridad

 

El siervo de Dios verá la autoridad en el universo, en su comunidad, en su hogar y en la iglesia. Si un hombre nunca se ha encontrado con la autoridad de Dios, no podrá someterse a El. Esto no es cuestión de doctrina ni de teoría. Si lo fuera, sería bastante abstracta. Algunos piensan que es muy difícil someterse a la autoridad. Pero no lo es cuando uno se encuentra con Dios. Si no fuera por Su misericordia, nadie podría someterse a Su autoridad. Por esta razón, debemos tener presentes algunos aspectos básicos:

 

(1) Se debe tener un espíritu de sumisión.

 

(2) Se necesita adiestramiento para aprender a ser sumiso. Algunas personas son como salvajes; no pueden someterse a nada ni a nadie. Hemos entregado las llaves de cada dormitorio a un encargado en cada uno de ellos con la esperanza que todos aprendamos la sumisión. (Nota del traductor: se refiere a los dormitorios de las instalaciones donde se estaban compartiendo estos mensajes.) Cada hermano debe ser adiestrado para que se ubique en la debida posición. Quien ha aprendido la lección o quien ha sido adiestrado no se sentirá restringido, no importa el lugar que le hayan asignado, y se someterá espontáneamente.

 

(3) Debemos aprender a ser autoridades delegadas. El obrero de Dios no solamente debe aprender a someterse a la autoridad, sino que también debe aprender a ser la autoridad delegada por Dios en la iglesia y en el hogar. Si Dios le confía muchas cosas, y él aprende a someterse a la autoridad de Dios, jamás se sentirá orgulloso de nada. Sin embargo, algunos que han aprendido a someterse a otros no saben cómo ser autoridad cuando Dios los lleva a la obra. Por eso, no solamente debemos aprender a someternos a la autoridad, sino también a ejercer la autoridad y a adoptar la debida posición. La iglesia sufre debido a que, por un lado, muchos no se someten y, por otro, muchos no saben ejercer la autoridad ni mantenerse en la posición apropiada.

CAPITULO TRES

EJEMPLOS DE REBELION

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

(2)

Lectura bíblica: Gn. 9:20-27; Lv. 10:1-2; Nm. 12:1-15; 16

LA REBELION DE CAM

El fracaso de la autoridad delegada

pone a prueba a los que le están sujetos

 

Al principio cuando Adán cayó estaba en el huerto, y también en un huerto se hallaba Noé cuando cayó. Dios salvó a Noé y a toda su familia debido a que Noé fue hallado justo. En el plan de Dios, Noé era la cabeza de su familia, y Dios puso a la familia de Noé bajo su autoridad. Dios también puso a Noé como la cabeza de toda la tierra en aquel entonces.

 

Pero un día Noé bebió del vino de su viña, se embriagó y quedó desnudo en su tienda. Cuando su hijo Cam vio la desnudez de su padre, salió de la tienda y lo contó a sus hermanos. Sabemos que la conducta de Noé estaba equivocada; él no debió embriagarse. Pero Cam no vio cuán serio era el asunto de la autoridad. El padre es la autoridad que Dios estableció en la familia. Ahora bien, a la carne le gusta ver que la autoridad caiga en vergüenza para sentirse libre de la restricción. Cuando Cam vio el comportamiento erróneo de su padre, no tuvo ninguna compasión ni se condolió de él. Tampoco guardó el asunto en secreto. Esto demuestra que tenía un espíritu rebelde, pues salió a decírselo a sus hermanos y expuso la vergüenza de su padre, y también que su conducta era rebelde. Notemos, por otro lado, la manera en que Sem y Jafet trataron el asunto. Ellos entraron a la tienda de espaldas y no miraron la desnudez de su padre, sino que lo cubrieron sin volverse. El fracaso de Noé fue una prueba para Sem, Cam, Jafet y Canaán, el hijo de Cam, que pondría en evidencia quién era sumiso y quién era rebelde. El fracaso de Noé sacó a la luz la rebelión de Cam.

 

Cuando Noé recobró la sobriedad, profetizó que los descendientes de Cam serían malditos y que serían siervos de sus hermanos. El primer siervo de la Biblia fue Cam. La expresión “Canaán será su siervo” se usa dos veces, lo cual significa que los que no se someten a la autoridad tendrán que ser siervos sujetos a autoridad. Sem fue bendecido. El Señor Jesús fue descendiente de Sem. Los descendientes de Jafet llegaron a ser anunciadores de Cristo. Todas las naciones que predican el evangelio son descendientes de Jafet. Después del diluvio, la primera persona que fue maldita fue Cam. Sus descendientes fueron hechos siervos bajo la autoridad de otros, de generación en generación. Todo aquel que desee servir al Señor, debe encontrarse cara a cara con la autoridad; pues no puede servir con un espíritu de rebelión.

NADAB Y ABIU OFRECEN FUEGO EXTRAÑO

La razón por la cual fueron consumidos

 

¡Cuán solemne es la historia de Nadab y Abiú! Ellos llegaron a ser sacerdotes debido a que pertenecían a la familia de Aarón. La condición de la casa de Aarón era aceptable delante de Dios, pero no la condición individual de los miembros de esa familia; por consiguiente, Dios puso a Aarón por sacerdote. La unción fue derramada sobre la cabeza de éste (Lv. 8:12). Aarón era la persona encargada de todo lo relacionado con las ofrendas y el servicio; y sus hijos eran sólo ayudantes que obedecían sus órdenes y atendían los asuntos del altar. Dios no deseaba que los hijos de Aarón fueran sacerdotes de una manera independiente, y deseaba que estuvieran bajo la autoridad de Aarón. Levítico 8 menciona doce veces a Aarón y a sus hijos. Luego el capítulo nueve indica que Aarón ofrecía los sacrificios teniendo a su lado a sus hijos para que le ayudasen. Si Aarón no se movía, sus hijos no debían moverse. Todo debía estar bajo el nombre de Aarón, y no de sus hijos. Cuando sus hijos tuvieron la arrogancia de asumir la posición de ser cabeza y ofrecieron sacrificios, esto constituyó un fuego extraño. Sin embargo, Nadab y Abiú, hijos de Aarón, pensaron que ellos también podían ofrecer sacrificios. Por consiguiente ofrecieron fuego extraño sin la autorización de él. Ofrecer fuego extraño equivale a servir a Dios y al mismo tiempo rechazar las órdenes y hacer a un lado la autoridad. Ellos pensaron que el servicio de su padre de ofrecer sacrificios era muy fácil. No le veían nada de extraordinario a dicho servicio; por lo tanto, pensaron que ellos podían hacer lo mismo. De tal manera que se encargaron de esto por su propia cuenta. Lo único que tuvieron en cuenta era si podían hacerlo o no. Pero no se percataron de que este asunto dependía de la autoridad de Dios.

 

Porción anter

El servicio que se origina en Dios

 

Este es un asunto muy solemne. Servir a Dios y ofrecer fuego extraño son asuntos similares y, al mismo tiempo, completamente diferentes. El servicio a Dios se origina en El. Esto significa que el hombre sirve a Dios sujeto a su autoridad y, como resultado, es acepto. Pero el fuego extraño se origina en el hombre, y no requiere que uno obedezca la voluntad de Dios ni que se someta a Su autoridad. Sólo se necesita el celo del hombre, y el resultado será la muerte. Frecuentemente producimos muerte cuando servimos y cuando laboramos. En tales circunstancias debemos pedirle a Dios que nos ilumine. ¿Estamos bajo el principio del servicio o bajo el principio del fuego extraño?

La obra de Dios efectuada

en una coordinación de autoridad

 

Cuando Nadab y Abiú trabajaron separados de Aarón, trabajaron separados de Dios, debido a que la obra de Dios debe realizarse en coordinación y bajo autoridad. En el Nuevo Testamento vemos a Bernabé y Pablo, a Pablo y Timoteo, y a Pedro y Marcos. En todos estos casos vemos a una persona que toma la iniciativa y a una que ayuda y se somete. En la obra de Dios, algunos son establecidos para que ejerzan autoridad, y otros, para que se sometan a la autoridad. Dios desea que seamos sacerdotes según el orden de Melquisedec. De la misma manera, debemos servir a Dios según el orden de la coordinación bajo la autoridad.

 

Cuando una persona que no debe dirigir toma el liderazgo, se encontrará en rebelión y muerte. Por lo tanto, todo el que sirve a Dios y desconoce lo que es la autoridad, ofrecerá fuego extraño. Cuando alguien dice: “Si tal persona puede hacerlo, yo también”, está en rebelión. Dios no sólo presta atención a la existencia o ausencia del fuego, sino también al carácter del fuego ofrecido. La rebelión puede cambiar el carácter mismo del fuego. Lo que no provenga de las instrucciones de Aarón, es decir, del mandato divino, es fuego extraño. A Dios le interesa preservar Su autoridad, y no se preocupa sólo por el sacrificio. Por esta razón, el hombre debe seguir las instrucciones y complementar a la otra persona. La autoridad delegada sigue a Dios. Y los seguidores se someten a la autoridad delegada. Ni en los asuntos espirituales ni en la obra espiritual existe un servicio individual sino un servicio corporativo llevado a cabo en coordinación. La unidad del servicio se encuentra en la coordinación y no en el individualismo. Cuando Nadab y Abiú estuvieron en desacuerdo con Aarón, en realidad lo estuvieron con Dios. Ellos no podían prestar servicio separados de Aarón. Toda persona que viola la autoridad será consumida por el fuego de Dios. Ni siquiera el mismo Aarón sabía cuán serio era este asunto, pero Moisés sí sabía cuán serio era rebelarse contra la autoridad de Dios. Hay muchas personas que piensan que sirven a Dios. Pero laboran independientemente sin sujetarse a ninguna autoridad. Muchas personas han pecado sin darse cuenta de que están rebelándose contra la autoridad de Dios. Por esta razón, muchos evangelistas independientes que laboraron con cierta eficiencia en China, ocasionaron una gran pérdida a la iglesia.

LA MURMURACION DE AARON Y DE MARIA

Murmurar contra la autoridad delegada

trae la ira de Dios

 

Aarón y María eran los hermanos mayores de Moisés. En la familia, Moisés estaba bajo la autoridad de Aarón y de María. Pero en el llamado y en la obra de Dios, éstos estaban bajo la autoridad de aquél. Ellos no estaban de acuerdo con que Moisés se casara con una mujer cusita o etíope y, a raíz de eso, murmuraron contra Moisés, diciendo: “¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?” (Nm. 12:2). Los cusitas o etíopes eran un pueblo africano; eran descendientes de Cam, y no estaba bien que Moisés se casara con una mujer de ese linaje. María era mayor que Moisés; estaba bien que ella corrigiera a su hermano basada en su relación familiar. Pero al hablar, ella tocó la obra de Dios y menospreció la posición de Moisés. En la obra Dios había puesto a Moisés como autoridad delegada. Fue un gran error que María y Aarón hablaran en contra de Moisés por motivos familiares.

 

Dios escogió a Moisés para que sacara de Egipto a los israelitas. Pero María menospreció a Moisés. Por lo tanto, Dios no se agradó de esto. Está bien que quisiera reprender a su hermano, pero no que hablara contra la autoridad de Dios. Ni Aarón ni María conocían la autoridad de Dios. Ellos desarrollaron un corazón rebelde al mantener una relación natural. Moisés no respondió nada, ya que sabía que si él era la autoridad delegada de Dios, no había necesidad alguna de defenderse. Cualquiera que hablara contra él, tocaría la muerte; así que no necesitó decir palabra. Mientras Dios le hubiera delegado Su autoridad, él no tenía que hablar. Un león no necesita protección porque es la autoridad. Moisés primero se sometió a la autoridad de Dios, y entonces pudo representar a Dios como autoridad. El era más manso que todos los hombres que había sobre la tierra (v. 3). La autoridad que Moisés representaba era la autoridad de Dios. Todas las autoridades son delegadas por Dios y nadie puede quitarlas.

 

Las palabras de rebelión subieron y fueron oídas por Dios (v. 2b). Cuando Aarón y María ofendieron a Moisés, ellos ofendieron a Dios, quien estaba en Moisés. Por eso, Dios se airó contra ellos. Cuando el hombre toca la autoridad delegada, toca a Dios en esa persona, y cuando ofende la autoridad delegada, ofende a Dios mismo.

 

La autoridad se basa en la elección de Dios

y no en los logros del hombre

 

Dios llamó a los tres a salir a la puerta del tabernáculo de reunión (v. 4). Aarón y María salieron osadamente, seguros de que estaban en lo correcto. Ellos pensaron que finalmente Dios los llamaba a servirle. Pensaban para sí: “Tú, Moisés, te has casado con una mujer cusita, lo cual ha traído tristeza a nuestra familia. Tenemos muchas cosas que decirle a Dios de ti”. Pero Dios dijo: “Mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa ... ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” La autoridad espiritual no proviene del talento del hombre, sino de la elección de Dios. Los asuntos espirituales son completamente diferentes a los principios terrenales.

 

La autoridad es Dios mismo, quien no debe ser agraviado. Cualquiera que hable en contra de Moisés estará hablando contra la elección de Dios, la cual no podemos menospreciar.

La manifestación de la rebelión: la lepra

 

Cuando la ira de Dios se encendió, la nube se alejó de la tienda y la presencia de Dios se apartó. Inmediatamente, María quedó leprosa (v. 10). Esto no fue producto de alguna infección, sino que fue ocasionado por Dios. Tener lepra no es mejor que estar casado con una mujer etíope. Tan pronto como la rebelión interna se manifiesta, viene la lepra. Los leprosos debían ser marginados. No podían acercarse a ellos y quedaban privados de toda comunión.

 

Cuando Aarón vio que María quedó leprosa, él suplicó a Moisés que intercediera para que Dios la sanara. Dios indicó que María fuera echada del campamento por siete días, después de los cuales sería recibida de nuevo. Ella fue avergonzada por siete días como si su padre hubiera escupido sobre su rostro. Sólo después de siete días la tienda de reunión pudo continuar su viaje. Cada vez que surge la rebelión y la murmuración entre nosotros, la presencia de Dios se va y la tienda se detiene. La columna de nube no regresa hasta que sea juzgada la murmuración. Si el asunto de autoridad no ha sido establecido, todos los demás asuntos permanecerán inestables.

La sujeción a la autoridad directa de Dios

y a Su autoridad delegada

 

Muchos piensan que están sometidos a Dios, pero no saben que necesitan someterse a la autoridad que El delega. Los que son verdaderamente sumisos ven la autoridad de Dios en sus circunstancias, en su hogar y en las instituciones. Dios dijo: “¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” (v. 8). Cada vez que surge la murmuración, debemos estar alerta. No podemos ser descuidados pensando que podemos hablar precipitadamente. Cuando surge la murmuración, queda en evidencia que la rebelión está presente, pues es la expresión de ésta. Debemos temer a Dios y nunca hablar precipitadamente. Muchas personas hoy en día, hablan en contra de quienes los preceden, de los hermanos responsables en la iglesia, pero no se dan cuenta de la seriedad de este asunto. Si un día la iglesia recibe gracia de Dios, se separará de los que murmuran contra los siervos de Dios y no hablará con ellos porque son leprosos. Que Dios tenga misericordia de nosotros para que veamos que este asunto no se relaciona con cierto hermano sino con la autoridad que Dios delegó. Si hemos tenido un encuentro con la autoridad, sabremos que existen muchas situaciones en las que pecamos contra Dios. Por eso, nuestro concepto con respecto al pecado cambia, pues veremos el significado del pecado desde el punto de vista de Dios. El pecado que Dios condena es la rebelión del hombre.

LA REBELION DE CORE Y SU SEQUITO

JUNTO CON DATAN Y ABIRAM

Una rebelión colectiva

 

En Números 16 se habla del séquito de Coré, quien pertenecía a la tribu de Leví, y de Datán y Abiram, quienes eran de la tribu de Rubén. Los levitas representaban la tribu de los espirituales, y Datán y Abiram representaban a los líderes. A ellos se unieron doscientos cincuenta hombres de renombre. Todos estos príncipes se reunieron para rebelarse contra Moisés y a Aarón, y atacaron diciendo: “¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos ... ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (v. 3). Ellos no respetaron a Moisés ni a Aarón. Tal vez dijeron estas palabras con toda sinceridad. Al reprender a Moisés, no mencionaron nada de su relación con Dios ni de lo ordenado por Dios. Cuando Moisés escuchó acusaciones tan graves, no se enojó ni se molestó. En vez de esto, se postró delante de Jehová y no trató de defenderse; tampoco trató de ejercer la autoridad porque ésta era de Dios. El les dijo a Coré y a todo su séquito que esperaran hasta la mañana. En la mañana Jehová mostraría quién era suyo y quién era santo. El respondió a un espíritu de rebelión con un espíritu de sumisión.

 

Las palabras de Coré y su séquito estaban basadas exclusivamente en razonamientos; no eran más que suposiciones. Pero Moisés dijo que el Señor aclararía todas las cosas. Todo el asunto se basaba en la elección y el mandato de Dios; por eso el problema no era de Moisés, sino de Jehová. Ellos pensaron que se oponían solamente a Moisés y Aarón, y no se percataron de que se estaban oponiendo a Dios. Ellos no tenían la intención de rebelarse contra Dios; al contrario, deseaban continuar sirviéndolo. Solamente menospreciaron a Moisés y a Aarón. Pero Dios no está separado de la autoridad que El delega. Uno no puede tomar una actitud hacia Dios y otra hacia Moisés y Aarón. Nadie puede rechazar la autoridad delegada y al mismo tiempo aceptar a Dios. Si ellos se hubieran sometido a Dios, se habrían sometido a la autoridad de Moisés y Aarón. Pero Moisés no reaccionó porque la autoridad de Dios estaba sobre él. El se humilló a sí mismo bajo la autoridad de Dios. De una manera gentil les dijo: “Tomaos incensarios ... y poned fuego en ellos, y poned en ellos incienso delante de Jehová mañana; y el varón a quien Jehová escogiere, aquel será el santo” (vs. 6-7). Moisés era un hombre de edad. El sabía las consecuencias de aquel acto, así que suspiró diciendo: “Esto os baste ... ¿os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel acercándoos a él? ... Por tanto, tú y todo tu séquito sois los que os juntáis contra Jehová” (vs. 7, 9, 11).

 

En ese momento Datán y Abiram no estaban presentes. Más tarde Moisés envió hombres para mandar a llamarlos. Pero ellos se rehusaron diciendo: “Tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No subiremos” (v. 14). Esta actitud demuestra claramente que estaban en rebelión. Ellos no creyeron en la promesa de Dios, y su atención estaba puesta en la bendición terrenal. Ellos se olvidaron de su propio error, pues fueron ellos los que se rehusaron a entrar en Canaán. Así que, se rebelaron contra Moisés con palabras hostiles.

Dios debe quitar la rebelión

de entre su pueblo

 

Entonces Moisés se enojó pero no contestó nada sino que oró a Dios. Muchas veces la rebelión del hombre fuerza a Dios a ejecutar Su juicio. Dios dijo: “Apartaos de entre esta congregación, y los consumiré en un momento” (v. 21). Dios debe quitar la rebelión de entre su pueblo. Moisés y Aarón se postraron sobre su rostro y dijeron: “¿No es un sólo hombre el que pecó? ¿Por qué airarte contra toda la congregación?” (v. 22). Dios respondió la oración de Moisés y Aarón, y juzgó sólo al séquito de Coré. Por eso, los israelitas no sólo escucharon las palabras de la autoridad delegada por Dios, sino que Dios mismo testificó delante de los israelitas que El aceptaba las palabras de dicha autoridad.

 

La rebelión es un principio que procede del Hades. Cuando ellos se rebelaron, las puertas del Hades se abrieron. La tierra abrió su boca y se tragó a Coré, a Datán, a Abiram, a sus familias y todos sus bienes. Ellos cayeron vivos en el Hades. Las puertas del Hades no prevalecerán contra la iglesia. Pero un espíritu de rebelión puede abrir sus puertas. La iglesia no logra la victoria debido a que hay en ella algunos que son rebeldes. Cuando no hay rebelión, la tierra no puede abrir su boca. Todos los pecados producen muerte, pero sólo la sumisión a la autoridad cierra las puertas del Hades y libera la vida.

Los sumisos actúan basados en la fe,

no en la doctrina

 

Cuando los rebeldes hablaron contra Moisés diciendo que él no los había conducido a la tierra que fluye leche y miel, y que no les había dado por heredad las tierras y las viñas, sus palabras eran de alguna manera verdaderas ya que ellos estaban todavía en el desierto y no en la tierra que mana leche y miel. Notemos que cada vez que los hombres actúan y juzgan según la doctrina o lo que ven físicamente, toman el camino del razonamiento; pero quienes se someten a la autoridad entrarán en Canaán por medio de la fe. Los que argumentan o arguyen razones no pueden tomar el camino del espíritu; pero los que por medio de la fe siguen la columna de nube y de fuego y la orientación de Moisés, quien es la autoridad delegada, disfrutarán la plenitud del espíritu. La tierra abre su boca para tragar a los rebeldes; es así como la muerte los conduce rápidamente al Hades. Los que no se someten a la autoridad ven con mucha claridad; pero lo único que pueden ver es la desolación del desierto. Sólo los que están aparentemente ciegos, que avanzan por la fe sin fijarse en la desolación que los rodea, pueden entrar en Canaán. Quienes están en senda espiritual ven la promesa de bendición futura con los ojos de la fe. Por lo tanto, uno debe encontrarse con la autoridad, ser restringido por Dios y someterse a Su autoridad delegada. Si lo único que uno ve es a su padre o a sus hermanos o hermanas, no ha visto lo que es la autoridad y todavía no conoce a Dios; ya que para conocer la autoridad se requiere una revelación personal, y no solamente una enseñanza teórica.

La rebelión se contagia

 

En Números 16 vemos dos rebeliones. En los versículos del 1 al 40 vemos la rebelión de los líderes, y en los versículos del 41 al 50 vemos la rebelión de toda la congregación. El espíritu de rebelión se contagia. El juicio de los doscientos cincuenta no fue suficiente advertencia para toda la congregación. Ellos vieron con sus propios ojos el fuego que vino de Dios y consumió a los doscientos cincuenta que habían ofrecido el incienso. No obstante, se rebelaron y hasta acusaron a Moisés de haberles dado muerte. Moisés y Aarón no podían hacer que la tierra se abriera ni consumir a las personas con fuego; así que obviamente fue Dios quien lo hizo. Algunos hombres sólo se guían por lo que ven con los ojos físicos, y no logran ver que toda autoridad proviene de Dios. Tales personas son muy osadas, pues no temen ni siquiera cuando ven la ejecución del juicio de Dios. Esto se debe a que no conocen el significado de la autoridad. Este es un asunto muy peligroso. Cuando toda la congregación atacó a Moisés y Aarón, la gloria de Dios apareció para mostrarles que la autoridad proviene de El. Dios los juzgó trayendo una plaga en la cual murieron 14.700 personas. Moisés discernió rápidamente lo que estaba sucediendo y le dijo a Aarón que tomara de inmediato el incensario y que le pusiera fuego e incienso para hacer propiciación por la congregación. Aarón se puso entre los muertos y los que todavía estaban vivos, y la mortandad cesó.

 

Dios pudo tolerar las diez veces que Su pueblo murmuró en el desierto, pero no tolera que se ofenda a Su autoridad. El puede tolerar muchos pecados y aun perdonarlos, pero cuando se trata de la rebelión, no la tolera porque ella corresponde al principio de la muerte, es decir, al principio de Satanás. Por esta razón, el pecado de la rebelión es más serio que cualquier otro pecado. Cada vez que alguien se opone a la autoridad, Dios inmediatamente lo juzga. Cuán solemne es este asunto.

CAPITULO CUATRO

DAVID CONOCIA LA AUTORIDAD

Lectura bíblica: 1 S. 24:4-6; 26:9, 11; 2 S. 1:14

DAVID SUBE AL TRONO

SIN TENER QUE RECURRIR A LA REBELION

 

Durante el establecimiento del reino de Israel, Dios oficialmente estableció Su autoridad sobre la tierra. Cuando los israelitas entraron en Canaán, le pidieron a Dios que les diera un rey; por tanto Dios envió a Samuel a ungir a Saúl como su primer rey (1 S. 10:1). Dios escogió a Saúl y lo constituyó como autoridad, es decir, como autoridad delegada. Pero cuando éste llegó a ser rey, no se sometió a la autoridad de Dios. Saúl violó la autoridad de Dios y se rehusó a matar al rey de Amalec y preservó lo mejor de su ganado, rebelándose contra Dios y desobedeciendo Sus palabras. Debido a esto, Dios lo desechó y ungió a David por rey (1 S. 15—16). Sin embargo, David seguía bajo la autoridad de Saúl y era uno de sus súbditos; más aún, era un soldado de su ejército e incluso llegó a ser su yerno. Estos dos hombres habían sido ungidos por Dios, pero Saúl procuraba matar a David. Había dos reyes en Israel. Uno había sido desechado pero todavía estaba en el trono, y el otro había sido escogido pero no reinaba todavía. En esos momentos David se encontraba en una situación muy difícil.

 

En 1 de Samuel 24 Saúl perseguía a David en el desierto de En-gadi. Saúl entró en una cueva para hacer sus necesidades, pero David y sus hombres estaban en los rincones de la cueva. Los soldados de David le sugirieron que diera muerte a Saúl, pero David rechazó la propuesta. No se atrevió a rebelarse contra la autoridad (vs. 1-7). David había sido ungido por Dios. En cuanto a subir al trono, David se mantuvo en la posición adecuada y actuó conforme a la voluntad y el plan de Dios. ¿Quién se habría podido oponer a que fuera rey? ¿Qué habría de malo en que David hiciera algo para hacerse rey? ¿No era bueno que ayudara a Dios a realizar Su voluntad? Pero David percibía en lo profundo de su ser que él no podía hacer esto. Si hubiera matado a Saúl, habría actuado sobre el principio de la rebelión contra la autoridad de Dios, debido a que la unción de Dios todavía reposaba sobre Saúl. Aunque Saúl fue rechazado, seguía siendo el ungido de Dios. Si David hubiera dado muerte a Saúl, podría haberse hecho rey inmediatamente, y la voluntad de Dios no se habría atrasado. Pero David era un hombre que se negaba a su yo. El prefería que su reinado se pospusiera y que el plan de Dios se retrasara que convertirse en un rebelde. Como resultado, llegó a ser la autoridad de Dios.

 

Anteriormente Dios había puesto a Saúl como rey, y David estaba bajo su autoridad. Si David hubiera matado a Saúl, habría obtenido el reinado a costa de la rebelión, y habría caído en la esfera de la rebelión; pero David no se atrevió a hacer esto. Este es el mismo principio por el que Miguel no se atrevió a proferir juicio de maldición contra Satanás (Jud. 9). La autoridad es un asunto muy delicado.

LA SUMISION ES MAS IMPORTANTE QUE LAS OBRAS

 

Si uno desea servir a Dios, debe someterse a la autoridad, pues la sumisión es más importante que las obras. Aun si David hubiera puesto todo el reino en orden, si no se hubiera sometido a la autoridad de Dios, no le habría valido de nada y habría estado en la misma condición que Saúl. En el Antiguo Testamento Saúl no destruyó lo mejor de las ovejas y del ganado, y lo preservó para ofrecerlo en sacrificio a Jehová. Tal acción se halla en el principio de la rebelión, igual que la acción de Judas, en el Nuevo Testamento, que traicionó al Señor Jesús por treinta piezas de plata (Mt. 26:14-16). Los sacrificios no pueden cubrir la rebelión. Si David hubiera querido cumplir la voluntad y el plan de Dios, podía haber quitado de en medio a Saúl y así habría podido servir a Dios inmediatamente, pero él no se atrevió a hacer esto, sino que esperó a que Dios obrara. El estuvo dispuesto a someterse. David solamente cortó la orilla del manto de Saúl y hasta eso hizo que su corazón se turbara. Su sentir interno fue como el de un creyente neotestamentario, que no sólo rechaza el homicidio, sino incluso considera equivocado y parte de la rebelión cortar un trozo de la ropa de otro. La murmuración, el menosprecio y el rencor tal vez no sean un asesinato, pero son como cortar la ropa de otro, y eso proviene de un espíritu de rebelión.

 

David conocía en su corazón la autoridad de Dios. El fue perseguido por Saúl muchas veces; y aún así, se sometía a la autoridad de Dios. El consideraba a Saúl su señor y el ungido de Jehová. Esto nos habla de un asunto importante. La sumisión a la autoridad no significa someterse a una persona, sino a la unción depositada sobre una persona cuando Dios la estableció como autoridad. David sabía que la unción reposaba sobre Saúl, pues éste había sido ungido por Dios. Por eso, sólo podía escapar de él, pero no extender su mano para herirlo. Saúl desobedeció el mandato de Dios, por lo cual Dios lo rechazó, pero esto era un asunto entre Saúl y Dios. La única responsabilidad que David tenía delante de Dios era someterse a Su ungido.

DAVID DEFIENDE LA AUTORIDAD DE DIOS

DE UNA MANERA INCONDICIONAL

 

Dios desea defender Su autoridad de una manera absoluta y tiene que recobrar este asunto. Examinemos de nuevo 1 Samuel 26. Algo similar sucede en el desierto de Zif. Se presenta una segunda tentación. Saúl se quedó dormido, y David llegó al lugar donde él dormía. Abisai quería matar a Saúl, pero David se lo impidió y le dijo: “¿Quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová y será inocente?” Esta fue la segunda vez que David dejó libre a Saúl. El sólo tomó la espada y la vasija de agua de Saúl (vs. 7-12). Su conducta fue mejor que la de la tentación anterior. David no tomó nada del cuerpo de Saúl, sino algo que estaba al lado. El renunció a la oportunidad de rebelarse y honró la autoridad de Dios.

 

De acuerdo con 1 Samuel 31 y 2 Samuel 1, Saúl murió por su propia mano. Pero un joven amalecita vino a David para reclamar el crédito, diciendo que él había matado a Saúl; sin embargo, David continuó negándose a su yo y sometiéndose a la autoridad de Dios. El le dijo al hombre, “¿Cómo no tuviste temor de extender tu mano para matar al ungido de Jehová?” (2 S. 1:14), y ordenó la ejecución de aquel mensajero joven.

 

Puesto que David mantuvo la autoridad de Dios, se dice que él era un hombre conforme al corazón de Dios. Su reino ha sido preservado hasta ahora, pues el propio Señor Jesús es un descendiente suyo. Sólo los que se someten a la autoridad pueden ser autoridad. Este es un asunto serio. Debemos erradicar la rebelión de entre nosotros. Para poder llegar a ser una autoridad debemos primero someternos a la autoridad. Este es un asunto decisivo. Si no entendemos esto claramente, no podremos seguir adelante. La iglesia es un órgano de sumisión. No debemos temer a los débiles en la iglesia, pero sí a los rebeldes. Debemos someternos a la autoridad de Dios desde lo profundo de nuestro corazón. Sólo así la iglesia será bendecida. El camino que tenemos por delante depende de nosotros. Debemos vivir nuestros días con mucha sobriedad.

CAPITULO CINCO

LA SUMISION DEL HIJO

Lectura bíblica: Fil. 2:5-11; He. 5:7-9

EL SEÑOR CREA LA SUMISION

 

La Palabra de Dios nos dice que el Señor Jesús y el Padre son uno. En el principio existía el Verbo, y también existía Dios. El Verbo era Dios y este Verbo creó los cielos y la tierra. En el principio la gloria estaba con Dios, una gloria a la cual nadie podía acercarse. Esta era la gloria del Hijo. El Padre y el Hijo son iguales, omnipotentes, coexistentes, es decir, existen simultáneamente. Pero existe una diferencia en la persona del Padre y del Hijo. Esta diferencia no es Su naturaleza intrínseca, sino algo en la constitución de la Deidad. La Biblia dice que el Señor no consideró el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse (Fil. 2:6). Aferrarse significa tomar con fuerza. La igualdad entre el Señor y Dios no era algo a lo que El tuviera que asirse por la fuerza; tampoco era una imposición ni una usurpación, porque el Señor tiene ya la imagen de Dios.

 

El pasaje de Filipenses 2:5-7 constituye una sección, y los versículos del 8-11 constituyen otra. La primera sección muestra que Cristo se despojó a Sí mismo, y la segunda sección afirma que El se humilló a Sí mismo. El Señor se bajó dos veces: primero se despojó de Su deidad, y luego se humilló a Sí mismo tomando forma humana. Cuando el Señor descendió a la tierra, se despojó de la gloria, el poder, la posición y la imagen que tenía en su deidad. Como resultado de esto, quienes no tenían revelación no lo reconocieron ni lo aceptaron como el Hijo de Dios, y pensaron que se trataba de un hombre común. Con respecto a la Deidad, el Señor escogió voluntariamente ser el Hijo, y someterse a la autoridad del Padre. Por lo tanto, El dijo que el Padre era mayor que El (Jn. 14:28). El Hijo tomó esa posición voluntariamente. En la Deidad hay una armonía perfecta. También podemos decir que en la Deidad hay igualdad; sin embargo, en la Deidad el Padre debe ser la cabeza y el Hijo debe someterse. El Padre representa la autoridad, y el Hijo representa la sumisión.

 

Para nosotros los seres humanos la sumisión es un asunto sencillo. Podemos someternos en la medida que nos humillamos a nosotros mismos. Pero la sumisión del Señor no es tan sencilla. Para el Señor la sumisión es más difícil que la creación de los cielos y de la tierra. Con el fin de someterse, El tuvo que despojarse de toda Su gloria, Su poder, Su posición y Su imagen como Deidad. También tuvo que tomar la forma de un siervo, pues solamente así El podía cumplir el requisito de la sumisión; por lo tanto, la sumisión es algo que el Hijo de Dios creó.

 

Anteriormente, el Padre y el Hijo compartían la misma gloria. Cuando el Señor vino a la tierra, el se despojó de Su autoridad y se sometió. El aceptó ser un siervo, restringido en el tiempo y el espacio como hombre. Pero esto no fue todo, el Señor se humilló a Sí mismo siendo obediente. La obediencia por parte de la Deidad es lo más maravilloso de todo el universo. El se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Esa fue una muerte dolorosa y vergonzosa. Por lo cual, al final, Dios lo exaltó hasta lo sumo. Puesto que el que se humilla será exaltado. Este es un principio divino.

LOS QUE ESTAN LLENOS DE CRISTO

ESTAN LLENOS DE SUMISION

 

Originalmente, no había necesidad de que la Deidad se sometiera, pero debido a que el Señor creó la sumisión, el Padre llegó a ser la Cabeza de Cristo en la Deidad. Tanto la autoridad como la sumisión fueron establecidas por Dios y creadas desde el principio. Por consiguiente, quienes conocen al Señor serán sumisos espontáneamente, pero los que no conocen ni a Dios ni a Cristo, no conocen ni la autoridad ni la sumisión. En Cristo tenemos el modelo por excelencia de la sumisión; por eso, los que son sumisos aceptan el principio de Cristo, y quienes están llenos de Cristo, estarán llenos de sumisión.

 

En la actualidad muchos se preguntan: “¿Por qué tengo que someterme? ¿Por qué tengo que obedecerle a usted, si tanto usted como yo somos hermanos?” En realidad, el hombre no tiene derecho a hacer tales preguntas. Solamente el Señor es apto para hablar de esa manera; y aún así, jamás formuló esas preguntas. Ni siquiera hubo en El ese pensamiento. Cristo representa la sumisión, una sumisión perfecta, del mismo modo que la autoridad de Dios es perfecta. Hoy día algunas personas piensan que conocen la autoridad, pero no conocen la sumisión. Solamente podemos pedir la misericordia de Dios para tales personas.

LA MANERA EN QUE EL SEÑOR

SE DESPOJO DE SU FORMA DIVINA

Y LA MANERA EN QUE REGRESO A ELLA

 

En deidad, el Señor es igual a Dios el Padre, pero llegó a ser el Señor por obra de Dios, lo cual sucedió después que El se hubo despojado de su deidad. La deidad del Señor Jesús se basa en lo que El es. El es Dios desde el principio; pero obtuvo la posición como Señor sobre la base de lo que hizo. Después de que El dejó a un lado Su forma divina para satisfacer el principio de sumisión y de que ascendió a los cielos, Dios le dio la posición de Señor. En cuanto a Su constitución, El es Dios, y en cuanto a Su logros, El es el Señor. El señorío no estaba originalmente presente en la Deidad.

 

Esta porción de Filipenses 2 es muy difícil de explicar y muy controvertida. Pero al mismo tiempo es un pasaje lleno de divinidad. Tenemos que acercarnos a ese pasaje con nuestros pies descalzos, pues es tierra santa. Parece como si hubiera habido una conferencia de la Deidad en el principio cuando Dios decidió crear el universo. En esta conversación las personas de la Deidad acordaron que el Padre debería representar la autoridad; pero si solamente existiera la autoridad y no la sumisión, la autoridad no podría ser establecida, porque la autoridad no existe aisladamente. Por eso, era necesario que hubiera sumisión en el universo. Dios creó dos clases de seres en el universo: los ángeles, que son espirituales, y el hombre, que es anímico. Dios sabía de antemano que los ángeles se rebelarían y que el hombre caería; por lo cual Su autoridad no podía ser establecida sobre los ángeles ni sobre los descendientes de Adán. Así que, en la Deidad hubo una decisión armoniosa, la cual determinó que la autoridad debería establecerse primero en la Deidad. De ahí en adelante, hubo una distinción en las funciones del Padre y del Hijo. Un día el Hijo voluntariamente se despojó a Sí mismo y llegó a ser un hombre creado, como representación de la sumisión a la autoridad. Las criaturas se habían rebelado; por lo tanto, solamente la sumisión de una criatura podía establecer la autoridad de Dios. El hombre pecó y se rebeló. Por esa razón, solamente por la sumisión de un hombre podía ser establecida la autoridad de Dios. Así que, el Señor vino a la tierra y se hizo hombre; fue una criatura en todo aspecto.

 

El nacimiento del Señor es el nacimiento de Dios. El no retuvo Su autoridad como Dios, sino que se sometió a las restricciones humanas haciéndose hombre, y aun las restricciones de un siervo. Este fue un paso muy arriesgado que dio el Señor, pues una vez que se despojó de la forma de Dios, existía la posibilidad de que no regresara y permaneciera en Su condición humana. Si no se hubiera sometido, podía aducir la forma de Su deidad para retener Su posición de Hijo. No obstante, en ese caso, el principio de sumisión habría sido roto para siempre. Cuando el Señor se despojó sólo había dos caminos para regresar a su posición inicial. Una era ser un hombre auténtico que se sometiera de una manera absoluta y sin reservas ni rastro de rebelión, siendo obediente paso a paso a fin de permitir que Dios lo regresara a Su posición como Señor. Pero si ser un esclavo era muy difícil para El, si las limitaciones de la carne eran demasiadas y si la sumisión estaba más allá de Su alcance, la única manera de regresar a Su posición inicial habría sido por la fuerza, valiéndose de la autoridad y la gloria que tenía en la Deidad. Pero nuestro Señor rechazó este camino, el cual no debía tomar, y se sometió hasta la muerte. El determinó en Su corazón sujetarse al camino de sumisión hasta la muerte. Debido a que se despojó a Sí mismo, no podía llenarse otra vez por Su cuenta, y jamás vaciló. Ya que se había despojado de Su gloria y Su autoridad divinas, y se mantuvo como siervo, no quiso regresar a Su posición anterior por ningún otro camino que no fuera la sumisión. Antes de regresar, El completó Su obediencia hasta la muerte manteniéndose en la posición de hombre. El pudo regresar a Su posición anterior porque mantuvo una sumisión perfecta y pura. Sufrimiento tras sufrimiento se acumuló sobre El, pero El permaneció completamente sumiso. No hubo ni la más mínima tendencia a rebelarse. Por eso, Dios lo exaltó y le devolvió Su posición como Señor en la Deidad. El no regresó a ser lo que había sido antes, sino que el Padre lo recibió en la Deidad como un HOMBRE. El Hijo llegó a ser Jesús (el Hombre) y fue recibido de nuevo en la Deidad. Ahora sabemos cuán precioso es el nombre de Jesús. En todo el universo no hay otro como El. Cuando el Señor declaró en la cruz: “Consumado es”, no quiso decir solamente que había obtenido la salvación, sino que también había cumplido todo lo que había dicho. Por lo cual El obtuvo un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor. Desde ese momento, El no era solamente Dios, sino también Señor. Su señorío se refiere a Su relación con Dios y a todo lo que logró delante de El. Ser el Cristo alude a Su relación con la iglesia.

 

En síntesis, cuando el Señor vino de parte de Dios, no trató de regresar por medio de Su deidad; sino que procuró regresar por medio de Su exaltación como hombre. Es así como Dios mantiene el principio de sumisión. No debemos tener ni un ápice de rebelión. Debemos someternos a la autoridad completamente. Este es un asunto bastante delicado. El Señor Jesús regresó al cielo por haberse hecho un hombre y por haberse sometido como tal. El resultado fue que Dios lo exaltó. Debemos afrontar este asunto. En toda la Biblia no existe un pasaje tan misterioso como éste. El Señor se despojó de Su forma divina y no regresó a ella en esa misma forma, porque ya se había vestido de carne. En El no había rasgo alguno de desobediencia; por eso Dios lo exaltó en Su humanidad. El renunció a Su gloria, pero regresó y la reclamó. Todo esto fue cumplido por Dios. Por lo tanto, debemos tener el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús. Todos nosotros debemos tomar el camino que nuestro Señor tomó, siguiendo el principio de la sumisión como nuestro principio para sujetarnos y para ser sumisos los unos para con los otros. Quien conoce este principio se da cuenta de que no hay pecado más terrible que la rebelión y de que no hay nada más importante que la sumisión. Sólo cuando veamos el principio de la sumisión, podremos servir a Dios. Podemos mantener el principio de Dios solamente cuando nos sometemos de la misma manera en que el Señor se sometió. Cuando nos rebelamos, nos hallamos en el mismo principio de Satanás.

APRENDIO LA OBEDIENCIA POR LO QUE SUFRIO

 

En Hebreos 5:8 se afirma que el Señor aprendió la obediencia por medio de los padecimientos. Los sufrimientos produjeron obediencia en El. La verdadera sumisión se encuentra cuando obedecemos a pesar del sufrimiento. La utilidad de un hombre no depende de si ha sufrido, sino de si ha aprendido la obediencia por medio del sufrimiento. Sólo quienes son obedientes a Dios le son útiles. Si nuestro corazón no ha sido ablandado, los sufrimientos persistirán; por esta razón, nuestro camino es un camino de múltiples sufrimientos. El hombre que anhela la comodidad y el placer no es útil para Dios. Debemos aprender a ser obedientes en los sufrimientos. Cuando el Señor vino a la tierra, no trajo consigo la obediencia; la aprendió por medio de los sufrimientos.

 

La salvación no sólo trae gozo, sino también sumisión. Si el hombre sólo se interesa por el gozo, no tendrá muchas experiencias espirituales; sólo los que son sumisos experimentarán la plenitud de la salvación. Si no fuera así, cambiaríamos el sentido de la salvación. Necesitamos ser sumisos, de la manera que lo fue el Señor. El vino para ser el autor de nuestra salvación por medio de Su obediencia. Dios nos salva y espera que nos sometamos a Su voluntad. Cuando alguien se encuentra con la autoridad de Dios, descubre que la sumisión es bastante simple, así como conocer Su voluntad, porque el Señor, quien fue sumiso durante toda Su vida, nos dio esa vida de sumisión.

 

CAPITULO SEIS

DIOS ESTABLECE SU REINO

Lectura bíblica: He. 5:8-9; Hch. 5:32; Ro. 10:16; 2 Ts. 1:8; 1 P. 1:22

EL SEÑOR APRENDIO LA OBEDIENCIA

POR LO QUE SUFRIO

 

Dios estableció el principio de la sumisión en la vida del Señor. Como resultado, El estableció Su autoridad por medio de El. En este capítulo veremos cómo Dios establece Su reino por medio de la sumisión. Cuando el Señor vino a la tierra, vino con las manos vacías, es decir no trajo consigo la obediencia. El aprendió la obediencia por medio de los sufrimientos que experimentó y llegó a ser el autor de eterna salvación para todos los que le obedecen. Su obediencia en la tierra, la obediencia que lo llevó a la cruz, la aprendió por medio de Sus sufrimientos. Por medio de todos ellos él fue perfeccionado para aprender la obediencia. El Señor gozaba de la libertad de estar en la Deidad, pero llegó a ser un hombre, un ser débil, y en tal condición padeció. Cada sufrimiento por el cual El pasó, produjo frutos de obediencia. Ninguno de los sufrimientos del Señor logró que El se quejara ni murmurara. No obstante, muchos creyentes, al pasar los años, no aprenden la obediencia. Aunque sus sufrimientos aumentan, su obediencia no mejora. Cuando experimentan sufrimientos, profieren palabras de desesperanza, lo cual revela que no han aprendido la obediencia. El Señor pasó por muchas clases de sufrimientos, los cuales manifestaron siempre Su sumisión; como consecuencia llegó a ser el autor de nuestra salvación. Por medio de la obediencia de uno, muchos recibieron la gracia. La obediencia del Señor trajo el reino de Dios, pues la meta de la redención es el agrandamiento de Su reino.

DIOS DESEA ESTABLECER SU REINO

 

¿Ha pensado usted alguna vez en el daño tan grande que sufrió el universo por la caída de los ángeles y del hombre, y cuán grande fue este problema para Dios? Dios deseaba que los ángeles y los hombres aceptaran Su autoridad; sin embargo, ambas criaturas la rechazaron. No fue posible que Dios estableciera Su autoridad sobre Sus criaturas. Sin embargo, El nunca retrajo Su autoridad. El puede retraer Su presencia, pero jamás retrae Su sistema de autoridad. Dondequiera que se encuentre la autoridad de Dios, El tendrá una posición prominente. Por un lado, Dios mantiene Su sistema de autoridad y por otro, El establece Su reino. Aunque Satanás se rebeló contra la autoridad de Dios, y aunque el hombre diariamente viola esa autoridad rebelándose contra Dios, Dios no permitirá que esta rebelión continúe y establecerá Su propio reino. La Biblia llama al reino de Dios el reino de los cielos porque la rebelión no se limita a este mundo (Mt. 4:17; Mr. 1:15), pues los ángeles, quienes están en los cielos, también se rebelaron.

 

¿Cómo estableció el Señor Su reino? El lo hizo por medio de la sumisión. Todo lo que el Señor realizó mientras estuvo en la tierra se basó completamente en la sumisión. Nunca hizo nada que se opusiera a la autoridad de Dios. Todo lo hizo en sumisión y en perfecta cooperación con la autoridad de Dios. En esta esfera el Señor estableció el reino de Dios y ejecutó Su autoridad. La iglesia hoy también debe permitir que la autoridad de Dios opere para que se manifieste Su reino por medio de la sumisión.

DIOS DESEA QUE LA IGLESIA SEA SU REINO

 

Después de que Adán cayó, Dios escogió a Noé y a su familia en los días de éste. Después del diluvio dicha familia también cayó, y Dios escogió a Abraham para que fuera el padre de muchas naciones. El reino de Dios se edificó a partir de él. Luego Dios escogió a Isaac y a Jacob, y más adelante la descendencia de Jacob sufrió en Egipto y se multiplicó en medio de esos sufrimientos. Dios envió a Moisés a sacarlos de Egipto con el fin de establecer Su reino. Debido a que había algunos rebeldes entre ellos, Dios los condujo al desierto para enseñarles la obediencia antes de establecer Su reino (Dt. 8:3). Pero ellos permanecieron en rebelión contra Dios en el desierto. Como resultado, murieron en el desierto. A pesar de que la segunda generación entró en la tierra prometida, tampoco éstos fueron completamente obedientes; pues no erradicaron a todos los cananeos. Saúl su primer rey, no pudo establecer el reino debido a la rebelión. Ese primer rey no tenía un corazón conforme al de Dios. Más adelante David fue escogido, y él fue sumiso a la autoridad de Dios. Pero aún había rebelión dentro del reino. Dios había ordenado que Jerusalén sería la ciudad sobre la cual El pondría Su nombre, pero el pueblo escogió a Gabaón y puso allí altares para adorar. Por causa de la rebeldía no existía la realidad del reino, a pesar de que había un rey. Antes de que David fuera establecido como rey, existía un reino, pero sin súbditos. Durante su reinado, se tenía el reino y los súbditos, pero el reino carecía de contenido. Por tal motivo, el reino de Dios no había sido establecido.

 

El Señor vino a la tierra para establecer el reino de Dios; y para esto debemos ver que el evangelio consta de dos aspectos: un aspecto individual y uno corporativo. En el aspecto individual, el evangelio da vida eterna a los que creen; y en el aspecto corporativo, el evangelio llama a las personas al arrepentimiento para que entren en el reino de Dios. Los ojos de Dios están puestos en el reino. En la oración que el Señor hace en Mateo 6:9-13, se habla del reino al comienzo y al final. El versículo 10 dice: “Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. El reino de Dios es la esfera donde la voluntad de Dios se realiza sin ningún obstáculo. El versículo 13 dice: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”. El reino, el poder y la gloria están relacionados entre sí. Apocalipsis 12:10 dice: “Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo”. El reino es la esfera donde El ejerce Su autoridad. En Lucas 17:21, el Señor dijo: “He aquí el reino de Dios está entre vosotros”. (No dijo: “En vosotros”.) Esto indica que el Señor Jesús es el reino de Dios. Decir que el Señor Jesús está entre vosotros equivale a decir que el reino de Dios está entre vosotros, porque la autoridad de Dios se lleva a cabo en El sin ningún obstáculo. El reino de Dios está en el Señor y también en la iglesia. Debido a que la vida del Señor fue dada a la iglesia, Su reino debe propagarse y establecerse por medio de ella. Dios estableció un reino en los tiempos de Noé, pero sólo era un gobierno humano; no era el reino de Dios, ya que éste comenzó con el Señor Jesús. Pero ¡cuán pequeña era la esfera de acción de este reino! Mas ahora, ese único grano de trigo produjo muchos granos. Hoy la esfera del reino de Dios no se limita solamente al Señor Jesús; sino que se extiende a muchos creyentes.

 

El propósito de Dios no es sólo que seamos la iglesia, sino que como tal seamos Su reino. La iglesia debe ser la esfera del reino de Dios, es decir, el lugar donde El ejerce Su autoridad. Por consiguiente, el deseo de Dios no se limita a ganar terreno en algunas personas, ya que desea que la iglesia en su totalidad esté libre de rebelión. Debe haber una sumisión y una dependencia total de Dios para que Su autoridad se lleve a cabo perfectamente. De esta manera, la autoridad de Dios se establece entre Sus criaturas. Dios no desea que el hombre se someta solamente a Su autoridad directa sino también a las autoridades que El delega; por eso no nos pide una sumisión a medias sino una sumisión completa.

 

EL FIN DEL EVANGELIO

NO ES SOLO QUE EL HOMBRE CREA

SINO TAMBIEN QUE SE SOMETA

 

La Biblia no sólo habla de la fe, sino también de la obediencia. Nosotros no sólo somos pecadores sino también hijos de desobediencia. En Romanos 10:16 se hace referencia a obedecer el evangelio. Por lo tanto, creer en el evangelio es obedecerlo. En 2 Tesalonicenses 1:8 dice: “Tomando venganza de los que no conocen a Dios, y de los que no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”. Los que no obedecen equivale a decir los que se rebelan. Romanos 2:8 habla de aquellos que no obedecen a la verdad, lo cual también es rebelión. Dios castigará con ira y enojo a los que se rebelan contra la verdad. En 1 Pedro 1:22 dice: “Habéis purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad... ” Estos pasajes indican que la salvación viene por medio de la obediencia, porque creer es obedecer. Un discípulo que tiene fe debe ser un discípulo que obedece. No sólo debe haber fe sino también sumisión a la autoridad del Señor. Cuando Pablo fue iluminado, dijo: “¿Qué haré, Señor?” (Hch. 22:10). El no sólo creyó en el Señor, sino que también le obedeció. Cuando se convirtió, conoció la gracia y se sometió a la autoridad. Cuando el Espíritu Santo lo guió a ver la autoridad del evangelio, él reconoció a Jesús como Señor.

 

Dios no nos llamó solamente a recibir vida por medio de la fe, sino también a preservar Su autoridad por medio de nuestra obediencia. El plan de Dios para nosotros en la iglesia es que nos sometamos a Su autoridad y a todas las autoridades que El estableció. Esto incluye el hogar, el gobierno, la escuela, la iglesia y así sucesivamente. El Señor no especifica a quién debemos someternos, pero en la medida en que nos encontramos con Su autoridad, aprenderemos a someternos a la autoridad.

 

Muchos pueden someterse y ser obedientes a determinadas personas, pero no a todo tipo de personas. Esto se debe a que no conocen la autoridad. Es inútil someternos al hombre, pues lo que necesitamos es ver la autoridad. Las diferentes organizaciones que nos rodean tienen como objetivo que aprendamos la sumisión. Una vez que el hombre toca la sumisión, ante la menor desobediencia reconocerá interiormente la rebelión. Quienes no conocen la autoridad no saben cuán rebeldes son. Antes que Pablo fuera iluminado, no sabía que estaba dando coces contra el aguijón (Hch. 26:14). Cuando el hombre es iluminado por Dios, primero ve la autoridad, y luego ve muchas autoridades. Cuando Pablo se encontró con Ananías, un hermano insignificante, no sólo vio a un hombre; tampoco preguntó quién era Ananías ni si era culto o no. El reconoció a Ananías como una autoridad delegada. Así que se sometió a él (Hch. 9:17-18). ¡Cuán fácil es someterse cuando uno se ha encontrado con la autoridad!

DIOS DESEA HACER DE LAS NACIONES SU REINO

POR MEDIO DE LA IGLESIA

 

Si la iglesia no se somete a la autoridad de Dios, El no puede establecer Su reino. El obtuvo el reino en el Señor Jesús. Luego estableció Su reino en la iglesia; finalmente, establecerá Su reino en toda la tierra. Llegará el día cuando se declarará: “El reinado sobre el mundo han pasado a nuestro Señor y a Su Cristo” (Ap. 11:15). En el lapso entre el reino que estaba en el Señor Jesús individualmente y el reino del mundo que viene a ser de nuestro Señor y de Su Cristo, está la iglesia. Sólo cuando el reino fue establecido en el Señor Jesús fue posible que estuviera en la iglesia, y sólo cuando el reino es establecido en la iglesia pueden los reinos del mundo llegar a ser el reino de Dios. Sin el Señor Jesús, no existe la iglesia; y sin ésta iglesia no existe el agrandamiento del reino de Dios.

 

Cuando el Señor estuvo sobre la tierra, fue obediente hasta en lo más pequeño; por ejemplo, el Señor no fue negligente en cuanto al pago del impuesto del templo. Aun cuando no tenía dinero, encontró una moneda en la boca de un pez para pagarlo (Mt. 17:14-27). El también dijo: “Devolved, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (22:21). Aunque César estaba en rebelión, Dios lo había establecido y, por ende, se le debía obedecer. Cuando nosotros somos sumisos, el reino puede extenderse a toda la tierra. Muchos tienen un sentir firme con respecto al pecado pero no con respecto a la rebelión. Por consiguiente, el hombre debe no sólo estar consciente del pecado, sino también de la autoridad. Si no estamos conscientes de lo que es la autoridad, no podremos ser discípulos de Cristo ni ser sumisos.

LA IGLESIA DEBE SOMETERSE

A LA AUTORIDAD DIVINA

 

Quisiéramos aprender a sujetarnos en la iglesia, ya que no hay ni una sola autoridad en la iglesia que podemos pasar por alto. Dios desea que el reino sea el producto de la iglesia y que por medio de ésta se ejerza toda autoridad. Cuando la iglesia sea sumisa, la tierra entera se someterá a la autoridad divina; pero si la iglesia no abre una vía para el reino de Dios, éste no podrá extenderse a las naciones. Por esto, la iglesia es el camino por el cual puede venir el reino. Si ése no es el caso, la iglesia será un obstáculo para el reino.

 

En la actualidad, si la iglesia no se sujeta a Dios por alguna dificultad, no se podrá manifestar el reino de Dios. Cuando los hombres razonan y discuten entre ellos, impiden que venga el reino de Dios. Nosotros hemos retrasado a Dios. Debemos deshacernos de toda desobediencia, para que Dios tenga un canal por el cual operar. Cuando la iglesia se someta a Dios, las naciones también se le someterán. Es por esto que la iglesia tiene una responsabilidad tan seria. Cuando la vida de Dios, Su voluntad y Sus preceptos son ejecutados en la iglesia, viene el reino.

 

CAPITULO SIETE

DIOS DESEA QUE EL HOMBRE

SE SOMETA A SUS REPRESENTANTES

Lectura bíblica: Ro. 13:1; 1 P. 2:13-14; Ef. 5:22-24; 6:1-3; Col. 3;18,10,22; 1 Ts. 5;12-13; 1 Ti. 5:17; 1 P. 5:5; 1 Co. 16:15-16

DIOS ESTABLECIO SISTEMAS DE AUTORIDAD

En el mundo

 

Dios es la fuente de toda autoridad en el universo. Todas las autoridades de la tierra fueron establecidas por El y, como tales, representan y poseen la autoridad de Dios. Dios estableció sistemas de autoridad para expresarse, de tal manera que cuando un hombre se encuentra con esta autoridad, se encuentra con Dios. Cuando la presencia de Dios está disponible, el hombre puede conocerlo por medio de ella, pero cuando no lo está, el hombre puede conocer a Dios por medio de Su autoridad. Cuando la presencia de Dios estaba en el huerto del Edén, el hombre podía conocerlo personalmente; pero cuando Dios no estaba presente, el hombre se acordaba de Su mandamiento, el cual le prohibía comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Esta era otra manera por medio de la cual el hombre conocía a Dios. No es común que el hombre se encuentre con Dios. (Obviamente, no nos referimos al hecho de que en la iglesia, cuando uno vive en el espíritu, puede estar en contacto con Dios continuamente.) La manifestación de Dios se ve frecuentemente en Sus mandamientos. Sólo los labradores malvados necesitan que el dueño de la viña venga en persona, pese a que los siervos y el hijo del dueño de la viña lo representaban plenamente (Mr. 12:1-9).

 

Algunas personas son establecidas por Dios para dar mandamientos y ser autoridades Suyas. Todos los que están en una posición de autoridad, fueron establecidos por Dios. Por lo tanto, todas las autoridades que Dios estableció deben respetarse. Dios hoy confía Su autoridad al hombre y, para ello, estableció a muchos hombres sobre la tierra para que manifiesten Su autoridad. Si queremos aprender a someternos a Dios, debemos reconocer a quienes recibieron autoridad de parte de El. Si pensamos que solo Dios tiene autoridad, es muy probable que ofendamos constantemente Su autoridad. ¿A cuántas personas consideramos que son la autoridad de Dios? No tenemos opción de escoger entre la autoridad directa de Dios y la autoridad que El delega. No sólo tenemos que someternos a la autoridad directa de Dios, sino también a Su autoridad delegada, porque no hay autoridad que no provenga de Dios.

 

Con respecto a la autoridad terrenal, Pablo no sólo nos dio instrucciones positivas sobre la sumisión, sino también una advertencia negativa: Aquellos que resisten las autoridades superiores, están resistiendo a lo establecido por Dios (Ro. 13:1). Cuando el hombre rechaza la autoridad delegada de Dios, rechaza la autoridad de Dios. En la Biblia vemos que la autoridad tiene una sola implicación; no existe ninguna autoridad que no provenga de Dios. Así que, si rechazamos la autoridad rechazamos a Dios mismo, y El no pasará por alto esto. Todos los que resisten la autoridad serán juzgados. Es imposible que nos rebelemos y quedemos impunes. Por lo tanto, cuando el hombre rechaza la autoridad, está en muerte. Al encontrarnos frente a la autoridad no tenemos otra alternativa que sujetarnos.

 

En los tiempos de Adán, Dios delegó Su autoridad gubernamental al hombre y le entregó el gobierno de la tierra (Gn. 1:28). En ese entonces, el hombre solamente regía a los animales. Solamente después del diluvio, Dios confió a Noé Su autoridad gubernamental para que rigiera a los hombres. Por lo cual El dijo: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada” (9:6). Desde aquel momento, Dios delegó al hombre Su autoridad, para que gobernara sobre los demás. En la época de Noé, Dios comenzó a establecer gobiernos y puso al hombre bajo dichos gobiernos.

 

En Exodo 20, después de que el pueblo de Dios salió de Egipto al desierto, Dios les dio los diez mandamientos. Después de eso, estableció preceptos por los cuales debían regir su conducta. Uno de tales preceptos dice: “...ni maldecirás al príncipe de tu pueblo” (22:28), lo cual demuestra que Dios los puso bajo autoridades gubernamentales. Por lo tanto, aun en los días de Moisés, vemos que cuando los israelitas rechazaban la autoridad, rechazaban a Dios.

 

Todas las naciones de la tierra tienen gobernantes. Aunque éstos no crean en Dios, y aunque su reino esté bajo Satanás, el principio de autoridad sigue presente, ya que Dios así lo estableció. El reino de Israel era el reino de Dios, y es obvio que el rey David, fue establecido por Dios, pero el rey de Persia también fue establecido por Dios (Is. 45:1). Cuando el Señor estuvo en la tierra, también se sometió al gobierno y a la autoridad del sumo sacerdote. Por esta misma razón, pagó el impuesto [del templo], y dijo que debemos dar a César lo que es de César. Mientras el sumo sacerdote lo juzgaba, lo conjuró por el Dios altísimo que respondiera, y El tuvo que obedecer. El Señor los reconocía como autoridades terrenales, y jamás agitó ninguna revolución.

 

En Romanos 13:4 Pablo nos muestra que todos los magistrados son siervos de Dios. En ese entonces, el gobierno de su nación estaba en manos de los romanos. Desde el punto de vista humano, podemos decir que no tenemos que someternos a los agresores extranjeros. Pero Pablo no dice que nos rebelemos contra los gobiernos extranjeros; por tanto, no sólo debemos someternos a nuestra propia nación, sino que debemos someternos al gobierno del lugar donde nos encontremos. Yo no puedo desobedecer a un gobierno local porque soy de otra nacionalidad, pues la ley no es dada para infundir temor al que hace lo bueno, sino al malo. No importa cuánto varíen las leyes de diferentes naciones, todas provienen de la ley de Dios. El principio básico radica en recompensar al bueno y castigar al malo. Cada gobierno tiene sus propias leyes y las hace cumplir, de manera que el bueno sea recompensado y el malo castigado. No llevan en vano la espada. Aunque hay gobiernos que defienden al malo y oprimen al bueno, se ven obligados a torcer la verdad y llamar a lo bueno malo, y a lo malo bueno. En ningún caso pueden decir que defienden a los malhechores ni que castigan a los justos. Hasta el presente, todos los gobiernos sostienen el principio de recompensar al bueno y castigar al malo. Tal principio es irrevocable. Cuando el inicuo (el anticristo) se manifieste, tergiversará todas las autoridades. Ese será el final del mundo. Entonces lo bueno será considerado malo, y lo malo bueno; lo bueno será eliminado, y lo malo prevalecerá.

 

La sumisión a la autoridad en la tierra tiene cuatro características. Pagar lo que debemos: (1) al que impuesto, impuesto, (2) al que pago, pago, (3) al que respeto, respeto y (4) al que honra, honra.

 

El creyente siempre está sujeto a la ley, no por temor al castigo sino por causa de su conciencia delante de Dios. Si él no se somete, su conciencia lo reprenderá. Esta es la razón por la cual debemos someternos a las autoridades superiores. Los hijos de Dios no deben criticar al gobierno gratuitamente. Aun el policía que vigila en la calle es una autoridad establecida por Dios. El es un oficial de Dios que cumple su deber. ¿Cuál debe ser nuestra actitud con respecto a los impuestos y las tarifas? ¿Tomamos el gobierno local como autoridad de Dios? ¿Nos sometemos a él? Si el hombre no se ha encontrado con la autoridad, no podrá someterse. Cuanto más se le pida que se someta, más difícil se le hará. En 2 Pedro 2:10 dice: “Y mayormente a aquellos que andan tras la carne, llevados de los deseos corrompidos, y que desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, injurian sin temblar a las potestades superiores”. Hay muchos que han perdido su poder y su vida espiritual debido a la murmuración. El hombre no debe caer en la anarquía. La manera como Dios juzga a los gobiernos injustos no debe preocuparnos. Por supuesto, debemos orar a Dios para que establezca Su justicia. Por lo tanto, cuando desobedecemos a la autoridad, desobedecemos la autoridad de Dios. Si no somos sumisos, reforzamos el principio del anticristo. Cuando el misterio de la iniquidad se manifieste, ¿lo restringiremos o lo apoyaremos?

 

En la familia

 

Dios estableció Su autoridad en la familia. Muchos hijos de Dios no prestan la suficiente atención a la familia. Sin embargo, especialmente Efesios y Colosenses (las epístolas que presentan la espiritualidad más elevada) no pasan por alto el asunto de la familia. Allí se habla específicamente de la sumisión en la familia. Si descuidamos este asunto, tendremos problemas al servir a Dios. En 1 Timoteo y en Tito se habla de la obra; pero se habla de la familia y de la forma en que ésta afecta la obra. En 1 Pedro se habla del reino, y vemos en esa epístola que rebelarse contra la autoridad en la familia es rebelarse contra el reino. Cuando el hombre se encuentra con la autoridad, sus problemas disminuyen.

 

Dios estableció al esposo como la autoridad delegada de Cristo, y a la esposa como representante de la iglesia. A menos que la esposa vea la autoridad que el esposo representa, es decir, la autoridad que Dios estableció, le será difícil someterse. Ella debe entender que no debe verlo simplemente como su esposo, sino como la autoridad de Dios. En Tito 2:5 se les dice a las mujeres jóvenes que deben estar “sujetas a sus propios maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada”. En 1 Pedro 3:1 dice: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros propios maridos; para que aun si algunos no obedecen la palabra, sean ganados sin la palabra por la conducta de sus esposas”. Y en los versículos 5 y 6 se añade: “Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus propios maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor”.

 

En Efesios 6:1-3 leemos: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. ‘Honra a tu padre y a tu madre’, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”. De los diez mandamientos, sólo éste tiene una recompensa especial. Cuando uno honra a sus padres, es bendecido por Dios y vive muchos años sobre la tierra. Muchas personas mueren jóvenes probablemente por no haber honrado a sus padres. Algunos hermanos se comportan indebidamente para con sus padres, por lo cual se enferman frecuentemente. Solamente cuando les obedezcan, se mejorarán. Colosenses 3:20 dice: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto es grato en el Señor”. Debemos someternos a la autoridad de nuestros padres. Para esto también se requiere que hayamos visto la autoridad de Dios.

 

Los siervos deben obedecer a sus amos de la misma manera que obedecen al Señor, no sirviendo sólo cuando los ven ni engañando con astucia, sino sirviendo con sencillez de corazón, temiendo al Señor. Sea que el amo lo esté mirando o no, el siervo debe servirlo de la misma manera, con honestidad como sirviendo al Señor. En 1 Timoteo 6:1 dice: “Todos los que están bajo yugo como esclavos, tengan a sus propios amos por dignos de todo honor, para que no sea blasfemado el nombre de Dios y nuestra enseñanza”. En Tito 2:9-10 leemos: “Exhorto a los esclavos que se sujeten a sus amos en todo, que sean complacientes, y que no les contradigan; no defraudando, sino mostrando una fidelidad perfecta, para que en todo adornen la enseñanza de Dios nuestro Salvador”. Uno debe primero acatar la autoridad del Señor, y luego otros acatarán la autoridad del Señor en uno. Cuando Pablo y Pedro hablaron de estas cosas, ellos estaban todavía bajo el Imperio Romano, y el tráfico de esclavos era prevaleciente. Si la esclavitud es correcta o no, es otra cosa; pero Dios ordena que los esclavos se sometan a sus amos.

En la iglesia

 

Dios estableció autoridades en la iglesia. Puso ancianos, que presiden, y puso a aquellos que trabajan en la obra y enseñan. Dios ordena que debemos someternos a ellos. Además, los jóvenes deben someterse a los mayores. En 1 Pedro 5:5 dice: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos”. El capítulo cinco habla de ancianos refiriéndose a los que son mayores en edad, mientras que 1 Corintios 16:15 habla de la familia de Estéfanas como “las primicias de Acaya (indicando antigüedad según la secuencia en que fueron salvos); ellos se han dedicado a ministrar a los santos”. Estéfanas era muy humilde, y se dispuso a servir a los santos. En el versículo 16 el apóstol agrega: “Os exhorto a que os sujetéis a tales personas, y a todos los que colaboran y trabajan”.

 

En la iglesia la mujer también debe someterse al hombre. En 1 Corintios 11:3 dice: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”. Dios delegó al hombre Su autoridad, como un tipo de Cristo, e indicó que la mujer se le debe sujetar, como tipo de la iglesia. Por esta razón, la mujer debe tener sobre la cabeza una señal de sujeción a la autoridad por causa de los ángeles. Además, la mujer debe someterse a su marido. Leemos en 1 Corintios 14:34: “Las mujeres callen en las iglesias; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice”. Si hay algo que quieran aprender, deben preguntar a sus esposos en la casa. Algunas hermanas pueden preguntar: “¿Qué hago si mi esposo no tiene la respuesta?” Si Dios le dice que le pregunte a él, pues pregúntele; si la esposa persiste en preguntar, el esposo tendrá la respuesta tarde o temprano. Puesto que la esposa le pregunta, él tendrá que buscar la respuesta para poderle responder. De esta manera la esposa se ayuda a sí misma y ayuda a su esposo. En 1 Timoteo 2:11 también dice que las mujeres deben aprender “en silencio, con toda sujeción”. No se permite que la mujer ejerza autoridad sobre el hombre, porque Adán fue formado primero, y después Eva (vs. 12-13).

 

Los hijos de Dios deben ceñirse de humildad y someterse los unos a los otros. Sin embargo, algunos exhiben con arrogancia su posición y autoridad, pero eso es vil y vergonzoso.

 

Dios no sólo estableció Su autoridad delegada en el universo físico, sino que también la estableció en el mundo espiritual. Leemos en 2 Pedro 2:10-11: “Y mayormente a aquellos que andan tras la carne, llevados de los deseos corrompidos, y que desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, injurian sin temblar a las potestades superiores, mientras que los ángeles, que son mayores en fuerza y en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor”. Aquí vemos un asunto muy importante. En el mundo espiritual hay señoríos y potestades superiores, y Dios inclusive sujetó los ángeles a ellas. Aunque algunas de estas potestades se rebelaron, los ángeles no se atreven a proferir juicio contra ellas, porque ellas fueron antes autoridades sobre ellos. Hoy, a pesar que estas potestades han caído, los ángeles sólo reconocen que antes eran autoridades, por lo cual no se sobrepasan emitiendo ningún juicio. Si ellos se sobrepasan, se hallarán en rebelión. Judas 9 dice: “Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda”. Anteriormente Dios había establecido a Satanás como cabeza de los arcángeles. Así que, Miguel siendo uno de éstos estuvo alguna vez bajo la autoridad de Satanás. Un día Moisés resucitaría; tal vez se refería al día de la transfiguración del Señor Jesús. Miguel obedeció a la orden de Dios de buscar el cuerpo de Moisés, pero Satanás se lo impedía. Miguel pudo haber enfrentado al espíritu rebelde con una actitud rebelde; también pudo haber reprendido a Satanás de una manera osada, pero Miguel no se atrevió a esto, y se limitó a decirle: “El Señor te reprenda”. (Esto no se aplica a los seres humanos. Dios jamás sujetó los seres humanos a Satanás. Puesto que caímos bajo su poder, nunca fuimos puestos bajo su autoridad.) El mismo principio se ve en David. Desde el momento en que estuvo bajo Saúl, la autoridad delegada de Dios, nunca se atrevió a pasarla por alto. ¡Cuán respetada es la autoridad delegada en el campo espiritual! Nadie puede rebelarse contra ella; quien lo hace, pierde su poder espiritual.

 

Una vez que uno toca la autoridad, puede ver la autoridad de Dios a dondequiera que vaya. La primera pregunta que uno se debe hacer es a quién debe someterse y a quién debe obedecer. El creyente debe tener dos clases de sentimientos: uno que le muestre cuando pecó, y el otro que le indique lo que es la autoridad. Cuando dos hermanos deliberan con puntos de vista diferentes, ambos pueden hablar, pero cuando llegue el momento de decidir, sólo uno de ellos deberá hacerlo. Hechos 15 describe una conferencia grande en la cual todos, tanto viejos como jóvenes podían participar; todos los hermanos podían hablar. Entre ellos, Pedro y Pablo hablaron. Finalmente Jacobo tomó la decisión. Tanto Pedro como Pablo expusieron los hechos, pero Jacobo tomó la decisión. Aun entre los ancianos y los apóstoles existe un orden de autoridad. Pablo dijo que él era el más pequeño de todos los apóstoles (1 Co. 15:9). Existe aun una diferencia entre apóstoles grandes y apóstoles pequeños. No es simplemente que alguien nos gobierne, sino que debemos conocer la posición que nos corresponde. Este relato es un testimonio muy hermoso y un cuadro maravilloso; hace temblar a Satanás y pone fin a su reino. Cuando tomemos el camino de la sumisión, Dios juzgará al mundo.

 

DEBEMOS TENER CONFIANZA

AL SOMETERNOS A LA AUTORIDAD DELEGADA

 

¡Cuán grande es el riesgo que Dios corre cuando establece autoridades que lo representen! ¡Cuánto sufre El cuando sus autoridades delegadas lo representan de una manera equivocada! Sin embargo, Dios confía en la autoridad que El estableció. Por eso, es más fácil para nosotros tener confianza en dichas autoridades que para Dios. Debido a que El delega Su autoridad confiadamente en el hombre, ¿no deberíamos someternos a ellas con la misma confianza? Debemos someternos a la autoridad con la misma confianza con que Dios la establece. Si hay algún error, no será nuestro, sino de la autoridad. El Señor nos dice que toda persona debe someterse a las autoridades superiores (Ro. 13:1). Si Dios confía en el hombre, nosotros también debemos hacerlo. Esto es más difícil para Dios que para nosotros. Si El ha confiado Su autoridad, cuánto más nosotros debemos someternos confiadamente.

 

Lucas 9:48 dice: “Cualquiera que reciba este niño a causa de Mi nombre, a Mí me recibe; y cualquiera que me recibe a Mí, recibe al que me envió”. El Señor no tiene ningún problema en representar al Padre, porque el Padre se lo confió todo a El. Cuando nosotros creemos en el Señor, creemos en el Padre. Más aún, hasta un niño puede representar al Señor. En Lucas 10:16 el Señor envió a Sus discípulos a propagar Su ministerio y les dijo: “El que a vosotros oye, a Mí me oye; y el que a vosotros desecha, a Mí me desecha”. Todas las palabras, decisiones y opiniones de los discípulos representaban al Señor. El confiaba plenamente en los discípulos cuando delegó toda autoridad. Todo lo que ellos dijeran en Su nombre, El lo respaldaría. Por eso, rechazar a los discípulos era rechazar al Señor. El Señor pudo confiarles Su autoridad con mucha paz. El no les recomendó que tuvieran mucho cuidado con lo que dijeran ni que no fueran a cometer ningún error cuando hablaran. El Señor no estaba preocupado por lo que pudiera pasar si ellos se equivocaban; pues el Señor tenía la fe y el valor de entregar confiadamente Su autoridad a los discípulos.

 

Pero los judíos no tenían la misma actitud, pues dudaban y decían: “¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo podemos saber que lo que dices es cierto? Necesitamos analizarlo más”. Ellos no se atrevieron a creer, pues tenían mucho temor. Supongamos que un ejecutivo de una empresa envía a un empleado a hacer una diligencia y le dice: “Haga lo mejor que pueda; y en todo lo que haga, yo lo respaldaré. Cuando lo escuchen a usted, me estarán escuchando a mí”. Si yo fuera el empresario, tal vez requeriría que se me enviara un informe diario de actividades por temor de encontrar algún error. Pero Dios puede confiar en nosotros como representantes Suyos. ¡Cuán grande es esta confianza! Si el Señor confía tanto en la autoridad que delega, cuánto más debemos hacerlo nosotros.

 

Algunos podrían decir: “¿Qué sucederá si la autoridad se equivoca?” Si Dios se atreve a confiar en aquellos que estableció como autoridades, también nosotros debemos atrevernos a someternos a ellos. Si las autoridades cometen errores o no, eso no es de nuestra incumbencia. En otras palabras, si la autoridad delegada está correcta o equivocada, ése será un problema que la autoridad deberá resolver directamente delante del Señor. Quienes se someten a la autoridad, deben hacerlo de una manera incondicional. Aun si cometen un error en honor a la obediencia, el Señor no les contará eso como pecado, sino que la autoridad delegada será responsable por ello. Por consiguiente, desobedecer es rebelarnos; y el que se somete debe ser responsable delante de Dios. La cuestión no es someternos al hombre; pues si nos sometemos a una persona solamente, perdemos el significado de la autoridad. Más aún, debido a que Dios ya estableció Sus autoridades delegadas, El debe mantenerlas. Si ellas están en lo correcto o no, es problema de ellas, y si yo estoy en lo correcto o no es problema mío. Cada uno es responsable de sus propios actos delante del Señor.

RECHAZAR A LA AUTORIDAD DELEGADA

ES RECHAZAR A DIOS

 

La parábola narrada en Lucas 20:9-16 trata de la autoridad delegada. Dios rentó una viña a unos trabajadores, pero El no vino personalmente a cobrar el beneficio. La primera, la segunda y la tercera vez mandó a Sus siervos; la cuarta vez envió a Su propio Hijo. Todos ellos eran Sus representantes. A los ojos de Dios, aquellos que rechazaron a Sus siervos lo estaban rechazando a El. Ellos no escucharon la palabra de Dios; rechazaron las palabras de Su autoridad delegada. Debemos someternos a la autoridad de Dios y también a Sus embajadores. En Hechos 9:4-15 vemos la autoridad directa de Dios y Su autoridad delegada, lo cual también podemos ver tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Una persona puede pensar que si Dios delega Su autoridad a un hombre, ella debe someterse a ese hombre. Pero si uno se ha encontrado con la autoridad, sabrá que debe someterse a la autoridad delegada. Uno no necesita humildad para someterse a la autoridad directa de Dios, pero sí necesitará humildad y quebrantamiento para someterse a la autoridad delegada. Solamente al dejar a un lado la carne por completo, puede uno reconocer la autoridad delegada y obedecerle. Debemos ver claramente que cuando Dios viene en persona, no viene a reclamar el fruto de Su viña, sino a juzgar.

 

El Señor le mostró a Pablo que cuando él resistía al Señor, en realidad estaba dando coces contra el aguijón (Hch. 26:14). Cuando Pablo vio la luz, también vio la autoridad, y por eso dijo: “¿Qué haré, Señor?” (22:10). Pablo se puso directamente bajo la autoridad de Dios, pero Dios le mandó a que se sometiera a Su autoridad delegada. Le dijo: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (9:6). De ahí en adelante, Pablo conoció la autoridad. No dijo: “Es muy especial que yo me encuentre con el Señor mismo, así que le voy a pedir a El que me diga lo que debo hacer”. En ese momento Dios puso a Pablo bajo una autoridad delegada. El Señor no estaba satisfecho con hablarle directamente a Pablo. Desde el momento en que creímos en el Señor, hasta ahora, ¿a cuántas autoridades delegadas nos hemos sometido? ¿cuántas veces nos hemos sometido a ellas? Antes de hacer esto no teníamos la luz, pero ahora debemos examinar seriamente lo que es la autoridad delegada por Dios. Hemos estado hablando de la sumisión por cinco o diez años, pero ¿cuánto nos hemos sometido a las autoridades delegadas? Lo que a Dios le interesa no es Su autoridad directa, sino las autoridades indirectas que El estableció. Quienes no se someten a las autoridades indirectas de Dios tampoco se pueden someter a Su autoridad directa.

 

Para entender este asunto claramente, hemos diferenciado la autoridad directa de la indirecta. Pero en realidad, a los ojos de Dios existe una sola autoridad. No podemos menospreciar la autoridad ni en la familia ni en la iglesia. No podemos menospreciar ninguna autoridad delegada. Aunque Pablo estaba ciego, era como si estuviera esperando a Ananías con los ojos abiertos. Cuando escuchó a Ananías, fue como si estuviera escuchando al Señor. Y cuando lo vio, fue como si viera al Señor. La autoridad delegada tiene implicaciones serias; si la ofendemos, estaremos en problemas con Dios. Es imposible rechazar la luz que proviene de una autoridad delegada y, al mismo tiempo, esperar recibir la luz que proviene del Señor; porque rechazar la autoridad delegada es rechazar a Dios mismo. Sólo los necios querrán que la autoridad delegada se equivoque. Aquellos que desaprueban las autoridades delegadas también desaprueban a Dios. A la naturaleza rebelde del hombre le gusta someterse a la autoridad directa de Dios, pero rechaza la autoridad que El delega.

DIOS HONRA LA AUTORIDAD QUE DELEGA

 

En Números 30 se habla del voto de una mujer. Cuando una mujer joven que moraba en la casa de su padre hacía un voto, el padre debía aprobarlo para que éste tuviera validez. Si el padre no lo aprobaba, el voto no sería válido. Cuando se trataba de una mujer casada, si el esposo no objetaba, el voto valía, pero si no lo aprobaba, el voto era anulado (vs. 3-8). Cuando la autoridad delegada aprueba algo, la autoridad directa lo cumple, pero si la autoridad delegada lo desaprueba, la autoridad directa también lo desaprobará. Dios se complace en tener autoridades delegadas y honra dichas autoridades. Cuando la mujer está bajo la autoridad del esposo, Dios no aprobará su voto si el esposo lo desaprueba. Dios sólo desea que ella se someta a la autoridad. Pero si la autoridad delegada está equivocada, Dios disciplinará a la persona que tiene dicha autoridad y esa persona llevará sobre sí la iniquidad de su esposa, y la esposa sumisa será inocente (v. 15). Dicho capítulo nos dice que el hombre no puede pasar por alto la autoridad delegada para someterse a la autoridad directa. Debido a que Dios delegó Su autoridad, ni siquiera El mismo la pasará por alto, aunque se vea limitado por ella. Dios aprueba lo que la autoridad delegada aprueba, y anula lo que la autoridad delegada anula. El desea apoyar la autoridad que delegó. Por lo tanto, tenemos una sola alternativa con respecto a la autoridad delegada: la sumisión.

 

A lo largo del Nuevo Testamento se respalda la autoridad delegada. Solamente en Hechos 5:29, cuando el sanedrín se opuso a Pedro y le prohibió predicar en el nombre del Señor, Pedro respondió: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. Solamente cuando la autoridad delegada se opone a los mandamientos de Dios y ofende la persona misma del Señor, podemos rechazarla. Por consiguiente, este pasaje sólo puede usarse en tal caso. Debemos someternos a la autoridad delegada en todas las demás circunstancias. No podemos descuidar este asunto, pues sabemos que jamás podremos someternos siendo rebeldes.

CAPITULO OCHO

LA AUTORIDAD QUE HAY EN EL CUERPO

Lectura bíblica: 1 Co. 12:12-21; Mt. 18:15-18

EN EL CUERPO SE EXPRESA

LA AUTORIDAD MAS ELEVADA

 

La expresión más elevada de la autoridad de Dios se halla en el Cuerpo de Cristo, el cual es la iglesia. A pesar de que Dios estableció sistemas de autoridad en el mundo, ninguna de las relaciones ya sean con el gobierno o entre padre e hijo, esposo y esposa, amo y siervo, pueden manifestar perfectamente la autoridad. Aunque Dios estableció muchas autoridades en la tierra, son solamente sistemas de autoridad, y el hombre puede obedecerlos externamente sin someterse a ellos de corazón. Por ejemplo, si el gobierno establece una ley, las personas pueden obedecerla de corazón o superficialmente. No se puede determinar con certeza la clase de obediencia de una persona. De la misma manera, tampoco se puede saber si la sumisión de un hijo a sus padres es de corazón o es superficial. Por lo tanto, la sumisión a la autoridad no puede ser tipificada por la sumisión de un hijo a sus padres ni la de un siervo a su amo y mucho menos por la del pueblo al gobierno. Sin sumisión, la autoridad de Dios no puede ser establecida. Tampoco una sumisión externa puede establecerla. Además, existen muchas clases de sumisión que se basan en las diferentes clases de relaciones humanas; por ejemplo: padre e hijo o amo y siervo. Pero el amo y el siervo pueden estar distanciados, y lo mismo puede suceder con el padre y el hijo; por eso no podemos ver una sumisión absoluta ni perfecta en estas relaciones.

 

Solamente Cristo y la iglesia tienen la expresión más elevada de autoridad y sumisión. Dios no estableció la iglesia para que fuera una organización, sino para que sea el Cuerpo de Cristo. Pensamos que la iglesia es la reunión de creyentes que comparten la misma fe, o que ella existe cuando nos reunimos con amor. Pero Dios tiene otra perspectiva. La iglesia no es solamente un grupo de personas que se reúnen por una fe común a sus miembros ni por tener el mismo amor; sino que también es el Cuerpo de Cristo. La iglesia es el Cuerpo de Cristo, y Cristo es la Cabeza de la iglesia. El padre y el hijo, el amo y el siervo e inclusive el esposo y la esposa, pueden estar separados, pero el Cuerpo y la cabeza jamás pueden separarse. Ellos están unidos para siempre como una sola unidad. De la misma manera, Cristo y la iglesia nunca pueden estar separados el uno del otro. Cristo y la iglesia disfrutan de una sumisión y autoridad absolutas, las cuales están muy por encima de todas las demás autoridades y sumisiones. Aunque los padres amen a sus hijos, cometen errores y usan mal su autoridad. De la misma manera, un gobierno puede decretar preceptos equivocados, y la autoridad de un amo puede estar errada. En el mundo no solamente la sumisión es imperfecta sino también la autoridad. Por tal razón, Dios tiene que establecer una autoridad y una sumisión perfectas, las cuales se encuentran en Cristo y la iglesia, es decir, la Cabeza y el Cuerpo. Algunos padres les hacen daño a sus hijos; algunos esposos a sus esposas; algunos amos a sus siervos, y algunos gobernantes a sus ciudadanos. Pero jamás la cabeza querrá hacerle daño a su propio cuerpo. Por lo tanto, la autoridad de la cabeza nunca estará equivocada y es perfecta. Observe que la sumisión del cuerpo a la cabeza también es perfecta. Tan pronto como la cabeza tiene un deseo, el dedo se mueve. No se necesitan palabras ni usar la fuerza, y todo es armonioso. La voluntad de Dios es que nos sometamos perfectamente. Dios ha de conducirnos a una sumisión similar a la del cuerpo cuando se somete a la cabeza. Solamente entonces, Dios estará satisfecho. Esta sumisión no puede ser representada por el esposo y la esposa, ni en las demás relaciones humanas. La autoridad es de Dios, y también la sumisión. La autoridad y la sumisión son una misma cosa; no es como en el mundo donde la autoridad y la sumisión son dos cosas diferentes. No es necesario que la cabeza haga un gran esfuerzo al dar una orden para que el Cuerpo responda; tan pronto como viene el pensamiento, el Cuerpo actúa. Existe una perfecta armonía en esto. Si nos sometemos de la misma manera que un hijo se somete a su padre o como una esposa se somete a su esposo, Dios no estará satisfecho. Dios desea que nuestra sumisión sea como la del cuerpo a la cabeza. No es una sumisión forzada, como ocurre en las naciones, sino como la del cuerpo a la cabeza. Tan pronto la cabeza tiene una pequeña intención, espontáneamente surge una sumisión armoniosa.

 

Si uno se somete a Dios continuamente, se dará cuenta de que las órdenes y la voluntad de Dios son completamente diferentes a lo que uno pensaba. Sus órdenes son palabras que salen de Su boca, y Su voluntad es una idea que brota de Su corazón. Una orden debe darse audiblemente, pero la voluntad no lo necesita. El Señor Jesús era sumiso no solamente a las palabras de Dios, sino también a Su voluntad. Cada vez que Dios deseaba algo, el Señor respondía y lo hacía de inmediato. Dios debe forjar en Cristo y la iglesia una relación como la de Cristo y el Padre. Debe trabajar en nosotros hasta que nos sometamos a Cristo de la misma manera como Cristo se somete a El. Al comienzo de Su obra, Dios fue la cabeza de Cristo, y después hizo que Cristo fuera la Cabeza de la iglesia. El tiene que trabajar en nosotros para que tengamos una sumisión igual a la de Cristo, sin necesidad de la disciplina del Espíritu Santo. Tan pronto como El tenga un deseo, nosotros debemos obedecer inmediatamente. Más adelante en la obra de Dios, El hará que los reinos de la tierra sean el reino del Señor y de su Cristo. La primera parte ya se cumplió, y la tercera parte no se ha cumplido todavía. Nosotros nos encontramos en la mitad de la obra. Si la segunda parte de esta obra no se completa, la tercera no comenzará. ¿Estamos aquí para someternos y para darle a Dios una vía libre, o estamos aquí para desobedecerle y limitarlo? Dios no ha obtenido una autoridad en el universo. Pero Su autoridad tiene un éxito completo en la iglesia, ya que en ella no hay rebelión. La iglesia es la segunda parte de su obra, lo cual es el punto crucial. Por esta razón, Dios reserva Su mayor gloria para nosotros. Si no hemos visto lo que es la autoridad, no podremos avanzar. Si este asunto no ha sido resuelto en nosotros, tampoco lo estará en los demás. Nosotros tenemos la responsabilidad de expresar la autoridad de Dios.

 

LA SUMISION DEL CUERPO A LA CABEZA

ES ESPONTANEA Y ARMONIOSA

 

Dios dispuso todas las cosas. El Cuerpo y la Cabeza tienen la misma vida y la misma naturaleza, por lo cual, la sumisión es espontánea y no ser sumiso es un concepto extraño. Por ejemplo, si la mano se levanta según el deseo de la cabeza, eso no tiene nada de raro; pero si la mano no se mueve, será muy extraño; posiblemente la mano esté enferma. El Espíritu de vida que Dios nos dio es el mismo que está en el Señor. También la vida y la naturaleza que nos dio son las mismas que tiene el Señor. Por eso, no existe posibilidad alguna de que haya desorden o desobediencia. Algunos de los movimientos de nuestro Cuerpo son conscientes, mientras que otros son inconscientes. La unidad entre la cabeza y el cuerpo no depende solamente de una sumisión consciente sino de la sumisión inconsciente. Como sucede con la respiración. Uno puede respirar profundamente haciéndolo adrede, o puede respirar espontáneamente sin darse cuenta. O como el corazón que palpita inconscientemente. No necesita que le demos una orden para que lo haga. Esto es sumisión en vida. Para que el cuerpo se someta a la cabeza, no es preciso que haya ruido ni imposición ni fricción. Todo se da en armonía. No es suficiente que alguien se someta a las órdenes. En éstas se expresa la voluntad, la cual a su vez contiene la ley de vida. Solamente cuando uno se somete a la ley de vida, puede tener una sumisión perfecta. Si la sumisión no es igual a la del cuerpo cuando se somete a la cabeza, no se puede hablar de sumisión verdadera, ya que habrá en ella un elemento de renuencia.

 

El Señor nos puso en Su Cuerpo, donde la unión y la sumisión son perfectas. Es maravilloso que la mente del Espíritu Santo pueda expresarse por los miembros del Cuerpo. No existe posibilidad alguna de separar a dos miembros y hacerlos unidades completas en sí mismas. Existe una armonía espontánea entre los miembros que va más allá de las palabras humanas y de explicaciones acerca de la sumisión a la autoridad; es la sumisión más perfecta que se pueda tener, así que, no es necesario pensar intencionalmente en ella. Por esta misma razón, no podemos ser miembros enfermos, ni miembros que hacen ruido o causan fricción. Estamos bajo la autoridad de Dios, y debemos tener una sumisión espontánea. La iglesia no es sólo el lugar donde tienen comunión los hermanos y hermanas, sino también el lugar donde debe manifestarse la autoridad.

RECHAZAR LA AUTORIDAD DE LOS MIEMBROS

ES RECHAZAR LA CABEZA

 

La autoridad que hay en el Cuerpo algunas veces se manifiesta indirectamente. El cuerpo no sólo se somete a la cabeza, sino que también los miembros se someten unos a otros y se ayudan mutuamente. Las manos no tienen contacto directo; así que la cabeza mueve la mano derecha y también mueve la izquierda. La mano izquierda no controla a la derecha, ni la derecha a la izquierda. La mano tampoco ordena a los ojos que vean; sólo se lo informa a la cabeza, y ésta les ordena a los ojos que vean. No importa cuán lejos puedan estar los miembros de la cabeza, la relación con ella es la misma, y todo lo que hacen depende de la cabeza. Si mis ojos ven, mis manos trabajan y mis pies andan, entonces yo puedo ver, trabajar y movilizarme. Así que, muchas veces la decisión de los miembros es la decisión de la cabeza. La autoridad de los miembros es la autoridad de la cabeza. La mano no puede ver; por lo tanto, necesita la decisión de los ojos. No tiene sentido que la mano le pida a la cabeza que vea ni que le ayude a ver. Esto es imposible, pero muchas veces ése es el problema de los hijos de Dios. En consecuencia, debemos tomar a los demás miembros como autoridades delegadas por la Cabeza. La mano tiene su función; el pie la suya, y los ojos la suya. Por lo cual debemos aceptar la función de otros como nuestra. No podemos rechazar la función de los demás miembros. Si el pie rechaza a la mano, está rechazando a la cabeza. Si nosotros aceptamos la autoridad de los miembros, estaremos aceptando la autoridad de la Cabeza. Cada miembro es mi autoridad dentro de la comunión. Aunque la función de la mano es muy importante, debe aceptar la función de los pies cuando tenga que trasladarse a otro lugar. La mano no puede detectar el color, por lo cual necesita la autoridad de los ojos. La función de los miembros es su autoridad.

LA AUTORIDAD EQUIVALE

A LAS RIQUEZAS DE CRISTO

 

Es imposible que un miembro sea todo el Cuerpo. Por esta razón, cada uno de nosotros debe mantenerse en su posición como miembro, recibiendo la función de los demás miembros. Cuando otros ven y escuchan, yo puedo ver y escuchar. Recibir la función de los miembros es recibir las riquezas de la Cabeza. No hay ningún miembro que sea independiente. Yo no soy más que un miembro. Un miembro no puede hacer la labor de todo el Cuerpo. Lo que los demás miembros hacen es lo que el Cuerpo hace. En la actualidad, los ojos vieron algo, pero la mano dice que no ha visto nada y espera hasta que vea algo. El hombre desea tenerlo todo y hacerlo todo; no quiere recibir la provisión de los demás miembros. Esto lo empobrece y lleva la iglesia a una condición de pobreza. Cuando los ojos son iluminados, todo el cuerpo recibe luz. Cuando los oídos oyen, todo el Cuerpo oye.

 

Siempre pensamos que el propósito de la autoridad es reprimirnos, castigarnos y avergonzarnos. Estamos muy equivocados, porque Dios no piensa así. El usa Su autoridad para suplir lo que nos falta. Dios estableció Su autoridad para impartir Sus riquezas y para suplir lo que les falta a los débiles. Dios no puede esperar hasta que alcancemos cierta etapa o hasta que hayan pasado años a fin de mostrarnos algo. Si ése fuera el caso, deberíamos pasar por innumerables días oscuros y dolorosos. Esto sería como cuando un ciego guía a otro ciego. ¡Cuánta pérdida sufriría Dios! Esta es la razón por la cual Dios primero trabaja en las personas a quienes va a usar, a fin de que cuando nos las dé como autoridad para que nos ayuden a aprender a ser sumisos, podamos recibir lo que de otra manera jamás podríamos recibir. Sus riquezas serán nuestras riquezas. Si pasamos por alto esto, tendremos que pasar por muchos años sin recibir lo que ellos ya aprendieron.

 

La gracia de Dios para con nosotros es múltiple. Por un lado, viene a nosotros directamente, lo cual sucede esporádicamente. Por otro lado, Dios nos da Sus riquezas de una manera indirecta. En la iglesia Dios ha establecido hermanos y hermanas para que sean autoridades sobre nosotros. Por medio de su discernimiento, que viene a ser nuestro, podemos recibir las riquezas de Cristo sin tener que pasar por los sufrimientos que ellos pasaron. En la iglesia hay mucha gracia para todos y no para uno solo. Cada estrella tiene su propia gloria. Por lo tanto, la autoridad viene a ser las riquezas de la iglesia. Las riquezas de un individuo son para muchos. Rebelarse es tomar el camino de la pobreza, y rechazar la autoridad es rechazar el canal por el cual se reciben la gracia y las riquezas.

 

 

 

LAS FUNCIONES DELEGADAS

SON LA AUTORIDAD DELEGADA

 

Nadie se atreve a decir que no se va a someter a la autoridad del Señor. Pero también debemos someternos a la autoridad coordinada de los miembros y darnos cuenta de que todos los miembros están unidos, y si no queremos recibir ayuda de los miembros, estaremos en rebelión. Algunas veces el Señor abastece a un miembro directamente, y otras veces El usa a un miembro para abastecer a otro. Cuando la cabeza les dice a los ojos que vean, todo el cuerpo ve lo que los ojos perciben, porque cuando los ojos ven, todo el cuerpo ve. La función que le toca a cada miembro, que es la autoridad que se le delega, también es la autoridad de la Cabeza. Si hay algunos miembros que piensan que pueden ver por su propia cuenta, estarán en rebelión. No podemos ser tan necios como para pensar que somos omnipotentes.

 

No olvidemos que somos simplemente miembros y, por ende, necesitamos recibir la función de los demás miembros. Cuando nos sometemos a la autoridad de la función de la vista, no habrá ninguna barrera entre nosotros y la Cabeza, porque el suministro se halla en la autoridad. Quien tenga el don, tiene el ministerio; y quien tenga el ministerio tiene la autoridad. Nadie más puede ver excepto los ojos. Si queremos ver, debemos someternos a la autoridad de los ojos y recibir su provisión. El ministerio delegado por Dios es Su misma autoridad; por lo tanto, nadie debe rechazarlo. Todos aceptan la autoridad directa de Dios, pero Dios desea que nos sometamos a las autoridades indirectas, es decir, a las autoridades delegadas, de tal manera que podamos recibir el suministro espiritual.

LA SUMISION EN VIDA ES FACIL

 

Para los incrédulos y los israelitas, la sumisión es difícil, debido a que ellos no están relacionados en vida con los demás incrédulos ni los israelitas lo están entre ellos. Pero nosotros estamos relacionados en vida. Por lo tanto, no es difícil someternos, porque internamente todos somos uno, y somos partícipes de la misma vida y del mismo Espíritu Santo, quien dirige todas las cosas. La sumisión mutua nos lleva a un estado de gozo y de descanso. Si tomamos todas las cargas sobre nuestros hombros, nos agotaremos. Pero si las distribuimos entre todos los miembros, la tarea será liviana. Si estamos dispuestos a dejarnos restringir por el Señor, hallaremos verdadero reposo. Por lo tanto, someternos a la autoridad de los miembros es un gran descanso. De lo contrario, ocuparemos la posición de otros, y esto nos pondrá bajo mucha presión. Para nosotros la sumisión es espontánea, y la desobediencia es forzosa. ¿Por qué tenemos que devorarnos unos a otros? ¿Por qué tenemos que criticarnos los unos a los otros? Estas cosas deben ser extrañas para nosotros.

 

El Señor nos ha enseñado no sólo que seamos sumisos en la familia y en la sociedad, sino también en el Cuerpo, la iglesia. Si aprendemos a someternos en el Cuerpo, aprenderemos a someternos en todo lo demás. Es aquí donde debemos comenzar. Por lo tanto, la iglesia es el lugar de la prueba. Si no aprendemos aquí, no tendremos éxito en ningún otro lugar. Si aprendemos bien la lección en la iglesia, nuestro problema con el reino, con el mundo y con el universo entero quedará resuelto.

 

Anteriormente la autoridad y la sumisión para muchos de nosotros había sido algo objetivo o teórico. Tratamos de aplicar una sumisión objetiva a un Cuerpo subjetivo. Pero ahora la autoridad ha llegado a ser un asunto de vida. En otras palabras, se ha hecho subjetiva y personal. En el Cuerpo de Cristo la autoridad y la sumisión están juntas en un sólo Cuerpo, y ambas han llegado a ser aplicables, vivientes y unidas. Esta es la expresión más elevada de la autoridad de Dios. La autoridad y la sumisión se encuentran en un solo Cuerpo y allí llegan a la cumbre. Dejémonos perfeccionar aquí. De lo contrario, no podremos seguir adelante. La autoridad se encuentra en el Cuerpo. La Cabeza, la fuente de la autoridad, está en la iglesia. Los miembros que funcionan según su medida y que disfrutan del suministro mutuo de quienes representan la autoridad y de quienes se someten a ella, también están en la iglesia. Si no nos encontramos con la autoridad aquí, no habrá esperanza para nosotros en ningún otro lugar.

 

 

CAPITULO NUEVE

LA MANIFESTACION DE LA REBELION

(1)

Lectura bíblica: 2 P. 2:10-12; Ef. 5:6; Jud. 8-10; Mt. 12:34; Ro. 9:11-24

 

¿Dónde se manifiesta la rebelión del hombre en la práctica? Primero, se expresa en las palabras; en segundo lugar, se percibe en los razonamientos; y en tercer lugar, se deja ver en los pensamientos. A fin de ser librados de la rebelión, debemos confrontar estas tres cosas. De lo contrario, no podremos eliminarla por completo.

LAS PALABRAS

Las palabras salen del corazón

 

Si uno es rebelde, sus palabras con seguridad dejarán en evidencia la rebelión que hay en uno. Tarde o temprano las palabras de rebeldía saldrán, porque de la abundancia del corazón habla la boca. A fin de conocer la autoridad, se debe tener primero un encuentro con la autoridad. Si uno no ha tenido un encuentro con la autoridad, no podrá someterse. Uno debe, en alguna ocasión, tener un encuentro con Dios para que la base de Su autoridad pueda establecerse en uno. Cuando uno hable, sabrá si profiere una palabra de desobediencia. Inclusive, antes de decir la palabra, el pensamiento que manifiesta la voluntad, le hará sentir incómodo. Uno percibirá que se pasó de la raya y sentirá una restricción interna. Si uno profiere palabras rebeldes descuidadamente y sin ninguna restricción interna, tendrá la evidencia de que no ha tenido un encuentro con la autoridad. Es más fácil hablar en rebelión que actuar en rebelión.

 

La lengua es lo más difícil de domar. Por lo tanto, cuando un individuo se rebela contra la autoridad, su lengua lo pondrá de manifiesto de inmediato. Tal vez alguien esté de acuerdo con uno, pero cuando uno le da la espalda, la murmuración se manifiesta. Puede que no digan nada delante de uno, pero esa persona estará llena de palabras cuando uno no esté presente. Esto se debe a que la boca es muy accesible. Todas las personas del mundo hoy día son rebeldes. Muchas personas asienten verbalmente y se someten externamente. Pero en la iglesia no debe haber una sumisión externa; toda sumisión debe ser de corazón. Para determinar si alguien es sumiso de corazón o no, basta con examinar si es sumiso en las palabras. Dios requiere que nos sometamos de corazón. Debemos tener un encuentro con la autoridad de Dios, pues de lo contrario, el problema se manifestará tarde o temprano.

Eva sin prestar atención

añadió algo a la Palabra de Dios

 

Cuando Eva fue tentada en Génesis 3, añadió una pequeña frase: “Ni le tocaréis” (v. 3). Debemos darnos cuenta de la seriedad de este asunto. Si conocemos la autoridad de Dios, no nos atreveremos a añadirle nada a la Palabra de Dios. Esta es suficientemente clara. “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás” (2:16-17). Dios no dijo: “Ni le tocarás”. Estas palabras fueron añadidas por Eva. Cualquier persona que le añada o le quite a la Palabra de Dios, demuestra que no ha tenido un encuentro con la autoridad. Esa persona es rebelde e ignorante. Si un gobierno envía a alguien como su embajador para que hable en cierto lugar, esa persona debe recordar con precisión las palabras que debe decir; no debe añadir nada. Aunque Eva veía a Dios todos los días, ella no había tenido un encuentro con la autoridad. Ella habló descuidadamente, pensando que estaba bien decir unas cuantas palabras de más. Si un siervo que sirve a un amo mortal no se atreve a añadir nada a las palabras de su señor, ¿cuánto mayor cuidado deberá tener un siervo de Dios? Si un hombre habla descuidadamente, se verá que es rebelde.

Cam expone el fracaso de su padre

 

Examinemos el comportamiento de Cam, el hijo de Noé. Cuando él vio la desnudez de su padre, fue a decírselo a Sem y a Jafet (9:20-22). Una persona que no es sumisa de corazón, se complace en ver el fracaso de la autoridad. Cam encontró la oportunidad para sacar a flote los errores de su padre. Esto comprueba que él no se sometía de corazón a la autoridad de su padre. Posteriormente, tuvo que someterse por la fuerza. Cuando él vio el error de su padre, lo comunicó a sus hermanos. Muchos critican a otros y se deleitan en hablar mal de otros, debido a la falta de amor (1 Co. 13:4-5). Pero en el caso de Cam no había falta de amor, sino falta de sumisión. Aquello fue una manifestación de su rebelión.

 

María y Aarón murmuran contra Moisés

 

En Números 12 María y Aarón hablaron contra Moisés. Ellos mezclaron los asuntos familiares con la obra de Dios. Sólo Moisés había sido llamado por Dios; mientras que María y Aarón eran solamente sus ayudantes. Eso fue decisión de Dios. La desobediencia de ellos se manifestó por medio de sus palabras. Si llegamos a conocer la autoridad, muchas bocas se cerrarán, y muchos problemas se evitarán. Una vez que tenemos un encuentro con la autoridad, muchos problemas naturales llegan a su fin. Las palabras de María no parecían sobrepasarse. Lo único que ella dijo fue: “¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?” (v. 2). Pero ante Dios esto fue una murmuración (v. 8). Tal vez ellos no dijeron muchas palabras. Quizá sólo una décima parte de lo que pensaban salió a la luz, el noventa por ciento seguía escondido. Tan pronto se manifiesta un espíritu rebelde en el hombre, Dios lo detecta a pesar de lo delicadas que sean las palabras proferidas. La rebelión se manifiesta en las palabras. Una palabra rebelde deja en evidencia la rebelión, no importa cuán fuerte ni cuán débil sea lo dicho.

El séquito de Coré ataca a Moisés

 

En Números 16, cuando el séquito de Coré y los 250 líderes se rebelaron, vemos que su rebelión se manifestó con palabras; ellos expresaron verbalmente todo lo que había en sus corazones, pues irrumpieron con una reprensión pública. Aunque María había murmurado, lo hizo de una manera reservada; por lo cual todavía era posible que fuera restaurada. Pero el séquito de Coré no tuvo ninguna restricción. Ellos manifestaron abiertamente su querella. Podemos ver que también la rebelión tiene diferentes grados. Algunos tienen más escrúpulos y pueden ser restaurados. Pero los que no tienen ninguna restricción y se desenfrenan por completo, abren las puertas del Hades para ellos mismos, y éste se los traga. No solamente el séquito de Coré habló mal de Moisés y Aarón, sino que también los atacó públicamente. Esto fue tan serio que Moisés se postró sobre su rostro. ¡Cuán serias fueron las acusaciones de ellos! “Basta ya de vosotros ¿por qué pues os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová? Reconocemos solamente que Jehová está entre nosotros. Toda la congregación es santa. No reconocemos la autoridad de ustedes. Ustedes hablan por su propia cuenta. Vemos, entonces, que todo el que escucha exclusivamente la autoridad directa de Dios y rechaza la autoridad delegada, se halla en el principio de rebelión.

 

Si uno se somete a la autoridad, con seguridad restringirá sus palabras y no hablará descuidadamente. En Hechos 23 Pablo fue puesto a prueba. Puesto que era apóstol y profeta, habló desde la posición de profeta a Ananías, el sumo sacerdote, diciendo: “Dios te golpeará a ti, pared blanqueada” (v. 3). Pero dado que también era judío, cuando oyó que Ananías era el sumo sacerdote, inmediatamente cambió de actitud y dijo: “No maldecirás a un príncipe de tu pueblo” (v. 5). Cuán cuidadosas fueron sus palabras, y cuánto restringió su lengua.

La rebelión se relaciona con andar

en pos de los deseos de la carne

 

La rebelión del hombre se relaciona con complacerse en la carne. En 2 de Pedro 2:10, la carne y la lujuria se mencionan primero, y luego se habla de aquellos que menosprecian el señorío, lo cual se manifiesta en las palabras de murmuración y de rebelión.

 

Las personas, por lo general, sólo se asocian con los de su misma clase y sólo se comunican con ellos. Las personas rebeldes siempre acompañan a los que andan tras los deseos de la carne y a los que son arrastrados por los deseos corruptos y menosprecian el señorío. A los ojos de Dios, los que van en pos de la carne, los que se dejan llevar de sus deseos corruptos y los que menosprecian el señorío, están en la misma categoría. Tales personas son arrogantes, obstinadas y no temen injuriar a las potestades superiores. Pero quienes conocen a Dios temen por ellos mismos y saben que sólo el que tiene una boca corrupta puede proferir injurias. Si conocemos a Dios, nos arrepentiremos, porque sabemos cuánto aborrece Dios la rebelión. Los ángeles estuvieron bajo aquellos que tenían el señorío y, por eso, no se atreven a injuriarlos ni a hacerles frente con un espíritu altivo ni por medios rebeldes. Por lo tanto, si vivimos delante de Dios, no podemos murmurar contra otros. Debemos tener presente que es posible usar palabras de rebeldía aun en nuestras oraciones. David podía decir sin reservas que Saúl era el ungido de Dios, lo cual comprueba que él conservó su posición. El poder de Satanás es establecido sobre la base de la iniquidad, pero los ángeles no sobrepasaron el límite que les corresponde. Pedro usó esto como ejemplo, para mostrarnos que si los ángeles se comportan de esta manera, cuánto más nosotros deberíamos comportarnos igualmente (v. 11).

 

Existen solamente dos cosas que le ocasionan al creyente la pérdida de su poder. Una es el pecado y la otra es hablar mal de los que están por encima de él. Además, Mateo 12:34-37 también dice que de la abundancia del corazón habla la boca. En el día del juicio, seremos juzgados como justos o pecadores según lo que hayamos dicho. Esto nos muestra que hay diferencia entre las palabras y los pensamientos. Si no expresamos palabras, existe la posibilidad de que seamos preservados. Pero si las palabras salen, todo saldrá a la luz. Por esta razón, la desobediencia de corazón no es tan terrible como hablar públicamente. Hoy día los cristianos pierden más su poder por lo que sale de su boca, que por su comportamiento. Verdaderamente lo que sale de la boca trae la mayor pérdida de poder. Todos los rebeldes tiene problemas con su manera de hablar. Por lo tanto, si un hombre no puede restringir sus palabras, no podrá restringirse a sí mismo en ningún otro aspecto.

 

 

Dios reprende severamente a los rebeldes

 

Examinemos nuevamente 2 Pedro 2:12, donde dice: “Como animales irracionales destinados por naturaleza para presa y destrucción...” Esta es la expresión más fuerte de la Biblia; no hay una reprensión más severa que ésta. ¿Por qué reprende Dios a tales personas diciéndoles que son como animales? Porque ellos carecen de sentimientos. La autoridad es el tema más importante de la Biblia. Por eso, rebelarse contra Dios es el más serio de los pecados. La boca no puede hablar livianamente. Tan pronto como una persona tiene un encuentro con Dios, restringe su lengua y siente temor de murmurar contra las potestades superiores. Una vez que tengamos un encuentro con la autoridad, surgirá en nosotros un sentir con respecto a la autoridad, de la misma manera desde que conocimos al Señor brota en nosotros un sentir que nos censura cuando pecamos.

Muchos problemas de la iglesia

se deben a las murmuraciones

 

La unidad y el poder de la iglesia pueden ser afectados por las palabras enunciadas descuidadamente. La mayoría de los problemas de la iglesia hoy, surgen cuando las personas hablan mal de otros. Solamente una mínima proporción de los problemas provienen de verdaderas adversidades. La mayoría de los pecados del mundo es fruto de las mentiras. Si detenemos tales palabras en la iglesia, la mayoría de nuestros problemas se desvanecerá. Debemos arrepentirnos delante del Señor y pedirle perdón. Tales palabras deben ser completamente erradicadas de la iglesia. De una misma fuente no pueden brotar dos clases de agua. De una misma boca no pueden salir palabras de amor y palabras de murmuración. Que Dios ponga un centinela sobre nuestra boca y no solamente sobre nuestra boca, sino también sobre nuestro corazón, de tal manera que todas las palabras y los pensamientos de rebelión lleguen a su final. Que de hoy en adelante toda palabra maligna entre nosotros se aleje.

LOS ARGUMENTOS

Las murmuraciones provienen

de los argumentos

 

La rebelión del hombre se manifiesta en sus palabras, sus argumentos y sus pensamientos. Si no conoce la autoridad, expresará murmuraciones, lo cual procede de sus argumentos. El hombre habla porque piensa que tiene la razón. Cam pensó que tenía una razón válida para rebelarse contra Noé, debido a que lo encontró desnudo. Las palabras de María con respecto a la unión de Moisés con la mujer etíope describían un hecho; así que ella tenía razón. Pero los que se someten a la autoridad, no viven encerrados en sus argumentos. El séquito de Coré y los 250 líderes dijeron que Moisés y Aarón no debían levantarse sobre ellos, porque toda la congregación era santa y porque Jehová estaba en medio de ellos. Una vez más la rebelión de ellos tenía un argumento lógico como base. Las palabras de rebelión a menudo provienen de argumentos razonables. Datán y Abiram también aducían una razón. Ellos culparon a Moisés de no haberlos introducido en la tierra que manaba leche y miel y que no les había dado tierras ni viñas; por el contrario todavía vagaban por el desierto. Ellos culparon a Moisés de que él les estaba tapando los ojos u ocultando algo a ellos, por lo cual dijeron: “¿Sacarás los ojos de estos hombres?” (Nm. 16:14). Con eso daban a entender que sus ojos veían claramente. Cuanto más pensaban, más argumentos tenían. Los que aducen argumentos nunca dejan de cavilar. Cuanto más piensan, más reflexiones surgen. En el mundo todos viven razonando. ¿Cuál sería entonces la diferencia entre nosotros y las personas mundanas, si nosotros también nos centramos en nuestros argumentos?

Debemos ser librados de los argumentos

para seguir al Señor

 

Ciertamente necesitamos sacarnos los ojos para seguir al Señor sin razonar. ¿Se basan nuestras vidas en la validez de nuestras razones o en la autoridad? Muchas personas quedan ciegas cuando se encuentran con la luz del Señor. Aunque ellos tienen ojos, es como si no los tuvieran. Una vez que la luz viene, todos los argumentos se desvanecen. Una vez Pablo fue iluminado en el camino a Damasco y quedó ciego. De ahí en adelante no se volvió a preocupar por sus argumentos (Hch. 9:3, 8). A Moisés no le habían sacado los ojos, pero era como si no los tuviera. No significaba que él no tuviera argumentos, pues el conocía muchos razonamientos lógicos, pero todos ellos estaban sujetos a él, porque él estaba sometido a Dios. Quienes se someten a la autoridad no actúan por lo que ven. El siervo del Señor debe ser ciego y debe estar libre de razonamientos y argumentos. La rebelión surge cuando uno comienza a cavilar internamente. Por lo tanto, si no les hacemos frente con decisión a los argumentos, nos será imposible detener las palabras. Si no somos librados de los argumentos, éstos tarde o temprano producirán palabras de murmuración.

 

Cuán difícil es librarse de argumentar continuamente. Puesto que somos seres racionales, ¿cómo podremos dejar de argumentar con Dios? Este es un paso muy difícil. Desde jóvenes razonamos constantemente. Desde antes de ser salvos hasta ahora, el principio básico de nuestra vida ha sido la utilización del raciocinio. ¿Qué podrá hacer que dejemos de cavilar? ¡Si nos piden que no razonemos, es como si llevaran nuestra vida carnal a su final! Existen dos clases de creyentes: los que viven en el nivel de los razonamientos, y los que viven en el nivel de la autoridad. Debemos someternos tan pronto como se nos dé una orden. ¿En cuál nivel vivimos? Cuando Dios nos da una orden ¿la examinamos y nos sometemos si la orden tiene lógica, y no nos sometemos si nos parece descabellada? Esta es la expresión del árbol del conocimiento del bien y del mal. El fruto de este árbol no sólo nos hace razonar sobre nuestros propios asuntos, sino también sobre los asuntos establecidos por Dios. Todo debe pasar a través de nuestro razonamiento y nuestro juicio. En vez de dejar que Dios razone y juzgue, lo hacemos nosotros, pero éste es el principio de Satanás, el cual desea que nosotros queramos ser iguales a Dios. Sólo quienes conocen a Dios pueden someterse sin argumentar, pues nunca mezclarán estas dos cosas. Si uno quiere aprender a someterse, debe arrojar lejos sus argumentos. Uno puede vivir por la autoridad de Dios o por sus propios razonamientos, pero no por ambos. El Señor Jesús vivió en la tierra muy por encima de todo razonamiento. ¿Qué razonamiento formuló El frente a los insultos, las torturas y la crucifixión misma? El se sometió en todo a la autoridad de Dios; no se preocupó por hallarle sentido lógico a Sus circunstancias. Su única responsabilidad era someterse, y no pidió nada más. ¡Cuán sencillo es el hombre que vive bajo la autoridad! ¡Pero qué complicado es el hombre cuya vida gira en torno a sus razonamientos! Las aves del cielos y los lirios del campo llevan una vida de simplicidad. Cuanto más viva uno bajo autoridad, más simple será su vida.

 

Dios nunca argumenta

 

En Romanos 9 Pablo intentó demostrarles a los judíos que Dios también llamó a los gentiles. El dijo que no todos los descendientes de Abraham eran escogidos; pues sólo Isaac fue escogido. Y no todos los descendientes de éste fueron escogidos, ya que Dios escogió solamente a Jacob. Debido a que todo se basa en la elección de Dios, ¿no podrá El escoger a los gentiles también? Dios tendrá misericordia de quien tenga misericordia y se compadecerá de quien se compadezca. Desde la perspectiva humana, Dios amó a Jacob, quien era un engañador, y aborreció a Esaú, quien era un hombre honesto. El también endureció el corazón de Faraón. ¿Será El injusto? Debemos entender que Dios está sentado en Su trono de gloria, y el hombre está bajo Su autoridad. Nosotros no somos más que simples mortales y nada más que polvo de la tierra. ¿Cómo podremos argumentar con Dios?

 

El es Dios y tiene la autoridad para obrar según le parezca. No podemos seguir a Dios y, al mismo tiempo, forzarlo a que haga caso a nuestros argumentos. Si queremos servirle debemos renunciar a nuestros argumentos. Toda persona que se ha encontrado con el Señor debe dejar a un lado todos sus argumentos y permanecer en sumisión. No podemos actuar como consejeros de Dios. El dice que tendrá misericordia de quién tenga misericordia (9:15). Cuán preciosa es la palabra “tendrá”. Debemos adorarlo por esto. Dios no razona igual que nosotros. El decide hacer esto o aquello. El es el Dios de la gloria. Pablo añade: “Así que no depende ni del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (v. 16). Dios dijo de Faraón: “Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti Mi poder” (v. 17). Además, dice que “al que quiere endurecer, endurece” (v. 18). Endurecer no significa hacer pecar. Significa entregarlos a sí mismos como en 1:26. En este momento Pablo anticipa los razonamientos que algunos formularán, como “¿por qué todavía inculpa? porque ¿quién resiste a Su voluntad?” (9:19). Estos interrogantes son válidos, y muchos estarán de acuerdo con ellos. Pero aunque sabía que eran bastante lógicos, responde: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo moldeó: ¿Por qué me has hecho así?” (v. 20). Pablo no tuvo en cuenta sus razonamientos, sino que concluye: “¿Quién eres tú?” El no preguntó qué clase de palabras eran éstas; sino qué clase de persona se atrevería a hablar contra Dios. Cuando Dios ejerce Su autoridad, no tiene que consultarnos pues no necesita nuestro consentimiento. Lo único que El pide es nuestra sumisión. Tan pronto digamos: “Esto es lo que Dios hizo”, todo estará bien.

 

El hombre continuamente busca razones lógicas. Examinemos si nuestra salvación tuvo una base lógica o no. No existe ninguna razón válida por la cual hayamos sido salvos. No lo quisimos ni tampoco lo buscamos; sin embargo, fuimos salvos. Esto es lo más ilógico que a uno se le pueda ocurrir. Pero Dios tendrá misericordia de quien El tenga misericordia, y se compadecerá de quien El se compadezca. Independientemente de la opinión del barro, el alfarero puede hacer vasos de honra y vasos de deshonra. Esto es un asunto de autoridad y no de raciocinio. El problema básico del hombre hoy es que él todavía se base en el principio del conocimiento del bien y del mal, el principio del razonamiento. Si la Biblia le diera una razón lógica a todo, nosotros tendríamos justificación para argumentar. Pero en Romanos 9 Dios abre una ventana especial desde los cielos para brillar sobre nosotros. El no discute con nosotros; sólo pregunta: “¿Quién eres tú?”

La visión de la gloria de Dios

nos libra de los razonamientos

 

Al hombre no le es fácil librarse de sus propias palabras malignas, pero sí de sus argumentos. Cuando yo era joven, me molestaba la manera irrazonable en la que Dios actúa. Más tarde, cuando leí Romanos 9, tuve un encuentro con la autoridad de Dios por primera vez, y comencé a ver quién era yo. Yo soy creación Suya. Mis palabras más razonables son necedades delante de El. El Dios que habita muy por encima de todos, es inalcanzable en Su gloria. Si viéramos una millonésima parte de su gloria, nos inclinaríamos y todos nuestros razonamientos se disiparían. Sólo los que viven lejos de El pueden ser orgullosos, y sólo aquellos que viven en tinieblas pueden ser prolíficos en sus razonamientos. En todo el mundo nadie puede ver ninguna luz por su propio esfuerzo. Solamente cuando Dios nos concede una pequeña luz y nos revela algo de Su gloria, caemos en tierra, tal como el apóstol Juan (Ap. 1:16-17).

 

Que Dios tenga misericordia de nosotros para que veamos cuán indignos y pequeños somos. ¿Cómo nos atreveremos a altercar con El? Cuando la reina de Saba visitó a Salomón y él le reveló un poco de su gloria, no quedó espíritu en ella. Pero en nosotros hay uno que es mayor que Salomón. ¿Habrá algún razonamiento al cual no podamos renunciar? Adán pecó porque comió del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Pero si Dios nos revela tan sólo un poco de Su gloria, veremos que no somos más que un perro muerto y polvo de la tierra. Todos nuestros razonamientos se desvanecerán delante de Su gloria. Cuanto más vive una persona delante de Su gloria, menos argumenta. Y cuando uno ve a una persona argumentadora, notará que ella no ha visto la gloria de Dios.

 

Durante estos años he descubierto que Dios nunca obra de acuerdo a nuestros razonamientos. Aunque yo no entienda lo que El hace, tendré que adorarlo porque soy Su siervo. Si yo entiendo y comprendo todo lo que El hace, debo ser yo el que esté sentado en el trono. Cuando descubra que El está muy por encima de mí, que El es el único y supremo y que debo postrarme en tierra, todos mis razonamientos desaparecerán. De ahí en adelante, la autoridad tendrá la preeminencia y no mis razonamientos, ni lo que esté correcto ni lo que esté equivocado. Los que conocen a Dios, se conocerán a sí mismos y, una vez que se conozcan a sí mismos, todos sus argumentos desaparecerán.

 

Uno llega a conocer a Dios por medio de la sumisión. Todo aquel que vive centrado en sus argumentos desconoce a Dios. Los que voluntariamente se someten a la autoridad, pueden verdaderamente conocer a Dios. Todo el conocimiento del bien y del mal que heredamos de Adán debe ser erradicado de nosotros. Sólo así nos someteremos fácilmente.

La razón es “Yo soy Jehová”

 

Después de cada precepto que el Señor da a los israelitas en Levítico 18 al 22, El añade: “Yo soy Jehová”. No incluye la palabra porque. Yo hablo de esta manera, porque yo soy Jehová. No se necesita otra explicación. La razón es “Yo soy Jehová”. Si comprendemos esto, no viviremos de acuerdo con los razonamientos. Debemos decirle a Dios: “Yo antes vivía según mis pensamientos y razonamientos, pero hoy me inclino ante Ti y te adoro. Si está bien para Ti, eso me basta. Yo solamente te adoro”. Cuando Pablo fue derribado por la luz en el camino a Damasco, todos los razonamientos se desvanecieron. Una vez que la luz brilla, quedamos postrados. La primera expresión que salió de la boca de Pablo fue: “¿Qué haré, Señor?” (Hch. 22:10). Inmediatamente obedeció. Aquellos que conocen a Dios no argumentan. Cuando la luz juzga, los razonamientos desaparecen.

 

Cuando el hombre argumenta con Dios, da a entender que la obra de Dios necesita nuestro consentimiento. Este es el pensamiento de una persona sumamente necia. Dios no tiene que explicarnos todo lo que hace. Los caminos de Dios son más elevados que los nuestros. Si pudiéramos bajar a Dios al nivel de la razón, El dejaría de ser Dios, porque no sería diferente a nosotros. Si argumentamos, cesaremos la alabanza. Cuando la sumisión se va, se esfuma la alabanza. Cuando esto sucede, el yo viene a ser el juez de Dios y hasta toma la posición de El. ¿Cuál es entonces la diferencia entre el barro y el alfarero? ¿Tendrá el alfarero que pedirle permiso al barro para moldearlo? Que el Dios de gloria se nos revele, para que todos nuestros argumentos se acaben.

 

 

CAPITULO DIEZ

LA MANIFESTACION DE LA REBELION

(2)

Lectura bíblica: 2 Co. 10: 4-6

LOS PENSAMIENTOS

La relación entre los razonamientos

y los pensamientos

 

La rebelión del hombre no sólo se manifiesta en palabras y en razonamientos; sino también en pensamientos. El hombre expresa palabras rebeldes porque sus razonamientos son rebeldes. Pero los razonamientos se manifiestan en pensamientos; por lo tanto, el pensamiento es el centro de la rebelión del hombre.

 

En 2 Corintios 10:4-6 tenemos uno de los pasajes más importantes de la Biblia porque indica cuál parte del hombre debe someterse a Cristo. El versículo 5 habla de “llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. La rebelión del hombre se produce en el pensamiento. Pablo dijo que debemos destruir las fortalezas, los razonamientos y todo lo que se levante contra el conocimiento de Dios. El hombre usa sus razonamientos para edificar fortalezas alrededor de sus pensamientos. Debemos derribar tales razonamientos y llevarlos cautivos. Descartamos los razonamientos pero retenemos los pensamientos. Es imposible que los pensamientos del hombre se sometan a Dios sin derribar antes los razonamientos. Todos los razonamientos impiden que el hombre conozca a Dios. Ante Dios las “fortalezas”, los razonamientos del hombre, son como edificios altos, como un gran obstáculo en el camino que conduce al conocimiento de Dios. Una vez que un hombre se encierra en sus razonamientos, sus pensamientos son rodeados y no puede someterse a Dios. La sumisión se relaciona con los pensamientos. Si los razonamientos se manifiestan, lo hacen en palabras. Si se quedan escondidos, rodean los pensamientos y hacen que sea imposible someterse. Pablo no hacía frente a los razonamientos con otros razonamientos. Las razones del hombre son tan graves que sólo pueden ser juzgadas por medio de una batalla. La mente con sus razonamientos puede ser confrontada con la armadura espiritual y con el poder de Dios. Esta es una batalla entre Dios y nosotros. Nos convertimos en opositores de Dios. La mente humana que se centra en las razones es un legado del árbol del conocimiento del bien y del mal. Es difícil concebir cuánto problema le ha causado esta mente a Dios. Satanás nos ata por medio de diferentes tipos de razonamientos, y nos encierra en ellos, lo cual impide que Dios obtenga nuestro ser, de tal modo que llegamos a ser enemigos de Dios.

 

Génesis 3 es un cuadro de 2 de Corintios 10. Satanás utilizó la razón al dialogar con Eva. Cuando Ella vio que el fruto del árbol era bueno para comer, ella también razonó, y al hacerlo desobedeció a Dios. Una vez que surgen los razonamientos, los pensamientos del hombre quedan aprisionados en ellos. Los razonamientos y los pensamientos van juntos. Los razonamientos aprisionan los pensamientos. Una vez que éstos son cautivados, el hombre no puede someterse a Cristo. Si queremos someternos a Dios, debemos tocar Su autoridad y derribar todas las fortalezas de los razonamientos.

Llevamos cautivo todo pensamiento

 

En el Nuevo Testamento en griego, la palabra pensamiento es noema y se usa seis veces en el Nuevo Testamento, en Filipenses 4:7; 2 Corintios 2:11; 3:14; 4:4; 10:5 y 11:13. Acertadamente se traduce “pensamiento” y denota las intenciones del corazón. El corazón es el órgano, y las intenciones son sus actividades, las cuales son el producto de la mente del hombre. El hombre expresa lo que es por medio de la libertad de opinar y proponer. Para proteger su libertad y justificar sus ideas, debe demostrar que son buenas y que están en lo correcto. Por lo tanto, necesita envolverlas en razonamientos. El hombre usualmente se rehusa a creer en el Señor porque uno o dos de sus razonamientos lo ha rodeado como una muralla. Por ejemplo, algunos dicen que creerán en el Señor cuando sean viejos y que no han visto buen ejemplo en los creyentes. También hay muchas razones por las cuales los creyentes se excusan para no amar al Señor. Los estudiantes dicen que están muy ocupados con sus tareas; los hombres de negocios dicen que están muy ocupados en sus negocios o que no se sienten bien físicamente. Si Dios no rompe esas fortalezas, el hombre nunca podrá ser liberado. Satanás usa los razonamientos como fortalezas para mantener preso al hombre y lo rodea de ellas. Debido a esto, no puede librarse por sí mismo. La sumisión a Cristo es imposible a menos que la autoridad de Dios capture los pensamientos y los lleve cautivos.

 

Para que el hombre conozca la autoridad, debe primero destruir los razonamientos. Cuando el hombre ve a Dios como es revelado en Romanos 9, todos los razonamientos se rompen en pedazos. Cuando las fortalezas de Satanás son derribadas, no quedan razonamientos y los pensamientos son llevados cautivos a la obediencia a Cristo. No es suficiente encontrarse con la autoridad de Dios sólo en lo que respecta a las palabras, ya que eso no basta para erradicar todos los razonamientos. Pues los pensamientos deben ser llevados cautivos a la obediencia a Cristo. Sólo cuando los pensamientos de uno son llevados cautivos puede uno llegar a someterse verdaderamente a Cristo.

 

Para discernir si un hombre ha tenido un encuentro con la autoridad, debemos observar si ha sido disciplinado en su modo de hablar, en sus razonamientos y en sus opiniones. Cuando uno es confrontado por la autoridad, la lengua no vuelve a hablar descuidadamente, los razonamientos no serán tan atrevidos y las opiniones no serán defendidas. El hombre común tiene muchas opiniones. Pero el día llegará cuando la autoridad de Dios vendrá a destruir las fortalezas que Satanás había levantado por medio de los razonamientos, de tal manera que Dios capture los pensamientos del hombre y lo haga un siervo Suyo que se somete a Cristo sin opinar. Solamente así, podrá haber una salvación completa.

 

Una persona que nunca ha tenido un encuentro con la autoridad, por lo general desea ser un consejero de Dios. Dios no ha cautivado sus pensamientos. Cuando va a un lugar, lo primero que piensa es en “mejorarlo”. Cuando los pensamientos no han sido disciplinados, tendrá muchas razones que ofrecer, y no se verá ningún quebrantamiento. Por lo tanto, nuestros pensamientos deben ser cortados tan profundamente que sean cautivados por Dios. Sólo así, podremos ver Su autoridad. Y sólo entonces, no nos atreveremos a escondernos detrás de nuestros razonamientos expresando descuidadamente nuestras opiniones.

 

Pareciera que en el mundo sólo dos personas lo saben todo: Dios y yo. Yo soy el consejero y lo sé todo. Cuando éste es el caso, se muestra claramente que los pensamientos de uno no han sido cautivados y que desconoce por completo la autoridad. Una persona cuyas fortalezas y razonamientos han sido quebrantados por la autoridad de Dios, tendrá sus pensamientos cautivados por Dios, podrá someterse a Cristo y será librado de sus opiniones. De hecho, ya no le interesará expresar sus opiniones, pues sus pensamientos habrán llegado a ser esclavos de Dios; así que ya no será un hombre libre. La libertad natural es un manjar para Satanás. Por eso, debemos renunciar a tal libertad y ser sencillamente obedientes. Existen sólo dos medios por los cuales los pensamientos del hombre pueden ser usados: bajo el control de nuestros razonamientos o bajo el control de la autoridad de Cristo. En realidad, no existe en el mundo libertad para escoger. Somos cautivos de nuestros razonamientos o del Señor. Somos esclavos de Satanás o de Dios.

 

Para discernir si una persona ha tenido un encuentro con la autoridad, primero debemos observar si se expresa con palabras rebeldes; segundo, debemos determinar si argumenta con Dios o no; y tercero, si él expresa sus opiniones o no. Debemos destruir nuestras opiniones delante del Señor, pero éste es solamente el aspecto negativo. Debemos destruir los razonamientos para que los pensamientos sean llevados cautivos a la obediencia a Cristo y para que no se atrevan a expresar sus opiniones. Anteriormente, yo ofrecía muchas razones, basado en mis opiniones. Hoy todos mis razonamientos se han ido. Ahora me someto a aquel que me cautivó. Un cautivo no tiene libertad; y aun si expresa su opinión, aquello será inútil. Tampoco puede recibir opiniones. Ocurre lo mismo en nuestro caso cuando somos cautivados por el Señor. No expresaremos ya nuestras opiniones ni sugerencias. Más bien, tomaremos solamente la opinión de Dios.

 

 

Una advertencia a los obstinados

Pablo

 

Pablo era una persona inteligente, competente, sabia y sensible. El era muy competente y confiaba en su obra; además servía a Dios con mucho celo. Cuando él iba camino a Damasco con algunos hombres para prender a los creyentes, se encontró súbitamente con una gran luz que lo derribó. En aquel momento, todas sus opiniones y sus métodos se desvanecieron. Toda su capacidad fue destruida. El no regresó a Tarso ni a Jerusalén. No sólo renunció a su viaje a Damasco, sino también a todos sus razonamientos. Cuando muchas personas se enfrentan a las dificultades, toman otra dirección. Si un camino se les cierra, intentan otro. Pero continúan avanzando según sus propios métodos y opiniones. Muchos son tan necios, que no caen en tierra ni siquiera cuando son golpeados por Dios. Son azotados por Dios en las circunstancias pero no en sus razonamientos, pues sus pensamientos persisten. A muchos se les ha impedido que vayan a Damasco, pero ellos encuentran un camino hacia Tarso o hacia Jerusalén. Una vez que Pablo fue golpeado, todo terminó. No necesitó decir nada más ni cavilar más, pues ya no sabía nada. Por eso le preguntó al Señor: “¿Qué haré, Señor?” He ahí un hombre sumiso de corazón. Sus pensamientos fueron cautivados por el Señor. Saulo era considerado una persona sobresaliente y distinguida en donde quiera que iba, pero cuando él conoció la autoridad de Dios, todas sus opiniones se desvanecieron. La señal más grande de que una persona se ha encontrado con Dios, es la ausencia de prejuicios y de astucia. Debemos pedirle a Dios que tenga misericordia de nosotros para que seamos sencillos cuando recibamos Su luz. Quienes han tenido un encuentro con la autoridad de Dios, caerán delante de El y espontáneamente harán a un lado sus opiniones. Pablo dijo que él había sido capturado por Dios y era Su prisionero. Ahora no es el momento de expresar nuestras opiniones; sólo debemos escuchar y someternos.

El rey Saúl

 

Dios rechazó a Saúl, no por hurtar, sino por ofrecer sacrificios a Dios del ganado y de las ovejas que él creía que eran las mejores, lo cual fue su opinión. El estaba tratando de agradar a Dios por medio de sus propios pensamientos. Estos no habían sido cautivados, debido a lo cual fueron rechazados por Dios. Nadie puede decir que Saúl no tenía celo en el servicio a Dios. El no mintió cuando dijo que traía las mejores vacas y las mejores ovejas. Sin embargo, el problema fue que él tomó una decisión basado en su propia opinión (1 S. 15). Un siervo de Dios no puede expresar sus propias opiniones; sólo debe cumplir la voluntad de Dios. Debemos tener un solo deseo: “¿Qué haré, Señor?” Si ésta no es nuestra actitud, estaremos completamente equivocados. La obediencia es mejor que los sacrificios. No hay lugar para que el hombre exprese sus opiniones delante de Dios. Cuando el rey Saúl vio tantas ovejas gordas, quiso guardar algunas para sacrificarlas a Dios. Su corazón estaba inclinado a Dios, pero no obedecía. Tener un corazón inclinado a Dios no puede reemplazar las palabras: “No me atrevo a decir nada”. En verdad las ofrendas no pueden reemplazar una actitud de no tener voz delante del Señor. Dios había ordenado que todos los amalecitas con su ganado y ovejas fueran completamente destruidos, pero Saúl no quiso hacerlo. Más adelante, los amalecitas lo mataron, y su reino se detuvo. Cualquiera que reciba una propuesta de salvar a los amalecitas, será destruido por ellos a la postre.

Nadab y Abiú

 

Nadab y Abiú también fueron rebeldes con respecto a los sacrificios. Ellos no supieron someterse a la autoridad de su padre; por el contrario, actuaron por iniciativa propia. Ellos pecaron porque ofendieron a Dios. Fue un pecado ofrecer fuego extraño, es decir, se sobrepasaron en el ministerio de Dios. Aunque no dijeron nada, ni argumentaron ni murmuraron, ellos quemaron fuego extraño de acuerdo con sus sentimientos. Ellos pensaron que su servicio era útil para Dios. Pensaban que si se equivocaban, sería simplemente un error en su servicio. Para ellos eso no era un gran pecado, pero fueron inmediatamente rechazados por Dios, y murieron.

El testimonio del Reino se logra

sólo por medio de la sumisión

 

Dios no mira nuestro celo por el evangelio ni nuestra disposición a sufrir; lo que El mira es si somos obedientes o no. Pues el Reino sólo puede establecerse cuando refrenamos nuestra opinión, detenemos nuestros razonamientos, cesamos de hablar mal de otros y nos sometemos a Dios sin reservas. Ese será un día glorioso, un día que Dios ha esperado desde la fundación del mundo. Dios tiene un Hijo primogénito que se sometió como primicias. Pero Dios espera que todos Sus hijos sean conformados a la imagen de Su Hijo primogénito. Si hay una iglesia en la tierra que verdaderamente se someta a la autoridad de Dios, El tendrá el testimonio del reino, y Satanás será derrotado. Satanás no se preocupa por nuestra obra, pues cuando estamos en el principio de la rebelión y actuamos independientemente, él se ríe en secreto.

 

De acuerdo con la ley de Moisés, los levitas debían llevar el arca. Pero cuando los filisteos enviaron el arca de regreso a los israelitas, la cargaron en un carro tirado por bueyes. Cuando David quiso que el arca fuera llevada a Jerusalén (la ciudad de David), él no buscó la voluntad de Dios, sino que actuó según su deseo y transportó el arca en un carro tirado por bueyes. Cuando los bueyes tropezaron, Uza extendió su mano para impedir que el arca se cayera. Inmediatamente, Dios lo hirió, y murió. Aunque el arca no se hubiera caído, de todos modos estaba en un carro de bueyes, y no en los hombros de los levitas. Cuando los levitas llevaban el arca para atravesar el río Jordán, a pesar de las grandes olas, el arca permanecía imperturbable. Esto nos muestra que Dios no está interesado en los planes del hombre. Este debe siempre someterse a Dios. Sólo cuando Dios nos vacía completamente, Su voluntad puede ser hecha sin ningún obstáculo. Si nos acercamos a El con nuestras opiniones humanas, nunca podremos servirle apropiadamente. Dios gobierna por encima de todo, excepto de las maquinaciones del hombre. Las opiniones del hombre deben ser totalmente deshechas, y sus pensamientos rechazados, de tal manera que no pueda hacer sugerencias. Anteriormente teníamos libertad cuando vivíamos en el yo; pero en el momento en que nuestros pensamientos son capturados, la libertad se acaba. Como resultado, podemos obedecer a Cristo y tener la verdadera libertad, la libertad de estar en el Señor.

 

En 2 Corintios 10:6 dice: “Y estamos prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta”. Sólo cuando los pensamientos son llevados cautivos, la obediencia llega a ser perfecta. La persona que todavía puede realizar actividades y expresar sus opiniones delante del Señor, no tiene una obediencia perfecta. El Señor se está preparando para traer castigo a los desobedientes tan pronto como cuando nuestra obediencia sea perfecta. Si damos giro completo y tenemos temor de expresar nuestras opiniones y propuestas, nuestra obediencia será perfecta, y Dios manifestará Su autoridad en la tierra. Si la iglesia no es sumisa, es imposible que los demás se sometan al evangelio. Todos nosotros debemos aprender a ser restringidos. Nuestra boca necesita ser disciplinada para dejar de hablar, también nuestra mente para dejar de argumentar, y nuestros corazones para dejar de tomar decisiones. Si hacemos esto, se abrirá un camino glorioso delante de nosotros, y Dios manifestará Su autoridad en la tierra.

 

CAPITULO ONCE

EL LIMITE DE LA SUMISION

Lectura bíblica: He. 11:23; Ex. 1:17; Dn. 3:17-18; 6:10; Mt. 2:13; Hch. 5:29

LA SUMISION ES ABSOLUTA,

PERO LA OBEDIENCIA ES RELATIVA

 

La sumisión es una actitud, mientras que la obediencia se muestra en la conducta. Hechos 4:19 dice: “Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios”. Sin embargo, los apóstoles no fueron rebeldes en su espíritu; ellos estaban sometidos a todas las autoridades. La obediencia no es absoluta. Algunas veces debemos obedecer, pero otras veces no podemos hacerlo, como en casos que atentan contra los asuntos básicos de nuestra fe, como por ejemplo, creer en el Señor y predicar el evangelio. Un hijo puede decirle cualquier cosa a su padre, pero no puede tener una actitud rebelde. Nuestra sumisión siempre debe ser absoluta. En algunos asuntos no podemos obedecer, pero debemos permanecer en sumisión. Todo esto es un asunto de actitud.

 

Hechos 15 es un ejemplo de la conferencia de una iglesia. En una conferencia podemos sugerir o debatir, pero cuando se toma una decisión, todos deben someterse.

HASTA DONDE SE DEBE OBEDECER

A LA AUTORIDAD DELEGADA

 

Si hay padres que les impiden a sus hijos asistir a las reuniones, éstos deben mantener una actitud sumisos, pero no tienen que obedecerles. Como en el caso de los apóstoles, que de todos modos predicaron el evangelio. Cuando los judíos de la sinagoga se lo prohibieron, ellos fueron sumisos, pero siguieron predicando conforme a la comisión del Señor. Ellos escogieron predicar el evangelio y no dejarse restringir por los líderes judíos. Esto no fue un desafío con peleas ni gritos, sino que fue un desacato con calma. Nunca debe haber una actitud obstinada ni palabras de oposición en contra de los que están en autoridad. Cuando el hombre tiene un encuentro con la autoridad, llega a ser tierno y dócil. La sumisión de una persona en su corazón, en actitud y en palabra, debe ser absoluta; no debe haber ninguna obstinación ni rebeldía.

 

Cuando la autoridad delegada (aquellos que representan la autoridad de Dios) se opone a la autoridad directa (a Dios), debemos ser sumisos a la autoridad delegada mas no obedientes. Resumamos este asunto en tres puntos:

 

(1) La obediencia es un asunto de conducta y, por ende, es relativa. La sumisión es un asunto de actitud y es incondicional.

 

(2) Sólo Dios es digno de una sumisión ilimitada. El hombre, que es inferior, debe recibir una sumisión limitada.

 

(3) Si la autoridad delegada da una orden que obviamente contradice la orden de Dios, debemos someternos a esa autorida, pero no tenemos que obedecerle. Sólo debemos someternos incondicionalmente a la autoridad de Dios. No es obligación obedecer las ordenes que sean contrarias a Dios.

 

Si los padres les piden a sus hijos que vayan a un lugar que a éstos no les gusta, pero no es pecaminoso, tenemos un caso delicado. La sumisión es absoluta, pero la obediencia es otro asunto. Si los padres insisten, los hijos no tienen otra opción que ir. Si todos los hijos tienen esta actitud, Dios los sustentará en esas circunstancias.

EJEMPLOS DE LA BIBLIA

 

(1) Las parteras egipcias y la madre de Moisés desobedecieron la orden del faraón, por lo cual se pudo preservar la vida de Moisés. La Biblia las llama mujeres de fe.

 

(2) Los tres amigos de Daniel no adoraron la imagen del rey Nabucodonosor, desobedeciendo al rey; sin embargo, se sometieron al rey al estar dispuestos a ser quemados.

 

(3) Daniel desafió el decreto del rey al orar a Dios; sin embargo se sometió al juicio del rey de ser echado al foso de los leones.

 

(4) José huyó a Egipto con el Señor Jesús para evitar la matanza que el rey Herodes había decretado.

 

(5) Pedro desobedeció la orden de los principales de la sinagoga y predicó el evangelio, y les dijo que era necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. Sin embargo se sometió a las cadenas y al encarcelamiento por parte de los líderes religiosos.

EVIDENCIAS DE SUMISION A LA AUTORIDAD

 

¿Cómo sabemos si una persona se somete a la autoridad? He aquí algunas señales:

 

(1) Tan pronto como una persona conoce la autoridad, busca la autoridad dondequiera que vaya. La iglesia es el lugar donde los creyentes aprenden a someterse a la autoridad. Aunque no hay sumisión en todo el mundo, el creyente debe aprender a someterse; además, debe hacerlo de corazón y no de una manera externa. Si uno llega a conocer la sumisión, buscará la autoridad a dondequiera que vaya.

 

(2) Si el hombre tiene un encuentro con la autoridad de Dios, será ablandado, debilitado y quebrantado, pues temerá cometer errores, y llegará a ser una persona dócil.

 

(3) Aquellos que han tenido un encuentro con la autoridad no querrán ser autoridad; no se complacen en dar opiniones ni en controlar a los demás. Quienes se someten a la autoridad siempre temen cometer errores. Pero hay muchos que quieren ser consejeros de Dios. Sólo los que no conocen la autoridad les agrada ser la autoridad.

 

Aquellos que han tenido un encuentro con la autoridad, mantendrán sus bocas cerradas y serán restringidos. No se atreverán a hablar descuidadamente, porque están conscientes de la autoridad que está dentro de ellos.

 

Si un hombre ha tenido un encuentro con la autoridad, detectará inmediatamente toda transgresión a la misma y podrá ver claramente mucha iniquidad y rebelión. También reconocerá el principio de la iniquidad que abunda en todo lugar, tanto en el mundo como también en la iglesia. Sólo quienes han tenido un encuentro con la autoridad pueden guiar a otros a sumisión, y únicamente cuando los hermanos y hermanas son sumisos a la autoridad, la iglesia tendrá un testimonio y avanzará en la tierra.

PARA MANTENER EL ORDEN DE AUTORIDAD

ES NECESARIO CONOCER LA AUTORIDAD

 

Si uno no ha tenido un encuentro con la autoridad y no conoce el principio de la sumisión, no podrá guiar a otros por este camino. Si uno junta dos perros, no puede hacer que uno sea la autoridad ni que el otro se le someta. Sería un esfuerzo inútil. Cuando uno tiene un encuentro con la autoridad, todo estará resuelto. De ahí en adelante, si no se sujeta a la autoridad, se dará cuenta de que él ha desobedecido a Dios mismo. Si una persona no ha visto la autoridad, es inútil hacerle ver sus errores. Cuando se presente esa situación, debemos contenernos para no caer en la misma rebelión.

EL CASO DE MARTIN LUTERO

Y DE SALIR DE LAS DENOMINACIONES

 

Era correcto que Martín Lutero se levantara y hablara del principio de la justificación por medio de la fe. También está bien que nosotros salgamos de las denominaciones para mantenernos en el testimonio de la unidad en la iglesia local. Ya que hemos visto la gloria de Cristo y el Cuerpo de Cristo, no debemos tener otro nombre aparte del nombre del Señor. El nombre del Señor es el más importante. ¿Por qué la salvación no se lleva a cabo solamente por medio de la sangre de Cristo sino también por medio del nombre del Señor? Esto se debe a que ese nombre significa resurrección y ascensión. Dios tiene una sola manera de salvarnos y la puso bajo el nombre del Señor. En el bautismo somos sumergidos en el nombre del Señor, y al reunirnos lo hacemos en Su nombre. Por lo tanto, la cruz y la sangre solas no resuelven el problema de las denominaciones. Si hemos visto la gloria de la ascensión, no insistiremos en asignarnos ningún otro nombre que no sea el del Señor. Debemos exaltar sólo el nombre del Señor, y no debemos tener ningún otro nombre. Las organizaciones o denominaciones de hoy han desechado la gloria del Señor, lo cual es una blasfemia para El.

LA VIDA Y LA AUTORIDAD

 

La iglesia es sustentada por dos cosas: la vida y la autoridad. La vida se relaciona con nuestra sujeción a la autoridad. Las dificultades que surgen en la iglesia rara vez se deben a la desobediencia. Por lo general, surgen por la falta de sumisión. El principio fundamental de la vida en nosotros hace que nos sometamos, de la misma manera en que el principio de la vida de un ave la hace volar y en que la vida de un pez le hace nadar.

 

El camino a la unidad descrita en Efesios 4 parece estar lejos de nuestra realidad actual. Pero si el hombre tiene un encuentro con la autoridad, el camino no estará lejos. Todos los santos podrán tener diferentes opiniones pero no habrá rebelión. Si la sumisión proviene del corazón, todos llegaremos a la unidad de la fe. Nosotros tenemos la vida, y el principio de la vida está abierto para nosotros. Si el Señor tiene misericordia de nosotros, podremos tomar este camino rápidamente. La vida no solamente elimina el pecado, sino que también produce sumisión en nosotros, lo cual es más crucial. Una vez que el espíritu de rebelión sale de nosotros, el espíritu de sumisión es restaurado, y lo descrito en Efesios 4 se manifiesta ante nuestros ojos. Si todas las iglesias toman el camino de la sumisión, estos hechos gloriosos se abrirán delante de nosotros.